Jason Pinter - Matar A Henry Parker

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Matar A Henry Parker: краткое содержание, описание и аннотация

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Me mudé a Nueva York hace un mes para convertirme en el mejor periodista de todos los tiempos. Para encontrar las mayores historias jamás contadas. Y ahora aquí estoy: Henry Parker, veinticuatro años, exhausto y aturdido, a punto de que una bala acabe con mi vida. No puedo huir. Huir es lo único que Amanda y yo hemos hecho las últimas setenta y dos horas. Y estoy cansado. Cansado de saber la verdad y de no poder contarla.
Hace cinco minutos creía haberlo resuelto todo. Sabía que aquellos dos hombres (el agente del FBI y el asesino a sueldo) querían matarme, pero por motivos muy distintos. Si muero esta noche, más gente morirá mañana…

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– O’Donnell. Señor O’Donnell, ese chico, Parker… -su voz se apagó.

– ¿Sí, Luis?

– Parecía un buen chico. No sabía lo que hacía. Cuando escriba su artículo, ¿podría ponerlo? ¿Que no lo odio, ni nada por el estilo?

– Claro, Luis. Considérelo hecho.

– Gracias, señor O’Donnell.

– Llámeme Jack. Adiós, Luis. Deséele a Christine de mi parte una pronta recuperación.

Colgué. Amanda juntó las manos y batió cómicamente las pestañas.

– Qué astuto, qué profesional, reportero mío -gorjeó.

Me mordí el labio. Mi cabeza funcionaba como una máquina tragaperras averiada.

– No tiene sentido -dije.

– ¿El qué?

– Lo del dinero. Cuando le he preguntado a Luis cuánto paga de alquiler, no me ha dado una respuesta clara. Y se ha puesto muy nervioso cuando he mencionado a Grady Larkin, el conserje de la finca.

– ¿Y?

– Dice que paga mil seiscientos al mes por el alquiler de ese apartamento. Es un poco caro para un guardia de seguridad.

– ¿Crees que está mintiendo?

– Mil seiscientos al mes por doce meses son… -hice el cálculo de cabeza-. Diecinueve o veinte mil dólares al año. Luis gana veintitrés mil, su mujer no trabaja y están intentando tener un hijo. Es absurdo -hice una pausa-. A no ser que…

– ¿A no ser que…? -preguntó Amanda.

– A no ser que no sepa cuánto paga.

Amanda parecía confusa.

– ¿Cómo no va a saberlo?

– Puede que otra persona pague parte del alquiler.

– ¿Crees que es posible? -preguntó.

– Puede que sí -dije-. O puede que no -volví a levantar el teléfono y marqué el número de información.

– ¿Ciudad y estado?

– Nueva York, Nueva York. Manhattan.

– ¿Qué abonado?

– Necesito el número de Grady Larkin, en el 2937 de Broadway.

– ¿Es un particular o una empresa?

– Un particular.

– Un momento, por favor -pasaron diez segundos. Veinte. Amanda se mordió las uñas; luego sonrió tímidamente y se metió la mano en el bolsillo. Por fin volvió a ponerse la operadora-. Señor, no figura ningún Grady Larkin en esa dirección.

– ¿Puede mirar sólo el nombre? Deje la dirección en blanco. Y amplíe la búsqueda a empresas.

– Un momento -pasó más tiempo. Empecé a morderme las uñas. Se me había acelerado el pulso. Amanda me dio una palmada en el brazo y me metí la mano en el bolsillo.

– ¿Señor? Sigue sin aparecer en Manhattan. ¿Quiere que pruebe en otro distrito?

– ¿Está segura? -pregunté-. ¿Cómo ha escrito el nombre? -me lo dijo. Lo había escrito bien. Era imposible. Grady Larkin vivía en aquel edificio. Yo había visto su nombre en el directorio. Incluso aparecía citado en los periódicos. Colgué el teléfono y me volví hacia Amanda.

– ¿Qué? ¿Qué pasa? -preguntó.

– El conserje de la finca. No figura en esa dirección -sabía lo que había que hacer. Dije-: Tenemos que encontrar a Grady Larkin.

Amanda parecía escéptica.

– ¿Crees que ese asunto del alquiler tiene algo que ver con John Fredrickson?

– No directamente, pero creo que es un hilo que quizá nos lleve a alguna parte. Aquí hay algo raro. Entre esto y que los Guzmán mienten sobre las drogas, está claro que Grady Larkin tiene que saber algo. Tendrá recibos de los pagos del alquiler, de las fianzas.

– Y dígame, señor Bernstein -dijo Amanda-. ¿Cómo vamos a encontrar a Grady Larkin?

