Después de colocarse bien la parte de arriba del bikini una vez más, tomó el bolso y la toalla y ya estaba a punto de salir para bajar a la playa cuando la interrumpieron unos toquecitos en la puerta. Seguro que era alguno de los colegas que iba a bañarse y pasaba a preguntarle si se apuntaba. Abrió la puerta. Un segundo después, estaba volando por los aires y fue a estrellarse de espaldas contra la pequeña mesa de comedor. El dolor casi la hizo desmayarse y el golpe le había sacado todo el aire de los pulmones y le impedía emitir un solo sonido. Un hombre entró en la caravana. Ella rebuscaba en su memoria para averiguar si lo había visto con anterioridad. Le resultaba un tanto familiar, pero la conmoción y el dolor le impedían centrar sus pensamientos. De repente le vino a la mente una idea: la desaparición de Jenny. El pánico le hizo perder la poca conciencia que le quedaba y se desvaneció en el suelo, indefensa.
No protestó cuando él la levantó agarrándola de un brazo y la obligó a meterse en la cama, pero cuando empezó a desatarle el bikini que tenía anudado a la espalda, el miedo le infundió fuerzas e intentó asestarle una patada en la entrepierna. Falló el golpe y le dio en el muslo. La respuesta fue inmediata. Un puño bien cerrado se estrelló contra su espalda, exactamente en el mismo lugar en que se había golpeado con la mesa. El aire volvió a abandonar sus pulmones.
Se desplomó en la cama, rendida. La fuerza del golpe que le había asestado el hombre la hizo sentirse insignificante e indefensa y la única idea que tenía presente era la de la supervivencia. Se preparó para morir, pues ahora estaba segura de que Jenny también estaba muerta.
Un ruido obligó al hombre a darse la vuelta justo cuando acababa de bajarle a Melanie las bragas del bikini hasta las rodillas. Antes de que lograse reaccionar, un objeto hizo impacto en la cabeza del hombre que, emitiendo un sonido gutural, cayó de rodillas. Detrás de él, Melanie vio a Per, el pardillo, con un bate de béisbol sueco en la mano. «El bate más delgado», acertó a pensar antes de que la engullese la oscuridad.
– Mierda, debería haberlo reconocido.
Martin pateaba el suelo de pura frustración, gesticulando hacia el hombre que, esposado, llevaban en el asiento trasero del coche policial.
– ¿Y cómo demonios ibas a hacerlo? En la cárcel se ha echado por lo menos veinte kilos encima y, además, se ha teñido el pelo de rubio. No lo habría reconocido ni su madre. Y por si fuera poco, sólo lo habías visto en una foto.
Patrik intentaba consolar a Martin en la medida de lo posible, pero sospechaba que su colega hacía oídos sordos. Estaban en el camping de Grebbestad, junto a la caravana en la que vivían Melanie y sus padres, y un nutrido grupo de curiosos se había congregado a su alrededor para enterarse de lo sucedido. Melanie ya había sido trasladada en ambulancia al hospital de Uddevalla. Sus padres estaban de compras en el centro comercial de Svinesund cuando Patrik los localizó en el móvil y, conmocionados, se fueron derechos al hospital.
– Lo miré directamente a los ojos, Patrik. Creo que incluso lo saludé al pasar. El tipo debió de reírse de lo lindo cuando nos fuimos. Además, su tienda estaba justo al lado de la de Tanja y Liese. Mierda, ¿cómo se puede ser tan imbécil?
