– Ah, un hipnótico.
– ¿Cómo?
– Sí, el Ambien está clasificado como droga hipnótica. A diferencia de los antiguos somníferos, que te tumban, el Ambien te relaja, pero uno tiene que dejarse llevar, tumbarse, cerrar los ojos, creer que se dormirá.
– Pero no consumas Ambien si no cuentas con siete u ocho horas por delante o terminarás con lo que se llama «amnesia del viajero».
– ¿Qué es eso?
– Es lo que les ocurre a los que toman píldoras para dormir cuando viajan en avión y tienen que despertar al cabo de pocas horas para desembarcar mientras la droga todavía está en su organismo. No es nada bueno, te lo aseguro. Estás despierto, pero al mismo tiempo dormido. -Freeman miró a Kate por encima de las gafas-. Eres más propenso a la sugestión, casi como si estuvieras hipnotizado. Y luego no te acuerdas de nada.
– Vale, no tomaré Ambien a menos que vaya a dormir toda la noche. Te lo prometo.
Freeman sonrió y se puso serio de nuevo.
– Nunca incrementes la dosis -le advirtió-. Los hipnóticos actúan con una sustancia química del cerebro conocida como GABA, un neurotransmisor, y éstos controlan la comunicación entre las células cerebrales haciendo que aumente o disminuya su actividad eléctrica.
– Suena muy complicado.
– Has de saber que los somníferos, además de suponer una ayuda para millones de personas que sufren de insomnio, pueden provocar, en caso de no estar correctamente prescritos, no sólo problemas de memoria sino alteraciones en el comportamiento.
– Tienes mi palabra, doctor -prometió Kate llevándose una mano al pecho.
Kate ya no sabía si alguna vez podría dormir.
Se quedaron callados un momento.
– Podrían haberte matado -dijo Freeman por fin, después de que la camarera les sirviera.
– No estaba pensando en mí.
– Pues igual ya te toca.
Kate levantó la taza con ambas manos y notó el calor en la cara.
– Eso no me preocupa.
– ¿El qué no te preocupa? -Los cálidos ojos azules de Freeman la miraron fijamente.
– ¿Estás intentando psicoanalizarme, doctor?
– Sólo un poco. -Casi sonrió-. Dime, ¿qué es lo que no te preocupa exactamente?
– Lo que me pase.
– A ningún psiquiatra le gusta oír eso.
– No soy tu paciente, Mitch.
– Ya lo sé, pero… -Miró un momento su cruasán y luego alzó la vista de nuevo-. Lo siento, no puedo evitarlo.
– ¿Qué quieres que diga? ¿Que siento haber seguido a Noreen Stokes? ¿Que siento que hayan matado a Andy Stokes y que Baldoni esté muerto también? Pues sí, lo siento. Siento… -Respiró hondo, haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas-. Siento haber fallado.
– ¿A quién le has fallado?
– Déjalo. Da igual.
Freeman intentó mirarla a los ojos, pero ella apartó la vista.
– Kate, no es culpa tuya que Richard muriera.
– Eso ya lo sé.
– ¿Ah, sí?
¿Lo sabía? Le parecía que habían muerto muchas personas queridas sin que ella pudiera evitarlo.
– Son cosas que pasan, Kate -insistió él-. A veces ocurren cosas terribles que no podemos dominar y…
– Pero yo sí puedo. Quiero decir que debería, que necesito…
– No, no puedes. Nadie puede controlar el destino.
El destino. Aquella palabra le resonó en la mente. ¿Acaso ése era su destino?
– Sé que intentas ayudarme, Mitch, pero por favor, déjalo. Lo único que he dicho es que no me importa lo que me pase. ¿Tan malo es?
– ¿Las tendencias suicidas? Pues sí, malísimas. Es evidente que te colocaste en una situación de peligro.
– Yo sólo buscaba respuestas.
– Sin pensar en tu propia seguridad. -La miró-. Vas a tener que tomar una decisión, ¿sabes?
– ¿Qué decisión?
Freeman le sostuvo la mirada.
– Si quieres vivir o morir.
Nada más oírlo, Kate supo la respuesta: no le importaba una cosa u otra.
