John Verdon - No abras los ojos

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David Gurney se sentía casi invencible… hasta que se topó con el asesino más inteligente con el que jamás había tenido que enfrentarse.
Dave Gurney, el protagonista de la primera novela de John Verdon, Se lo que estás pensando, vuelve para afrontar el caso más difícil de su carrera, una batalla con un adversario implacable que no solo es un inteligente y frío asesino, sino que no tiene reparos en atacar directamente al punto débil de Gurney: su esposa.
Ha pasado un año desde que el exdetective de la Policía de Nueva York consiguió atrapar al asesino de los números y, aunque es su intención retirarse definitivamente junto a su esposa Madeleine, un nuevo caso se le presenta de forma imprevista. Una novia es asesinada de manera brutal durante el banquete de bodas, con cientos de invitados en el jardín, y ese es un reto al que es imposible resistirse.
Todas las pistas apuntan a un misterioso y perturbado jardinero pero nada encaja: ni el móvil, ni la situación del arma homicida y sobre todo, el cruel modus operandi. Dejando de lado lo obvio, Gurney empieza a unir los puntos que le descubrirán una compleja red de negocios siniestros y tramas ocultas.

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Hardwick siguió todas estas instrucciones con la seriedad relajada de un hombre que escucha a un instructor de yoga. Una vez que tuvo los pies apoyados en la mesa, Ashton se estiró desde su lado del escritorio, buscó bajo la pernera derecha del detective y sacó la Kel-Tec P-32 de su cartuchera. La miró, la sopesó en la mano y la dejó en el cajón de arriba del escritorio.

Se sentó otra vez y sonrió.

– Ah, sí. Mucho mejor. Demasiada gente armada en una habitación normalmente es preludio de una tragedia. Por favor, detective, ya puede bajar los pies. Creo que todos podemos relajarnos ahora que el orden de las cosas está claro.

Ashton los miró, divertido.

– Debo decir que el día se ha puesto fascinante. Tantos… acontecimientos. Y usted, detective Gurney, ha puesto esa pequeña mente suya a trabajar a todo trapo. -La voz de Ashton ronroneaba con meloso sarcasmo-. Una trama muy escabrosa la que ha descrito. Suena a guion de cine. Scott Ashton, famoso psiquiatra, asesinó a su mujer en presencia de un centenar de invitados a su boda. Y lo único que tuvo que decirle fue: «No abras los ojos». Nunca hubo un Héctor Flores. El machete ensangrentado fue un ingenioso engaño. Tenía un hacha de carnicero en el bolsillo. Una caída seudoaccidental en las rosas. Un hábil cambio de traje en el cuarto de baño. Y etcétera. Una ingeniosa conspiración destapada. Un sensacional caso de asesinato resuelto. Mercaderes de la perversión al descubierto. Justicia para los muertos. Los vivos vivirán felices en adelante. ¿Es más o menos así?

Si esperaba una reacción de estupefacción o miedo, se llevó una decepción. Uno de los puntos fuertes de Gurney cuando lo atacaban por sorpresa era reaccionar con suavidad pero con un tono un poco airado, que podría ser apropiado para circunstancias más seguras. Es lo que hizo en ese momento.

– Es un buen resumen-dijo.

No reveló sorpresa por que Ashton hubiera escuchado su conversación mientras estaba abajo, probablemente tenía un micrófono oculto. Seguro que le había llegado a través de su auricular. Gurney se reprendió por no haber reparado en la anomalía que suponía que Ashton hablara por un móvil en la capilla; era obvio que empleaba el auricular para otra cosa. Que algo tan claro se le hubiera pasado por alto era hasta doloroso, aunque trató de ocultar aquella sensación.

No sabía cómo aquel tipo respondería ante su indiferencia. Esperaba que le hubiera molestado un poco siquiera. Cualquier duda, por pequeña que fuera, que surgiera en él sería un punto a favor de Gurney.

Ashton desplazó su mirada a Hardwick, cuyos ojos estaban clavados en la pistola. El psicólogo negó con la cabeza, como si estuviera reprendiendo a un niño malo.

– Como dicen en las películas, detective, ni se le ocurra. Le metería tres balas en el pecho antes de que se levantara de la silla.

Luego se dirigió a Gurney en el mismo tono.

– Y usted, detective, es como una mosca que se ha colado en la casa. Zumba alrededor, camina por el techo. Buzz . Ve lo que puede ver. Buzz . Pero no entiende lo que ve. Buzz . Y de repente, ¡plas! Todo el zumbar para nada. Todo ese buscar y mirar para nada. Porque no puede entender lo que ve. ¿Cómo iba a hacerlo? Solo es una mosca. -Empezó a reír en silencio.

