John Verdon - No abras los ojos

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David Gurney se sentía casi invencible… hasta que se topó con el asesino más inteligente con el que jamás había tenido que enfrentarse.
Dave Gurney, el protagonista de la primera novela de John Verdon, Se lo que estás pensando, vuelve para afrontar el caso más difícil de su carrera, una batalla con un adversario implacable que no solo es un inteligente y frío asesino, sino que no tiene reparos en atacar directamente al punto débil de Gurney: su esposa.
Ha pasado un año desde que el exdetective de la Policía de Nueva York consiguió atrapar al asesino de los números y, aunque es su intención retirarse definitivamente junto a su esposa Madeleine, un nuevo caso se le presenta de forma imprevista. Una novia es asesinada de manera brutal durante el banquete de bodas, con cientos de invitados en el jardín, y ese es un reto al que es imposible resistirse.
Todas las pistas apuntan a un misterioso y perturbado jardinero pero nada encaja: ni el móvil, ni la situación del arma homicida y sobre todo, el cruel modus operandi. Dejando de lado lo obvio, Gurney empieza a unir los puntos que le descubrirán una compleja red de negocios siniestros y tramas ocultas.

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Gurney recorrió el camino a casa desde Tambury a Walnut Crossing en cincuenta y cinco minutos, en lugar de la hora y cuarto de costumbre. Tenía prisa por ver otra vez el vídeo de la recepción de la boda. También se daba cuenta de que su prisa podría estar relacionada con una necesidad de permanecer lo más implicado posible en el asesinato de Perry, un crimen que por horrendo que fuera le causaba mucha menos ansiedad que la situación con Jykynstyl.

El coche de Madeleine estaba aparcado junto a la casa y su bicicleta permanecía apoyada contra el cobertizo. Supuso que encontraría a su mujer en la cocina, pero cuando entró por la puerta lateral y gritó «Estoy en casa», no hubo respuesta.

Fue directamente a la mesa larga que separaba la amplia cocina de la zona de asientos, la mesa donde estaban extendidas sus copias de los materiales del caso, para enfado de Madeleine. Entre las carpetas había unos DVD.

El de encima, el que se había sentado a ver con Hardwick, llevaba una etiqueta que decía: «Recepción Perry-Ashton, edición del DIC». Pero Gurney buscaba otro DVD, uno de los originales sin editar. Había cinco para escoger. El primero estaba etiquetado «Helicóptero, visión aérea general y descenso». Las etiquetas de los otros cuatro, cada uno de los cuales contenía el vídeo capturado por una de las cámaras fijas en la recepción, indicaban la orientación del foco de cada una de las cámaras.

Se llevó los cuatro DVD al estudio, abrió Google Earth en su portátil y buscó «Badger Lane, Tambury, Nueva York». Treinta segundos más tarde estaba viendo una foto de satélite de la propiedad de Ashton junto con cotas de altitud y la orientación. Incluso la mesa de té del patio era identificable.

Gurney eligió el punto aproximado del bosque donde suponía que estaría el tronco visible del árbol. Usando los puntos de orientación de Google, calculó la dirección de la mesa al árbol. La dirección era de ochenta y cinco grados, casi directamente al este.

Pasó los DVD. El último estaba etiquetado «Este a noreste». Lo puso en el reproductor que estaba enfrente del sofá, localizó el momento en que Jillian Perry había entrado en la cabaña y se acomodó para prestar su total atención a los siguiente catorce minutos de vídeo.

Lo vio una vez, dos, con creciente desconcierto. Luego lo vio otra vez, esta tercera dejando que llegara hasta el punto en que Luntz, el jefe de la Policía local, había cerrado la escena y habían llegado los policías del estado.

Algo estaba mal. Más que mal. Era imposible.

Llamó a Hardwick, quien, sin ninguna prisa, respondió al séptimo tono.

– ¿Qué puedo hacer por ti, campeón?

– ¿Cómo de seguro estás de que las cintas originales de la recepción de boda están completas?

– ¿Qué quiere decir «completas»?

– Una de las cuatro cámaras fijas estaba situada de manera que su campo de visión cubría la cabaña y una amplia extensión de bosque a la izquierda de la cabaña. La extensión de bosque incluye todo el espacio que Flores tenía que pasar para dejar el arma homicida donde la dejó.

– ¿Y?

– Y hay un tronco de árbol en la parte de atrás de esa zona que es visible a través de huecos en el follaje desde el ángulo del patio, que también es el ángulo de una de las cámaras.

– ¿Y?

