James Patterson - Bikini
Здесь есть возможность читать онлайн «James Patterson - Bikini» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Bikini
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Bikini: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Bikini»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Bikini — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Bikini», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
»Bien, no habíamos encontrado ninguna mochila roja, y hubo muchas bromas sobre el descaro de Carrie Willis, que le reclamaba a la policía dinero obtenido con las drogas. Pero la novia de Robby era convincente. Carrie no sabía que Robby era traficante. Sólo sabía que él estaba por comprar un terreno a orillas de un arroyo y el pago total por la propiedad, cien mil dólares, estaba en esa mochila porque él iba a ver al agente para cerrar el trato. Ella misma había puesto el dinero en la mochila. Su versión era coherente.
– Entonces le preguntó a su compañero por la mochila -dedujo Barbara.
– En efecto. Le pregunté, y él me respondió que no había visto ninguna mochila, ni roja ni verde ni de ningún color.
»Ante mi insistencia, fuimos al aparcamiento de vehículos incautados y registramos el coche a fondo, sin resultado. Luego fuimos a plena luz del día hasta el bosque donde se había producido el accidente y peinamos minuciosamente la zona. Al menos, yo lo hice. Me pareció que Dennis sólo movía ramas y pateaba hojarasca. Fue entonces cuando recordé aquella expresión furtiva que le había visto la noche del accidente.
«Aquella noche tuve una larga y seria charla conmigo mismo. Al día siguiente fui a ver a mi teniente para una conversación extraoficial. Le dije lo que sospechaba, que cien mil dólares en efectivo se habían hecho humo sin que nadie lo informara.
– No tenía opción -dijo Levon.
– Dennis Carbone era un sujeto agresivo, y yo sabía que procuraría vengarse si se enteraba de que yo había hablado con el teniente, pero corrí el riesgo. Al día siguiente Asuntos Internos estaba en el vestuario. Adivinen qué encontraron en mi taquilla.
– Una mochila roja -respondió Levon.
Bingo.
– Mochila roja, cinta reflectora plateada, documentos bancarios, heroína y diez mil dólares en efectivo.
– ¡Santo cielo! -exclamó Barbara.
– Me dieron a elegir: o renunciaba o me enjuiciarían. Yo sabía que no podía ganar en los tribunales. Sería mi palabra contra la suya. Y las pruebas, al menos una parte de ellas, habían aparecido en mi taquilla. Para rematarlo, sospeché que me endilgaban ese asunto porque el teniente era cómplice de Dennis Carbone. Fue un día nefasto. Entregué mi placa, mi arma y parte de mi respeto por mí mismo. Pude haber luchado, pero no podía correr el riesgo de ir a la cárcel por algo que no había hecho.
– Es una historia muy triste, Ben -dijo Levon.
– Ya. Y usted conoce el desenlace. Me mudé a Los Ángeles. Conseguí un puesto en el Times y escribí algunos libros.
– No sea modesto -dijo Barbara, palmeándome el brazo.
– Escribir es mi trabajo, pero no es lo que soy.
– ¿Y qué cree que es?
– En este momento, procuro ser un buen reportero. Vine a Maui para cubrir la historia de su hija, y al mismo tiempo, quiero que ustedes tengan un final feliz. Quiero verlo, informar al respecto, compartir los buenos sentimientos cuando Kim regrese a salvo. Ése soy yo.
– Gracias, Ben -dijo Barbara, y Levon cabeceó a su lado.
Como decía, buena gente.
24
Ámsterdam. Las cinco y veinte de la tarde. Jan van der Heuvel estaba en su despacho del quinto piso de un edificio clásico con gablete. Mataba el tiempo mirando por encima de los árboles la embarcación turística que surcaba el canal.
La puerta se abrió y entró Mieke, una guapa veinteañera de pelo corto y oscuro, de largas piernas desnudas hasta sus pequeñas botas acordonadas, que llevaba una falda diminuta y una chaqueta ceñida. Bajó los ojos y dijo que si él no la necesitaba se tomaría el resto del día libre.
– Que te diviertas -dijo Van der Heuvel.
La acompañó hasta la puerta, echó la llave, regresó a su asiento ante el gran escritorio y miró la calle que bordeaba el canal Keizersgracht hasta ver que Mieke subía al Renault de su novio y se alejaba.
