Un pequeño cartel de «Rembrandt» estaba atado a una farola a pocos pasos de distancia. El Artista lo contempló. La mano del Ángel se abría en las tinieblas, bajo la llovizna.
Leyó la fecha: 15 de julio de 2006. El día siguiente.
15 de julio. En efecto. Ma ñ ana ser á el d í a.
Se apartó de la valla, se introdujo por Van de Veldestraat y continuó su camino. La lluvia amainó mientras regresaba de nuevo al Singel.
Ma ñ ana, en la exposici ó n.
A su alrededor todo era oscuro y poco estético.
Sólo El Artista parecía pura belleza.
LA EXPOSICIÓN
La exposición no me preocupa.
Bruno van Tysch,
Tratado de pintura hiperdram á tica
– Yo debería ganar fácilmente… -¡No estés tan seguro…!
…
– ¡La Octava Casilla, por fin!
Carroll
9.15 h
Póstumo Baldi se encontraba en el dormitorio de Lothar Bosch cuando éste despertó.
Estaba de pie, a tres metros de su cama, mirándolo. En apariencia no era peligroso, y eso fue lo primero que pensó Bosch. No es peligroso, se dijo. Lo segundo que supo, con exacta y horrible intuición, fue que no se trataba de un sueño: estaba completamente despierto, era de día, aquélla era su casa de Van Eeghenstraat y Baldi se hallaba en su dormitorio, desnudo, observándolo con expresión pensativa. Su aspecto era el de un adolescente de piel demacrada y huesos notorios, pero en su mirada habitaba la belleza. Pese a todo, Bosch no le temió. «Puedo vencerlo», pensaba.
Entonces Baldi inició una danza grácil y silenciosa, un torbellino de luz. Su cuerpo flaco giraba por toda la habitación. Luego regresó a la misma postura y el mundo pareció paralizarse. Y se movió de nuevo. Y se detuvo. Bosch, fascinado, demoró en comprender lo que ocurría: se había quedado dormido con el visor de RA en los ojos mientras examinaba las cintas con las imágenes tridimensionales que la Fundación había grabado cuando el modelo tenía quince años de edad.
Lanzando un juramento, apagó el reproductor y se quitó las lentes. El dormitorio apareció vacío, pero en sus ojos aún bailaba la huella iridiscente de Baldi. La claridad de la ventana anunciaba un día lluvioso: el día de la inauguración de «Rembrandt».
No había sacado nada en limpio de aquellas imágenes. Van Obber no había exagerado al afirmar que Póstumo era «arcilla fresca»: una figura depilada y tersa, un comienzo, un punto de partida humano, el inicio de toda fisonomía.
Se levantó, recibió una tonificante andanada de agua en la ducha y eligió un sobrio traje oscuro de su vestidor. A las diez y media tendría que dirigirse a los vehículos de Seguridad instalados alrededor del Túnel para supervisar el comienzo de la vigilancia. Se encontraba frente al espejo luchando con el nudo de la corbata. Había vuelto a equivocarse al trenzar el garabato de seda. No recordaba haber estado tan nervioso desde la muerte de Hendrickje.
«Pero nunca ha atacado durante la inauguración. Debes calmarte. Quizá ni siquiera esté en Amsterdam. ¿Quién te asegura que Wood tiene razón? A lo mejor, a estas alturas, se ha entregado ya a la policía en cualquier comisaría de Munich. O quizá… Maldito nudo… Quizá Rip van Winkle lo haya pescado realmente… Contrólate. Piensa en positivo. Piensa de una vez en positivo.»De repente oyó un repiqueteo. Se asomó a la terraza: el Vermeer del paisaje había comenzado a deslizarse hacia un Monet. Las gotas de lluvia difuminaron los verdes, los ocres, los rojizos, los blancos.
«Bueno, ya llueve.»Mientras terminaba de vestirse se permitió un último pensamiento para Danielle. No quería rezar, aunque sabía que, a diferencia de lo que enseña la religión, Dios también tentaba, no sólo el diablo. Sin embargo, improvisó una breve plegaria. No se dirigió a nadie en especial, simplemente miró el ceño fruncido de las nubes. «Es la única que no tiene nada que ver en esto. Es la única que no debería sufrir. Protégela. Por favor, protégela.»Luego bajó la escalera. Aquél iba a ser un día aciago, y lo sabía.
