Concha hizo una pausa para recuperar el aliento. Fijó la vista en las dunas de Oyambre y expuso:
– Todo en Ícaro será original, diferente, adaptado a una nueva medida y condición del bienestar humano. Espacios y volúmenes, perspectivas, texturas… Garantizando el máximo respeto a la naturaleza, la creatividad de Ícaro desbordará la más fértil imaginación. El mar tendrá trascendencia. Estará presente en todas y en cada una de las casas, en todas y en cada una de sus habitaciones. Habrá embarcaderos y piscinas naturales de rocas. ¿Y el cielo?, me preguntaréis -desbarró Concha, pues a nadie se le habría ocurrido preguntarle semejante cosa-. Vamos a aprovecharlo a base de espejos y tejados retráctiles, multiplicando los juegos de luz e incorporándolos a nuestro nuevo sentido del urbanismo. Se reflejarán las nubes, ¡incluso las bandadas de pájaros! Hay cormoranes, patos marinos… Las condiciones naturales de Oyambre son… ¿Sabéis desde cuántos puntos de la costa española se puede disfrutar de un horizonte como este? Desde muy pocos. ¡Todo el mundo se va a enamorar de mi gran proyecto!
– Estás hablando con una dienta potencial -le adelantó Sara-. ¿Puedo reservar un chalé en primera línea?
– Desde luego, querida.
– Aunque, con las galernas, no me importaría tener delante un adosado.
– No necesitarás ningún escudo. No te enterarías ni aunque soplase un huracán. Ícaro incorporará las últimas novedades en aislamiento térmico y acústico. Podrás disfrutar de un silencio total y de una temperatura programada.
– Deberías incluir esa frase en el folleto de propaganda -sugirió Sara.
– La campaña publicitaria no se retrasará más allá de la próxima primavera -pronosticó Concha. Mirando retadoramente a su hermana, añadió-: Si tu marido lo permite, claro está.
– ¿Qué te ha hecho Jesús? ¿Quieres decírmelo de una vez?
– Nos está creando problemas, muchas y muy serias dificultades. Desde hace algún tiempo se dedica a proveer de munición a una célula de terroristas que…
Sara estalló:
– ¡No puede ser verdad!
– Terroristas ecológicos, Sara, eso es lo que son. Quizá no de la misma calaña que quienes pretenden cobrarnos el «impuesto revolucionario», pero sí violentos.
– ¿Algún grupo en concreto? -se interesó Martina.
– Se hacen llamar «Cantabria Libre». La policía haría bien en vigilar a sus miembros, inspectora.
– No había oído hablar de ellos.
– ¿En serio? Pues el delegado del Gobierno los tiene fichados, aunque todavía no haya reparado en su peligrosidad. «Son cuatro y el de la guitarra», me repuso, irresponsablemente, cuando le hube expresado mis preocupaciones. Le pregunté si «el de la guitarra» era el abogado Jesús Labot, y el delegado tuvo que reconocerme que sí. Créeme, Sara, o, si lo prefieres, dale crédito al gobernador: es tu marido quien lleva la voz cantante y pone música legal al coro de apóstoles empeñados en predicar la buena nueva de un mundo descontaminado, feliz y, sobre todo, que pase a pertenecerles en régimen de dominio público.
Sara arguyó a la defensiva:
– Jesús asesora a colectivos ecologistas, pero de ahí a ser cómplice de una campaña contra vuestros intereses…
Concha no le permitió seguir.
– Las denuncias contra Ícaro Residencial han salido de su bufete. ¿Vas a decirme que no se entera?
– Jesús tiene un socio. Ha podido ser él.
– ¡Quítate la venda de los ojos! Puedo mostrarte documentos… Más sencillo aún, Sara: pregúntale tú misma a Jesús si, además de las demandas, está preparando contra nosotros una campaña de prensa.
El pulso de Sara volvió a acelerarse. Su resistencia tocaba a su fin.
– Es la guerra -adelantó Concha.
– Hablaré con él -prometió Sara.