Sólo entonces prestó atención a su ordenador. Faltaban cuarenta minutos para la teleconferencia, pero quería establecer contacto temprano para grabar la conversación. Pulsó teclas hasta que se comunicó y el rostro de su amigo apareció en la pantalla.
– Horst -dijo-. Aquí estoy.
A esa misma hora, una mujer rubia y cuarentona estaba en el puente de su yate de 35 metros de eslora, anclado en el Mediterráneo, en la costa de Portofino. Era un yate de diseño exclusivo, construido con aluminio de alta tensión, con seis camarotes, una suite y un centro de videoconferencias en el bar, que se convertía fácilmente en cine.
La mujer dejó a su joven capitán y bajó hasta el camarote, donde sacó una chaqueta Versace del armario y se la puso sobre el sujetador. Cruzó la cocina, fue hasta la sala de medios y encendió el ordenador. Cuando se estableció el contacto con la línea cifrada, le sonrió a la cámara web.
– Aquí Gina Prazzi, Horst. ¿Cómo estamos hoy?
A cuatro husos horarios de distancia, en Dubai, un hombre alto y barbudo con ropa tradicional de Oriente Próximo dejó atrás la mezquita y se metió en un restaurante calle abajo. Saludó al dueño y atravesó la cocina, que olía a ajo y romero. Apartó una gruesa cortina, bajó por la escalera hasta el sótano y abrió una puerta de madera maciza que conducía a una sala privada.
En Victoria Peaks, Hong Kong, un joven químico encendió su ordenador. Tenía poco más de veinte años y un cociente intelectual superior a 170. Mientras se cargaba el software, miró más allá de la pared de cerramiento, los rascacielos cilíndricos y las torres iluminadas de Hong Kong. El cielo estaba inusitadamente despejado para esa época del año. Su mirada se deslizaba hacia la gran bahía y las luces de Kowloon cuando el ordenador emitió un pitido y él se concentró en la reunión de emergencia de la Alianza.
En Sao Paulo, el cincuentón Raphael dos Santos llegó a su casa poco después del mediodía en su nuevo deportivo Weisman GT MF 5. El coche costaba 250.000 dólares, pasaba de cero a sesenta en menos de cuatro segundos y alcanzaba un máximo de 300 kilómetros por hora. Rafi, como lo llamaban, amaba ese coche. Se detuvo en la entrada del garaje subterráneo, le arrojó las llaves a Tomas y cogió el ascensor que llevaba directamente a su apartamento.
Allí cruzó varios cientos de metros cuadrados de entarimado, dejó atrás muebles ultramodernos y entró en una oficina con vistas a la reluciente fachada del Renaissance Hotel, en Alameda Campos. Apretó un botón del escritorio y una pantalla delgada subió verticalmente por el centro. Se preguntaba cuál era el propósito de esa reunión. Algo había salido mal. Pero ¿qué? Tocó el teclado y apoyó el pulgar en la pantalla de identificación.
Rafi saludó al jefe de la Alianza en portugués.
– Horst, viejo canalla. Espero que esto se justifique. ¡Tienes toda nuestra atención!
25
En los Alpes suizos, Horst Werner estaba sentado en el sillón tapizado de su biblioteca. Brincaban llamas en el hogar y lámparas diminutas iluminaban el modelo a escala de dos metros y medio de longitud del Bismarck montado por él mismo. Había anaqueles en todas las paredes pero ninguna ventana, y detrás de los paneles de sándalo había una muralla de acero forrada con plomo de ocho centímetros de grosor.
El centro de operaciones de Horst se conectaba con el mundo mediante sofisticados circuitos de Internet que daban la sensación de que esa cámara blindada era el centro del universo.
En ese momento, los doce integrantes de la Alianza se habían conectado con la red cifrada. Todos hablaban inglés en mayor o menor grado, y sus imágenes en vivo estaban en la pantalla. Después de saludarlos, Horst pasó rápidamente al objeto de la reunión.
– Un amigo americano ha enviado a Jan una película como entretenimiento. Estoy muy interesado en vuestra reacción.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Bikini»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Bikini» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Bikini» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.