Fredric Brown - El Asesinato Como Diversión

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El lirismo fantástico de Fredric Brown brilla en esta novela desde la plataforma de un juego enigmático en el que se debate la posibilidad individual de escapar a esclavitudes promocionadas por el sistema social y su decadente código de valores. La lucha para esclarecer un insólito encadenamiento de crímenes coincide con el esfuerzo para llegar a la verdad oculta de las cosas y abrazar una ética abandonada en la sumisión al sueño americano. Todo ello ha de materializarse, inexorablemente, en una pesadilla: «Aquellos sueños no debían habérsele presentado a un perro. Y no lo hicieron. Se le presentaron a Tracy.?

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Puso papel en la «Underwood» y tecleó el título.

Encendió un cigarrillo y se quedó mirando el teclado. ¿Por qué discutirían Millie y Dale?

Media hora más tarde, seguía sentado ante la máquina de escribir mirando el teclado. En el fondo de su corazón sabía ya que la fila superior, la que venía debajo de la fila de números, decía QWERTYUIOP y que la fila del medio decía ASDFGHJKL. Pero todavía no se le había ocurrido un motivo razonable por el que Millie y Dale pudieran discutir. Maldición, eran unos personajes tan insípidos, que ¿por qué podrían discutir?

Enfurecido, arrancó el papel de la máquina y lo lanzó a la papelera. Colocó la funda sobre la máquina de escribir para que la condenada fila QWERTYUIOP se mofara de él.

No estaba de humor para escribir, ni para pensar de modo constructivo. Se iría a dormir, se levantaría temprano y entonces las cosas le vendrían rodadas. Maldición, tenía la idea principal…, era una estupidez que se dejara amilanar por detalles ínfimos. Haría el resumen por la mañana y, si los detalles no le salían, no los incluiría. Al fin y al cabo, sólo necesitaba un resumen.

Puso el despertador a las ocho y se fue a dormir.

Pero la preocupación no le dejó conciliar el sueño. ¿Acaso estaba acabado como escritor? Sabia que a otras personas les había pasado, pero siempre le había parecido que aquello era algo que le ocurría a los demás. No a Bill Tracy.

Entonces, sus pensamientos volvieron a Dotty, y no tardó en quedarse dormido. Y en soñar.

El estridente timbre del despertador lo despertó para enfrentarlo a un mundo fútil. Lo apagó tan rápido como le fue posible y Sea quedó tendido en la cama mirando el techo indiferente, pensando en el completo desastre de los últimos días. No había escrito una sola palabra. Ni siquiera había logrado tener una idea constructiva para el programa de Los millones de Milli e o el de los asesinatos.

De acuerdo, tenía el esquema general de una idea, pero se le había ocurrido a Dotty, y no a él. Ni siquiera había sido capaz de aportar los detalles menores. ¿También tendría que pedirle a Dotty que se encargara de eso?

En la penumbra del amanecer (bueno, no era exactamente el amanecer, pero la penumbra persistiría hasta que se levantara y subiera las persianas) tendría que levantarse y sentarse delante de esa condenada máquina y escribir algo. O eso, o una discusión con Wilkins.

Nunca en su vida había tenido menos ganas de escribir que ahora. Maldición, no debería haberlo postergado para la mañana. Después de desayunar jamás se le ocurriría nada creativo. Y antes de desayunar, incluso el pensar en ello le dolía.

Lanzó un gemido y trató de olvidarse de Los millones de Millie. Pero eso le recordó los asesinatos. Unos asesinatos estúpidos, sin ton ni son. ¿Habrían acabado? Tenía la sensación de que no.

¿Quién seria el siguiente?

En lugar de tratar de adivinarlo, y visto que carecía de base para ello, salió de la cama y se metió en la ducha. El agua fría no lo despertó del todo, pero sí le ayudó.

Una vez vestido, decidió que no le apetecía desayunar. Era mejor que comenzara a escribir el condenado resumen. Quitó la funda a la máquina y se sentó.

«Vamos a ver… Dale y Millie tienen que pelearse, y la primera cuestión es por qué vamos a hacer que discutan. Veamos…»

Maldición, seguía teniendo la mente obnubilada. Será mejor que antes bajara a tomar un café.

En el pasillo se encontró con Millie Wheeler, que llegaba en ese momento cargada de paquetes.

– ¡Tracy! ¿Qué es lo que te ha hecho caer de la cama a las ocho y media de la mañana? ¿O es que todavía no te has acostado?

