Fredric Brown - El Asesinato Como Diversión

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El lirismo fantástico de Fredric Brown brilla en esta novela desde la plataforma de un juego enigmático en el que se debate la posibilidad individual de escapar a esclavitudes promocionadas por el sistema social y su decadente código de valores. La lucha para esclarecer un insólito encadenamiento de crímenes coincide con el esfuerzo para llegar a la verdad oculta de las cosas y abrazar una ética abandonada en la sumisión al sueño americano. Todo ello ha de materializarse, inexorablemente, en una pesadilla: «Aquellos sueños no debían habérsele presentado a un perro. Y no lo hicieron. Se le presentaron a Tracy.?

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La oreja derecha de Wilkins se elevó un poco.

– ¿No le gustan las rubias, señor Tracy? No sé por qué, pero tenía la impresión de que…

– No es nada personal -repuso Tracy con una sonrisa-. Pero me parece que lo de las rubias está ya un poco trillado. Tanto, que se han convertido en un lugar común. Y, hablando de rubias, ¿está Dotty por aquí? Con una estenógrafa, podría empezar a trabajar en los guiones ahora mismo, en uno de los despachos.

– Es posible que se haya marchado. Los sábados sólo trabaja hasta mediodía, y ahora son…, si, son las doce y diez. Me parece que esta tarde vendrá la señorita Hill. ¿Le pido que le eche una mano?

– Olvídelo, señor Wilkins. En realidad, puedo trabajar mejor por mi cuenta. Lo dije sólo porque me pareció que podría servirle de experiencia a Dotty, en caso de que hubiera trabajado hoy, claro.

– Ya. Es una pena, entonces, que se haya marchado. Por cierto, señor Tracy, en esta secuencia hay un aspecto absolutamente discutible. Me refiero a la posibilidad de que Dale Elkins se muera. Se trata de un aspecto que deberemos exponer a nuestros patrocinadores. No debemos tomar medidas tan…, esto…, radicales, sin contar con la aprobación de todos los anunciantes.

– Por supuesto -replicó Tracy-. Por eso lo sugerí como mera posibilidad. Lo de la pelea nos llevará varios días, el mismo tiempo que tardaremos en sacar a Reggie de sus problemas con el Banco. Justo antes de que acabe el último guión en el que hablamos del asunto del Banco, introduciremos el accidente. Y las escenas en el hospital… nos servirán para varias semanas.

Wilkins asintió y le comentó:

– El martes tengo cita con nuestro patrocinador. Le enseñaré este resumen y le pediré su opinión. Le garantizo que la primera parte, es decir, la pelea, el accidente y las escenas del hospital, serán de su agrado. Puede usted trabajar en los guiones de una semana, incluso de dos, sobre esa base.

Al tomar el ascensor que lo llevaría a la calle, Tracy fue sintiéndose mejor. Había superado el primer obstáculo. Si el domingo lograba escribir un par de guiones…

La fuerza de la costumbre, más que el deseo de beber, lo condujo al bar. Pidió una botella de cerveza y la bebió despacio tratando de reunir el valor suficiente para marcharse a casa y empezar con los guiones. Presentía que iba a costarle un triunfo.

¿Por qué diablos tenía que entregar guiones justo en ese momento? ¿Por qué los asesinatos no habrían surgido más adelante? Si lograra encontrar el modo de tomarse una semana de vacaciones y olvidarse de Los millones de Millie…

Una silueta voluminosa se instaló junto a él, en barra.

– Hola, Tracy -lo saludó el sargento Corey-. Acabo de subir a ver si lo encontraba en el estudio, y el señor Wilkins me dijo que probablemente pasaría por aquí al salir.

– Tipo listo, ese Wilkins -dijo Tracy-. ¿Qué bebe, sargento?

– Bueno…, supongo que una cervecita no me sentará mal. Pero no se lo cuente al inspector. Pasaba por aquí y se me ocurrió que podía comentarle algo que averiguamos, si lo encontraba. Sabemos de dónde salió el traje de Papá Noel.

Tracy dejó la cerveza y preguntó:

– ¿De dónde?

– De «Seabright’s», la tienda que hace vestuarios teatrales. El lunes por la noche entraron a robar…, fue justo la noche antes de que asesinasen a Dineen. Dieron parte a la Policía, pero no denunciaron la desaparición de ningún traje. La denuncia no la cursó nuestro departamento, como es lógico, y no nos enteramos hasta esta mañana.

– Que fue cuando echaron en falta el traje de Papá Noel, ¿no?

