– ¿Te he despertado? -preguntó.
– Qué va -aseguró Anna-Maria-. Estoy tumbada en una cama limpia de hotel esperando el desayuno de mañana.
– ¿Qué es lo que le pasa a las mujeres con los desayunos de hotel? Huevos revueltos, salchichas baratas y bollos. No entiendo lo que pasa.
– Vete a vivir con mi marido y con mis hijos unos días y lo entenderás perfectamente. ¿Ha ocurrido algo?
Anna-Maria se sentó y encendió la lámpara que estaba junto a la cama. Rebecka le explicó la conversación con Sven Israelsson. Sobre la venta de sus acciones de Quebec Invest en Northern Explore AB. Y que parecía como si el grupo de empresas alrededor de Kallis Mining se hubiera vaciado de dinero para financiar la actividad militar en Uganda.
– ¿Lo puedes demostrar? -preguntó Anna-Maria.
– Aún no pero tengo un noventa y nueve por ciento de probabilidades de tener razón.
– De acuerdo. ¿Hay algo que sea suficiente para una detención o para un registro domiciliario? ¿O algo que pueda enseñar para que me dejen entrar en Regla? Sven-Erik Stålnacke y yo fuimos allí hoy y nos tuvimos que dar la vuelta en la verja de entrada. Dijeron que Diddi Wattrang estaba en Canadá. Pero yo creo que estaba en casa sin hacer nada. Quiero preguntarle sobre la conversación con Inna antes de que la mataran.
– Diddi Wattrang es sospechoso de grave delito de información privilegiada. Le puedes pedir a Alf Björnfot una solicitud de arresto porque él es el jefe del grupo que lleva este asunto.
Anna-Maria saltó de la cama y empezó a ponerse los tejanos sujetando el teléfono entre el hombro y la oreja.
– Voy a hacerlo -dijo-. Maldita sea. Voy a ir ahora mismo.
– Tranquila -le pidió Rebecka.
– ¿Por qué? -bufó Anna-Maria-. Me han hecho enfadar mucho.
En cuanto Rebecka colgó el teléfono tras la conversación con Anna-Maria Mella, volvió a sonar. Era Maria Taube.
– Hola -dijo Rebecka-. ¿Ya habéis llegado a Riksgränsen?
– Oh, sí. ¿No oyes el ruido? A lo mejor no sabemos esquiar muy bien pero ¡sabemos qué se hace en un bar!
– Vaya, entonces Måns también estará contento.
– Muy contento, te diría. Está aparcado cerca del barman y tiene a Malin Norell alrededor del cuello. Así que creo que está pero que muy a gusto.
Rebecka notó un puño frío en el corazón.
Hizo un esfuerzo por mantener alegre la voz. Contenta y normal. Contenta y ligera. Sólo interesada por cortesía.
– Malin Norell -repitió-. ¿Quién es?
– Una de derecho empresarial. Vino desde Winges hace un año y medio. Es un poco mayor que nosotras, treinta y siete, treinta y ocho o así. Divorciada. Tiene una hija de seis años. Creo que ella y Måns tuvieron algo cuando empezó a trabajar con nosotros, pero no sé… ¿Vendrás mañana?
– ¿Mañana? No, he de… es que hay mucho trabajo justo en estos momentos y… y no me siento muy bien… creo que estoy pillando un catarro.
Maldijo para sí. En dos mentiras siempre hay una de más. Sólo tienes que encontrar una excusa cuando quieres mentir sobre algo.
– Vaya, qué pena -respondió Maria-. Tenía ganas de verte.
Rebecka asintió con la cabeza. Tenía que acabar la conversación. Ahora.
– Nos vemos -consiguió decir.
– ¿Qué te pasa? -preguntó Maria un poco intranquila-. ¿Ha ocurrido algo?
– No. Todo bien… sólo que…
Rebecka se interrumpió. Le dolía la garganta. Tenía un nudo que no dejaba que salieran las palabras.
– Ya hablaremos en otra ocasión -susurró-. Te llamaré.
– No, espera -pidió Maria Taube-. ¿Rebecka?
Pero no obtuvo respuesta. Rebecka había colgado.
Rebecka estaba en el baño delante del espejo. Se miraba la cicatriz que le iba desde el labio hasta la nariz.
«¿Qué creías? -se dijo a sí misma-. ¿Qué cojones creías?»
