Jason Pinter - Matar A Henry Parker

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Matar A Henry Parker: краткое содержание, описание и аннотация

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Me mudé a Nueva York hace un mes para convertirme en el mejor periodista de todos los tiempos. Para encontrar las mayores historias jamás contadas. Y ahora aquí estoy: Henry Parker, veinticuatro años, exhausto y aturdido, a punto de que una bala acabe con mi vida. No puedo huir. Huir es lo único que Amanda y yo hemos hecho las últimas setenta y dos horas. Y estoy cansado. Cansado de saber la verdad y de no poder contarla.
Hace cinco minutos creía haberlo resuelto todo. Sabía que aquellos dos hombres (el agente del FBI y el asesino a sueldo) querían matarme, pero por motivos muy distintos. Si muero esta noche, más gente morirá mañana…

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– En este mundo a veces hay que hacer lo que haga falta para progresar. Cuando era un novato me dije, «eh, ¿qué importancia tiene que me gane unos pavos matando a alguna escoria que merece morir»? La cagaste, amigo mío, y Michael me encargó que arreglara el asunto. El problema es que no te moriste, Shelton. Tu mujer murió como tenía que morir, la pobrecilla, pero tú no te diste por aludido. Volviste y mataste a todos los demás, pero a mí no me encontraste, no sé por qué. Será mi buena estrella, supongo -la mano con la que Barnes sostenía el arma se movió, la escopeta osciló levemente-. Tu mujer… Anne, se llamaba, ¿no? Era muy bonita. Fue una lástima que tuviera que morir así.

Sin previo aviso, Denton levantó la pistola y tres disparos más restallaron en la habitación. Barnes cayó hacia atrás, contra la pared, y la escopeta quedó apoyada en su rodilla. Oí que un jadeo entrecortado escapaba de su boca. Luego se quedó quieto. Yo no podía moverme, no podía respirar. Pero entonces algo encajó en mi cabeza. El rompecabezas se completó por fin.

– Usted mató a Hans Gustofson -le dije a Denton, acercándome a la luz-. Fue usted quien intentó robar el álbum.

– Me declaro culpable -dijo Denton, y levantó las manos por encima de la cabeza-. Retrocede, ¿quieres, Parker? Tengo que esperar a que llegue la policía. No puedo quedarme diez minutos de brazos cruzados junto a un cadáver, ¿sabes?

– ¿Por qué? -pregunté.

Denton suspiró, pero su cuerpo seguía pareciendo rígido y firme.

– Supongo que soy como cualquier pobre infeliz que trabaja de nueve a cinco, ¿sabes? No veía progresar mi carrera como quería -respondió. Había en sus ojos una ambición que me heló hasta los huesos. Todo vale, parecían decir. No importa qué vidas haya que destruir.

O liquidar.

– Trabajar para Michael DiForio tiene sus ventajas, pero me lo pasaba muy bien trabajando en las fuerzas del orden. El problema era que no te dan una oportunidad a no ser que resuelvas un caso importante, y yo no tenía tanta suerte como aquí nuestro amigo Joe.

– Por eso robó el álbum, para intentar hacerse el héroe.

– Ésa era una de dos posibilidades.

– Y la otra era cambiar de bando, llevárselo a Jimmy Saviano.

La sonrisa de Denton se agrandó.

– Eres un tipo inteligente, lo reconozco.

Oía que fuera del edificio se abrían y se cerraban varias puertas. Pasos sobre el pavimento. Me volví hacia la ventana, vi que una docena de policías uniformados se acercaba a la verja.

– Ése es mi pie para entrar en escena -dijo Denton-. Ha sido divertido, Parker, pero estoy harto de esto. Ojalá tu amigo Barnes te hubiera pegado un tiro, pero con el jaleo que has armado la policía de Nueva York no hará preguntas. Si no fueras tan persistente, nada de esto habría pasado. Ahora lo único que tengo que hacer es encontrar a la señorita Davies. Supongo que es ella quien tiene el álbum, ¿no? Seguro que no será difícil encontrarla, ni persuadirla.

El odio bullía dentro de mí cuando me acerqué a él.

– Tócala con la punta de un solo dedo y te juro que morirás. Volveré de la puta tumba, si es necesario.

Denton pareció pensárselo.

– ¿Sabes?, veamos si es verdad.

Un fogonazo salió del cañón del arma; luego oí un ruido ensordecedor y una intensa punzada de dolor me atravesó el pecho. El impacto me hizo caer al suelo. Una quemazón me corroía el torso como agua ardiendo. Grité, intenté respirar. Tenía la sensación de sostener ciento ochenta kilos sobre el pecho. El aire escapaba de mis pulmones. Miré hacia arriba. Respiraba agitadamente. Vi que Denton se acercaba.

