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Carlos Salem: Un jamón calibre 45

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Carlos Salem Un jamón calibre 45

Un jamón calibre 45: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Qué sucede cuando alguien abre la puerta inadecuada? Al protagonista de esta novela, un argentino "jodido pero contento" que no tiene donde caerse muerto en Madrid se le ocurre hacer uso de una llave que le han pedido que guarde y pasar unos días en un apartamento vacío. Esta decisión convertirá su vida en una montaña rusa: conocerá a un matón violento y sentimental que le obligará a buscar un dinero robado a unos ladrones; a una chica aficionada a andar desnuda y deseosa de amar; a un criminal con muy malas pulgas llamado El Muerto; a un detective torpón; a un policía enamorado de una mujer con dos caras… todos en busca de una maleta con mucho dinero y de la única persona que puede saber dónde está: la desaparecida propietaria del apartamento… Una novela policiaca atípica, desenfrenada y muy divertida, con altas dosis de acción, sexo, filosofía callejera, humor y giros inesperados.

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– No se me dan muy bien los compromisos, Nina -advertí-. Además, apenas me conocés. No puedo importarte demasiado.

Separó un poco su cara y me miró a los ojos.

– Puedo enamorarme de ti. Lo sé.

– No podés. Yo estoy casi muerto, ¿recuerdas?

Se puso de pie, un poco ofendida.

– No me tomas en serio. Pero voy a sacarte de esta. -Apretó los puños, dio un paso y apoyó su pubis contra mi cara-. ¡Y no me digas si puedo o no puedo enamorarme de ti!

Se volvió furiosa y corrió al dormitorio.

Me senté sobre los talones y dejé que mis ojos descansaran en el marco de la puerta. Suspiré y apagué la computadora. Escondí el disco de Noelia en un estante de libros, detrás de las obras completas de Bertold Brecht. Me tumbé en la alfombra, pensando en las palabras de Nina. Suspiré otra vez. Estaba hasta las manos y lo sabía. No a causa de las amenazas del Jamón Calibre 45, que en ese momento era un recuerdo remoto y ajeno.

Era algo más peligroso.

Yo también empezaba a enamorarme de Nina.

Y de Noelia.

7

Era un centro cultural cruzado con local de diseño, en pleno barrio de Chueca. Lleno de gente en una ciudad que parecía deshabitada. Todos eran terriblemente felices, todos estaban terriblemente sanos y yo me sentía terriblemente apático. La puerta era un gran agujero irregular en la pared pintada de negro y salpicada de pequeñas luces. Un número de brillante neón rojo identificaba el lugar como un posmoderno templo de la diversión alternativa. Y grupitos de futuros dirigentes alternaban en la puerta con poetas, cineastas y actores sin futuro. No me gustó. Hice un gesto y lo mantuve mientras miraba hacia atrás. Dos metros más allá, mi Jamón Calibre 45 me devolvió el gesto. A él tampoco le gustaba el tugurio.

Nina consiguió que me dejaran entrar, aunque mi vaquero limpio y mi camisa blanca no convencieron al mastodonte ruso de la entrada, que sonreía a los harapos de marca y las rastas de peluquería. Siempre ha habido clases. Intentó detener al Jamón, pero fue como si quisiera parar un tren. Nina hizo un gesto al moscovita, que fingió ser condescendiente y no condescendido. Jamón se sacudió el traje y nos siguió.

– Creo que se lo ponemos demasiado fácil -murmuré al oído de Nina.

– Vive y deja vivir -dijo ella.

– Yo lo dejo. Es él el que no me dejará vivir.

Un intelectual delgado como un hilo y con los ojos enrojecidos abrazó a Nina como si fuera una tabla de salvación. Le dio dos besos en cada mejilla y uno en la frente. Estaba tan feliz de verla. Todos estaban felices de verla. Nina era una chica popular. Adiviné la barra detrás de un compacto grupo de cuerpos que la ocultaban. Un camarero respondía a las gracias de los clientes con una benigna media sonrisa. Si alguien le hubiera dado una metralleta, hubiera limpiado el local en cinco minutos.

El salón era amplio y parecía decorado por un consorcio de diseñadores que se odiaran mutuamente. Cada pared era un muestrario de ingenio y dinero, y una prueba de que ambas cosas no van necesariamente unidas. Las mesas eran pequeñas e incómodas. Los sillones, tan blandos que tocabas el suelo con el culo. En la pared del fondo había una pantalla blanca. Un proyector, una consola de sonido y un tipo esmirriado subido sobre una altísima silla en cuyo respaldo podía leerse «Director». La cosa iba de cine. O algo parecido.

