Fredric Brown - El Asesinato Como Diversión

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El lirismo fantástico de Fredric Brown brilla en esta novela desde la plataforma de un juego enigmático en el que se debate la posibilidad individual de escapar a esclavitudes promocionadas por el sistema social y su decadente código de valores. La lucha para esclarecer un insólito encadenamiento de crímenes coincide con el esfuerzo para llegar a la verdad oculta de las cosas y abrazar una ética abandonada en la sumisión al sueño americano. Todo ello ha de materializarse, inexorablemente, en una pesadilla: «Aquellos sueños no debían habérsele presentado a un perro. Y no lo hicieron. Se le presentaron a Tracy.?

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– De acuerdo -dijo Tracy-, léelos si quieres, así podrás empezar a pensar en algo. Yo me pondré a preparar la cena.

– ¿De veras no te importa? Me gustaría leer esto ahora mismo. Ah, quería preguntarte una cosa. ¿En el estudio tienen que enterarse, o no quieres que diga nada?

– ¿Por qué no? Claro, yo mismo se lo diré a Wilkins. Haré que por esta semana te libren de tu trabajo como estenógrafa, aunque tenga que irme yo a cubrir tu puesto. No creo que tenga motivos para oponerse si los guiones están bien. Además, ya me encargaré de repasarlos para asegurarme de que lo estén.

– ¿Y si él no estuviera de acuerdo?

– Seguiremos adelante con el plan, pero tendrás que trabajar por las tardes, cuando salgas del estudio. Es decir, si puedes. Pero no te preocupes, no se opondrá. Y ahora, prepararé algo para cenar.

Silbando, y sintiendo que se había quitado una tonelada de peso de encima, se fue a la cocina y empezó a abrir los paquetes que había llevado.

Siguió silbando mientras trabajaba. Hacía semanas que no se sentía tan feliz.

Oyó que Dotty se dirigía al escritorio y comenzaba a escribir a máquina.

Asomó la cabeza por la puerta de la cocina y preguntó:

– ¿Ya vas a empezar?

– Sólo voy a pasar la parte del guión que escribiste, Bill, pará cogerle el ritmo. Oye, has tenido una idea estupenda para la pelea entre Millie y Dale. Eso de que Millie crea que Dale le ha echado el ojo a una chica del despacho. La pelirroja operadora de la máquina de calcular.

– Si -dijo Tracy.

– ¿De veras crees que él le ha echado el ojo a esa muchacha, o es que se lo parece a Millie?

– Bueno… -dijo Tracy.

– ¿Y cómo se enteró Millie?

– Eso mismo me he preguntado yo. Escúchame, jovencita, quizá tú puedas escribir guiones de Radio y hablar al mismo tiempo, pero yo tengo que concentrarme para preparar la cena. ¿Cuánto hay que hervir el agua antes de usarla para hacer café? Vale, vale, no me lo digas. Déjame pensar.

Fuera de la cocina todo estaba en silencio, salvo por el teclear de la máquina de escribir.

CAPITULO XI

Tracy siguió silbando, sin desafinar demasiado, mientras trabajaba. Aquello era maravilloso, pensó. Ahí fuera, una máquina de escribir iba tecleando la continuación de Millie (rescribiéndola, mejor dicho), y él no tenía que preocuparse siquiera. Una semana en absoluta y celestial liberación de los seriales radiofónicos.

Un poco más tarde, con un par de chuletones que comenzaban a freírse apetitosamente en la cocina, volvió a echar un vistazo hacia fuera. Vio a Dotty sentada ante el escritorio, y se apoyó contra la jamba de la puerta para observarla.

Dotty trabajando con ahinco, qué bonito espectáculo. De algún modo se las arreglaba para dar la imagen de una niñita que hace los deberes. Pero, aunque frucía el labio inferior como una niña, la máquina de escribir recibía en ese momento una verdadera paliza. Él deseó poder escribir así de rápido.

Sí, era guapa. Muy guapa. Tal vez si…

Pero no. Maldición, no esta noche. Si se le insinuaba esa misma noche, ella podría interpretarlo como una burda exigencia de que lo recompensara por el favor que le hacía al ofrecerle una verdadera oportunidad de escribir guiones de Radio. Tendria que esperar. Maldición, ¿por qué no se le había insinuado primero y dejado la proposición de trabajo en segundo término?

