– Bueno, pues el americano tiene y no tiene cuatro empresas dedicadas a participar en los concursos de adjudicación de obras públicas.
– No empecemos a soltar chorradas -dijo el comisario, irritado-. ¿Qué significa eso de que tiene y no tiene?
– Ahora mismo se lo explico, dottore. Estas cuatro empresas se encuentran desde hace tiempo con ciertos problemas, habían tenido dificultades para el pago de los impuestos, algunas de sus obras habían sido clausuradas por incumplimiento de las normas de seguridad laboral, habían sido multadas por retrasos en la entrega y cosas por el estilo. Para reanudar sus actividades habrían debido resolver los asuntos pendientes, regularizar su situación, pero les faltaba el dinero. En determinado momento, es decir, hace menos de tres meses, ocurrió el milagro. Las cuatro sociedades cuyos nombres le digo ahora mismo… -Y comenzó a revolver el montón de papeles que tenía delante.
– ¿Podrías ahorrármelo? -imploró Montalbano con un hilillo de voz.
– De acuerdo -accedió magnánimamente Fazio-. Las cuatro empresas hallan el dinero necesario para regularizar su situación, pero…
– Pero se ven obligadas a cambiar de manos -terció Augello.
– ¡Ahí está lo bueno! No cambian de manos, apenas se modifica el organigrama empresarial. El administrador delegado que había antes permanece en su sitio, el consejo es esencialmente el mismo. Sólo que entre los consejeros de administración ahora figura Balduccio Sinagra. Y, junto con él, aparece otro nombre. En estas compañías Balduccio vale oficialmente como un dos de copas.
– Pero oficiosamente se ha convertido en propietario de las cuatro y los otros son hombres de paja o casi -concluyó el comisario.
– Exacto. Es él, Balduccio, el que ha sacado el dinero para regularizar la situación de las empresas y comprarlas. El perito Farruggia, que en estas cosas tiene un olfato de galgo siciliano, se ha enterado, por vía indirecta a través de amigos que tiene en los bancos, de estos movimientos de dinero desde las cuentas de Balduccio a las cajas de las compañías.
– Perdonadme -intervino Mimì-. Hasta aquí, yo no veo en todo esto ninguna irregularidad. Si Balduccio quiere presentarse tan sólo como un consejero más de administración, allá él. La pregunta es más bien: ¿cómo es posible que tenga todo ese dinero a su disposición? ¿Lo ha encontrado aquí o se lo ha ganado en América? ¿No podríamos preguntar a…?
– Mire, dottore -lo interrumpió Fazio-, que acerca de la vida americana de Balduccio se saben bastantes cosas. Farruggia se ha informado a través ciertas personas que viven en Nuva-york, Bruculín y otros lugares, personas que con nosotros jamás abrirían la boca. ¿Me explico?
– Sí. Sigue.
– No hay nada contra Balduccio júnior, aparte de alguna mala compañía.
– ¿Mala en qué sentido?
– Bueno, viejos mafiosos amigos de su padre, boss en período de desarme… Pero esencialmente Balduccio fue, hasta el momento de trasladarse a Vigàta, un brillante empleado de banca.
– Pero ¿por qué vino? -preguntó Mimì.
– Oficialmente, y estamos siempre en las mismas, entre lo oficial y lo oficioso, para tratar de recuperarse de un terrible dolor. Perdió a su novia en un accidente automovilístico y sufrió mucho por ese motivo. Entonces le aconsejaron que se distrajera cambiando de aires. Y él eligió la tierra de su padre y su abuelo.
– ¡Qué alma tan delicada y sensible! -dijo Montalbano.
– ¿Y oficiosamente? -preguntó Mimì sin soltar el hueso.
– Oficiosamente vino, por cuenta de sus malas amistades, a hacer toda una serie de inversiones. Porque aquí en nuestro país el momento es propicio mientras que en Estados Unidos hay demasiados controles, entre otras cosas por culpa de la cuestión del terrorismo.
– Pero ¿quién le dio el dinero? -saltó Mimì-. No creo que su sueldo de empleado de banca, por muy brillante que fuera…
– Oficialmente -lo interrumpió Fazio-, se trata de una herencia.