Nina me besó en la oreja y se perdió en dirección a la barra mientras devolvía saludos. Tres minutos después volvía con un bourbon triple para mí y algo rojizo y espeso para ella. Tenía que ser alguien importante en ese lugar para conseguir bebidas con tanta rapidez. Tontamente, me sentí orgulloso, como si me estuviera acostando con la reina de Francia. Solo que el decapitado iba a ser yo.

– Has puesto cara de tango -dijo Nina.

– ¿Qué mierda hacemos acá?

– Buscar información. Y asistir a una muestra de cine experimental.

– Estos tipos parecen el resultado de un experimento… fallido.

– Odioso -dijo ella apoyando su pecho en mi brazo.

Me besó con descaro, su lengua entrando por sorpresa en mis labios. Dejé de quejarme. Tomé un trago y me acordé de mi perseguidor. Pensé en pedirle a Nina algo de beber para él, pero no estaba a la vista.

– Voy a hacer algunas preguntas -dijo Nina-. ¿Me esperas aquí?

Al rato sentí un peso en el hombro. Era la mano del grandote.

– Gracias por lo de la puerta. Hubiera tenido que sacudir al rubito…, y él también está haciendo su trabajo.

– No fue nada -dije dando otro sorbo a mi vaso-. ¿Fuma?

Me aceptó un cigarrillo negro, pero por la forma de aspirarlo pensé que lo suyo era el tabaco rubio. Delante de nosotros, una quinceañera de casi dos metros de altura y veinte centímetros de minifalda ajustada le contaba una historia a su iPhone. Mientras hablaba alargando las eses, movía el culo al compás de una música que solo ella escuchaba. Durante un rato miramos el péndulo con minifalda.

– Un bello culo -sentencié.

– Usted lo ha dicho.

Le ofrecí mi vaso. Dijo que no con la cabeza, pero su mano no obedeció. Tomó un trago, se relamió y me devolvió el vaso. Carraspeó.

– Nada personal. -Se acercó y habló en tono confidencial-. Le he dicho al jefe que a usted también se la había jugado la pelirroja. Pero él no atiende a razones.

– Un duro, el jefe -comenté.

– No lo sabe usted bien -dijo-. Debo pedirle instrucciones. No vea el mosqueo cuando le diga que todavía no hay nada de la tía ni del…

Se quedó en mitad de la frase. Bebí otro trago.

– Creo que puedo encontrarla -mentí-. Pero necesito más tiempo. Puede que ella no lo tenga consigo, y en ese caso, lo importante no es dónde está ella, sino dónde lo dejó.

Esperé. Tanto podía haber acertado como adelantado mi ejecución.

– Tiene usted razón -concedió-. Pero El Muerto no se conformará.

– Solo pido más tiempo; si me mata, puede despedirse de Noelia y del…

Me miró con desconfianza.

– ¿No será un truco para intentar dármela con queso?

– ¿Qué ganaría? Usted no es un novato: sabe su oficio.

– ¿De verdad lo cree? -Se le iluminó la cara y se hinchó tanto que creí que el traje de color limón y chocolate iba a explotar.

– Haré lo posible -dijo-. Pero El Muerto no es un tipo comprensivo…

Culo Inquieto seguía su danza ritual con el teléfono, y sus movimientos eran más espasmódicos. Iba a terminar pronto. Jamón y yo volvimos a estudiar las nalgas movedizas.

– Un bello culo -dijo, como si la frase se le acabara de ocurrir.

– Usted lo ha dicho.

– Claro que la morena que va con usted…, dicho con un respeto.

– Sí. Es una linda chica. Pero con problemas, no sé si me entiende. -Hice un gesto con el índice en mi sien-. Una historia muy triste…

– ¿Entonces… usted no…?

– ¿Con mi propia hermana?

– ¿Es su hermana? -preguntó.

Me había pasado un poco.

– Como si lo fuera. -Suspiré otra vez-. Nos criamos juntos y luego yo viajé a Sudamérica. Volví para hacerme cargo de ella, necesita tratamiento. No puedo dejarla sola…

Repetí el gesto universal de los tornillos flojos.

– Joder. Y tan lista que parece…

– Tendría que verla cuando intenta suicidarse…

Culo Inquieto exhaló un gemido y dejó el teléfono. El grandote retrocedió hasta su mesa caminando con cuidado, como si temiera romper alguno de los maniquíes parlantes que lo rodeaban. