– ¿Ahora mismo?
– Me acabo de despertar. Son las nueve y diez. ¿Qué te parece a las once?
– Muy bien. Hasta ahora.
«Así le dará tiempo a hacer algunas modificaciones», pensó malévolo.
El próximo paso: el banco. El mismo que el de su marido. El mismo empleado. Llamó.
– Hola, soy Söderstedt -dijo con su melódico acento de finés suecoparlante.
– ¿Quién?
– El policía. Ayer tuvo usted la amabilidad de permitirme el acceso a las cuentas del difunto Eric Lindberger. Hoy necesito echar un vistazo a las de su mujer, Justine.
– Bueno, eso es diferente. Lo siento, pero no puede ser.
– Yo creo que sí -siguió Söderstedt con su acento cantarín-. Puedo ir por la vía oficial, pero no dispongo de tiempo; le advierto que si sale a la luz que usted ha puesto trabas a la investigación homicida más importante de Suecia de los últimos tiempos no creo que a su jefe le haga mucha gracia.
Hubo unos instantes de silencio.
– Se lo mando por fax -anunció el empleado del banco.
– Como ayer -constató alegremente Söderstedt-. Qué bien. Muchas gracias.
Colgó y dio unos golpecitos en la máquina, que al poco tiempo empezó a escupir unas hojas ornamentadas con números. Mientras tanto, contactó con la asociación de vecinos para averiguar las condiciones de la propiedad del piso. Llamó asimismo a Hacienda, al registro de tráfico, al de barcos, al de la propiedad y al Ministerio de Exteriores. Y finalmente habló con los agentes que tenía en mente para vigilar a Justine Lindberger.
– A las once quiero que me acompañéis a la casa de Lindberger. Y desde ese momento no la podéis perder de vista.
Luego, medio bailando, abandonó el despacho y salió al pasillo.
A las once en punto se hallaba delante del telefonillo del portal en Riddargatan. Un minuto más tarde ya estaba sentado en el sofá de la casa de Justine Lindberger.
– Una casa muy bonita -comentó.
– Mi filofax -replicó ella antes de tendérselo.
Söderstedt lo hojeó con gesto impasible, aunque su cerebro trabajaba a pleno rendimiento. En la agenda no censurada, que copió cuando estuvo en el Ministerio, había siete entidades desconocidas: G, cada dos lunes a las diez; PR, los domingos a las cuatro; S, que aparecía de vez en cuando por las tardes; Bro, que constaba todos los martes, a diferentes horas; PPP, el seis de septiembre a las 13.30; PI, el catorce de agosto todo el día; y RI, el veintiocho de septiembre a las 19.30. Con todos esos datos en la cabeza se esforzaba en poner cara de tonto mientras avanzaba por el filofax en su versión oficial.
– ¿Qué significa G? -preguntó-. ¿Y PR?
Ella parecía molesta.
– G significa manicura; mi manicurista se llama Gunilla. PR significa padres, tenemos una comida familiar todos los domingos a las cuatro. Mi familia es grande -añadió.
– ¿PPP y PI? ¿Cómo puedes acordarte de todas esas abreviaturas?
– PPP fue una comida con unas amigas, el seis, con Paula, Petronella y Priscilla, para ser exactos. PI se refiere a unas jornadas de formación en el ministerio, periodismo internacional. Bueno, ya está bien, ¿no?
– ¿Y RI? -insistió Söderstedt.
– Reunión del instituto -explicó-. Voy a ver a mis antiguos compañeros de clase.
– ¿S y Bro? -siguió Söderstedt con el mismo tono de voz.
Ella se quedó como si la hubiese alcanzado un rayo.
– No hay ninguna anotación así -replicó intentando mantener la calma.
Söderstedt le devolvió el filofax con elegancia.
– S aparece esporádicamente por las tardes y Bro todos los martes a horas diferentes -comentó con una sonrisa caballerosa.
– Estás desvariando.
– Lo habías escrito con bolígrafo, así que has tenido que salir a comprarte otro filofax para poder sustituir las hojas donde habías apuntado S y Bro. ¿Qué significan S y Bro?