Al menos, ya había logrado ahorcarse correctamente. El nudo de la corbata estaba bien.
9.19 h
Gerardo tomó una pizca de color amarillo pardo y la aplicó a lo largo de la mejilla de Clara.
– El Maestro irá esta tarde a revisar todos los cuadros antes de la inauguración.
– Creí que ya no vendría -dijo ella.
– Siempre da un repaso final antes de marcharse. No te muevas ahora.
Cogió un pincel muy fino y pintó sus labios con una capa de bermellón atenuado. Ella lo vio sonreír a escasos centímetros de distancia. Semejaba un miniaturista inclinado sobre un libro de estampas.
– ¿Eres feliz? -le preguntó él mientras volvía a mojar el pincel.
– Sí.
La aprendiz retiró la caperuza del pelo revelando un brote de bucles en rojo caoba. Gerardo volvió a mojar el pincel y regresó a sus labios.
– Me gustaría seguir viéndote cuando todo esto termine. Quiero decir, después de que te compren. -Hizo una pausa, mojó el dedo en algún tipo de disolvente y lo aplicó a una comisura-. Porque ya sabes que estás comprada de antemano. Irás a la casa de cualquier coleccionista millonario. Pero a mí me gustaría seguir viéndote. No, no hables. Ahora no puedes hablar.
Sus frases eran tan suaves como las pinceladas con que la delineaba. A ella le pareció que estaba besándola detalladamente.
– Ya sabes lo que se dice. Que entre un cuadro y un pintor no puede haber una relación, porque el hiperdramatismo no lo permite. Bueno, ésa es una teoría. -Apartaba el pincel, mojaba, pintaba, usaba un trapo, volvía a pintar-. Pero conmigo tendrás suerte, porque yo soy muy mal pintor, amiguita. Eso compensará lo buen cuadro que eres.
La aprendiz interrumpió a Gerardo para hablarle en inglés. Mantuvieron un breve diálogo sobre la tonalidad de las sombras en los bordes del cuerpo de Clara y examinaron las instrucciones escritas del Maestro. Luego, él se acercó a sus labios y estuvo un rato observándolos. No pareció satisfecho. Desapareció de su campo visual y casi de inmediato regresó con el pincel húmedo de rojo.
Se encontraba tendida boca arriba sobre una camilla en una de las cámaras de ensayos de los sótanos del Viejo Atelier, donde la habían trasladado a primera hora de la mañana para prepararla y colocarla en el Túnel.
– Es preciso ser cuidadoso -dijo Gerardo-. Hoy te van a ver miles de personas.
Se posó dos veces en el labio superior, como el leve paseo de una mariposa.
– No quiero hacerte daño -continuó-. No te haría daño nunca. Pero he pensado que… guardar mis sentimientos para mí mismo no me va a ayudar a hacer las cosas mejor, ya sabes. Soy más serio de lo que crees, amiguita. No hables. -Apartó el pincel cuando Clara separó los labios-. Tú eres la obra. Sólo puedo hablar yo. Tú estás en el cuadro.
Humedeció el pincel y volvió a acariciarla con un rojo más tenue.
– También he oído decir que el pintor se enamora de su obra. Yo creo que es cierto. Pero en mi caso sucede algo muy curioso, chica: me he pintado un poco a mí mismo también. Quiero decir que he disimulado. A veces pienso que no soy quien creo ser. Me levanto todos los días, me miro al espejo y me felicito por la suerte que tengo. Pero las cosas no son tan simples. Mira este bigote y esta perilla. -Se dio pequeños tirones mientras los señalaba-. ¿Son de pintor o son de pintura? He pasado mucho tiempo creyéndomelo, ¿comprendes? Sin mirar más allá, sin querer ver. ¿Y qué hay más allá?, podría preguntarme alguien. Pues más allá están las personas. Yo no te veo como cuadro. No puedo verte como cuadro.
Читать дальше