Sor Katherine Dominica había desaparecido del cottage . Repentinamente, el dolor se hizo insoportable y Colleen Galaher se sintió muy sola.
EL PAPA PIÓ XIII
Desde cierta distancia, desde la perspectiva que ofrecía la arcada dando paso al vasto aposento, Leo Cerrado Lombardi parecía sumamente austero y autoritario con su ropaje niveo y sus chales de brocado.
Cuando uno se acercaba, sin embargo, veía que el santo líder de unos setecientos millones de católicos sufría violentos temblores sentado allí en la hermética cámara de mármol y granito que ocupaba el ala oriental de la Corte de los Belvedere.
Construida a principios del siglo xix cual compañera sempiterna de la Biblioteca Vaticana, la Corte de los Belvedere era el segundo edificio más grande del Vaticano. Tan sólo la Basílica de San Pedro era mayor, más impresionante cuando se paseaba por ella para admirar sus riquezas.
Protegida por agentes de la Gendarmería pontificia, algunos de los cuales iban armados con metralletas, la planta superior, ala oriental, era la cámara fuerte, por así decirlo, para diversos documentos donde se elaboraba minuciosamente la vida secreta de la Iglesia durante el siglo xx.
Entre esos sagrados y algunas veces sacrilegos escritos figuraba la única copia del mensaje transmitido por Nuestra Señora de Fátima a tres niños portugueses, el vaticinio más importante de la Iglesia moderna.
El único gran milagro de esta Era.
Los ojos grises del Papa Pío XIII recorrieron lentamente la habitación de altas paredes, que contenía casi todos los documentos importantes de La Rota (el Tribunal eclesiástico) así como aquellos escritos donde se especificaban los acuerdos de la Iglesia concertados con fascistas y nazis, y asimismo contra ellos.
Para preservar por igual las pruebas favorables y adversas, se había equipado el aposento con un humectador muy costoso y un sistema de alarma contra el fuego no menos costoso que esparcía polvo seco en vez de agua.
Durante unos instantes, Pío XIII permaneció inmóvil con el 1 sorprendente documento sobre Fátima descansando rígidamente en las rodillas cubiertas por la blanca sotana.
La sutil iluminación del aposento se reflejaba en su pequeña coronilla.
Un pie calzado con zapatilla roja golpeaba rítmicamente el hermoso mármol de Carrara del piso.
Pío XIII deseaba releer cada una de las cartas escritas sobre Fátima antes de tomar una decisión concluyeme respecto a las vírgenes.
El Santo Padre intentaba valorar los mensajes y advertencias de hacía setenta años en función de los acontecimientos, acontecimientos predichos , que habían tenido lugar durante los últimos días.
En aquel momento, al Papa Pío le hubiera satisfecho sobremanera poder hablar con alguien que comprendiese sus sentimientos acerca de Jesucristo, acerca del Dios padre, acerca de la propia Iglesia…, alguien con una fe simple y directa, la suficiente para entender el maravilloso milagro o quizá la impía destrucción que era ahora tan inminente.
¡Si se pudiera contar la verdad sobre la virgen al fiel…, si se pudiera contar al pueblo entero todo… sobre el Juicio Final…, sobre el Niño!
¡Si mis propios consejeros quisieran escucharmel ¡Si nuestros eminentes cardenales quisieran creer las verdades sagradas sobre cuya base fue construida la Iglesia!
El Papa Pío rememoró las palabras proféticas de san Mateo, el querido Leví:
Pues así como la luminosidad viene del Este y se sumerge en el Oeste, así será la llegada del Hijo del hombre…
…Inmediatamente después de la tribulación de esos días, el sol se oscurecerá, la luna no dará su luz y las estrellas caerán de los cielos.
Con ojos llorosos de tristeza por el mundo, con obstinada esperanza y determinación, Pío XIII bajó la vista y miró el sagrado mensaje de Nuestra Señora de Fátima.
