Jason Pinter - Matar A Henry Parker

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Matar A Henry Parker: краткое содержание, описание и аннотация

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Me mudé a Nueva York hace un mes para convertirme en el mejor periodista de todos los tiempos. Para encontrar las mayores historias jamás contadas. Y ahora aquí estoy: Henry Parker, veinticuatro años, exhausto y aturdido, a punto de que una bala acabe con mi vida. No puedo huir. Huir es lo único que Amanda y yo hemos hecho las últimas setenta y dos horas. Y estoy cansado. Cansado de saber la verdad y de no poder contarla.
Hace cinco minutos creía haberlo resuelto todo. Sabía que aquellos dos hombres (el agente del FBI y el asesino a sueldo) querían matarme, pero por motivos muy distintos. Si muero esta noche, más gente morirá mañana…

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– No, pero me halaga que consideres que mi criterio está al mismo nivel que el suyo. Sé mucho de policías y te aseguro que te haré un favor si te mato rápidamente.

– ¿Henry? -era Amanda. Me miraba fijamente mientras decía por primera vez mi verdadero nombre.

– ¿Sí?

– Dáselo.

¿De qué estaba hablando? Ella sabía mejor que nadie que yo no llevaba nada encima.

– Amanda, no sé…

– Henry, no quiero morir. Ve a buscarlo. Trae el paquete. Dale lo que quiere.

– Exacto, Henry -dijo el hombre-. Ve a buscarlo.

Amanda dijo:

– Me dijiste que lo pusiera en la mesilla cuando subimos, ¿te acuerdas? Dáselo.

– ¿En la mesilla? Amanda, no sé de qué me hablas.

El hombre empujó a Amanda y dio un paso hacia mí. Se inclinó hacia delante.

– Parker, quiero que te acerques a la mesilla y me lo des. Tienes cinco segundos. Si al acabar esos cincos segundos no lo tengo, la sangre de Amanda manchará tus manos.

– Amanda, yo…

– Uno.

– Pero…

– Dos.

– Tráelo, Henry -gimió Amanda.

– Tres.

De pronto me acordé. Sabía lo que había en la mesilla de noche. Tragué saliva y asentí.

– Para. Voy a buscarlo.

Dio un paso atrás y el hombre se acercó. La mesilla de noche de Amanda era pequeña, de madera de balsa, con un cajón. Fuera lo que fuera lo que buscaba aquel tipo, no podía ser más grande que un tablero de ajedrez. Coloqué el cuerpo de tal modo que no pudiera verme las manos, entreabrí el cajón y metí la mano dentro. Toqué papeles y monedas. El envoltorio de un condón. Entonces lo noté. Un cilindro fino, seguramente del tamaño de una barra de labios. Gas lacrimógeno. Amanda no bromeaba cuando dijo que lo guardaba en la mesilla de noche. Apoyé el dedo sobre el pequeño botón. Veía sus sombras justo por encima de mi hombro derecho. Sólo tenía una oportunidad; si no, estábamos los dos muertos.

– Amanda -dije moviéndome ligeramente hacia la derecha-, aquí está.

Vi que él aflojaba un poco el brazo.

En ese momento Amanda agachó la cabeza y agarró la pistola. Yo me volví bruscamente y bajé el botón. Un chorro de líquido transparente roció la cara del hombre. Soltó un grito y dio un paso atrás. El olor me revolvió el estómago. Agarré a Amanda del brazo.

– ¡Corre!

Corrimos hacia la puerta. Yo agarraba con fuerza a Amanda por la muñeca. Pero de pronto sentí que tiraban de mí hacia atrás. Amanda chilló. El hombre la había agarrado del pelo y tiraba de él como de una correa.

Tenía los ojos enrojecidos. La nariz le goteaba. Sorbía, pero aparte de eso parecía impertérrito. Se limpió suavemente los ojos con la manga, con cuidado de que el gas no penetrara más adentro.

– Dios -susurré.

Volvió a levantar la pistola. Amanda se retorcía violentamente, intentando soltarse.

– Parker -dijo él con rostro inexpresivo, los ojos inyectados en sangre. Su frialdad resultaba aterradora-. Creo que me han rociado con gas lacrimógeno treinta o cuarenta veces. La verdad es que no escuece tanto cuando te acostumbras.

Tiré del brazo de Amanda, pero él la sujetó con fuerza.

– Por favor -gimió ella. Él pareció quedarse pensando un segundo.

– ¿Por dónde iba? Ah, sí. Acababa de contar hasta cuatro.

Apuntó a Amanda a la cabeza. A mí no me quedaban más ases en la manga. El cuerpo de Amanda estaba entre nosotros como una barrera. Yo no sabía qué había en aquel paquete, así que no podía improvisar. No había más opciones. No había más tiempo.

