Era una idea escalofriante que a Kate ya se le había ocurrido.
– Pero eso sólo tiene sentido si Baldoni no hubiera visto nunca a Stokes, cosa que parece poco probable si le había prestado dinero, ¿no?
Brown se quedó pensativo.
– Podría ser que Baldoni contratara a alguien para hacer el trabajo. Tal vez no quería hacerse cargo él mismo, sobre todo si había hecho negocios con Stokes. Demasiada relación entre ellos. Y luego el matón a sueldo confundió a Richard con Stokes.
¿Podía ser tan simple? La idea de que su marido hubiera sido asesinado por error era terrible y a la vez suponía un alivio. Kate quería creerlo así.
– Puesto que los de Crimen Organizado han entrado en el caso, podemos pasarles el asunto, a ver qué averiguan. Tal vez den con los matones a sueldo que Baldoni pudo emplear. Ah, y el forense ha encontrado un pelo en la camisa de Martini que no era suyo. Si resulta ser de Baldoni, podemos estar bastante seguros de que el asesino fue él.
– Me gustaría trabajar en ello. Cualquier cosa que nos lleve a la verdad…
– No hablarás en serio.
– Desde luego que sí.
– Tú estás fuera, McKinnon. No te lo puedo decir más claro.
– Oye, ya sé que la he fastidiado, pero…
– Déjalo. -Brown alzó una mano para interrumpirla-. No sé qué demonios creías que estabas haciendo. ¿Qué coño estabas pensando?
– Vale, no pensaba nada, ¿de acuerdo? Me salté unas cuantas normas, ¿y qué?
– ¿Unas cuantas? ¿Quieres que saque el manual y te lea las diez primeras?
– Oye, tenía que saber lo que estaba pasando. Pensaba que…
– No, si ya lo decías bien antes: no pensabas nada.
– Tenía que averiguar la verdad. Tenía miedo de que… -Kate se interrumpió. No quería mentirle a Floyd-. Lo hice por Richard. He hecho la promesa de que… -De pronto movió una mano frente a su rostro-. Mira, déjalo. Da igual.
– Tienes razón, da lo mismo. -Brown suavizó el tono-. Yo te entiendo, McKinnon. Si dependiera de mí, puede que te mantuviera en el caso. Pero Grange no lo permitirá de ninguna manera. Y tiene la sartén por el mango.
– Ya, para compensar que tiene la polla pequeña.
– No tiene gracia.
– No pretendía ser graciosa -le espetó Kate-. Oye, Baldoni venía hacia mí con una pistola en la mano, joder. Si llego a vacilar un segundo, me habría matado. ¿Estaría entonces más contento Grange?
– Probablemente.
– Los de Asuntos Internos han aceptado mi versión. ¿Por qué no la iba a aceptar Grange?
– Porque nadie le obliga. No es de Asuntos Internos, ni siquiera pertenece a la policía de Nueva York. Grange te tiene entre ceja y ceja. Se le ha ocurrido la peregrina idea de que le tendiste una trampa a Stokes, de que llevaste allí a Angelo Baldoni a propósito.
– ¿Y por qué iba a hacer yo eso?
– Porque Grange cree… -Vaciló-. Cree que estás intentando encubrir el asesinato de Richard.
– ¿Qué? -Kate se quedó sin aliento-. ¡Pero qué dices! Precisamente si hay alguien que quiere averiguar la verdad, que necesita saber quién mató a Richard, soy yo. ¿Por qué iba a querer encubrir el crimen?
Brown se pasó la mano por la frente.
– Es lo que harías si tuvieras algo que ver… si hubieras contratado a alguien para que matara a Richard. Y Grange piensa que…
Kate estalló en carcajadas, pero se frenó en seco.
– Un momento. Lo estás diciendo en serio.