– Por favor, deja de analizarme, ¿quieres?
– Muy bien. Pero ¿por qué no te ausentas una temporada? Date tiempo para sentir tu pena.
¿Pena por qué? ¿Por su fracaso? ¿Por su incapacidad para encontrar respuestas? ¿Por un marido al que posiblemente no llegó a conocer? ¿Por su muerte? ¿Por su pérdida? ¿Por qué, exactamente? Kate compuso una expresión fría.
– Pues sí, parece que tendré que irme. Supongo que podría llamarse jubilación anticipada. -Esbozó una sonrisa forzada, pero Freeman no se la devolvió.
El olor a antiséptico no conseguía enmascarar el hedor a enfermedad y desechos humanos. A través de las puertas entreabiertas se veían fugaces imágenes de los enfermos, algunos, los más afortunados, con visitas que intentaban entretenerlos, otros a solas en sus camas, esperando a alguna enfermera sobrecargada de trabajo que tal vez no llegara nunca hasta ellos.
Kate odiaba los hospitales más que ninguna otra cosa. Echó a andar deprisa por el pasillo, sin saber muy bien por qué tenía que ver a Noreen Stokes, sin imaginarse lo que iba a decirle. ¿Qué la impulsaba a hacerlo? ¿El sentimiento de culpa o sus ansias de conocer una verdad que seguía eludiéndola? Probablemente ambas cosas. Además, si aguardaba siquiera un par de horas más, le sería denegado el acceso como policía.
Tal como esperaba, había un agente en la puerta. Al fin y al cabo Noreen había sido testigo de un asesinato de la mafia.
Kate mostró su placa, agradeciendo que Brown se hubiera olvidado de pedírsela.
El agente la miró mientras ella abría la puerta.
Las cortinas estaban echadas y el fluorescente lo teñía todo de un enfermizo tono verdoso.
Noreen estaba medio incorporada en la cama, con los brazos sobre las mantas que la cubrían hasta el cuello. Tenía un gotero en el brazo. Su piel era sólo un poco más oscura que la sábana.
Volvió la cabeza sorprendida al ver a Kate y cerró los ojos, como si así pudiera hacerla desaparecer.
Kate se acercó.
– ¿Cómo estás?
Noreen no respondió, aunque los párpados le temblaron. Kate se sorprendió una vez más al ver sus capilares, ahora incluso más marcados bajo la piel traslúcida, fina como un velo.
– Lo siento -dijo.
Los ojos de Noreen se abrieron como los de una muñeca.
– ¿De verdad?
– Sí.
– Llevaste a un hombre para que matara a mi marido ¿y dices que lo sientes? -Su voz era un ronco susurro, pero cargado de odio.
– Baldoni te seguía a ti, no a mí, Noreen. -Era lo que Kate quería creer, aunque no estaba del todo segura.
– ¿Esa es tu manera de disculparte?
– Sólo quería hablar, Noreen, contigo y con Andy. Yo sólo quería algunas respuestas, necesitaba averiguar qué ha pasado.
– ¿Qué ha pasado? Te voy a decir lo que ha pasado. Tu marido condenó a muerte a Andy, y tú ayudaste a ejecutarlo.
– Eso no es verdad. No…
– ¿No querías respuestas? Pues te las voy a dar. -Noreen respiró hondo y su mano frágil, amoratada por la aguja del suero, tembló sobre la sábana-. Tu marido acumulaba deudas, unas deudas terribles. Había puesto en peligro el bufete y Andy sólo intentaba ayudar. -Respiró de nuevo. Su rostro había perdido todo el color, excepto el púrpura de las venillas que palpitaban bajo su piel casi transparente-. Baldoni le debía a Andy un favor, porque Andy había ganado el juicio de su tío, de manera que Baldoni le dio a Richard el dinero que necesitaba para que el bufete no se hundiera.
Kate la escuchaba como si hablara un idioma extranjero que ella tuviera que traducir: ¿que Richard se había endeudado tanto que había tenido que recurrir a la mafia?
– Richard prometió devolverlo todo, pero no lo hizo. Él ya sabía cuáles serían las consecuencias…
De nuevo aquella palabra: consecuencias…
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