– Hazlo cuanto antes -le urgió su hermana-. Es posible que todavía estemos a tiempo de tratar ese cáncer. Si tu marido recapacita y da marcha atrás, puede que no me vea obligada a tomar ningún tipo de medida. Yo también le conozco -añadió, con un tono un poco menos adusto-, sé cuánto vale. Es un gran abogado, eso no hay quien lo dude. Pero no ha acabado de madurar. Sigue enfrentándose a molinos de viento. Su actitud es infantil. ¡Luchar por la libertad, a estas alturas! No, Sara, no. Los suyos no son ya elevados principios, nobles causas, sino trasnochadas nostalgias, ideas muertas, cadáveres ideológicos a caballo de falsas ideas de justicia social que aturden y envenenan su mente, haciéndole renegar de sí mismo, de su educación y de su posición. A pesar de toda su brillantez y experiencia, Jesús es un hombre vulnerable.
– En eso te doy la razón -reconoció Sara-. Es probable que estén intentando aprovecharse de su prestigio y de su espíritu solidario. Hablaré con él, te lo prometo.
– Tenía que decírtelo, lo siento. ¿Cree que he obrado bien, inspectora, o se sentiría inclinada a censurarme?
En medio del conflicto entre hermanas, Martina no tenía demasiadas opciones para salir airosa, por lo que guardó reserva.
– ¿Hubiera procedido mejor -insistió Concha- ocultándole a Sara estas informaciones y permitiendo que se enterara por la prensa?
– ¿De qué tendría que enterarme?
– Del despido de tu marido -fue la implacable respuesta.
– Eso suena a amenaza -advirtió la anfitriona.
– La realidad es amenazadora -la desafió su hermana.
Martina decidió intervenir.
– Esta es una cuestión privada entre ustedes dos, pero antes me solicitaba una opinión, Concha, y voy a dársela. Usted no ha venido a poner en conocimiento de su hermana una situación comprometida, sino a ejercer toda su presión para modificarla en beneficio propio.
– Dejemos el tema, por favor -suplicó Sara-. No hay nada más que hablar.
– Te equivocas -volvió a contradecirla su hermana mayor-. Hay más.
El tono de Sara se redujo a un débil eco.
– ¿Más?
– Un confidente policial que nos pasa información me ha dicho que…
– ¿Un agente? -preguntó en el acto Martina.
– Con galones -sonrió Concha-. Probablemente no debería decírselo, inspectora, pero le asombraría comprobar con cuánta facilidad sale información de las comisarías. Mi familia mantiene una excelente relación con las fuerzas del orden. Desde que fuimos amenazados por esos vascos… ¡Miserables! -se acaloró de golpe-. ¡Delincuentes de poca monta, eso es lo que son! Pero no van a conseguir amargarnos la vida. Justamente, han causado el efecto contrario: invitarnos a vivirla con mayor intensidad, si cabe. Paco y yo discrepamos en algunos aspectos, pero estamos de acuerdo en exprimir al máximo el tiempo que nos queda.
– Me parece muy inteligente por vuestra parte -murmuró Sara. Intentaba animarse, pero estaba tan abatida que Martina sintió pena por ella.
No contenta con su victoria dialéctica, Concha aplicó a su nada fraterno enfrentamiento otra vuelta de tuerca.
– Siento decirte, Sara, que esas informaciones de fuentes policiales afectan a otro sujeto de tu entorno. A Sergio Torres -desveló, sin esperar a que su hermana le preguntara-. El novio, porque debo llamarlo así, ¿o no?, de tu hija Gloria.
Sara la miró sin saber qué responder.
– Ese muchacho es un activista de Cantabria Libre. ¿Libre de quién, cabría preguntarse? ¿De nosotros? ¡Si es nuestra seguridad la que está en juego!
– Sergio se ha visto envuelto en alguna acción, pero de ahí a…
– ¡Abre los ojos, Sara! El tal Torres es uno de esos iluminados. Seguramente, el cabecilla. La policía tiene razones para creer que ha entrado en contacto con grupos anarquistas y, a través de sus redes, con bandas armadas. ¿Está dudando de la veracidad de mis fuentes, inspectora? -se enervó Concha, ante el gesto escéptico de Martina-. Nadie mejor que usted para corroborarlas.
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