– Es cosa de Grange. Ya conoces la primera regla en un caso de homicidio: interrogar al cónyuge. -Suspiró-. Míralo desde el punto de vista de Grange. Estás trabajando en el caso de tu marido. Encuentras una pista: el socio de Richard. Entrevistas a la mujer, obtienes una información que evidentemente no quieres contarme y…
– Eso no es verdad. Yo sólo quería…
– Déjame terminar. No llamas para pedir refuerzos. Sigues a la mujer, que te lleva hasta el marido, que puede saber algo de la muerte de Richard. Te sigue un conocido asesino a sueldo, que probablemente mató al artista que pintó el cuadro encontrado junto al cadáver de tu esposo. El matón se carga al socio de tu marido y luego tú te lo cargas a él. No queda nadie que pueda hablar. Así es como Grange lo ve: que ayudaste a eliminar a todos los que pudieran conocer la verdad sobre la muerte de Richard.
– ¡Joder! ¿Crees que no me gustaría que quedase alguien a quien interrogar?
– No importa lo que yo crea. -Brown frunció el entrecejo-. Grange mencionó también el hecho de que Richard tuviera un seguro de vida de cinco millones de dólares, lo cual no nos ayuda precisamente.
– ¿Crees que me importa el dinero? Joder, mi marido está muerto y… -Se levantó apresuradamente. No quería que Brown viera las lágrimas que se agolpaban en sus ojos-. No tengo por qué escuchar esta mierda.
Brown la retuvo por la muñeca.
– Oye, que me la estoy jugando contándote esto.
Kate se dejó caer de nuevo en la silla, asimilando de pronto las palabras de Floyd. Tenía razón. Había logrado exactamente lo contrario de lo que pretendía.
– Mira, lo bueno de todo esto es que Grange no tiene pruebas de nada. Lo único que puede hacer de momento es apartarte del caso.
– Ya, genial.
– Seguro que el tío sabe que todo eso son chorradas, pero nunca le ha gustado que estuvieras metida en esto, siendo mujer y además civil, y puesto que ya has realizado tu contribución, es decir, interpretar las pinturas del psicópata, por lo que a él respecta ya no te necesitamos. -Le apretó la mano un instante y luego volvió a frotarse las sienes-. No quiero que le proporcionemos nada más en lo que pueda hurgar, ¿de acuerdo?
Kate sacó su pastillero y puso un par de excedrinas en la mano de Brown.
– ¿Y qué pasa con nuestro pintor asesino?
– ¿Qué pasa?
– Puede que no me creas, pero estoy tan comprometida con ese caso como con el de Richard.
– Lo siento -replicó Brown tomándose las pastillas-, pero ya no.
Kate iba tan deprisa por el pasillo que las paredes de color verde grisáceo eran un puro borrón. Algunos agentes y detectives se la quedaban mirando con lástima, o eso pensó ella («Pobrecita, su marido estaba metido en la mafia y le mataron»), mientras que otros no podían disimular el gusto que les daba saber que habían jodido a la niña bien.
Las nubes omnipresentes parecían más opresivas que nunca cuando salió de la comisaría.
Consecuencias. Sabía que iba a haber consecuencias, pero no se esperaba aquello. La habían apartado del caso. Le dolía la cabeza. Necesitaba un par de excedrinas y dormir. Sí, dormir. Pero ¿cómo iba a dormir ahora que estaba jodida del todo?
Pensó en acudir de nuevo a Tapell. Pero si la jefa la respaldaba de nuevo, todo el mundo sabría que había gato encerrado. Y desde luego no quería exponer a Tapell. Era demasiado tarde.
– Kate.
Mitch Freeman le tocó el brazo y la detuvo suavemente. Kate no quería hablar con el psiquiatra ni con nadie.
– Oye… -Las comisuras de su boca se curvaron hacia arriba, esbozando casi una sonrisa antes de caer de nuevo.
– Así que ya te has enterado, ¿eh? Me han echado del caso.
Freeman asintió, apartándose el pelo de la frente.
– ¿Tienes tiempo para un café?
Kate suspiró. No quería hablar y a la vez tenía ganas de hablar durante horas.
– Por lo visto tengo todo el tiempo del mundo.
Recorrieron en silencio varias manzanas.
Entraron en un café de la Novena Avenida y se sentaron en una mesa pequeña. Freeman pidió dos cafés con leche y unos cruasanes de almendras. Aunque Kate no tenía hambre, tampoco dijo nada.
– Pareces cansada -comentó él-. ¿Duermes bien?
– No mucho. El Ambien me ayuda un poco.
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