La siguiente referencia apareció el 4 de diciembre con el siguiente titular:
TRAFICANTES DE DROGAS, TRES
NUEVOS ARRESTOS
«Tres miembros de una organización criminal, dedicada a la distribución de droga, fueron arrestados a última hora de la noche de ayer, en un café, cerca de la Porte d'Orléans. Los agentes, al entrar en el café para practicar los arrestos, se vieron obligados a disparar contra uno de los hombres, que iba armado y que resultó herido de poca consideración; el individuo había intentado escapar desesperadamente. Los dos hombres restantes, uno de ellos extranjero, no han ofrecido resistencia.
Se eleva ya a cinco el número de integrantes de la banda que se encuentran detenidos.
Se cree que los tres individuos detenidos anoche también formaban parte de la banda que integraban el hombre y la mujer arrestados en el barrio de Alésia, la semana pasada.
La policía estima que aún se producirán más detenciones, ya que la Brigada Superior de Estupefacientes tiene en su poder pruebas que comprometen a los actuales organizadores de esta pandilla.
El señor Auguste Lafon, director de la Brigada, ha declarado: "Tuvimos conocimiento de la existencia de esta banda hace algún tiempo y hemos llevado a cabo laboriosas investigaciones para determinar sus actividades. Pudimos haber realizado con anterioridad otras detenciones, pero no lo creímos prudente. Perseguíamos a los jefes, a los criminales más destacados. Sin sus jefes y sin la fuente de suministro, el ejército de pequeños traficantes que infestan las calles de París se verá incapaz de sacar adelante su nefasto negocio. Nos proponemos desarticular a esta banda e, incluso, a otras similares."»
Además, el 11 de diciembre, el periódico publicaba otra noticia:
UNA BANDA DE TRAFICANTES
DE DROGAS
HA SIDO DESARTICULADA
«Los hemos cogido a todos», dice Lafon
EL CONSEJO DE LOS SIETE
«Seis hombres y una mujer se encuentran detenidos como resultado de la operación organizada por monsieur Lafon, director de la Brigada Superior de Estupefacientes, contra una conocida banda extranjera de traficantes de droga, que actuaba en París y en Marsella.
La operación había comenzado dos semanas atrás, con el arresto de una mujer y un hombre, cómplices ambos, en el barrio de Alésia. Alcanzó su punto álgido ayer, con el arresto, en Marsella, de dos hombres que, al parecer, son los dos miembros restantes del Consejo de los Siete, responsable de la organización de esta banda criminal y de su tráfico.
A petición de la policía, no mencionamos los nombres de las personas arrestadas, con el fin de no poner en guardia a los demás implicados. Ahora, esa prohibición ya ha sido retirada.
La mujer, Lydia Prokofievna, de origen ruso, llegó a Francia, según se cree, desde Turquía, con pasaporte Nansen, expedido en 1924. En el mundo del hampa se la conoce con el sobrenombre de La Gran Duquesa. El hombre detenido con ella se llama Manus Visser, y como socio de la Prokofievna, es conocido con el apodo de El Señor Duque.
Los nombres de los otros cinco individuos detenidos son: Luis Galindo, súbdito mexicano nacionalizado francés, internado en la actualidad en un hospital con una herida de bala en el muslo; Jean-Baptiste Lenôtre, francés, vecino de Burdeos; Jacob Werner, belga, que fue detenido juntamente con Galindo; Pierre Lamare o Jo-jo , nizardo, y Frederik Petersen, súbdito danés, que fueron arrestados en Marsella. En unas declaraciones hechas anoche a la prensa, monsieur Lafon dijo: "Los hemos cogido ya a todos; la banda ha sido desarticulada; hemos decapitado a la organización que ha quedado, pues, sin su cerebro. El cuerpo morirá de una muerte rápida: todo ha terminado."
Lamare y Petersen serán interrogados hoy por el juez instructor. Se espera que se celebre un juicio común de todos estos detenidos.»
