Recorrió otra manzana, cruzó la calle Veintitrés y miró los grandes ventanales de Kempner Fine Arts, donde había comprado los grabados de Wharhol y Diebenkorn para el despacho de Richard. Justo al lado estaba el Red Cat Restaurant, donde Jimmy, el dueño, un hombre pintoresco y siempre muy atento, solía invitarles a martinis, el de Kate de vodka, el de Richard de ginebra. Apartó la vista y se volvió hacia la Décima Avenida. Allí estaba Bottino, otro de los bares que frecuentaba con Richard cuando tenían ganas de saludar a los personajes del mundo del arte que prácticamente vivían en la sala principal del establecimiento. Mierda, los fantasmas la acechaban en todas partes, trayéndole a la memoria conversaciones, platos que habían comido o vinos que habían degustado, recuerdos que le rompían el corazón.
Se le iban a saltar las lágrimas. Un minuto más y se echaría a llorar en la calle. Apresuró el paso y casi echó a correr hasta que vio el lugar: «Herbert Bloom. Galería Outsider Art.» La galería de Bloom era justo lo contrario de los amplios espacios minimalistas de las galerías de arte contemporáneo. Era una sala pequeña atestada con todo tipo de cuadros y dibujos de aspecto primitivo que, colgados en dos y tres filas, cubrían las paredes casi por completo, además de los extraños objetos hechos a mano y las chucherías que descansaban sobre pedestales, en las repisas de las ventanas, en las mesas o incluso en los zócalos.
Un hombre bajo con unas gafas enormes que le empequeñecían la cara discutía animadamente con una mujer, una típica neoyorquina entrada en años y muy arreglada. Los dos estaban inclinados sobre lo que parecía una casita tallada o hecha enteramente con trocitos irregulares de madera.
– No encontrará en el mundo un ejemplo mejor de arte vagabundo -decía Bloom, haciendo un gesto ampuloso sobre la pieza como si estuviera bendiciéndola.
– Sí, es exquisita. -La mujer se tocó ligeramente el pelo, tan meticulosamente cubierto de laca que no se movió ni un milímetro-. Me lo pensaré.
– Pues no se lo piense mucho -replicó él, quitándose aquellas gafas de montura roja que darían envidia a Elton John y mirando muy serio a su posible compradora-. El mercado del outsider art sube a cada instante.
– Sí, ya lo sé. Es que mi marido… En fin, ya le diré algo. -Y tras estas palabras salió de la galería.
A Bloom se le ensombreció el semblante. ¡Maridos! Siempre eran un problema. Pero se animó un poco al ver que Kate estaba examinando sus mercancías.
– ¿Ha visto algo que le guste?
– Muchas cosas -contestó ella-. Pero quería saber si puede decirme algo de estos cuadros -añadió, dejando las fotos de las obras del Bronx sobre la atestada mesa del galerista.
– Ah, ya. -Bloom se desanimó de nuevo-. Yo no los he vendido.
– Ya lo sé. Sólo quería oír su experta opinión.
Bloom sonrió.
– ¿Son suyos?
– Pues… sí. Los compré en la feria de outsider art del Puck Building, hace un par de años. Me gustaría ponerme en contacto con el autor y probablemente comprarle algo más, pero es que se me ha olvidado quién me los vendió, ya ve qué tonta soy.
– No, mujer. -Bloom se inclinó sobre las fotos, un poco más interesado-. Me temo que no reconozco al autor. ¿De quién ha dicho que son?
– Ése es el otro problema, que no llevan firma y no sé qué he hecho con el certificado de procedencia.
– ¿El certificado de procedencia? En el mercado alternativo no se oye mucho esa expresión. -De pronto la miró-. Un momento, ¿usted no es la de la televisión?
– Me ha pillado.
– Ya decía yo que me sonaba su cara. Creía que lo suyo era el arte refinado, el arte moderno, ¿no?
– Sí, pero también me gusta el outsider art. De hecho espero reunir una buena colección.
Bloom se relamió.
– Pues en eso sí que puedo ayudarla. Pero… -Volvió a mirar los cuadros del Bronx con sus gruesas gafas-. Me temo que esto no me suena de nada. Además, una mujer con tanto gusto como usted debería estar coleccionando obras outsider de primera, como las de Henry Darger o Martin Ramírez.
– Ya llegaremos a eso. Pero primero podría decirme algo más de estas telas. ¿Cree que son obras de un artista outsider auténtico?
