John Verdon - No abras los ojos

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David Gurney se sentía casi invencible… hasta que se topó con el asesino más inteligente con el que jamás había tenido que enfrentarse.
Dave Gurney, el protagonista de la primera novela de John Verdon, Se lo que estás pensando, vuelve para afrontar el caso más difícil de su carrera, una batalla con un adversario implacable que no solo es un inteligente y frío asesino, sino que no tiene reparos en atacar directamente al punto débil de Gurney: su esposa.
Ha pasado un año desde que el exdetective de la Policía de Nueva York consiguió atrapar al asesino de los números y, aunque es su intención retirarse definitivamente junto a su esposa Madeleine, un nuevo caso se le presenta de forma imprevista. Una novia es asesinada de manera brutal durante el banquete de bodas, con cientos de invitados en el jardín, y ese es un reto al que es imposible resistirse.
Todas las pistas apuntan a un misterioso y perturbado jardinero pero nada encaja: ni el móvil, ni la situación del arma homicida y sobre todo, el cruel modus operandi. Dejando de lado lo obvio, Gurney empieza a unir los puntos que le descubrirán una compleja red de negocios siniestros y tramas ocultas.

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– ¿Cuarteto de cuerda en lugar de un disc jockey corriente?-preguntó Gurney.

– Esto es Tambury: no hay nada corriente-respondió Hardwick.

Pasó a cámara rápida el resto de la conversación de Ashton con los músicos, tomas del exterior señorial y la casa principal, el personal de cáterin preparando platos y cubertería para la cena sobre manteles blancos, un par de camareras esbeltas colocando botellas y vasos, primeros planos de petunias rojas y blancas que se derramaban desde maceteros de piedra labrada.

– ¿Eso fue hace justo cuatro meses?-preguntó Gurney.

Hardwick asintió.

– Casi. El segundo domingo de mayo. La fecha perfecta para una boda. Esplendor primaveral, brisa balsámica, aves construyendo sus nidos, palomas zureando.

El tono implacablemente sarcástico estaba sacando de quicio a Gurney.

Cuando Hardwick detuvo el avance rápido y volvió a la reproducción normal del DVD, la cámara estaba enfocando una elaborada pérgola de hiedra que servía de entrada a la zona principal de césped. Invitados de la boda caminaban por allí en una fila dispersa. Había música de fondo, algo agradablemente barroco.

Cuando cada pareja pasaba por la pérgola, Hardwick los fue identificando, consultando una lista arrugada que había sacado del bolsillo del pantalón.

– El jefe de Policía de Tambury, Burt Luntz, y su esposa… Presidenta del Dartwell College y su marido… Agente literaria de Ashton y su marido… Presidente de la British Heritage Society de Tambury y su mujer… Congresista Liz Laughton y su marido… Filántropo Angus Boyd y el joven que lo acompaña, al que llama su «asistente»… Director del International Journal of Clinical Psychology y su esposa… Vicegobernador y su mujer… Decano de…

Gurney lo interrumpió.

– ¿Son todos así?

– ¿Todos apestan a dinero, poder y conexiones? Sí. Directores de empresas, políticos importantes, directores de periódicos, ¡hasta un obispo!

Durante los diez minutos siguientes, la marea de exitosos privilegiados fue entrando en el jardín botánico que Scott Ashton tenía detrás de su casa. Ninguno parecía fuera de lugar en el entorno enrarecido. Pero ninguno parecía particularmente entusiasmado por estar ahí.

– Estamos llegando al final de la fila-dijo Hardwick-. A continuación están los padres de la novia. El doctor Withrow Perry, neurocirujano famoso en todo el mundo, y Val Perry, su mujer trofeo.

El médico, con aspecto de tener poco más de sesenta años, tenía una boca carnosa de expresión despectiva, la papada de un gourmet y una mirada intensa. Se movía con una rapidez y una elegancia sorprendentes; como si hubiera sido instructor de esgrima, pensó Gurney, recordando las lecciones que él y Madeleine habían tomado juntos en el segundo o tercer año de su matrimonio, cuando todavía estaban buscando activamente cosas que podrían disfrutar haciendo juntos.

La Val Perry que se hallaba junto al médico en la pantalla como una fantasía cinematográfica de Cleopatra irradiaba una satisfacción que no estaba presente en la Val Perry que había visitado a Gurney esa mañana.

– Y ahora-dijo Hardwick-, el novio y la que pronto será su novia decapitada.

– Dios-murmuró Gurney.

Había veces en que la falta de sensibilidad de Hardwick parecía ir mucho más allá del cinismo de rutina del policía para elevarse a la categoría de sociópata marginal. Pero no era ni el momento ni el lugar para…, ¿para qué? Para decirle que era un capullo. ¿Para sugerirle que debería psicoanalizarse?

