Quizá significaba que la puerta del desván se había abierto otra vez.
Y alguien la invitaba a entrar y contemplar lo horrible.
Los ojos de Paul Benoit no eran de color violeta, pero bajo las luces de la habitación casi lo parecían. Lothar Bosch miró aquellos ojos y supo, no por primera vez, que tendría que andarse con cuidado. Frente a Paul Benoit siempre era preciso ser cauto.
– ¿Sabes cuál es el problema, Lothar? El problema es que hoy día todo lo valioso es efímero. Es decir, que en otros tiempos la solidez y la duración eran valores por sí mismos: un sarcófago, una estatua, un templo o un lienzo. Pero en la actualidad todo lo valioso se consume, se gasta, se extingue, da igual que hablemos de recursos naturales, drogas, especies protegidas o arte. Hemos atravesado por una fase previa en la que los productos que escaseaban valían más porque escaseaban. Eso era lógico. Pero ¿cuál ha sido la consecuencia? Que, hoy día, para que las cosas valgan m á s, tienen que escasear. Hemos invertido causa y efecto. Hoy razonamos de esta forma: «Lo bueno no abunda. Por lo tanto, hagamos que las cosas malas no abunden, y se volverán buenas».
Hizo una pausa y extendió la mano sin apenas mirar. La Mesilla estaba preparada para entregarle la taza de porcelana, pero el gesto de Benoit la cogió por sorpresa. Hubo un titubeo fatal, y los pequeños dedos del jefe de Conservación golpearon la taza y derramaron parte del contenido sobre el plato.
Con rapidez y eficiencia, la Mesilla procedió a colocar un nuevo plato y limpió la taza con una de las servilletas de papel que transportaba en la tabla lacada unida a su cintura. En la etiqueta de color blanco que pendía de su muñeca derecha decía: «Maggie». Bosch no conocía a Maggie, pero, por supuesto, había muchos adornos a los que no conocía. Pese a estar de rodillas, era fácil comprobar que Maggie era muy alta, probablemente casi dos metros. Tal vez había sido aquella desproporción lo que le había impedido llegar a convertirse en obra de arte, suponía Bosch.
– Hoy ya ha dejado de ser un buen negocio comprar o vender un lienzo de tela -prosiguió Benoit-, precisamente porque no se consumen con la prontitud necesaria. ¿Sabes cuál ha sido la clave del éxito del arte hiperdramático? Su fugacidad. Pagamos más y con más rapidez por una obra que dura lo que dura la juventud que por otra que sobrevive cien o doscientos años. ¿Por qué? Por la misma razón que llegamos a gastar más dinero en unas rebajas que en un día normal. El síndrome del «¡Rápido, que esto se acaba!». Por eso las obras adolescentes son tan valiosas. -Operación perfecta al segundo intento, pensó Bosch: la Mesilla estaba pendiente de los gestos de Benoit, y éste colaboró procurando coger con cuidado la taza que el adorno le tendía-. Prueba un poco de este brebaje, Lothar. Huele a té, sabe a té, pero no es té. Lo que ocurre es que si huele a té y sabe a té, para mí es té. Sin embargo, no me pone nervioso y alivia mi úlcera.
Bosch atrapó la delicada imitación de porcelana que le ofrecía la Mesilla y contempló el líquido. Era difícil determinar su color exacto bajo aquella fúnebre luz violeta. Decidió que podía ser violeta. Lo llevó a la nariz. Olía a té, en efecto. Lo probó. Sabía a rayos. A caramelo exprimido en batidora mezclado con jarabe para la tos. Reprimió una mueca y comprobó con alivio que Benoit no lo miraba. Mejor. Fingió seguir bebiendo.