– Eso parece, pero no se puede estar seguro. Hoy en día aún se sigue debatiendo el significado de outsider. ¿Es la obra de un excéntrico de ciudad, de un ermitaño recluido en el campo, o simplemente la de alguien con un serio problema mental a quien le gusta pintar? Eso es lo que ahora buscan los coleccionistas serios: a los genios chiflados de verdad -afirmó, llevándose el dedo a la sien-. En cuanto a este pintor, vamos a ver… El color es desde luego extraño y los bordes también son curiosos. ¿Qué es? ¿Algún código? ¿Sus divagaciones mentales?
– Pues la verdad es que no lo sé -contestó Kate, proponiéndose averiguarlo.
– Lástima que no sean obsesivos garabatos de niñas desnudas… o de niños. No es que para ser outsider tenga que ser una obra pervertida, pero ayuda. Ahora que lo outsider está tan buscado, todo el mundo se esfuerza por lograr ese aspecto autodidacta. ¿Sabía usted que hay artistas licenciados en Yale que pintan con los pies para que las obras parezcan «primitivas»? -añadió haciendo un signo de comillas con los dedos-. Es absurdo. Los auténticos outsider siguen sus propias reglas y no saben nada del mundo del arte ni del sistema -prosiguió en tono más serio-. Son individuos aislados culturalmente, que viven al margen de la sociedad… y que suelen estar bastante perturbados.
Sus palabras resonaron: «Siguen sus propias reglas… aislados culturalmente… al margen de la sociedad… perturbados.»
– Yo acabo de aceptar la obra de una joven… Bueno, no exactamente, es un hermafrodita que ha decidido vivir como una mujer pero se niega a operarse para quitarse los genitales masculinos. Dice que les ha tomado cariño. Por lo visto de vez en cuando le gusta metérsela en la vagina y toquetearse con ella por ahí dentro. -Bloom enarcó las cejas-. Vive en una casita de campo que le dejó su abuelo, en medio de Kentucky, y realiza unos dibujos extraordinarios con bolígrafo, de… Espere, que se los enseño. -Abrió un cajón de un archivador metálico-. Mire, eche un vistazo.
En principio Kate pensó que no eran más que dibujos de líneas y círculos, apretados garabatos que cubrían obsesivamente toda la superficie del papel. Aquello se parecía un poco a los bordes de los cuadros del Bronx.
– Fíjese bien -pidió Bloom.
Vistos de cerca, las líneas y círculos formaban una masa de penes y vaginas entrelazados.
– Vaya.
– Exacto, vaya -repitió Bloom-. La autora, o el autor, lleva diez años realizando un dibujo de éstos a la semana. Todos con bolígrafo azul. Tarda en terminarlos una semana, trabajando diez horas al día, y lo sé a ciencia cierta porque una vez me pasé una semana entera viéndola dibujar uno. Fue bastante perturbador, la verdad. Para utilizar su terminología moderna, es una obra surrealista, pero no en el sentido artístico. -Bloom se quitó sus gafas de Elton John y miró a Kate-. La artista no sabe lo que es el surrealismo. De hecho no sabe nada de arte. Apenas sale de su casita de Kentucky.
«No sabe nada de arte.» La idea le sonaba. Un artista autodidacta. Obsesivo.
– ¿Y de qué come? -preguntó Kate con auténtica curiosidad.
– Un vecino le hace la compra una vez a la semana, aunque nunca la he visto comer más que alguna que otra galleta. Debe de pesar… pues no sé, no llegará a cincuenta kilos, y eso que mide un metro ochenta. Lleva una melena larga, pelirroja y brillante, y tiene un magnífico bigote sedoso. -Se interrumpió un momento-. Voy a enviar a un fotógrafo a Kentucky. Quiero tener un retrato de ella bien grande para la exposición que inauguro el mes que viene. No he podido convencerla para que venga a Nueva York por más que lo he intentado. Creo que causaría una auténtica sensación. -Sonrió-. Es evidente que la imaginería de estos dibujos es algo que lleva muy dentro, que la afecta muy directamente. Se trata precisamente de su situación. -Bloom volvió a mirar las fotografías del Bronx-. A ver, estaría bien que pudiera darme algún detalle estrambótico del autor, no sé, como que lleva veinte años metido en un manicomio y pinta mientras comulga con el espíritu de un perro muerto o algo así -sugirió con una risa-. Bueno, exagero un poco, pero usted ya me entiende. Eso ayudaría a dar significado a la obra, lo cual podría interesar a algún coleccionista. Así le vendería los cuadros y podríamos empezar con su colección de out-sider art.
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