« ¡Vaya! -pensó Rosemary-, ¡se me conceden si acaso cuatro minutos de exposición ante las cámaras!
Mientras seguía al botones por el pasillo sombrío, un verdadero terror para cualquier claustrófobo, Mrs. Rosemary Goodman ideó su propio plan, modesto pero espontáneo. Por lo menos aprovecharía todo lo posible sus escasos e inadecuados minutos en el programa.
Como era previsible, la orquesta del estudio empezó a tocar. Esa antigua magia negra . La cegadora iluminación del escenario televisivo la afectó de verdad. Varias cámaras NBC-TV se le aproximaron.
Rosemary escuchó la amable y espectacular charla del presentador, quien estaba diciendo algo sobre California y su «psicodelia». Ella no se molestó siquiera en dar las gracias al presentador.
Por el contrario, la mujer alta de cabello castaño caminó hacia el semicírculo convergente de las azuladas cámaras televisivas.
Eligiendo una de las cámaras, Rosemary Goodman clavó la mirada en la lente y se preparó para contar su extraña y emocionante historia a toda América.
– ¡Y ahora, el show de Rosemary Goodman! -clamó humorísticamente el inefable presentador desde una larga mesa a cuyo alrededor estaban sentados sus compañeros y algunas estrellas candentes del momento.
– Queridos amigos… -Mrs. Rosemary Goodman miró fijamente a la cámara-anoche tuve otro sueño horrible.
Apenas habló, las lágrimas humedecieron los ojos de la vidente.
– El mundo, tal como lo conocemos, parece estar feneciendo. Comprendo que esto suene extraño, casi imposible, pero eso fue lo que vi. Las fuerzas de la salvación eterna se preparan para hacer frente a las temibles legiones de la destrucción y el desespero. Habrá una batalla final y horripilante en toda la faz terrestre. El bien contra el mal por última vez. Justamente ante nuestros ojos.
» Ellos nos lo contarán cuando sea demasiado tarde. Por favor, amigos míos, por favor, ¡preparad vuestras almas inmortales para el Reino de Dios!
SOBRE LOS SIGNOS DE LA VIRGEN
El nueve de octubre permanece grabado en las mentes cual una extraña secuencia lineal de acontecimientos dramáticos que a decir verdad deberían ocurrir sólo en sueños.
Realmente, lo sucedido no pudo haber tenido lugar. Así se lo repetían una vez y otra quienes estuvieron presentes allí.
Nunca se dará una explicación racional y satisfactoria a varios de los peculiares acontecimientos de aquel día.
Todo pareció fluir hacia un foco único…, todo fue contribuyendo a formar un gran interrogante, una prueba final de fe.
¿Crees en algo? Así comienza un ejercicio ritual practicado en los retiros de la Orden trapense.
¿Has creído alguna vez? ¿Recuerdas esa sensación?
¿En Dios?
¿En la ausencia de Dios?
¿En el Mal?
¿En nada de nada?
¿Cuáles son de verdad tas creencias en este mismo momento?
KATHLEEN
La mañana siguiente al incidente del guardacostas en Sachuest Point, Kathleen Beavier despertó cuando un rayo de luz solar que se había ido corriendo con lentitud por la colcha alcanzó finalmente sus ojos.
Paseando la vista por su dormitorio, ordenado con meticulosidad y parpadeando repetidas veces, la adolescente observó que su ventana estaba llena del más delicioso azul celeste.
Era uno de esos días otoñales exuberantes que sólo se dan una o dos veces al año en Nueva Inglaterra. Los arces y los robles exhibían por centenares brillantes matices de rojo y amarillo. Los olores del salino océano y de las hojas quemadas saturaban el aire…, y, sin embargo, todo ello empeoraba más si cabe su estado de ánimo. «Es como guardar cama en un día radiante», pensó.
La muchacha se sentía muy dolida, sumamente enferma y encinta. Estaba increíblemente confusa, sin esperanza. Pero Kathleen sentía, sobre todo, una profunda tristeza por la muerte de Jaime Jordán.