Habrá dos vírgenes que aparecerán sobre la superficie terrestre . Así se lo había dicho la Gentil Señora a los niños portugueses en octubre de 1917.
Cuando transcurran setenta años desde ahora se manifestarán los signos, y entonces todos sabrán que la hora ha llegado. Prevenios contra la astucia del Diablo.
La hora del Juicio Final estará a la vista.
LUCIA DOS SANTOS
La hermana María das Dores (María de los Dolores) no estaba segura del año, pero creía que el día prometido tanto tiempo antes se anunciaba finalmente aquí.
Durante semanas la hermana María -antiguamente Lucia dos Santos, último superviviente de los tres niños de Fátima-estaba adquiriendo una extraña energía con el vigorizante viento marino en el convento de Santa Dorotea.
Algunas veces, sor María se pasaba horas y horas rememorando aquel día de 1917. La pasmosa multitud extendiéndose sobre las colinas en la Cova de Iría, la rara sensación, como si una corriente eléctrica circulara por su cuerpo. La luz rutilante, giratoria, la luz… y la milagrosa visión como ninguna otra antes o después de aquel día vieron con ella casi cien mil personas.
Desde su solitaria ventana de media luna, la hermana María das Dores contempló una hermosa puesta de sol. La anciana sintió una extraña identificación con el cielo dorado y purpúreo, el Mediterráneo lleno de borreguitos, las rojas amapolas respirando en sus orillas.
Sor María oró en silencio para que el mundo hubiese tomado a pecho desde octubre de 1917 la hermosa advertencia de la Virgen: «El hombre ha asumido gran maldad dentro de su ser, y esa maldad le destruirá.»
EL PADRE ROSETTI
Nadie tiene derecho a pedirte esto…
No para que te condenes tú mismo a la eternidad del infierno.
Entró a duras penas en la habitación del hotel de Dublín, dejó caer ruidosamente su equipaje y no se molestó en encender las luces del techo.
Caminó hacia una ventana llena de regueros y contempló la fría y silenciosa dispersión de los transeúntes irlandeses.
Ahora estaba seguro de conocer la verdad sobre las dos vírgenes.
El era el único en conocerla, y eso tal vez fuera imprudente.
La Bestia había utilizado ingeniosos artificios, ilusiones, imitaciones. Pero el padre Rosetti había seguido los signos inequívocos en el mensaje de Fátima. Estaba seguro de haberlo hecho. Su fe no había sido nunca tan firme.
En su maletín llevaba fajos de documentos donde se revelaba toda la verdad. Antes de partir por la mañana con el padre O'Carroll, esos escritos quedarían a salvo en la caja fuerte del hotel. La verdad sobre el nacimiento virginal estaría disponible para conocimiento del mundo. La verdad sobre ambos -nacimientos.
Por última vez le pareció oír la orden susurrante de Pío XIII:
– ¡Debes encontrar a la verdadera virgen, mi estimado investigador! ¡La Iglesia necesita encontrar a la madre del niño divino !
El padre Eduardo Rosetti la había encontrado.
ANNE Y KATHLEEN
Las últimas horas entre Kathleen Beavier y Anne Feeney fueron inolvidables.
Durante largo rato ambas permanecieron silenciosas en la suite del hospital Salvator Mundi.
Ambas jóvenes estuvieron sentadas muy tranquilas junto al único ventanal de la habitación, contemplando las luces parpadeantes de Roma.
Se limitaron a unir sus manos.
Esperando que comenzaran los dolores del parto.
Kathleen necesitaba a alguien que le hiciese compañía. «¡ Anne es tan hermosa! -pensó Kathleen-, ahora comprendo por qué la eligió el cardenal Rooney entre tantas hermanas para la Archidiócesis de Boston.»
Mientras miraba la Ciudad Eterna, la adolescente sintió un pinchazo profundo en el estómago.
– ¡Uf…! ¡Ah, querida…! Ya estoy bien.
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