Gurney respiró hondo y puso toda su atención en el vídeo, en el doctor Scott Ashton y Jillian Perry Ashton caminando hacia la cámara, sonriendo; una salva de aplausos, unos pocos gritos de «¡Bravo!» y un gozoso crescendo barroco en el fondo.

Gurney estaba mirando a la novia, asombrado.

– ¿Cuál es el problema?

– No es como la imaginaba.

– ¿Qué demonios imaginabas?

– Por lo que me había contado su madre, no esperaba que pareciera una foto de portada de la revista Novias .

Hardwick estudió la imagen de radiante belleza de la joven: vestido de cola hasta el suelo, cuello modesto punteado de lentejuelas, guantes blancos en las manos sosteniendo un ramo de rosas de té, cabello dorado recogido en un moño y coronado por un brillante tiara, ojos almendrados acentuados con un toque de perfilador, boca perfecta animada con lápiz de labios que hacía juego con el rosa de las rosas de té.

Hardwick se encogió de hombros.

– ¿No quieren todas tener este aspecto?

Gurney torció el gesto, inquieto por la convencionalidad de la apariencia de Jillian.

– Joder, si lo tienen en los genes-insistió Hardwick.

– Sí, quizá-dijo Gurney, sin estar convencido.

Hardwick avanzó a cámara rápida las escenas en las que el novio y la novia pasaban entre la multitud, el cuarteto de cuerda atacando sus instrumentos con gran entusiasmo, el personal de cáterin deslizándose entre los invitados con el ruido de fondo de gente que comía y bebía.

– Vamos al tajo-dijo-, directamente al trozo donde pasa todo.

– ¿Te refieres al asesinato?

– Además de cierto material interesante justo antes y justo después.

Tras unos segundos de distorsiones digitales, la pantalla se llenó con un plano medio de tres personas conversando en un triángulo. Algunas palabras eran más audibles que otras, en parte enterradas en el zumbido de otras conversaciones, en parte aplastadas por la exuberancia de Vivaldi.

Hardwick sacó del bolsillo otra hoja doblada, la abrió y se la pasó a Gurney, quien reconoció un formato que le era familiar: la transcripción de una conversación grabada.

– Mira el vídeo y escucha la pista sonora-dijo Hardwick-. Te avisaré cuando puedas empezar a seguirlo en la transcripción, por si no entiendes algo del audio. Los tres que hablan son el jefe Luntz y su mujer, Carol, los dos de cara, y Ashton, que está de espaldas.

Los Luntz sostenían vasos altos con rodajas de lima. El jefe estaba equilibrando un par de canapés en la palma de su mano libre. Ashton sostenía su bebida delante de él, fuera del encuadre de la cámara fija. Los fragmentos audibles de diálogo parecían conscientemente trillados y todos ellos procedentes de la señora Luntz.

– Sí, sí […] es el día sí […] por fortuna el pronóstico del tiempo, que era muy […] flores […] la época del año que hace que vivir en los Catskills merezca la pena […] música, muy diferente, perfecta para la ocasión […] mosquito, no uno solo […] la altitud lo hace imposible, gracias a Dios […] la borrielosis, qué horrible […] error de diagnóstico […] tenía náuseas, dolor, estaba completamente desesperada, quería matarse, el suplicio…

Cuando Gurney miró de reojo a Hardwick en el sofá, levantando una ceja interrogadora para preguntar la pertinencia de todo aquello, oyó la voz más alta del jefe por primera vez.

– Carol, no es hora de hablar de garrapatas. Es un día feliz…, ¿verdad, doctor?

Hardwick señaló con el dedo índice la línea superior de la página de la transcripción que Gurney tenía en el regazo.

Gurney bajó la mirada y descubrió que resultaba útil, ante la confusa pista sonora.

SCOTT ASHTON. Muy feliz, sin duda, jefe.

CAROL LUNTZ. Solo estaba tratando de decir lo perfecto que ha sido todo hoy. Ni mosquitos ni lluvia ni ningún problema. Y qué encantadora historia, la música, hombres atractivos por todas partes…

JEFE LUNTZ. ¿Cómo le va con su genio mexicano?

SCOTT ASHTON. Ojalá lo supiera, jefe. A veces…

CAROL LUNTZ. He oído que hubo algunos… extraños… No lo sé, no me gusta repetirlo…

SCOTT ASHTON. Héctor está pasando alguna clase de dificultad emocional. Su conducta ha cambiado últimamente. Supongo que se ha notado. Estoy muy interesado en cualquier cosa que usted haya podido ver, cualquier cosa que captara su atención.

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