Si bien es cierto que es por su culpa. No tiene costumbre de ponerse en contacto con nadie, porque está convencida de que la rechazarán si lo intenta. Cuando hacen pausas, Ester está sola. No inicia ninguna conversación. Los demás alumnos notan la diferencia de edad y se excusan con que Ester seguro que tiene compañeros de su edad con los que sale en su tiempo libre. Ester se despierta sola. Se viste y desayuna sola. Cuando sale, a veces se encuentra con los hombres del mono azul de trabajo que están renovando el piso. Saludan con la cabeza o le dicen hola, pero hay una distancia de muchos kilómetros entre ellos.
Estar aislada en la escuela no la hace sufrir. Pinta modelos a contrapposto y aprende al observar a sus compañeros mayores. Cuando los demás salen a tomar el aire, ella suele quedarse en el estudio y se pasea para mirar. Intenta descubrir cómo uno ha hecho aquellas líneas con tanta facilidad o cómo otro ha encontrado los colores adecuados.
Cuando no tiene que ir a clase de pintura de modelos, sale a pasear. Y es fácil estar sola en Estocolmo. No hay nadie que pueda ver que no está con el grupo. No es como en Kiruna, donde todos saben quién es. Aquí mucha gente pasea camino de diferentes lugares. Es una liberación ser uno entre la multitud.
En Östermalm hay mujeres mayores ¡que llevan sombrero! Todavía son más divertidas que los perros. Los sábados por la mañana Ester persigue a las señoras con el bloc de dibujo. Las dibuja con líneas rápidas, sus frágiles cuerpos, sus medias gruesas de nylon y sus bonitos abrigos. Cuando oscurece desaparecen de las calles como conejos miedosos.
Ester se va a casa y come leche ácida y bocadillos. Después vuelve a salir. Las tardes de otoño todavía son cálidas y negras como el terciopelo. Pasea por los puentes de la ciudad.
Una noche está en el puente de Väster mirando un parque de caravanas que hay abajo. Durante una semana va a mirar a una familia que vive allí. El padre está sentado en una silla de camping fumando. Entre las caravanas hay ropa tendida. Los niños juegan a pelota. Se llaman unos a otros en un idioma extranjero.
Ester empieza a pensar que los echa de menos. Aquella familia allí abajo a los que ni siquiera conoce. Podría cuidar de los niños. Doblar la ropa seca. Acompañarlos por Europa.
Llama a casa pero la conversación no es fluida. Antte le pregunta cómo le va en Estocolmo. Nota por la voz que ya es una extraña. Le gustaría explicarle que Estocolmo no está tan mal. Que el otoño es bonito aquí con los árboles de hoja caduca como amables gigantes contra un cielo despejado y azul. Las hojas amarillas, grandes como la mano de Ester, caen como copos sobre las calles con un crujido seco. Y que hay una pequeña floristería cerca de donde vive donde puede quedarse de pie mirando. Pero sabe que él no quiere oírlo.
Su madre parece que siempre esté ocupada. A Ester no se le ocurre nada de que hablar, así que siente como si su madre estuviera todo el tiempo a punto de colgar.
Y llega el invierno. Viento y lluvia en Estocolmo. A las señoras no se las ve mucho. Ester pinta una serie de paisajes. Montañas y rocas. Diferentes estaciones del año y luz. La asistenta social, Gunilla Petrini, se lleva algunos a casa y se los enseña a los amigos.
– Son muy solitarios -dice alguien del grupo.
Guniila Petrini está de acuerdo por fuerza.
– Sus dibujos son diferentes y no le da miedo la desolación. Realmente está a gusto con el concepto de la nimiedad del hombre comparado con el mundo y la naturaleza, ¿verdad? Ella es así también como persona.
Enseña unos cuadros y se dan cuenta de lo magnífica dibujante que es. ¿Cuántos artistas lo son actualmente? Ester está como sacada de la máquina del tiempo. Les parece ver los espejados del agua de Gustaf Fjæstad y los bosques en invierno de Bror Lindh. A partir de ahí entran de nuevo en lo de la desolación de la pintura de la naturaleza.
– No tiene ningún problema en estar sola -les explica el marido de Gunilla Petrini.
– Es una buena cualidad para un artista -dice alguien.
