– ¿De qué manera era enemigo Eric Lindberger?
Jennings fijó sus ojos en los de Hjelm. Ahora se le antojó una mirada algo diferente.
– Luego hablaremos de eso. Tengo que sopesar las posibles consecuencias.
– De acuerdo. ¿Cómo comenzó todo?
Jennings tomó impulso, se echó de nuevo hacia adelante y empezó:
– No sé si podéis entender lo que es el patriotismo. Me lancé a la guerra para huir de mi padre. Tenía diecisiete años. Un blanco pobre del sur, lo que en mi tierra llamamos basura blanca. Un niño que se dedicaba a matar a otros niños. Me di cuenta de que se me daba bien. Otros también lo vieron, así que ascendí muy rápido. Y, de pronto, un día me convocan a una reunión en Washington y, con sólo veinte años, me encuentro cara a cara con el Presidente. A partir de ese momento debo encargarme de un comando ultrasecreto en Vietnam que, en principio, actuará bajo las órdenes directas del Presidente. Unos civiles me entrenan en el uso de una nueva arma secreta. Me convierto en un experto y preparo al resto de los integrantes de mi comando. Soy el único que tiene algún tipo de contacto con los civiles. No hablan con nadie más. No sé quiénes son. Y después de la guerra sólo dicen: «Mantente disponible», y me siguen pagando un sueldo. Todo resulta muy extraño. Cuando regreso estoy completamente destrozado. Soy incapaz de acercarme a mi mujer. He aniquilado todos los sentimientos que había dentro de mí y le hago la vida imposible a mi hijo. Y de repente vuelven a contactar conmigo. Salen de las sombras.
– ¿ La CIA? -intervino Hultin.
Hjelm lo miró asombrado.
Jennings negó con la cabeza.
– No hablemos de eso de momento -dijo-. De todos modos, enseguida comprendí qué se esperaba de mí. En esa época, a finales de los setenta, la guerra fría entró en una nueva fase; no puedo ahondar en los detalles pero se trataba realmente de una guerra. Existía una amenaza inmediata, y había necesidad de información, de mucha información. Lo mismo pasaba en el otro lado. Empecé, poco a poco, a buscar a los agentes que se hallaban bajo vigilancia, tanto espías profesionales como simples traidores. Investigadores y profesores universitarios que vendían secretos del Estado. Agentes soviéticos. La KGB. Conseguí extraerles una enorme cantidad de información vital. A alguien -no sé a quién- se le ocurrió la brillante idea de que sería oportuno que todo pareciese la actuación de un loco, así que tendría que actuar como si fuera un asesino en serie, incluso si me cogían. Y entonces Larner se convierte en mi sombra. No podéis entender hasta qué punto ese hombre luchó para sacar a la luz la historia del Commando Cool. Supuso una amenaza para la seguridad nacional. En el frente político, las cosas empezaban a calmarse. Brezhnev murió y la Unión Soviética se acercaba a su disolución. Otros enemigos iban perfilándose. Yo sería más útil en algún Estado fronterizo entre el Este y el Oeste: un enlace estratégico donde el futuro intercambio comercial tendría lugar. Y al trasladarme, de paso, hundiría a Larner, ridiculizándolo.
– Entonces, llegamos al momento de tu desaparición. En ese coche se halló a una persona que tenía tus dientes.
– Nos llevó muchas semanas organizar aquello. En pleno desierto, trabajando por la noche. Colaboradores preparados para entrar en acción. Equipamiento montado. Una dentadura perfecta. Un agente soviético disfrazado y con dientes nuevos. Un agujero en el suelo donde esconderse un día o dos con todo el equipo. Todo es posible, lo imposible lleva sólo algo más de tiempo.
Hjelm se sintió abrumado por lo que estaba oyendo y no pudo resistirse a preguntar:
– ¿Cuáles son esos ideales por los que trabajas? ¿Cómo es la vida que defiendes con tanta violencia?
– Como la tuya -replicó Wayne Jennings sin dudar ni un instante-. No como la mía, sino como la tuya. Yo no tengo vida. Yo morí en Vietnam. ¿Crees que esa vida libre y privilegiada que llevas no tiene un precio? ¿Crees que Suecia es un país neutral? ¿Sin alianzas?