– Ese tronco, repito, está en la parte de atrás de la ruta que Flores habría tomado para colocar el machete donde se encontró. Ese tronco se ve de manera clara y continua en el vídeo de alta definición grabado por esa cámara.

– ¿Adónde quieres llegar?

– He visto el vídeo tres veces para estar absolutamente seguro. Jack, nadie pasó por delante de ese árbol.

Hardwick sonó apagado.

– No lo entiendo.

– Yo tampoco. ¿Hay alguna posibilidad de que el machete del bosque no fuera el arma homicida?

– Era una coincidencia perfecta de ADN. La sangre fresca en el machete era de Jillian Perry. El factor de error es de menos de uno entre un millón. Por no mencionar que el informe del forense se refiere a un golpe fuerte con una cuchilla pesada y afilada. ¿Y cuál es la alternativa? ¿Que Flores se deshizo en secreto de un segundo machete ensangrentado, la verdadera arma homicida, después de pasar parte de la sangre de ese al primero? Pero, de todos modos, tenía que ir allí a dejarlo donde lo encontramos. Me refiero a… ¿De qué demonios estamos hablando? ¿Cómo no iba a ser el arma homicida?

Gurney suspiró.

– Así que básicamente estamos ante una situación imposible.

48

Recuerdos perfectos

« S i los hechos se contradicen entre sí, algunos de ellos no son hechos.»

Uno de sus instructores de la academia del Departamento de Policía de Nueva York había hecho esa observación un día en clase. Gurney nunca la había olvidado.

Si iba a sacar conclusiones sobre el contenido del vídeo, necesitaba poner a prueba su objetividad un poco más. En la funda del DVD constaba el número de teléfono de la empresa, Perfect Memories, que se había ocupado de la grabación.

Marcó el número y dejó un mensaje en el que mencionaba los nombres de Ashton y Perry. Apenas había concluido cuando su teléfono sonó y Perfect Memories apareció en el identificador de llamadas.

– ¿En qué puedo ayudarle?-le preguntó una voz femenina profesionalmente agradable y alerta.

Gurney explicó quién era y cómo estaba intentando ayudar a Val Perry, madre de la difunta novia, y lo importante que creía que sería el material de vídeo producido por Perfect Memories para capturar al psicópata que había matado a Jillian y ayudar a la familia a cerrar el duelo. Lo único que necesitaba era una respuesta absolutamente cierta a una pregunta, pero necesitaba oírla de la persona que supervisó el proyecto.

– Yo soy esa persona.

– ¿Y usted es…?

– Jennifer Stillman. Soy directora gerente.

Directora gerente. Sonaba a título británico. Un bonito toque para el mercado de clase alta.

– Lo que necesito saber, Jennifer, es si hubo pausas en las grabaciones originales.

– Rotundamente no. -Su respuesta fue escueta e inmediata.

– ¿Ni siquiera durante una fracción de segundo?

– Rotundamente no.

– Parece muy segura. ¿La pregunta ha surgido antes?

– La pregunta no, pero sí el requisito específico.

– ¿Requisito?

– De hecho, en el contrato de producción estaba escrito que el vídeo tenía que cubrir todo el terreno durante toda la recepción, de principio a fin, sin dejar fuera nada en absoluto. Al parecer, la novia lo quería, literalmente, todo grabado, cada centímetro de la recepción durante cada segundo que durase.

El tono de Jennifer Stillman le decía a Gurney que no se trataba de una petición estándar, o al menos que el énfasis de la cliente no era el estándar. Preguntó sobre ello para estar seguro.

– Bueno…-La mujer vaciló-. Diría que era inusualmente importante para ellos. O al menos para ella. Cuando el doctor Ashton nos pasó la petición, parecía un poco…-Una vez más vaciló-. No debería estar diciendo nada de esto. No leo la mente.

– Jennifer, esto es importante. Como sabe, se trata de un caso de homicidio. Mi principal preocupación es que pueda estar seguro de que el DVD contiene un registro de vídeo ininterrumpido, sin que falte nada, sin que falten fotogramas.

– Desde luego no faltan fotogramas. Los agujeros crearían saltos en el código de tiempo y nuestro ordenador lo señalaría.

– Vale, es bueno saberlo. Gracias. Solo una cosa más, ¿estaba empezando a decir algo sobre el doctor Ashton?

– En realidad no. Solo… Era solo que parecía un poco avergonzado de hablar de la obsesión de su prometida con que cada instante de la recepción quedara grabado. Como si quizás estuviera avergonzado por el sentimentalismo romántico o tal vez pensara que era infantil, lo cierto es que no lo sé. No es tarea mía juzgar por qué la gente quiere lo que quiere. El cliente siempre tiene razón.

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