– ¿Se la vendió a un hombre al que llaman Mayor?
– El Mayor Copley -confirmó Devers-. Él sólo es el supervisor del grupo que la compró -se echó un poco más de whisky.
Devers languidecía y se encorvaba cada vez más sobre el taburete. Ya no volvió a mirarme directamente y se limitaba a echarme ojeadas a través del espejo con los ojos entrecerrados. Finalmente, el barman dijo:
– ¿No es hora de irse a casa, Josey?
– Casa -farfulló Devers.
– ¿Dónde está Jimmy Fairleigh? -preguntó el barman.
– ¡Eh Jimmy! -gritó uno de los parroquianos, y un puñado de ellos comenzó a reír y gritar-. ¡Jimmy! ¡Eh, Jimmy Fairleigh!
Apareció un hombrecillo con una gorra de tela y un ceñido y diminuto traje con una chaqueta que cubría su enorme trasero. Era un enano, con una enorme cabeza y feo rostro en el que se combinaba una curiosa mezcla de vejez y juventud. Se puso delante de Devers y dijo:
– ¡Hora de irnos a casa, señor Devers!
Devers se deslizó de su asiento y, apoyándose en el hombrecillo y pisando con cuidado, como si atravesase terreno inestable, se dirigió a la salida y desapareció.
– ¿Hace eso todas las noches? -pregunté al barman, el cual estaba limpiando con un trapo la zona de la barra en la que Devers había estado sentado.
– Todas las noches excepto los domingos -contestó.
– No debe de estar en muy buenas condiciones por la mañana -dije.
– En absoluto, mañana por la mañana estará como un clavo sentado frente a su escritorio, con la frente bien alta -respondió el barman.
Trabajo: Uno de los procesos mediante el cual A adquiere bienes para B.
– El Diccionario del Diablo-
Estaba sentado en la cama con el camisón cuando oí que llamaban a la puerta, y mientras me acercaba para abrir volví a oír que llamaban una segunda vez más imperiosamente. Cuando abrí, un hombre entró en el cuarto empujándome y jadeando como si acabara de subir las escaleras corriendo. Era el caballero que el vigilante había llamado «Mayor» en la Consolidated-Ohio. Mayor Copley.
Se volvió para mirarme, y en esta ocasión me habló dirigiéndose a mí. Me sentía en desventaja con mis zapatillas y camisón. La llama de la lámpara de gas siseó.
Le pregunté qué deseaba.
– ¡Usted es un soplón periodista, señor!
Al registrarme en el hotel había dado el nombre del Hornet como empresa para la que trabajaba.
– ¡Merodeando por todos lados, hurgando y fisgoneando!
– A eso me dedico, sí -dije.
Cruzó los brazos. Llevaba una camisa de franela azul abrochada hasta el cuello bajo una chaqueta negra. Era un hombre de ancho pecho y poderoso físico, de más de un metro ochenta de estatura, con botas negras.
– ¡Conozco a los de su calaña! Siempre olfateando y hurgando entre vómitos gatunos. ¡Espiando para el Inglés!
¿Inglés?
Le dije que simplemente estaba interesado en la mina de Jota de Picas.
Rechinó los dientes mirándome.
– Este yacimiento fue emponzoñado por espías y mentiras y tejemanejes. Espías y soplones. ¡Estoy harto de todo ello!
– Yo no tengo intención de espiarle, Mayor.
En ese momento sacó del bolsillo de su abrigo una pistola de cañón corto chapada en níquel y me apuntó con ella a la frente, guiñando un ojo a través del cañón.
– ¿Y qué piensa de esto, señor Soplón Periodista?
Es curioso cómo uno se siente con ventaja cuando es el otro quien saca el arma.
– No gran cosa -dije yo.
Sostuvo la pequeña pistola apuntándome a la frente, agitándola y mostrándome sus dientes inferiores.
– ¡Hay pozos mineros abandonados bajo nuestros pies, señor! -dijo-. ¡Hombres muertos los habitan!
Se guardó la pistola y salió disparado de la habitación.
Y entonces desapareció cerrando la puerta de un portazo.