– El tío de América -dijo Montalbano.
– No, señor dottore. En este caso, el abuelo de Sicilia. Don Balduccio sénior, y sigo hablando de la versión oficial, parece que exportó capitales al extranjero. Unos capitales que no pudieron embargarse porque nadie tenía conocimiento de su existencia. Cuando don Balduccio sénior murió, ese dinero pasó a Balduccio júnior. ¿Está claro? Oficiosamente, en cambio, don Balduccio sénior jamás exportó nada de nada. Es dinero sucio, reciclado, que puede volver a entrar en el país haciéndolo pasar por reintegro de capital desde el extranjero. Este dinero, quienquiera que sea el propietario, entró legalmente en el país, Balduccio júnior pagó el dos y medio por ciento que marca la ley y ahora está totalmente en regla.
Se hizo un profundo silencio.
– Farruggia -añadió Fazio al cabo de un rato- me ha insinuado incluso algo que se refiere a Belli. Parece que tiene…
– … intención de vender su cincuenta por ciento al cuñado -dijo Montalbano, completando la frase.
– Sí. ¿Y usted cómo lo sabe?
– Lo sé. Pero no se trata de una intención, la cosa ya está hecha. ¿Te ha dicho Farruggia quién le dio el dinero a Gerlando Mongiardino?
– Según él, detrás de toda la operación está como siempre nuestro amigo americano, que tiene mucho interés en ampliar sus negocios.
– Me da la impresión de que muy pronto habremos de empezar a contar muertos -dijo Mimì-. Los Cuffaro no se quedarán cruzados de brazos viendo a un Sinagra que se presenta aquí para hacer lo que le dé la gana.
Montalbano pareció no dar importancia a las palabras de Mimì. En su lugar se dirigió a Fazio.
– Nos has dicho que en los nuevos consejos de administración, aparte del nombre de Balduccio júnior, siempre hay otro.
– ¡Sí, señor! -exclamó sonriendo con los ojos muy brillantes.
– ¿Por qué te hace tanta gracia?
– ¡Porque usía es un policía de los que no hay!
– Gracias. ¿Me dices el nombre?
– Calogero Infantino.
– ¿Y ése quién es?
– Calogero Infantino es un señor sin antecedentes penales que hasta la llegada del americano poseía un establecimiento de venta al por mayor y al por menor de electrodomésticos.
– ¿Y después de la llegada del americano?
– Conservó el negocio.
– Pues entonces, ¿qué tiene que ver con el americano?
– Con el americano no tiene nada que ver. Pero resulta que Calogero Infantino está casado con Angelina Cuffaro.
– ¡Coño! -exclamó Mimì-. ¡Los Cuffaro y los Sinagra se han aliado!
– Ni más ni menos. Y por lo que me consta, el pacto entre ambas familias mafiosas lo ha exigido, como primera condición, Balduccio júnior. Por consiguiente, dottore, no habrá ni ráfagas de kalashnikov ni muertos que contar. Los Cuffaro y los Sinagra se llevarán de maravilla.
– ¿Y nosotros qué podemos hacer? -preguntó Mimì.
– Podemos hacer lo que hacían los antiguos -dijo Montalbano.
Augello lo miró perplejo.
– ¿Y qué hacían los antiguos?
– Se rascaban la tripa y se miraban el ombligo.
Fue a la trattoria, pero no le apetecía mucho comer. Enzo se dio cuenta y se preocupó:
– ¿Cómo se encuentra, dutturi ?
– Bien, gracias.
– Pues entonces, ¿por qué no tiene apetito?
– Porque de vez en cuando me acuden demasiados pensamientos a la cabeza.
– Malo, dutturi. ¿Sabe una cosa? Hay dos partes del cuerpo que no quieren pensamientos: la tripa y la otra que usía ya entiende.
A pesar de que no tenía necesidades digestivas, dio el largo paseo por el muelle hasta llegar al faro. Sentado en la roca de costumbre, recordó el pensamiento que le había quitado el apetito. Y que no era un pensamiento propiamente dicho. Era algo que no encajaba en la forma de actuar del secuestrador de Laura. Pero no lograba identificar y enfocar debidamente aquel algo.
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