No solía darse cuenta de mi presencia o aparentaba no notarlo. A veces decía:
– Hace mucho rato que deberías estar acostada.
Entonces le respondía que no podía dormir.
– Pues ven a tumbarte aquí -me ofrecía.
En la sala había un viejo sofá. Tenía la estructura de madera de pino y estaba tapizado con una tela rosa jaspeada y cubierto de mantas para protegerlo de los perros. Cogí una y me la puse encima.
Musta y Sampo movieron la cola a modo de saludo y yo metí las piernas entre ellos para que no se tuvieran que mover.
En una caja de cartón, en el rincón, estaban todos mis dibujos, hechos a carbón, rotulador y ceras.
Tenía muchas ganas de pintar al óleo pero era demasiado caro.
– Cuando empieces a trabajar los veranos y ganes tu propio dinero -decía mi madre.
Yo quería poner capa sobre capa. Mis ansias eran totalmente físicas. Cuando preparaba un bocadillo tardaba una eternidad. Untaba la mantequilla, me esforzaba para que quedara tan lisa como la nieve recién caída, o quedara a capas, como la nieve que trae el viento.
A veces intentaba pedírselo pero ella era inexorable.
Un día ella estaba pintando un paisaje blanco y le dije:
– ¿Puedo pintar algo ahí abajo, en la esquina? Lo puedes tapar luego. No se verá.
Se interesó.
– ¿Por qué quieres hacerlo?
– Será como un secreto. Tuyo, mío y del cuadro.
– No, se vería de todas formas, ya que el grueso del color sería diferente y que se formaría otra estructura justo ahí.
No me rendí.
– Pues mejor -le respondí-. Así, el que lo mire sentirá curiosidad.
Sonrió.
– Es una buena idea, lo admito. Quizá lo podríamos hacer de otra manera.
Me dio unos cuantos papeles en blanco.
– Pinta tus secretos -me ordenó-. Pégales encima un papel en blanco y luego pintas algo en él.
Hice como ella me había propuesto y todavía tengo aquel dibujo aquí, en la caja de cartón que hay en la habitación de la casa de mi hermano biológico.
Mauri. Está mirando mis dibujos y mis cuadros. Después de la muerte de Inna está como sin techo. Es propietario de toda Regla y aún más, pero eso no le ayuda mucho. Sube a estar aquí conmigo y a mirar mis dibujos. Sube a preguntarme un montón de cosas.
Yo hago como si no me importara y le explico. Hago pesas todo el rato. Si se me hace un nudo en la garganta, cambio de pesas o cambio de posición en el banco de entrenamiento.
Hice el dibujo como mi madre propuso. Nada especial, claro está, yo era una niña. Se ve un abedul en invierno y una montaña. Las vías del tren que serpentean a través del paisaje hacia Narvik. El dibujo está pegado a otro papel pero la esquina de abajo, a la derecha, está suelta y doblada hacia arriba. Enrollé la esquina del papel en un lápiz para que no se quedara pegado al dibujo de abajo. Quería que el observador sintiera ganas de intentar separar los papeles para poder ver el dibujo escondido. De éste se ve sólo el trozo de una patita de perro y la sombra de alguien o de algo. Yo sé que es una mujer con un perro a la que le da el sol por detrás.
Se puso muy contenta con el dibujo y se lo enseñó a mi padre y a Antte.
– ¡Qué ideas! -dijo toqueteando la esquina enrollada.
Yo tuve una sensación extraordinaria. Si yo hubiera sido una casa, el tejado se hubiera levantado.
Reunión en la jefatura de Kiruna. Eran las siete pero nadie parecía cansado ni poco predispuesto. Las pistas estaban aún calientes y ellos no se habían encallado.
Anna-Maria Mella resumió señalando las imágenes que estaban expuestas en la pared:
– Inna Wattrang. Cuarenta y cuatro años. Sube a la cabaña de Kallis Mining…
– … el jueves por la tarde, según SAS -añadió Fred Olsson-. Tomó un taxi hasta Abisko. Caro viaje. Hablé con el chaval que la llevó. Iba sola. Le pregunté si habían hablado, pero me dijo que fue callada todo el tiempo y parecía deprimida.
Tommy Rantakyrö levantó la mano.