Explican su vida. Lo de la enferma mental que tiene un hijo con otro paciente. Un indio. Lo de la niña con aspecto indio que crece en una familia lapona.
Un hombre mayor del grupo examina los cuadros, se sube y se baja las gafas a lo largo del tabique nasal. Es el propietario de una galería en el barrio de Söder y es conocido por su rapidez en comprar artistas antes de que salten a la fama. Tiene varios Ola Billgren y compró a Karin Mamma Andersson bastante pronto. Tiene un Gerhard Richter absurdamente grande en su casa. Gunilla Petrini lo ha invitado esta noche con segundas intenciones. Le llena la copa.
– Es interesante la línea de sus montañas -dice-. Siempre hay una rendija, una grieta, una depresión o una separación en el paisaje. ¿Lo veis? Aquí y aquí.
– Un mundo allí detrás -dice alguien.
– Narnia, quizás -dice alguien en broma.
Y queda decidido. Ester tendrá su propia exposición en la galería. Gunilla Petrini quiere dar saltos de alegría. Aquello va a llamar la atención. La edad de Ester, su vida.
Rebecka llevó a Alf Björnfot hasta el pequeño apartamento donde pernoctaba en la calle Köpman. No valía la pena acostarse, no estaba lo bastante cansado como para quedarse dormido. Además, estaba demasiado contento como para irse a dormir. La visita a casa del vecino de Rebecka Martinsson había sido muy agradable. Se sentía inspirado por Sivving Fjällborg, que había elegido irse a vivir al cuarto de la caldera.
Por eso se sentía tan a gusto en su pisito de Kiruna. No se necesitaba más. Aquello era un remanso. El piso de Luleå era otra cosa.
Apoyados en la pared estaban sus esquíes. Si los preparaba ahora, mañana podría utilizarlos. Los puso sobre los respaldos de dos sillas con la parte exterior hacia arriba, puso papel higiénico sobre las sujeciones y luego cera. Esperó tres minutos y después la pulió.
Le dio tiempo de encerar los esquíes, doblar el montón de ropa que estaba sobre el sofá y fregar los platos antes de que sonara el teléfono.
Era Rebecka Martinsson.
– He encontrado las ventas que Kallis Mining ha hecho estos últimos meses -le informó.
– ¿Estás en el trabajo? -preguntó Alf Björnfot-. ¿Es que no tienes un gato en casa al que cuidar?
Rebecka ignoró la pregunta y continuó:
– En poco tiempo han vendido gran cantidad de pequeños paquetes de distintos proyectos por todo el mundo. En Colorado, la fiscalía ha iniciado una investigación sobre una filial de Kallis Mining por delito contable grave. La filial compró inventario, a amortizar a largo plazo, por un importe de cinco millones de dólares. La fiscalía considera que se trata de facturas ficticias y el pago no se ha localizado en la contabilidad de los vendedores que ellos decían estaban en Indonesia, sino en un banco de Andorra.
– Vaya -exclamó Alf Björnfot.
Tenía la sensación de que Rebecka se esperaba que él sacara alguna conclusión sobre lo que acababa de decir. Pero no tenía ni idea de qué podía ser.
– Parece como si Kallis Mining necesitara hacerse con dinero pero no quisiera llamar la atención al liberar capital. Por eso venden pequeños paquetes en distintos lugares del mundo. Por eso han vaciado de dinero la empresa de Colorado y lo han ingresado en Andorra. Andorra mantiene un fuerte secretismo bancario, así que me pregunto, ¿por qué necesita Kallis Mining hacerse con dinero? y ¿por qué ingresan el dinero en un banco de Andorra?
– Sí, ¿por qué?
– El pasado verano tres ingenieros fueron asesinados por un grupo guerrillero cuando salían de la mina de Kallis Mining en el norte de Uganda. Inmediatamente después, Kallis Mining suspendió la actividad allí porque había jaleo. Luego, las cosas empeoraron y la mina cayó en manos de distintos grupos que luchaban por ella. Lo mismo ocurrió con las demás minas en la parte norte del país. Pero en enero la situación se estabilizó un poco. El general Kadaga ha tomado el control sobre la mayor parte de los grupos del norte. Joseph Cony y los de la LRA se han retirado hasta la parte sur de Sudán. Otros grupos se han ido al Congo y continúan allí la lucha entre ellos.
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