En Inglaterra, pensaba Latimer, monsieur Lafon se hubiera encontrado en un serio apuro. De acuerdo con lo publicado por el periódico, parecía ocioso celebrar un juicio, ya que la policía y la prensa ya habían pronunciado su propio veredicto.
Pero, por esos años, el acusado era siempre culpable a los ojos de los jueces. De hecho, el que se les concediera un juicio no servía de otra cosa que para preguntarles si tenían algo que alegar antes de oír la sentencia.
Al parecer, con el arresto del Consejo de los Siete el interés por ese caso había desaparecido. La Gran Duquesa había sido enviada a Niza para ser juzgada allí por un fraude cometido tres años antes; tal vez eso explicara el silencio que siguió. El resto de los procesados fueron juzgados rápidamente. Todos ellos fueron declarados culpables. A Galindo, Lenôtre y Werner se les condenó a pagar una multa de cinco mil francos y a tres meses de cárcel; Lamare, Petersen y Visser, a sendas multas de dos mil francos y a un mes de prisión.
Latimer se quedó perplejo ante lo atenuado de aquellas sentencias. Lafon se había sentido ultrajado, pero sin asombrarse en lo más mínimo había hecho tronar en público su indignación: «De no haber sido por un código de leyes anacrónicas y ridículas, aquellos seis hombres tendrían que haber sido condenados a cadena perpetua».
El periódico no mencionaba que la policía no había dado con el paradero de Dimitrios. No era nada extraño. La policía, sin duda, no se había sentido inclinada a comunicar a la prensa que las detenciones se habían podido llevar a cabo sólo gracias a una concisa información, generosamente proporcionada por algún anónimo bien intencionado, del que se sospechaba que debía ser el jefe de la banda.
No obstante, Latimer se enojó al comprobar que él sabía más sobre el caso que el propio periódico al que había acudido en busca de esclarecimiento.
Estaba a punto de cerrar, disgustado, la carpeta del archivo, cuando advirtió una ilustración. Era una borrosa reproducción de una fotografía de tres de los detenidos, dirigiéndose a la sala de audiencias acompañados por tres detectives a cuyas muñecas habían sido esposados. Los tres acusados habían vuelto sus cabezas, para que la cámara no captara sus rostros, pero debido a que iban esposados no lo lograron del todo.
Latimer abandonó las oficinas de la hemeroteca en un estado de ánimo mejor que aquel con que había entrado.
En su hotel le esperaba un mensaje. A menos que enviara otro recado anulándolo, Peters le vería esa tarde a las seis en punto.
Pocos minutos después de las cinco y media llegó Peters. Su saludo fue efusivo:
– ¡Mi querido mister Latimer! Cómo decirle lo mucho que me alegra volver a verle. Nuestro último encuentro tuvo lugar en circunstancias tan poco esperanzadoras que, casi no me atrevía a esperar… En fin, será mejor que hablemos de cosas más agradables… ¡Bien venido a París! ¿Ha tenido usted un buen viaje? Tiene buen aspecto. Dígame, ¿qué le ha parecido Grodek? Me ha escrito para contarme lo encantador y simpático que ha sido el encuentro entre ambos. Es una persona estupenda, Grodek, ¿verdad?¡Y esos gatos que tiene! El los adora.
– Me ha servido de mucho la conversación con Grodek. Siéntese, por favor.
– Sabía que sería así.
Para Latimer la sonrisa dulzona de Peters valía tanto como el saludo de un antiguo y detestado conocido.
– También se ha mostrado algo misterioso: me ha rogado de modo muy especial para que viniera a París a verle a usted.
– ¿De veras?-Peters parecía contrariado: su sonrisa se había marchitado en parte-. ¿Y qué otra cosa le ha dicho Grodek, mister Latimer?
– Me ha dicho que usted se ha comportado como una persona muy inteligente. Al parecer ha encontrado divertida alguna de las cosas que le he dicho sobre usted.
Peters se sentó en la cama, con cautela. Su sonrisa había desaparecido.
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