Måns Wenngren estaba en el bar del Hotel Riksgränsen. Malin Norell estaba a su lado. Justo él acaba de decir algo y ella se había reído y su mano había aterrizado en su rodilla. Después la retiró. Una corta señal. Era suya si él quería.
Hubiera deseado que así fuera. Malin Norell era guapa, inteligente y divertida. Cuando empezó a trabajar con ellos se mostró claramente interesada y él se dejó apresar, le gustó ser el elegido. Estuvieron juntos un tiempo y celebraron el Año Nuevo en Barcelona.
Pero estuvo pensando en Rebecka todo el tiempo. A Rebecka le habían dado el alta en el hospital. Cuando estaba ingresada la llamó pero ella no quiso hablar con él. Y durante la corta relación entre él y Malin Norell, pensó que fue mejor así. Pensó que Rebecka era demasiado complicada, que estaba demasiado deprimida, difícil de cojones.
Pero estuvo pensando en ella todo el tiempo. Cuando él y Malin celebraron el Año Nuevo en Barcelona, llamó a Rebecka. Aprovechó cuando Malin había salido un momento.
Malin era fantástica. No lloró ni se puso a salir con todo el mundo cuando su relación se acabó. Él le fue con unas cuantas excusas y ella lo dejó en paz.
Y ahí estaba si él quería. Su mano había aterrizado sobre su rodilla.
Pero Rebecka subiría mañana.
En realidad, el bufete debería haber ido a Åre pero él intervino para que fueran a Riksgränsen.
Pensaba en Rebecka todo el tiempo. No podía evitarlo.
– Ayúdame -le dijo Diddi a la niñera.
Estaba sentado junto a la mesa de la cocina consternado mirando cómo ella recogía la botella rota de jarabe, tiraba los trozos al cubo de la basura y limpiaba el suelo con papel de cocina.
Supuso que a los ojos de ella era sólo un viejo y se equivocaba del todo pero ¿cómo podía hacérselo entender?
– Sería mejor que subieras a tumbarte otra vez.
Sacudió la cabeza. La sacudía porque empezaba a oír voces dentro. No eran voces imaginarias, nada de fantasías, sino recuerdos. El recuerdo de su propia voz, aguda y ansiosa. Jadeante y ofendida. Y el recuerdo de una voz suave pero decidida, de una mujer africana. La ministra de Comercio de Uganda.
Odiaba a Mauri. Odiaba a aquel mierdecilla petulante. Sabía que Mauri había hecho asesinar a Inna. Lo supo de inmediato. Pero ¿qué podía hacer? No lo podía demostrar. Y aunque pudiera meter entre rejas a Mauri por delito económico, él mismo estaba de lo más involucrado. Ya se había encargado Mauri de que así fuera. Además, Diddi tenía una familia en la que pensar.
Estaba atado de pies y manos. Ésa fue la sensación más fuerte que sintió a la muerte de Inna. La pena de perderla, sí, pero la sensación de pánico de no poderse liberar era más fuerte. El buque Estonia hundiéndose bajo la superficie. Todas las salidas bloqueadas, el mundo zozobra y el agua entra a raudales.
Todos habían estado de fiesta tres días seguidos. Él estuvo yendo de un bar a otro, de una gente a otra, de una fiesta a otra. El conocimiento pegado a los talones. El conocimiento de que Inna estaba muerta.
Empezó a recordar cada vez más aquellos días.
«No me puedo vengar -le dijo a Inna ya muerta. Aunque hubiera pensado mil maneras de matar y de hacer sufrir a Mauri, siempre llegaba a la conclusión de que no podría hacerlo nunca-. Si sólo soy una piltrafa -le había dicho a ella.
Pero ahora estaba pensando en algo en especial. Empezó con la voz de la ministra de Comercio de Uganda.
Él quería llegar hasta Mauri y había hecho una locura. Muy peligrosa.
Había llamado a la ministra de Comercio de Uganda. Tuvo que ser ayer, ¿no?
No fue difícil que le pasaran la llamada. El nombre de la empresa Kallis Mining era una llave que funcionaba. Y Diddi le explicó que Mauri estaba financiando el rearme de Kadaga.
No le había creído.
– Es una afirmación extravagante -había dicho-. Kallis Mining goza de nuestra más absoluta confianza. Tenemos buenas relaciones con los distintos inversores del país.
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