Hizo una pequeña pausa y se quedó mirando la pared. Luego desvió la vista hacia Norlander. Se cruzó con una mirada llena de odio. No debía de ser la primera vez. La ignoró.
– ¿Dónde está Gunnar Nyberg? -preguntó de repente.
– Cuidándose la mano rota. ¿Por qué?
– Nadie me había derribado nunca, ni nadie me había engañado de esa manera. Pensaba que era un idiota.
– Se identifica con Benny Lundberg. Estuvo con él durante los momentos de mayor sufrimiento. Su calor le salvó la vida. ¿Eres capaz de entender eso?
– El calor salva más que el frío. Desgraciadamente se necesita el frío también. Sin él, el enemigo impondría una eterna era glacial sobre la Tierra.
– La historia de Lindberger, ¿va de eso? ¿De un eterno frío? ¿Armas nucleares? ¿Armas químicas? ¿Biológicas? ¿O es LinkCoop? ¿Ordenadores? ¿Dispositivos de control de armas nucleares? ¿Arabia Saudí?
Jennings sonrió ensimismado. Quizá estaba, incluso, un poco impresionado por la policía sueca. Y por Paul Hjelm.
– Sigo pensando en ello. Podría pediros que contactarais con una determinada organización, pero no sé… No está exento de riesgos.
– ¿Es que no entiendes que estás acusado de veinte asesinatos y del intento de otro? ¿Que eres un criminal? ¿Un enemigo de la humanidad? ¿Alguien que ha aniquilado toda la dignidad humana que nos ha llevado miles de años construir? ¿O te imaginas que puedes salir de aquí cuando te dé la gana? ¿O es que tal vez estás simplemente esperando el momento más oportuno para levantarte de la silla, librarte de las esposas y arrancarme la cabeza?
En los labios de Jennings se volvió a dibujar esa sonrisa que jamás alcanzaba los ojos.
– Ningún ser humano debe convertir a otro en una máquina de matar.
Hjelm miró a Hultin. De repente se sintieron amenazados; lo único que los separaba de esa auténtica máquina asesina eran unas esposas.
– No matas a policías -aseveró Hultin con absoluta convicción.
– Sopeso los pros y los contras de cada situación. La alternativa más ventajosa gana. Si yo hubiese matado a ese policía -señaló con la cabeza a Norlander-, ahora no me estaríais tratando con tanta amabilidad. Y entonces habríamos tenido problemas.
– ¿Estás diciendo que sabías que íbamos a detenerte? ¡Venga, hombre! ¡Y una mierda!
– Ocupaba el lugar número quince en la lista de posibilidades. Cayó al diecisiete tras la visita de Nyberg. Por eso no estaba alerta. Excelente estrategia en esa operación, por cierto.
Jennings cerró los ojos, calculando los pros y los contras. De pronto, con un rapidísimo movimiento, se quitó las esposas.
Chávez fue el primero en desenfundar la pistola. Luego Holm. Norlander el tercero. Söderstedt fue muy lento. Hultin y Hjelm se quedaron quietos.
– Buena reacción allí en el rincón -alabó Jennings mientras señalaba a Chávez-. ¿Cómo te llamas?
Chávez y Norlander se acercaron con las pistolas en alto. Hjelm sacó la suya por si acaso. Los tres lo apuntaban mientras Holm y Söderstedt lo esposaban de nuevo, con mayor dureza esta vez.
– Durante todo un mes me entrené única y exclusivamente para quitarme las esposas -comentó Jennings tranquilo-. O sea, treinta días, a jornada completa, para que nos entendamos.
– Vale -convino Hjelm-. Lo has dejado claro. Entonces, ese cálculo de pros y contras, ¿qué resultado dio el seis de abril de 1983?
Jennings realizó una búsqueda rápida por los recovecos de la memoria.
– Entiendo -dijo con una fugaz sonrisa.
– ¿Qué es lo que entiendes?
– Que no eres un mal policía, Paul Hjelm; no, nada malo.
– ¿Por qué escribiste esa carta a tu mujer?
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