En mi celda tengo Derrumbe, dice Mark. Era un juego estupendo. Pero alguien me ha estado trastocando las posiciones.
Mira, le dice Rupp. Es de simple lógica. ¿Cuál es la definición de gemelos? Dos personas, nacidas de los mismos padres, al mismo tiempo.
Exactamente lo que yo dije, replica Mark. ¿Cómo es que no vienen a examinarte a ti también?
Rupp se enoja: ¿De qué te quejas? Estás viviendo la vida loca, tío. Sirvientas, comidas calientes, tele por cable, habilidosas mujeres que te ayudan a ejercitarte.
Podría ser peor, conviene Duane. Podrías ser uno de esos terroristas afganos de Guantánamo. Ninguno de ellos va a ir muy lejos en mucho tiempo. ¿Qué me dices de aquel americano que capturaron? ¿Estaba aquel tipo colocado, bebido, loco, le habían lavado el cerebro o qué?
Mark sacude la cabeza. El mundo entero está chiflado. Los terapeutas, que hacen horas extra para que Mark crea que algo en él está mal. La falsa Karin, que trata de distraerlo, Rupp y Duane, que, como le sucede a él, no tienen la menor idea de lo que sucede. En la única persona que confía es en su amiga Barbara, pero trabaja para el enemigo, es una simple guardiana en esta Sing Sing de pacotilla.
Rupp está sumido en profundos pensamientos. Puede que sean dos niñas probeta, sugiere. Esas hermanas. Dos embriones diferentes, implantados…
¿Os acordáis de las gemelas Schellenberger?, pregunta Duane con vehemencia. ¿Alguien tuvo alguna vez relaciones sexuales con ellas?
Rupp frunce el ceño. Pues claro que alguien tuvo sexo con ellas, Einstein. ¿No se quedó embarazada una de ellas en el último curso y la enviaron no sé adónde?
Sabía que tenía que ver algo con el sexo, dice Mark. No es posible tener gemelas sin sexo, ¿verdad?
Me refería a alguno de nosotros tres, puntualiza Duane.
Rupp sacude la cabeza. Ojalá esa Barbara Gillespie tuviera una gemela. ¿Te imaginas? ¡Dos por el precio de una!
Duane aúlla como un coyote. Esa pava es vieja, tío.
¿Y qué? Eso significa que no has de enseñarle nada. Esa mujer es algo serio, te lo digo yo. Tienes que saber si hay olas profundas bajo esas aguas tranquilas.
La verdad es que se mueve de maravilla al caminar. Si dieran un Oscar por caminar, tendría un estante lleno de esos homúnculos calvos. ¿Os suena el concepto de homúnculo?
Entonces Mark se enfurece. Grita y no puede dominarse. Largaos. No os quiero aquí.
Los asusta. Sus amigos, si es que lo son, tienen miedo de él. Le dicen: ¿Qué? ¿Qué hemos hecho? ¿Qué mosca te ha picado?
Dejadme en paz. Tengo cosas en que pensar.
Se ha puesto en pie y los echa a empujones de la habitación mientras ellos tratan de razonar con él. Pero Mark está harto de razonar. Los tres intercambian gritos cuando Barbara aparece como salida de ninguna parte. ¿Qué ocurre?, pregunta. Y él empieza a largar. Está harto de todo esto. Harto de que lo mantengan en este tanque de contención, harto de los engaños, de que todo el mundo finja que las cosas son totalmente normales. Harto de preguntas tramposas que no tienen respuesta y de quienes fingen que sí la tienen.
¿Qué preguntas?, quiere saber Barbara, y tan solo el sonido de su voz, procedente de esa cara redonda como la luna, le calma un poco.
Dos hermanas, dice Mark. Nacidas al mismo tiempo, de los mismos padres. Pero dicen que no son gemelas.
Barbara le hace sentarse y le masajea los hombros. Tal vez sean las dos terceras partes de unas trillizas, dice.
Rupp se da un golpe en la frente. Brillante. La mujer es brillante.
Duane agita las manos en el aire para intervenir. ¿Sabéis? Estaba pensando en trillizas. Desde el principio. Pero no lo he dicho.
Pues claro que lo habías pensado, retardado. Todos habíamos pensado que eran trillizas. Es evidente. Admítelo. Eres un idiota. Soy un idiota. La especie humana entera es idiota.