Un tufillo a quemado lo sacó de sus pensamientos y volvió a la cocina. Con una mano sacó la sartén del fuego, con la otra cogió un tenedor y atravesó las chuletas para sacarlas de la sartén hirviente. Pero las chuletas ya estaban quemadas y chamuscadas por el lado y no había manera de recuperarlas.

Menos mal que había comprado cuatro. Tiró la carne quemada al cubo de la basura y puso los chuletones restantes en la sartén. Esta vez se dedicó a observar cómo se hacía la carne, en lugar de mirar a Dotty.

Bajó la mesa plegable, la puso, y lo preparó todo antes de llamarla. Ella levantó la cabeza, sobresaltada como si le sorprendiera encontrárselo allí.

Después sonrió contritamente y le dijo:

– Oh, Bill, debí ayudarte. Sólo quería trabajar un poco y después…

– Me gusta hacerlo -adujo Tracy-. Además, ya está todo listo. Anda, ven a comer.

– Hummm, qué bueno está -dijo Dotty cuando hubo tomado el primer bocado.

– Algún día seré una buena esposa -admitió Tracy con modestia-. ¿Qué tal va el guión?

– Ya voy por el segundo. Bill, cuando terminemos de cenar me gustaría que leyeras el primero. Podrás hacerlo mientras yo lavo los platos.

A Tracy se le ensombreció el rostro.

– ¿El segundo? ¿Quieres decir que en tan poco rato mecanografiaste la mitad del que yo había hecho, escribiste la parte que faltaba y empezaste otro guión ¿Todo eso mientras yo preparaba la comida?

Consternado, echó un vistazo al reloj. Eran apenas las ocho; menos de una hora de trabajo.

– Ajá. Y al mecanografiar la parte que tú hiciste introduje unos cambios de poca importancia; quiero que me digas qué te parecen. Me limité a dejar caer una o dos pistas de cosas que ocurrirán en los guiones siguientes. Oye, Bill, cuando lleguemos al accidente propiamente dicho, ¿no te parece que sería una buena idea que el conductor del camión se diera a la fuga? Asi tendremos otra complicación que podríamos utilizar más adelante. La búsqueda del conductor culpable. Ya sea que Dale muera o no, podemos usar eso para crear otra secuencia, si nos parece.

– Claro, ¿por qué no? No perdemos nada si dejamos ese punto colgado. Vaya, Dotty, en menos de una hora has escrito… Oye, ¿te importa si leo ese guión mientras como?

No le importó.

Tracy lo leyó mientras comía. La primera parte le resultó familiar,demasiado familiar como para sentirse cómodo después de haber consumido tres horas y cuarto de dura lucha con ésta. Los cambios eran de poca importancia, tal como Dotty había dicho. Descubrió una o dos pistas: mencionaba que en la oficina de Dale había una nueva empleada. Un toque de malhumor por parte de Millie.

Las escasas modificaciones en la redacción constituían mejoras de poca importancia. Pero todo eso era fácil, casi cualquiera podía mejorar un guión. Dificilmente se puede volver a mecanografiar uno, sin ver que aquí y allá aparecen una frase o una oración entera que pueden reforzarse.

Al llegar a la parte nueva, la que era obra de Dotty, comenzó a leer con sumo cuidado, y con una concentración tal, que se olvidó de comer. La leyó muy despacio.

Era horrible. Olía fatal. Era…

Un momento…, ¿lo era de verdad? Retrocedió unas páginas hasta la mitad, en parte para releer y en parte para postergar el tener que discutirlo mientras pensaba…, se quedó allí sentado mirando fijamente el papel.

Intentó analizar qué era lo que no funcionaba con ese guión, por qué olía fatal.

La redacción era correcta. El lenguaje empleado, también. Los diálogos eran naturales. El argumento era el que ya había aprobado.

Entonces, ¿por qué rayos…?

Tuvo que llegar casi al final de la segunda lectura para obtener la respuesta.

No era el guión de Dotty lo que no le gustaba… Era, sencillamente, que se trataba de un serial radiofónico, y los seriales radiofónicos en sí mismos eran una burda imitación de la vida. Incluso Los millones de Millie . Especialmente Los millones de Millie.

Santo Dios, mientras él los había escrito, había estado demasiado empapado de ellos como para darse cuenta de lo que eran. Sabía que los seriales en general eran un insulto a la inteligencia adulta, pero se había engañado hasta el punto de considerar que Los millones de Millie era distinto, mejor.

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