Abandonando el lecho de costado y con las piernas rígidas, Kathleen inició el rito matinal que había estado siguiendo durante las seis últimas semanas más o menos.
Ante todo necesitaba siempre ir al baño. Y lo necesitaba con verdadera urgencia.
Luego, se precipitaba sobre ella una verdadera avalancha de dudas y temores sobre sí misma.
Había una visión recurrente cargada de culpabilidad, que le hacía pensar eri el nacimiento de un hijo deforme. Otra fantasía cruel sería la de que el niño saldría de su cuerpo y sería un horripilante monstruo. Verdaderamente, Kathleen no creía semejante cosa, no podía permitírselo, pero los pensamientos llegaban de cualquier modo…, y lo hacían con una regularidad que le horrorizaba.
Kathleen tenía también otras dudas de carácter práctico. ¿Qué haría cuando naciese el niño? ¿Cuál sería su vida, una vez llegase el niño al mundo?
Y otra pregunta más perentoria: ¿se daría cuenta cuando llegasen los dolores del parto? El interrogante dramático y omnipresente de toda mujer cuando va a ser madre por primera vez.
Al recordar ese alarmante tema, Kathleen decidió revisar las señales básicas que le enseñara el doctor. Desprendimiento del lampón de la mucosa, lo que ella notaría supuestamente. Un intenso calambre uterino alrededor del centro de la pelvis más o menos. Romper aguas tan pronto como se desgarre la membrana entre la cabeza del bebé y la abertura cervicovesical…
Desgarre…
Eso sonaba muy desagradable e inquietante, aunque el doctor Armstrong dijera que no era demasiado doloroso.
Sea como fuere, ninguno de los síntomas antedichos parecía anunciarse aquella mañana. Toquemos madera. Cualquier truco era bueno para neutralizar sus verdaderas emociones.
Algo más animada, Kathleen comenzó la laboriosa tarea de vestir un cuerpo que se había hecho súbitamente muy delicado y sensitivo.
Yo no quiero siquiera tener el bebé . Kathleen reanudó sus cavilaciones. ¡Yo no quiero contarles a ellos todo lo ocurrido la noche del veintitrés de enero!
Aunque , ¿quién creería la, verdad? Kathleen se sumió en sus pensamientos y se entristeció cada vez más.
Los suaves ojos azules de Kathleen lanzaron una mirada furtiva cuando el parqué de pino dejó oír un súbito crujido al otro lado de la habitación.
– ¡Ah, querida! -exclamó llevándose una mano al pecho-, ¡Buen susto me ha dado usted! He de encontrar algún medio para tranquilizarme después de lo de anoche. ¡Puf! Hola.
Kathleen miró sonriente a los oscuros ojos verdes del ama de llaves, Mrs. Walsh.
Sin embargo, desvió la mirada al instante. Fingió estar buscando las medias de lana, pero realmente temía que sus ojos traicionaran su pensamiento, es decir, que Mrs. Walsh había estado actuando de una forma extraña a su alrededor durante las dos últimas semanas. ¿Vendría el ama de llaves a hablarle sobre eso? ¿Quizás una explicación?
La parte superior de la casa estaba demasiado tranquila y silenciosa aquella mañana. «Esto hace aún más violenta la situación entre nosotras dos», pensó Kathleen.
La chica miró debajo de la cama y sacó unas botas de esquí color siena.
Empezó a ponerse una gruesa media de lana. «Dios, cuánto deseo verme libre de esto», pensó Kathleen.
– Desapareceré de su vista en un minuto -dijo -. Dos segundos.
«En realidad, Mrs. Walsh no me ha hablado todavía», se dijo extrañada Kathleen. ¿Qué puedo haberle hecho, Dios mío?
Por último, Kathleen levantó la vista y miró a la mujer mayor.
La media de lana tembló en su mano y se le cayó.
Mrs. Walsh empuñaba un atroz cuchillo de doble filo. Un cuchillo que utilizaban en la cocina para destripar peces y hacerlos filetes.
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