Gurney sabía que debía hacer que todo ocurriera más despacio. Si Ashton era el asesino, tal y como parecía, debía luchar por hacerse con el control emocional de la situación. Así que tenía que prolongar el proceso, implicar a su oponente y hacer durar el juego hasta que se presentara la oportunidad final. Se recostó en su silla y sonrió.

– Pero en este caso, Ashton, la mosca ha acertado, ¿eh? De lo contrario, no tendría esa pistola en la mano.

Ashton dejó de reír.

– ¿Acertado? ¿La fantástica mente deductiva se enorgullece de haber acertado? ¿Después de que lo alimentara con todos esos pequeños detalles? El dato de que algunas de nuestras graduadas habían desaparecido, o el de las discusiones por los coches, el hecho de que todas las jóvenes en cuestión aparecieron en anuncios de Karmala… Si no me hubiera visto tentado de tomarle el pelo, de hacer la competición interesante, no habría llegado más lejos que sus estúpidos colegas.

Ahora Gurney rio.

– Hacer la competición interesante no tuvo nada que ver. Sabía que nuestro siguiente paso sería hablar con antiguas estudiantes, y todos esos hechos habrían salido a la luz de inmediato. Así que no nos dio nada que no fuéramos a conseguir nosotros mismos en un día o dos. Fue un esfuerzo patético para comprar nuestra confianza con información que no podía mantener oculta.

Al leer la expresión de Ashton-un intento congelado de aparentar ecuanimidad-se convenció de que había acertado de pleno. Pero, en ciertas ocasiones, en el control de una confrontación de ese tipo, se corría el peligro de tener demasiada razón o dar demasiado de lleno.

Las siguientes palabras le dieron la espantosa sensación de que era uno de aquellos casos.

– No tiene sentido perder más tiempo. Quiero que vean algo. Quiero que vean cómo termina la historia.

Se levantó y con su mano libre arrastró la pesada silla a un punto cercano a la puerta abierta de la oficina, que formaba un triángulo con el gran monitor de pantalla plana en la mesa de detrás de su escritorio y el par de sillas de enfrente del escritorio, que estaban ocupadas por Gurney y Hardwick; una posición, con su espalda hacia la puerta, desde la que podía observar la pantalla y a ellos al mismo tiempo.

– No me miren-dijo Ashton, señalando al ordenador-.

Miren la pantalla. Telerrealidad. Mapleshade: episodio final . No es el final que pretendía escribir, pero en la telerrealidad hay que ser flexible. Muy bien. Estamos todos en nuestros asientos. La cámara está funcionando, la acción está en marcha, pero creo que convendría poner un poco más de luz ahí abajo. -Cogió el pequeño control remoto del bolsillo y pulsó un botón.

La nave de la capilla se hizo más brillante al encenderse los apliques de la pared. Hubo una breve interrupción en el zumbido de conversaciones cuando las chicas en los grupos de discusión miraron a su alrededor a las lámparas.

– Esto está mejor-dijo Ashton, sonriendo con satisfacción a la pantalla-. Considerando su contribución, detective, quiero estar seguro de que puede verlo todo con claridad.

«¿Qué contribución?», quería preguntar Gurney. En lugar de eso, se llevó la mano a la boca para contener un bostezo. Entonces miró su reloj.

Ashton le dedicó una mirada larga y fría.

– No les aburriré mucho más. -En su rostro apareció una sucesión de minúsculos tics-. Es usted un hombre educado, detective. Dígame: ¿conoce el significado del concepto medieval «condigno castigo»?

Curiosamente, lo conocía. De una clase de filosofía del instituto. Condigno castigo: castigo en perfecto equilibrio con la ofensa. Castigo de una naturaleza idealmente apropiada.

– Sí, lo conozco-respondió, arrancando un atisbo de sorpresa en los ojos de Ashton.

Entonces, en el borde de su campo de visión, Gurney detectó algo más, una sombra en rápido movimiento. ¿O era el borde de una prenda oscura, una manga quizá? Fuera lo que fuese, había desaparecido en el receso del rellano de la escalera, donde apenas había sitio para un hombre de pie, justo al otro lado del umbral de la oficina.

– Entonces podrá apreciar el daño que su ignorancia ha causado.

– Cuéntemelo-dijo Gurney, con una expresión de creciente interés que esperaba que ocultara (mejor que su fingido bostezo) el temor que estaba sintiendo.

– Tiene unas dotes mentales extraordinarias, detective. Un cerebro muy eficiente. Una notable calculadora de vectores y probabilidades.

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