Sólo había una cosa que pudiéramos hacer. Un único modo de descubrir qué estaba pasando. Un modo de intentar limpiar mi nombre antes de que nos atraparan las sombras.

– Nueva York -dije con solemnidad-. Tengo que volver a Nueva York.

Amanda esperó el chiste; luego se dio cuenta de que no lo era.

– Eso es una locura, Henry. ¿Sabes cuántos policías te están buscando? En las estaciones de autobuses y de tren habrá carteles con tu foto por todas partes. Sería como embadurnarte de sangre de vaca y meterte en un tanque lleno de tiburones.

– No tengo elección. O eso, o la cárcel, o la tumba.

– Quieres decir que no tenemos elección.

– No quiero que vengas conmigo. Me has salvado la vida. No puedo pedirte nada más.

– No tienes que pedírmelo -dijo-. Ni siquiera voy a dejar que me lo pidas. Voy contigo.

Lo dijo con tanta rotundidad que comprendí que no iba a cambiar de idea.

– Ahora mismo tenemos una ligera ventaja. Nadie sabe dónde estamos. Los tiburones están nadando en otro tanque. Pero no por mucho tiempo -saqué el mapa-. Union Station. No está lejos de aquí en taxi. Si podemos tomar un tren, saldremos hacia Nueva York antes de que descubran que no estamos en San Luis. Pero la pregunta es, cuando lleguemos a Nueva York, ¿cómo vamos a evitar tropezar con un batallón de policías?

Amanda me rodeó con el brazo y me guiñó un ojo.

– Henry, está claro que no llevas mucho tiempo viviendo en la Gran Manzana. El mejor modo de pasar desapercibido es llamar la atención.

– No te sigo.

Me agarró del brazo y me sacó de la cabina.

– Ven -dijo-. Vamos a dar un paseo. Tengo setenta dólares. Bastarán para comprar dos billetes de idea y todavía nos sobrará dinero para comprar algo especial.

Capítulo 28

Seis horas y nada. Ni rastro de Henry Parker. Ni rastro de la chica. Era como si se hubieran esfumado. Los controles de carreteras no se habían instalado lo bastante rápido. No tenían modo de saber si Parker seguía en San Luis, si había cruzado a otro estado o si estaba escondido entre los arbustos, al lado de aquella misma casa.

Tenía la cabeza atiborrada de dolor y mala conciencia, y entre todas esas cosas el agente Joseph Mauser oía la voz de Linda.

«Estás dejando que se escape. El hombre que mató a mi marido. ¿Qué se siente, agente? ¿Qué se siente al saber que a mi familia le falta uno y que no haces nada?».

Len y él estaban sentados a la mesa de la cocina de Amanda Davies. Habían conseguido localizar a Lawrence y Harriet Stein en Santorini, donde estaban de vacaciones. Les habían dicho que su hija había sido secuestrada. Iban a tomar el primer vuelo que saliera hacia Estados Unidos, pero no tenían ni idea de dónde podía estar su hija.

– ¿Quiénes son sus amigos? -había preguntado Mauser.

– Eh… no estamos seguros.

– ¿Antiguos compañeros de clase, novios, alguien con quien pueda contactar para que la ayude?

– Mi hermana, quizá -había sugerido Lawrence Stein-. O el ex marido de Harriet, quizá. Siempre me ha parecido que Barry y ella se llevaban bien.

Estaba claro que no conocían muy bien a su hija. No pudieron darles ningún nombre. No sabían el nombre de ningún amigo al que Amanda hubiera visto en el último año. Era como preguntar a un desconocido por la calle si sabía dónde podía estar Amanda Davies. Linda se habría quedado espantada. Se enorgullecía tanto de ser una buena madre que no sabía lo ineptos que podían ser algunos padres.

Habían descubierto un baúl lleno de cuadernos viejos en el cuarto de Amanda, una de las cosas más raras que Mauser había visto nunca. Estaban todos llenos de descripciones de gente con la que Amanda se cruzaba. Los estaban peinando en busca de pistas, pero había literalmente miles de nombres que buscar, y casi todas las entradas eran antiguas.

Denton estaba bebiéndose una botella de agua, daba golpecitos con el dedo sobre la mesa del comedor. La policía de San Luis llevaba toda la noche entrando y saliendo de la casa de los Stein. Seguían buscando pruebas forenses que les dieran alguna pista. Habían embolsado y etiquetado todo lo que había en el cuarto de Amanda. Joe esperaba que la pobre chica volviera a dormir en aquella cama.

– ¿Y si Parker ha conseguido pasar a otro estado? -dijo a medias para sí mismo-. Odio hacerlo, pero puede que tengamos que ampliar la búsqueda a las ciudades cercanas.

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