La habitación donde se encontraban pertenecía al Museumsquartier. Era un rectángulo grande, insonorizado y tapizado de lámparas en diversos tonos de violeta: en el techo resplandecían púrpuras suaves, en el suelo cobaltos y en las paredes cuadrados de color lavanda, de manera que las figuras parecían flotar en una pecera de borgoña. Salvo la Mesilla, no había otros adornos. Por lo demás, el extremo del fondo asemejaba un estudio de televisión. Diez monitores de circuito cerrado se congregaban en paneles instalados en la pared; sus pantallas apagadas reflejaban uñas de luz violeta. Frente a ellos se sentaban Willy de Baas y dos de sus ayudantes preparados para iniciar la sesión de Apoyo Sicológico del sábado por la noche. Apoyo pertenecía a Conservación; por tanto, quedaba bajo responsabilidad directa de Paul Benoit. Era evidente que De Baas se sentía un poco nervioso sabiendo que tenía al jefe a sus espaldas.
Con expresión beatífica, Benoit depositó la taza en el platillo, se relamió los labios y miró a Bosch. Las luces de las paredes enrojecían sus pupilas; su calva era un casquete de púrpura cardenalicia y los pies y la mitad inferior del pantalón lanzaban ascuas violetas.
– Por eso mismo, sucesos como el de Desfloraci ó n sientan tan mal, Lothar, porque los cuadros adolescentes son muy valiosos. Pese a todo, hemos logrado congelar la noticia en Amsterdam. Sólo la conocen en las alturas. Stein no ha querido hacer comentarios y Hoffmann apenas podía creérselo. No le han dicho nada al Maestro, claro. «Rembrandt» se inaugura el 15 de julio y algunos de los lienzos todavía están en período de tensado o imprimación. El Maestro, ahora, es intocable. Pero se comenta que rodarán cabezas. No la tuya ni la de April, pero…
– Nadie tuvo la culpa, Paul -dijo Bosch-. Simplemente, nos la han jugado. Sea Óscar Díaz o no, lo cierto es que su plan era bueno y nos la ha jugado, eso es todo.
– La cuestión es -puntualizó Benoit, tendiendo la taza para que la Mesilla se la rellenara- que deberíamos atraparlo nosotros. Necesitamos interrogarlo a fondo, y la policía no sabría sacarle toda la información. Comprendes, ¿no?
– Lo comprendo perfectamente, y estamos en ello. Hemos registrado su apartamento en Nueva York y su habitación en el hotel aquí en Viena, pero no hemos encontrado nada fuera de lo común. Sabemos que es aficionado a la fotografía y al campo y que vive solo. Estamos intentando localizar a su hermana y a su madre en México, pero no creo que nos digan nada de interés.
– Me parece haber oído que tenía una novia en Nueva York…
– Una amiguita llamada Briseida Canchares, colombiana, licenciada en arte. La policía no lo sabe, y hemos preferido no informarles y buscarla por nuestra cuenta. Briseida se encontró con Óscar en Amsterdam hace un mes. Varios compañeros de Óscar los vieron juntos. Ella estaba becada por la Universidad de Leiden para realizar un trabajo sobre pintores clásicos y residía temporalmente en esa ciudad desde principios de año, pero también ha desaparecido…
– Es una coincidencia notable.
– Desde luego. Thea habló ayer con sus amigos de Leiden. Al parecer, Briseida se ha marchado a París acompañada de otro amigo. Hemos enviado allí a Thea para verificarlo. Esperamos sus noticias de un momento a otro. -Bosch se preguntaba si Benoit se ofendería cuando comprobara que no iba a beber más de aquel mejunje. Ocultó la taza con la mano izquierda.
– Hay que encontrarla y hacer que hable, Lothar. Empleando cualquier medio. Te das cuenta de la situación, ¿verdad?
– Me doy cuenta, Paul.
– Desfloraci ó n iba para Sothebys en otoño. La puja habría sido noticia hasta en los canales de deportes. Titulares como «menor de edad desnuda subastada», «la adolescente más valiosa de la historia…». En fin, esa clase de tonterías que contagian las primeras páginas de los periódicos… Pero en este caso las tonterías habrían sido ciertas. Desfloraci ó n era el cuadro más valioso de «Flores» y aún no tiene sustituía. Las ofertas que estábamos recibiendo superaban ampliamente las que en su día se hicieron por P ú rpura, Cal é ndula y Tulip á n. De hecho, la puja ya había comenzado. Sabes que nos gusta jugar a dos bandas.
Читать дальше