«Por favor, que esto no pase. Lo siento, Amanda, no quería involucrarte. No sé qué hacer. No…».

De pronto se oyó un estruendo en la planta de abajo, un ruido de madera rompiéndose. Amanda gritó. Una expresión de sorpresa se grabó en la cara del desconocido. Entonces oí pasos abajo. Pasos de más de una persona.

– ¿Quién coño es? -preguntó el hombre-. ¿Quién coño hay aquí?

Subían por la escalera. Yo miraba a un lado y a otro, buscando una salida. De pronto dos hombres irrumpieron en la habitación. Uno era grueso, mayor. El otro era delgado y más joven. No podía ser. Eran los mismos policías que me habían perseguido esa mañana. ¿Cómo habían descubierto dónde estábamos?

El mayor me miró con odio. El corazón me latía a mil por hora. Entonces él vio a Amanda. Miró al hombre de la pistola, cuyo cañón se apoyaba firmemente contra su cabeza.

– ¿Qué demonios está pasando? -dijo.

– Dios -dijo el más joven. Miraba fijamente al de la pistola, abría y cerraba la boca como un pez moribundo. Miraba al hombre de negro como yo los miraba a ellos. Como si lo hubiera visto antes-. No puede ser.

– ¿Amanda Davies? -preguntó el mayor. Parecía hacer esfuerzos por conservar la calma mientras apuntaba al espacio que había entre el asesino y yo.

Amanda asintió con la cabeza, dejó escapar un gemido.

– FBI. Agente Mauser, éste es el agente Denton. Ahora está a salvo.

Ella no parecía muy convencida. Denton, el que no se había presentado, dio un paso adelante. Me miró con los dientes apretados, luego se volvió hacia el pistolero.

– Baja la pistola. Inmediatamente -le tembló la voz, le tembló la pistola al apuntar al asesino, parecía no creer que la pistola pudiera hacer más daño que una cerbatana. Como si aquel hombre fuera invencible.

Mauser continuó.

– Henry Parker, queda usted detenido por el asesinato de John Fredrickson. Todo lo que diga me importa un carajo. Muévase y lo mato.

Giré la cabeza. Tres pistolas se movieron. Los tres me querían muerto.

– Suelta la pistola, gilipollas -dijo Denton, señalando al hombre de negro. Mauser me apuntaba a mí, pero lentamente se volvió hacia el desconocido. Miré a Amanda. Ella se retorció violentamente y logró desasirse. El hombre de negro no pareció notarlo.

Los ojos de Denton brillaron un momento. Luego, sin previo aviso, apretó el gatillo y una detonación retumbó en la habitación. El hombre de negro se volvió bruscamente y aulló, llevándose las manos al pecho.

– ¡Joder! -gritó Mauser, y entonces se desató el caos. El desconocido se lanzó hacia delante, nos apartó a Amanda y a mí de un empujón y tiró al suelo a los dos agentes. Mauser se golpeó la cabeza contra el picaporte con un ruido seco. Denton se estrelló contra el armario y se desplomó. Una pistola cayó al suelo al tiempo que el hombre salía corriendo al pasillo y se precipitaba escaleras abajo, agarrándose el brazo. Su sangre manchó la pared. Los dos agentes estaban aturdidos. Aquélla era nuestra única oportunidad. Era reaccionar o morir. Agarré a Amanda del brazo y tiré de ella.

– ¡Vamos!

Corrimos escaleras abajo, salimos por la puerta delantera a la noche gélida.

«No hay tiempo para pensar. ¡Huye!».

No se veía al hombre de negro. Yo todavía olía el rastro del gas lacrimógeno, el olor de algo que se quemaba. Entonces Amanda me tiró del brazo.

– Por aquí.

Me llevó por un lado de la casa, pasamos junto a un cobertizo y una trampilla cerrada. Nos abrimos paso entre una hilera de árboles del jardín trasero. Las ramas me arañaron la piel. La adrenalina fluía por mis venas como impulsada por una bomba de gasolina sin válvula de seguridad. No sabía si tiraba de Amanda o si era ella quien tiraba de mí, pero enseguida nos encontramos corriendo por una carretera mal iluminada, el cielo negro sobre nosotros, los árboles de un verde neblinoso.

Aflojamos el paso al acercarnos a un cruce de cuatro calles. Me dolía el pecho, la sangre me golpeaba las sienes. Había pocos coches en la carretera. Estábamos a la intemperie, protegidos sólo por la oscuridad de la noche. En alguna parte, en la penumbra, había tres hombres que querían matarme. Sólo pasaría un momento antes de que alguno de ellos nos encontrara.

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