– Es una pena, Parker. Seguramente habrías sido un buen periodista -la pistola estaba a menos de medio metro de mi cara. Cerré los ojos, esperé a que el mundo se acabara.

– ¡No!

El grito procedía de la puerta. Era Amanda, y sujetaba con fuerza el álbum. Denton se volvió y le apuntó con la pistola, y ella volvió a gritar.

Reuní la poca energía que me quedaba, el odio se impuso al dolor y me lancé hacia Denton, golpeándole en la espalda con el hombro. Cayó hacia delante, aterrizó en el suelo.

La pistola volvió a disparar, salieron chispas de la pared. No sentía mi brazo izquierdo, pero con la mano derecha agarré el brazo con el que Denton sostenía el arma. Era más fuerte que él, pero el disparo me había debilitado. Levanté el puño y lo estrellé contra su cara. Una vez. Y otra, más fuerte. Oí un chasquido cuando su nariz se rompió. Manó la sangre. Volví a golpearlo. Me manché la mano de sangre. No sentía nada.

Denton gemía debajo de mí. Los dos nos levantamos a duras penas. Yo seguía sujetando la pistola, me aferraba a ella con todas mis fuerzas.

Como aquella noche…

De mi pecho salía un silbido cada vez que respiraba. Denton dio un paso atrás, consiguió estabilizarse y yo me preparé, mis piernas parecían de goma, apenas podía sostenerme en pie. Pero en lugar de intentar agarrar mejor la pistola, Denton levantó la pierna. Hacia mi entrepierna.

Caí hacia atrás. Un dolor que nunca había experimentado traspasó todos los nervios de mi cuerpo. Me retorcí en el suelo, me ardía el pecho, mis energías se habían disipado por completo. Mis miembros no respondían. Levanté la mirada y vi a Denton de pie encima de mí, con una horrible sonrisa en la cara. Se limpió la sangre de la nariz rota y se rió.

– Adiós, Parker.

Su pistola trazó una línea invisible entre mis ojos.

De pronto sonó un disparo. Y luego otro. Vi salir humo del pecho de Denton. Pareció aturdido, perplejo. Unas manchas pequeñas y oscuras aparecieron bajo su camisa blanca, visibles a la luz de la luna. Otro disparo restalló en el aire y Denton cayó hacia delante. Su pistola resonó en el suelo de madera. Su cuerpo se convulsionó una sola vez y luego se quedó quieto. Miré hacia el rincón.

Barnes se había incorporado. Tenía la cara pálida, macilenta, y miraba fijamente el cuerpo caído de Leonard Denton. Parpadeó dos veces, como si tuviera mucho sueño e intentara mantenerse despierto.

Lo mismo que yo, Barnes estaba perdiendo la batalla.

– Por Anne -susurró, y cerró los ojos. Soltó la escopeta.

Un momento después, Amanda irrumpió en la habitación. Las lágrimas le corrían por las mejillas. Se arrodilló a mi lado, me abrazó la cabeza. Yo tenía sueño, me apoyé en ella, sentí que mi cuerpo flotaba lentamente a la deriva.

– Oh, Dios mío -dijo-. No te preocupes, Henry. Te pondrás bien -lágrimas ardientes caían sobre mi cara, cálidas como una mano reconfortante. Me dejé empapar por aquella sensación, dejé que mi mente vagara-. Ya ha pasado todo.

Oí pasos, miré entre la neblina y vi que una docena de policías armados entraban en la habitación. Se acercaron a mí inmediatamente. Dos hombres y una mujer se inclinaron sobre el cuerpo de Mauser. Oí una respiración rasposa cuando le pusieron una bolsa de oxígeno sobre la cara y lo subieron a una camilla. Cuando se lo llevaron, sus dedos se movían.

Supe que Denton estaba muerto por cómo lo examinaron.

Un agente con bigote se arrodilló a mi lado. Me pesaban los párpados y dejé que se cerraran. A través de la oscuridad, muy a lo lejos, oí gritar a Amanda. Luché por abrir los ojos y vi que un agente la sujetaba. Le sonreí mientras me hundía en la oscuridad.

– Barnes -dije, y mi voz sonó apenas como un eco.

– ¿Quién es Barnes? -preguntó el agente.

– En el rincón, con la escopeta. Ha matado a Denton. Nos ha salvado la vida -apenas podía hablar. Ya no tenía fuerzas. Era hora de dormir. Buenas noches, Henry.

El policía se levantó y luego volvió a agacharse.

– Ahí no hay nada, hijo. Yo sólo veo una escopeta y unos casquillos. ¿Estás seguro de que había alguien más?

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