– Es mi día de ajetreo, cariño. Tengo que trabajar. Y en serio.

– ¿Has desayunado?

– Bajaba a tomar café. ¿Te vienes?

– Aquí tienes café. -Le entregó un paquete. Y después le dio los otros y añadió-: Anda, aguántame todo esto para que pueda abrir la puerta.

La siguió, dejó los paquetes en la cocina y se sentó. Millie se puso a preparar café.

– ¿Qué estás haciendo, Tracy? ¿Los guiones de Los millones de Millie ?

– Un resumen para la próxima secuencia. Millie discutía con Dale, y luego él saldrá y lo atropellará un camión.

– Buena idea. Me refiero a que a Dale lo atropelle un camión. ¿Por qué van a discutir?

– Todavía no se me ha ocurrido. ¿Tienes alguna sugerencia?

– Hummm -masculló Millie-, déjame pensar.

– Sacó platos y tazas de la cocina y fue a colocarlos sobre la mesa-. ¿Por qué no haces que Millie se entere de que Dale le ha echado el ojo a una rubia?

– Oye, es estu…

A Tracy le golpeó una sospecha repentina, pero no logró identificarla. Millie estaba inclinada sobre la cocina echando unos huevos en la sartén, y no podía verle la cara.

– …estupendo -dijo-. Anda, sigue. ¿Dónde conoce a la rubia?

– Pues trabaja en una oficina, ¿no? ¿Por qué no haces que la rubia trabaje en el mismo sitio? Podría ser una nueva estenógrafa.

– Ya -dijo Tracy. Como Millie seguía dándole la espalda, él entrecerró los ojos con aire de suspicacia-. Y, después, ¿qué pasa?

– Pues -que lo atropella un camión -repuso Millie alegremente-. Eso es lo que me dijiste. Y le está bien empleado, ¿no? ¿Cuántos terrones?

– ¿Dónde, en el café?

– Claro, pelma. -Ella se giró y en su rostro no había asomo de astucia.

Tracy insistió en ayudarla a lavar los platos después del desayuno. Quizá fuera su conciencia. Después, ella lo echó porque tenía que vestirse para ir al estudio.

Desconsolado, regresó a su máquina de escribir. Resueltamente colocó una hoja, carbón y papel de copia amarillo.

Resueltamente mecanografió el título, giró el rodillo y comenzó a escribir el resumen. ¿Habría sido, la sugerencia de Millie, una conjetura al azar? ¿O…?

De todos modos, era una idea utilizable. Pero optó por convertir a la chica en operadora de máquina de calcular en lugar de estenógrafa, y en pelirroja en lugar de rubia. Al menos, esa parte del resumen, pensó con amargura, sería idea suya y no de Dotty o de Millie. Y, por supuesto, Dale no sería culpable de tontear con otra (de todos modos, a Wilkins no le gustaría la idea), sino que seria una víctima de las apariencias engañosas.

Siguió escribiendo; las frases salían despacio, palabra por palabra. Cada palabra le hacía daño. El resumen era breve, de dos páginas a doble espacio, y tardó hasta las once de la mañana en acabarlo.

Tenía la frente perlada de sudor, y no se debía solamente al calor de agosto. Le había costado un triunfo escribir aquel resumen, y eso que se había sentado a la máquina con la idea ya preparada. Y ni siquiera había sido idea suya… Por eso le había costado tanto trabajo, porque la idea no le pertenecía.

Suspiró aliviado ante aquel pensamiento reconfortante y se marchó. Tendría que darse prisa si quería encontrar a Wilkins. Probablemente estaría hecho un basilisco. Era un milagro que aún no le hubiese telefoneado.

Al final, la dura prueba no resultó tan mala.

Wilkins frunció el ceño cuando Tracy entró en su despacho, pero se ablandó cuando vio el resumen sobre el escritorio.

Lo leyó despacio y asintió.

– Con esto bastará. ¿Tiene preparado algún episodio?

– Pensé que era mejor que primero me aprobase el resumen, por si deseaba introducir algún cambio. Para el lunes puedo presentarle unos cuantos guiones.

– Muy bien. Puede que le sugiera alguna modificación. ¿No le parecería mas…, esto…, más normal que la muchacha de la oficina fuera una rubia? Quiero de…

– No -respondió Tracy-. Por esa misma razón, mejor que no sea una rubia. Una morena, si le parece que una pelirroja sería demasiado outré.

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