Se dio un amago de puñetazo en la frente, para subrayar lo que acababa de decir, mientras sentía en el pecho un nudo de angustia. El diabólico juego de las condicionales con «si» se había puesto en marcha en su mente. Si hubiera reconocido a Mårten Frisk, Jenny estaría ahora con sus padres, si…, si…, si…
Patrik sabía perfectamente lo que en aquellos momentos sucedía en el cerebro de Martin, pero ignoraba qué podría decirle para aliviar su tormento. Lo más probable es que en su caso él mismo se hubiese sentido igual, por más que la autocrítica, le recordaba la experiencia, no tuviese ningún sentido. Habría sido prácticamente imposible reconocer al violador al que habían detenido hacía cinco veranos. Entonces, Mårten Frisk sólo contaba diecisiete años y era un jovenzuelo delgaducho y de cabello oscuro que se servía de una navaja para obligar a sus víctimas a obedecer. Ahora era una musculosa montaña rubia que, a todas luces, no creía tener que confiar más que en su propia fuerza para convertirse en el dueño de la situación. Asimismo, Patrik sospechaba que los esteroides, relativamente fáciles de conseguir en los centros penitenciarios del país, habían desempeñado un papel importante en la transformación física de Mårten, lo que no atenuaba precisamente su agresividad natural, sino que más bien transformaba las humeantes ascuas en un infierno arrasador.
Martin señaló al joven que, un tanto atribulado y mordiéndose las uñas, aguardaba apartado del escenario de los acontecimientos. Del bate de béisbol sueco ya se había encargado la policía y el joven daba muestras evidentes del mayor nerviosismo. Lo más probable es que no supiese a ciencia cierta si el largo brazo de la ley lo consideraría un héroe o un criminal. Patrik le hizo una seña a Martin de que lo acompañase, y ambos se dirigieron al joven, que no cesaba de dar pisotones nerviosos en el suelo.
– Me dijiste que tu nombre era Per Thorsson, ¿no es así?
El chico asintió.
Patrik le explicó a Martin:
– Es amigo de Jenny Möller. Fue él quien me contó que Jenny pensaba hacer autoestop hasta Fjällbacka.
Patrik volvió a dirigirse a Per.
– Lo tuyo de hoy ha sido una buena intervención. ¿Cómo sabías que estaban intentando violar a Melanie?
Per bajó la vista al suelo.
– Me gusta observar a la gente. En ese me fijé enseguida, en cuanto levantó su tienda aquí el otro día. Había algo curioso en su forma de sacar pecho ante las niñas del camping; se creía muy chulo con esos brazos de gorila que tiene. Y también me di cuenta de cómo miraba a las mujeres en general, sobre todo si no llevaban mucha ropa encima.
– Y lo de hoy, ¿cómo ha sido? -Martin estaba impaciente e intentaba animarlo a seguir.
Aún con la vista en el suelo, el chico prosiguió:
– Vi que el tipo se había dado cuenta de que los padres de Melanie se marchaban y luego esperó un rato.
– ¿Como cuánto? -preguntó Patrik.
Per hizo memoria.
– Unos cinco minutos, más o menos. Después se encaminó resuelto a la caravana de Melanie y pensé que tal vez iba a hablar con ella o algo así, pero cuando Melanie abrió la puerta, él se metió dentro de golpe y entonces pensé «vaya mierda, ese tuvo que ser el que se llevó a Jenny», y sin pensarlo dos veces me hice con el bate con el que habían estado jugando los niños, me fui a la caravana y le di en la cabeza.
El joven tuvo que hacer aquí un alto para respirar y, por primera vez, alzó la vista y miró cara a cara a Patrik y a Martin, que vieron cómo le temblaba el labio inferior.
– ¿Me acarreará problemas este asunto? Quiero decir, por haberlo golpeado en la cabeza…
Patrik le puso la mano en el hombro, para tranquilizarlo.
– Creo que puedo prometerte que tu actuación no tendrá consecuencias de ningún tipo. No es que nosotros animemos a la gente a comportarse de ese modo, no me malinterpretes, pero lo cierto es que, de no ser por tu mediación, ese tipo habría violado a Melanie.
La sensación de alivio lo hizo literalmente venirse abajo, pero se repuso enseguida, antes de preguntar:
– ¿Puede haber sido el que…? Bueno, lo de Jenny…
El joven no se atrevía ni a pronunciar las palabras, pero sobre aquel punto no tenía Patrik ninguna palabra tranquilizadora que ofrecerle. Más aún, la pregunta de Per expresaba sus propias cavilaciones.
– No lo sé. ¿Lo viste mirar a Jenny del mismo modo en alguna ocasión?
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