– Conseguí ponerme en contacto con la mujer que suele limpiar la casa -informó-. Me explicó que siempre le dicen con tiempo si alguien va a ir a la cabaña. Entonces sube la calefacción antes de que lleguen y limpia cuando están allí. Nadie le había dicho nada. No sabía que alguien había estado en la casa.
– Parece que nadie sabía que iba a ir allí -continuó Anna-Maria-. El autor de los hechos la ha sujetado con cinta a una silla de la cocina y la ha torturado con descargas eléctricas. Ha llegado a una especie de estado de choque epiléptico, se ha mordido la lengua, ha tenido convulsiones…
Anna-Maria señaló las imágenes de las palmas de las manos que estaban incluidas en el informe de la autopsia. Se veía claramente el color rojo azulado de las marcas de las uñas.
– Pero -continuó- el motivo de la muerte parece ser una herida en el corazón con un objeto largo y afilado. Le ha atravesado el cuerpo. No es un cuchillo, dice Pohjanen, y además, y esto es lo extraño, no estaba sentada en la silla, sino tumbada en el suelo. Hay una marca en el suelo debajo del linóleo que encontró Tintin. Los del laboratorio dicen que la sangre de la marca del pinchazo es de Inna Wattrang.
– Quizá se volcara la silla -propuso Fred Olsson.
– Quizá. O alguien la soltó y la tumbó en el suelo.
– ¿Para tener relaciones sexuales? -preguntó Tommy Rantakyrö.
– Quizá. No hay semen en el cuerpo… pero aun así no podemos descartar el sexo, voluntario o involuntario. Después, el asesino la llevó hasta la cabaña de pesca.
– Y la cabaña estaba cerrada, ¿no? -quiso saber el inspector Fred Olsson.
Anna-Maria asintió con la cabeza.
– Pero no era una cerradura complicada -informó Sven-Erik-. Cualquiera de nuestros gamberros la hubiera podido abrir.
– Su bolso estaba en el lavabo del baño -continuó Anna-Maria-. Falta el móvil y el ordenador portátil porque tampoco están en Regla. Les pedimos a los compañeros de Strängnäs que lo comprobaran.
– Todo esto es muy raro -exclamó Tommy Rantakyrö.
Por un momento se quedaron todos en silencio. Tommy tenía razón. No podían ver el desarrollo de los hechos. En realidad, ¿qué había pasado en aquella casa?
– Bueno -explicó Anna-Maria-. Vamos a intentar mantener abiertas todas las posibilidades. Puede ser cualquier cosa. Un crimen por odio, sexo, un loco, chantaje, un secuestro que salió mal… Mauri Kallis y Diddi Wattrang no dicen lo que saben de ella, eso es seguro. Si se tratara de un secuestro, esta gente no es de la que involucra a la policía.
»Tampoco hemos encontrado ningún arma. Hemos buscado por toda la casa y Tintin también lo ha husmeado todo y no hay nada. De todas formas, quisiera una lista de las llamadas de su operador telefónico. Después sería estupendo conseguir su agenda pero seguro que está en el ordenador desaparecido y en el teléfono. Pero la Lista de llamadas, sí, gracias. ¿Te encargas tú, Tommy?
Tommy Rantakyrö asintió.
– Y ayer -continuó Anna-Maria-, los buzos encontraron esta gabardina debajo del hielo.
Señaló una imagen de la gabardina de popelina de color claro.
– ¿Realmente crees que es la gabardina del asesino? -preguntó Tommy Rantakyrö-. Es una gabardina de verano.
Anna-Maria Mella apretó los dedos contra su cabeza en señal de reflexión.
– ¡Naturalmente! -exclamó-. Es una gabardina para el verano. Y si es del asesino, éste venía del verano.
Los demás la miraban. ¿Qué quería decir?
– Aquí estamos en invierno -explicó Anna-Maria-. Pero en Escania y en el resto de Europa es primavera. Clima cálido y agradable. La prima de Robert y su marido estuvieron en París el fin de semana pasado. Y se sentaron en una terraza a tomar un café. Lo que quiero decir es: si venía del calor no era de aquí, sino de bastante lejos. De todas formas tuvo que venir en avión, ¿no? Y quizá alquiló un coche. Vale la pena comprobarlo. Sven-Erik y yo vamos al aeropuerto a ver si alguien recuerda a un hombre con una gabardina como ésa.
Читать дальше