– No tenéis derecho a fisgar en mis cosas -soltó ella a punto de llorar-. Acabo de perder a mi marido.
– Lo siento pero la verdad es que tenemos todo el derecho del mundo. Se trata de la investigación de un homicidio con enormes implicaciones. Es mejor que hables.
Ella cerró los ojos y calló.
– Este piso es tuyo -continuó él tranquilo-. Se adquirió hace dos años y pagaste nueve millones doscientas mil coronas al contado. También eres la propietaria de un apartamento en París valorado en dos millones, así como de una casa de campo en Dalarö tasada en dos millones seiscientas mil, de dos coches de setecientas mil y de cuentas bancarias por valor de unos dieciocho millones trescientas mil coronas. Tienes veintiocho años y la nómina del Ministerio de Exteriores es de treinta y una mil coronas, a las que hay que añadir, claro está, unas buenas dietas cuando trabajas en el extranjero. Eres de una familia relativamente acomodada, pero nadie llega ni de lejos a tu fortuna. ¿Me lo puedes explicar? ¿Cómo se lo explicaste a Eric?
Ella levantó la mirada. Tenía los ojos rojos, pero no lloraba. Aún no.
– Eric lo aceptó sin preguntar. Le dije que mi familia era rica y se contentó con eso; fue suficiente para él. Para la policía también debería serlo. Le hacía feliz cualquier cosa que le diera un poco de alegría a la vida. Un capital bien invertido es un capital que crece. Si uno tiene una fortuna, ésta trabaja para uno. Ahora es el dinero lo que hace ganar más dinero en este país, y eso hasta la gente como tú tendréis que aceptarlo.
– Yo no lo acepto -repuso Söderstedt impasible.
– Pues será mejor que lo hagas.
– ¿Qué significan S y Bro?
– ¡Bro significa Bro! -chilló ella-. Todos los martes me veía con un hombre que se llama Herman y que vive en Bro. Follábamos, ¿vale?
– ¿Y eso también le daba un poco de alegría a la vida de Eric?
– ¡Déjame en paz! -gritó ella-. ¿Qué crees, que no he tenido suficientes remordimientos de conciencia? Él sabía lo que yo estaba haciendo y lo aceptaba.
– ¿Y S?
Ella le clavó una mirada salvaje. El cuerpo se le encogió. ¿La estaría presionando demasiado?
– Es cuando hago footing -explicó con tranquilidad mientras respiraba aliviada-. Son mis sesiones de footing. Trabajo tanto que tengo que apuntar en la agenda cuando me toca hacer ejercicio.
– ¿S como en Footing?
– S como en Stretching. Se tarda más en hacer los estiramientos que el footing en sí.
Söderstedt la miró entre incrédulo y divertido.
– ¿Apuntas en la agenda cuándo haces estiramientos? ¿Y se supone que debo creérmelo?
– Sí.
– ¿Y el dinero?
– Especulaciones en bolsa que salieron muy bien. Se vuelve a ganar dinero en Suecia, gracias a Dios.
– ¿Y no tiene nada que ver con turbios negocios en el mundo árabe?
– No.
– Muy bien. Desde hace un cuarto de hora estás bajo protección por la unidad de vigilancia de la policía criminal nacional. Consideramos que tu vida está en peligro.
Ella le lanzó una mirada llena de odio al taimado finés suecoparlante.
– ¿Protección o vigilancia? -preguntó manteniendo la calma.
– Tú eliges -replicó Arto Söderstedt antes de despedirse.
Podría haberle ido un poco mejor, pero aun así estaba contento.
Jorge Chávez había dejado a un lado cerca de un centenar de coches para centrarse en uno solo. Era una apuesta algo arriesgada. La empresa fantasma, a cuyo nombre estaba registrado el coche, era una pastelería con un nombre de lo más inocente, La Galleta de Avena, y justo por eso representaba una tapadera extraordinaria. Supuestamente la sede estaba en Fredsgatan, Sundbyberg, pero allí no había ninguna pastelería, sólo un supermercado Konsum normal y corriente.
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