– Se troncharía -dijo Bosch con buen humor.
– El arte no es otra cosa que poder -sentenció Benoit-. Se ha abierto una brecha en la fortaleza, April, y tú eres la encargada de cerrarla.
Por fin pareció percatarse de la taza y, con un rápido ademán, la depositó sobre la Mesilla, que se incorporó con agilidad.
En ese instante, el color de la habitación, como la llegada de una nube de tormenta, se deslizó por el espectro hacia un púrpura más profundo.
– Quiero saber qu é le sucede a Annek -se escuchó en inglés de Harlem.
Todos se volvieron hacia las pantallas sabiendo que era Sally antes de verla. Se apoyaba en uno de los plintos del gimnasio para lienzos y la cámara la filmaba hasta la mitad de los muslos. Vestía camiseta y pantalones cortos. Los pantalones se le hundían en las ingles. Se había desprendido la pintura con disolventes, pero aun así su piel de ébano seguía mostrando destellos en púrpura oscuro. La etiqueta del cuello era una excepción amarilla atrapada entre los pechos.
– No me creo lo de la gripe… La ú nica causa de retirada de un cuadro en esta puta colecci ó n es troncharse, y si pap á Willy me est á oyendo, que se atreva a negarlo…
Willy de Baas había desconectado los micrófonos y hablaba apresuradamente con Benoit.
– Les hemos contado a los cuadros que Annek tiene gripe, Paul.
– Joder -masculló Benoit.
Sally no dejaba de sonreír mientras hablaba. De hecho, parecía feliz. Bosch supuso que estaría drogada.
– Mira mi piel, pap á Willy: mira mis brazos, y aqu í , en el vientre… Si apagas las luces, me podr á s ver todav í a. Mi piel es una frambuesa pasada de fecha. Me la miro y me dan ganas de comer ciruelas. Llevo as í desde el a ñ o pasado y no me han retirado ni una sola vez. O te tronchas, o te exhibes, no hay gripe que valga. Pero ni Annek ni yo podemos troncharnos, ¿ no es verdad…? Nuestras posturas con la espalda erguida son m á s c ó modas que las de la mayor í a. Eso es una suerte, lo dicen todos. ¡ Menuda suerte!, dicen… Yo digo: seg ú n se mire… A los dem á s cuadros los sacan en camilla cuando termina la jornada, es verdad… A nosotras, en cambio, nos envidian porque podemos caminar sin dolor de espalda y no necesitamos implantes de flexibilizadores que hacen que te puedas pegar en la espinilla con el pie del mismo lado, ¿ no, pap á Willy…? Pero eso tambi é n nos margina, ya que no pertenecemos al grupo de tronchados oficiales… De modo que no me enga ñé is. ¿ Qu é tiene Annek? ¿ Por qu é la hab é is retirado?
– Joder -volvió a decir Benoit.
– Puede armar una buena -dijo De Baas con el cuello torcido hacia Benoit.
– Va a armar una buena -precisó uno de sus ayudantes.
– ¿ Qu é ocurre, pap á Willy…? ¿ Por qu é no respondes…?
Benoit soltó una maldición, indignado, y se puso en pie.
– Déjame que intervenga yo, Willy. ¿Por qué le dijiste esa estupidez de la gripe?
– ¿Qué íbamos a decirle?
– ¿ Pap á Willy? ¿ Est á s ah í …?
Benoit se acercaba con pasitos rápidos a De Baas al tiempo que seguía hablando.
– Es un cuadro de treinta millones de dólares, Willy. Treinta kilos y un mantenimiento mensual que prefiero callarme… -Cogió el micrófono que le tendía De Baas-. Y se ha vuelto insustituible: el propietario la quiere a ella. Hay que actuar con delicadeza…
Repentinamente, la voz de Benoit se hizo maravillosa.
– ¿Sally? Soy Paul Benoit.
– Guau. -Sally sacó los pulgares del pantalón y colocó ambas manos en la cintura-. El abuelito Paul en persona… Cu á nto honor, abuelito Paul… El abuelito Paul es el que siempre se pone al tel é fono cuando se trata de rectificar, ¿ no es verdad…?
«Está drogada, seguro», pensaba Bosch. Sally arrastraba las frases y dejaba los abultados labios entreabiertos durante las pausas. A Bosch le parecía uno de los lienzos más bellos de toda la colección.
– En efecto -dijo Benoit en tono simpático-. En esta casa funcionamos así: a Willy le pagan menos que a mí, y por lo tanto dice más tonterías. Pero ahora ha sido pura casualidad. Estoy de paso por Viena, y me ha apetecido venir a veros.
– Pues no entres en el gimnasio, abuelito, es un consejo. Algunas flores se han vuelto carn í voras. Dicen que cuidas mejor a los perros que tienes en Normand í a que a nosotras.
– No te creo, no te creo. Eres muy mala, Sally.
– ¿ Qu é le ha pasado a Annek, abuelito? Dime la verdad, para variar.
– Annek está bien -contestó Benoit-. Lo que ocurre es que el Maestro ha decidido retirarla unas cuantas semanas para perfilar algunos detalles.
La excusa era absurda, pero Bosch sabía que Benoit tenía mucha experiencia engañando a los cuadros.
– ¿ Para perfilar…? ¡ No jodas, abuelito! ¿ Crees que soy idiota…? El Maestro la termin ó hace dos a ñ os… Si la ha retirado ser á porque quiere sustituirla…
– No te enfades, Sally, es lo que me han contado a mí. Y a mí suelen contarme la verdad. No va a haber ninguna sustituía para Desfloraci ó n hasta dentro de dos años. El Maestro se la ha llevado a Edenburg para corregir algunos detalles del color del cuerpo, eso es todo. En teoría, puede hacerlo: Desfloraci ó n aún no ha sido vendida.
– ¿ Es verdad lo que me est á s diciendo, abuelito?
– A ti no podría mentirte, Sally. ¿Acaso Hoffmann no hace lo mismo contigo? ¿No te retoca el púrpura cada dos por tres?
– Es cierto.
– Se lo está tragando… -susurró uno de los ayudantes, admirado-. ¡Se lo está tragando! -De Baas siseó para hacerle callar.
– ¿ Por qu é no nos hab é is dicho la verdad desde el principio, abuelito? ¿ A qu é ha venido eso de la « gripe » …?
– ¿Y qué íbamos a decir? ¿Que uno de los cuadros más valiosos de Bruno van Tysch aún no está terminado? No hace falta que te diga, Sally, que esto debe quedar entre tú y yo, ¿de acuerdo?
– Guardar é el secreto. -Sally se detuvo un instante y algo en su expresión cambió. De repente, Bosch dejó de pensar en obras de arte y contempló en la pantalla a una joven solitaria y temerosa-. En fin, supongo que ya no ver é a esa pobre ni ñ a durante una buena temporada… Me da un poco de l á stima, abuelito. Annek es una criatura, no tiene a nadie… Creo que le he cogido cari ñ o porque yo tambi é n me siento sola… ¿ Sabes que la hab í a invitado a pasear este lunes por el Prater…? Pens é que eso podr í a ayudarla…
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