Mark Schluter se tensa bajo el brazo de la mujer, tratando de contener su furor. Entonces, ¿por qué soy yo el único que está encerrado?
Al cabo de dos días, Barbara Gillespie se presenta para llevarlo a pasear.
¿No debería consultarlo antes con mi junta de la condicional?, le pregunta él.
Muy gracioso, dice ella. Este sitio no es tan malo, y lo sabes. Anda, salgamos.
No es que el exterior ofrezca precisamente confianza. Mucho más desquiciado que antes de su percance. Dicen que es abril, pero un abril confuso que hace una imitación de enero bastante buena. El viento penetra a través de su chaqueta y se le hiela la cabeza, incluso bajo el gorro. Ahora siempre tiene la cabeza fría. El cabello le está creciendo demasiado despacio, algo relacionado con la clase de comida que le dan aquí.
Barbara le hace salir del vestíbulo casi a empujones. Cuidado con el escalón, cariño. Pero una vez que están fuera, lo único que ella quiere es sentarse en el banco junto al aparcamiento.
Estupendo, dice él. La Gran Excursión. Le concedo cinco estrellas. ¿Podemos volver ya?
Pero Barbara lo retiene, burlona. Le toma del brazo como si fueran una vieja pareja. Cosa que a él le parecería bien. En caso de apuro.
Cinco minutos más, amigo. Nunca se sabe lo que podría aparecer y sorprenderte, si esperas lo suficiente.
Qué me vas a contar. Como ese terrible accidente que, al parecer, tuve.
Barbara señala con el dedo, llena de excitación. ¡Vaya, mira quién está aquí!
Llega un coche y se detiene junto al bordillo, como por casualidad. Un Corolla inequívocamente insulso, con su gran concavidad en la portezuela del copiloto. El coche de su hermana. Por fin, su hermana. Como si se hubiera levantado de entre los muertos. Él se levanta bruscamente y empieza a gritar.
Entonces la ve a través del parabrisas y se lleva una amarga decepción. No puede seguir aguantándolo. No se trata de Karin, sino de la agente no tan secreta que la ha sustituido. En el asiento del pasajero hay un perro apretado contra el cristal, arañando la parte superior para hacerlo bajar. Otro collie de la frontera, como el de Mark. La raza más inteligente que existe. El animal ve a Mark por la ventanilla, y se muestra frenético por llegar a él. Sale disparado en cuanto Barbara abre la portezuela. Antes de que Mark pueda moverse, la bonita perra ya está encima de él. Erguida sobre las patas traseras, el hocico hacia arriba, lanzando patéticos gañidos y aullidos. Eso es lo que tienen los perros. No hay ningún ser humano en el mundo digno de la bienvenida de un perro.
La actriz Karin baja del coche. Llora y ríe al mismo tiempo. Mira esto, dice. ¡Se diría que no esperaba volver a verte jamás!
La perra da grandes saltos en el aire. Mark extiende los brazos para protegerse del ataque. Barbara lo abraza con fuerza. ¡Mira quién está aquí!, le dice ella. Mira quién se moría de ganas de verte. Se inclina y roza con la nariz a la perra. Sí, sí, sí, ¡volvéis a estar juntos! La perra gañe a Barbara, con su desbordante afecto de collie de la frontera, y entonces se lanza de nuevo sobre Mark.
No me lamas. Apártate de mi cara, ¿quieres? ¿Puede alguien atar a este bicho, por favor?
La hermana ficticia está apoyada en la portezuela del coche, y su cara parece uno de esos banderines de fiesta de cumpleaños que se hubiera mojado. Se diría que le han dado un puñetazo en el estómago, o algo por el estilo. Empieza a intentar tomarle el pelo de nuevo.
¡Mírala, Mark! ¿Qué otro animal en este mundo podría quererte así?
La perra empieza a soltar confusos grititos. Barbara se acerca a la falsa Karin, llamándola cariño, diciéndole: No te preocupes. No importa. Lo que has hecho ha estado bien. Volveremos a intentarlo más tarde.
¿Más tarde?, gruñe Mark. ¿Qué intentaréis? ¿Qué demonios significa esto? Esta perra está loca. Tiene la rabia o algo. Que alguien se lleve a esta bestia antes de que me muerda.
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