Por la noche se levantó el viento. Las cortinas se abombaban hacia el interior de la habitación como fantasmas colgando del marco de la ventana. Oí un golpeteo de bidones metálicos chocando entre sí y tamborileo de cristales de ventanas. Había estado escribiendo algunas notas para Bierce. Uno de los Picas, Albert Gorton, había sido asesinado «a porrazos», como había informado el remitente de la carta; otro era llamado Macomber, y aún había otro más sin identificar. Uno de ellos debía de haber escrito la carta para Bierce. Los administradores de Lady Caroline habían vendido sus participaciones de la Consolidated-Ohio un año o dieciocho meses antes. Devers la había llamado afectuosamente, o quizás con algo más que afecto… el Ángel de los Mineros. Sin embargo, ese afecto no parecía incluir a Nat McNair.
El Mayor temía que yo pudiera estar espiándole. ¿Espiando qué? ¿Y qué tenía que ver el «Inglés» con todo esto?
¿Y qué tenía que ver todo esto con los asesinatos de dos prostitutas de Morton Street y de la viuda del juez en San Francisco?
Mi camarero durante el desayuno era el enano, Jimmy Fairleigh. El viento soplaba por las calles con fuertes ráfagas de polvo que golpeaban las ventanas del hotel como si fuera granizo. Algunos hombres entraban maldiciendo y sacudiéndose los sombreros contra los pantalones. Imaginé que Devers no llegaría muy pronto a su oficina, así que me tomé mi tiempo para desayunar. Jimmy Fairleigh recogió la mesa y me trajo más café. Su enorme y pesada cara era desproporcionada con relación a su cuerpo, y ahora pude ver que parecía más viejo que joven. Se refirió al viento que azotaba como el «Zafiro de Washoe».
Antes de que se marchara le dije:
– No creo que el señor Devers llegue pronto a su oficina esta mañana.
– Seguro que ya está allí -dijo él-. Siempre llega pronto, con lluvia o con sol. En B Street.
– Estoy interesado en hablar con cualquiera que conociese a Caroline LaPlante -dije.
Recogió los platos y los apiló sobre su brazo como si no me hubiera oído.
El Zafiro barría B Street. Algunos papeles revoloteaban en el aire como si fueran gaviotas, y una lata vacía de fruta en almíbar rodaba y repiqueteaba contra el suelo. Un perro marrón luchaba contra el viento, avanzando en diagonal. Me levanté el cuello del abrigo y me sujeté el sombrero con una mano. El viento resultaba un argumentó más convincente para abandonar Virginia City que las amenazas del Mayor Copley.
Se podía ver a Devers a través de una ventana con un letrero de Virginia Centinel pintado sobre ella. Llevaba una visera verde y estaba sentado frente a un escritorio de tapa abatible con una mejilla apoyada en una mano. Levantó la vista sin mucho entusiasmo cuando entré y cerré la puerta empujándola contra el viento.
– ¿Sopla así el viento con mucha frecuencia?
– Soplará así durante un tiempo -dijo asintiendo-. Luego aumentará y soplará incluso más fuerte durante un rato.
Señaló una silla. Tenía un aspecto aún más enfermizo que el que percibí la noche anterior en la penumbra del salón.
Le conté la visita que había recibido del Mayor Copley durante la noche.
– ¡Ah!
– Se puso a despotricar sobre espías y soplones.
Devers mantuvo los ojos clavados en uno de los casilleros de su escritorio.
– Se pusieron bastante nerviosos al sospechar que estaban siendo espiados allí en la Con-Ohio.
– ¿Qué ocurrió?
– Hubo cierto revuelo sobre que habían sido espiados, pero no se hizo público.
– ¿Y qué significa «Inglés»?
– Bueno, se refiere al juego de manos inglés.
– ¿Qué es eso?
– El método con el que se operaba era el siguiente; cuando el rendimiento de la mina se quedaba estancado en valores bajos, se anunciaba que una perforación había dado con una veta de mineral. Lo hacían parecer una bonanza. Entonces se producía un incremento del valor y la vendían a mejor precio. Pero cuando se procedía con los túneles para la extracción no había nada en realidad. Habían añadido fraudulentamente mineral para simular un repunte de la riqueza del mineral. El Mayor Copley recibió muchas críticas, pero fue engañado como todos los demás, por lo que he podido averiguar.
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