Corey asintió con aire de sabio.

– Exactamente. El martes por la mañana, cuando vieron que habían entrado a robar, lo primero que controlaron fue la caja, donde los dueños sólo habían dejado unos pocos dólares de cambio. Estaba todo en orden, de modo que supusieron que el ladrón no había encontrado el dinero. Revisaron por encima las existencias, pero no abrieron caja por caja. Y esta mañana alguien les pidió un traje de Papá Noel, y no pudieron servir el pedido.

– ¿Y quién diablos iba a querer un traje de Papá Noel en esta época del año?

– ¡Ah! -exclamó el sargento.

Tracy frunció el ceño.

– Nunca me lo han presentado. ¿Tiene algo que ver con Lo, el pobre indio? No, espere, sí que conozco un Ah. En Buffalo. Solía llevarle mis camisas. Ah Lee Soon, creo que se llamaba.

– Señor Tracy, me está tomando el pelo.

– Le apuesto diez dólares. Conseguimos una guía de teléfonos de Buffalo y… Oye, Hank, tráenos dos botellas de cerveza. Está bien, sargento, me rindo. ¿Quién trató de alquilar un traje de Papá Noel? esperaré sentado a sus pies conteniendo el aliento.

– Jerry Evers. Ese actor que hace papeles de hombre mayor, y que solía pelearse con Dineen y discutió con Frank Hrdlicka.

– Oh -dijo Tracy.

– En estos momentos está en la Comisaría. Están hablando con él.

– ¿Y qué cuenta?

– Algo de lo más complicado, pero será difícil probar lo contrario. Dijo que tuvo la corazonada de que el traje de Papá Noel utilizado por el asesino fue robado de una tienda de alquiler de disfraces, y que decidió averiguar de cuál. Según él, creyó que podría descubrir algo que se nos hubiera podido pasar por alto a nosotros.

– Eso no es tan complicado, ¿no? -comentó Tracy-. Porque sí encontró algo que se pasaron ustedes por alto, ¿no?

– Bueno…, si. Comprobamos lo de los trajes, claro, hasta tal punto que telefoneamos a todas las tiendas de disfraces de la ciudad para preguntar si últimamente habían alquilado o vendido algún traje de Papá NoeI, pero nadie lo había hecho. Supongo que…, bueno, que tendríamos que haber profundizado más y pedirles que revisaran sus existencias y comprobaran si les faltaba algún traje, pero…, diablos, no se nos ocurrió. Creímos que si les hubieran robado un traje nos lo habrían dicho. Pero la cuestión es que en «Seabright’s» no sabían que se lo habían robado.

– ¿Y Jeny Evers se tomó de verdad el trabajo de ir a otras tiendas a pedir un disfraz?

– Fue a otra más. Lo comprobaron. Pidió un traje, lo miró y dijo que quería otro de mejor calidad…, era de franela barata, ¿sabe? Y les preguntó si era el único que tenían y si últimamente hablan alquilado o vendido algún otro. «Seabright’s» fue la segunda tienda en la que entró. Por supuesto que habría ido a más de una tienda para respaldar su historia.

– Sargento, tómese la cerveza antes de que pierda el gas. De acuerdo…, si Jerry es el asesino y si él robó el traje de Papá Noel el lunes por la noche, entonces, ¿por qué rayos iba a llamar la atención sobre el hecho de que faltaba el traje, y para qué iba a ir a preguntar de tienda en tienda?

Corey sorbió su cerveza muy despacio.

– No lo sé -repuso-. Pero imaginamos que el asesino está loco. De modo que podría hacer cosas tan extrañas como ésa. Es posible que no pueda estarse quieto. A lo mejor tiene la loca idea de que ocultará sus andanzas revelando de dónde salió el traje, puesto que no podemos probar que fue él quien lo robó. Supongo que está tratando de desviar las sospechas hacia otra persona.

– ¿Y lo está logrando?

Corey se mostró apenado.

– Le acabo de decir que ese tipo está chiflado. Y voy a probárselo. Suponga que el tal Jerry Evers no haya matado a nadie. Suponga que sea puro como la nieve inmaculada. Bien, pero, por otro lado, le caían gordos tanto Dineen como Hrdlicka; entonces, ¿por qué rayos se toma tanto trabajo para ayudamos a encontrar al asesino? No es esa clase de tío. Es un tipo solapado y más bien…, ¿cuál es la palabra exacta…? Furtivo. Eso es, furtivo.

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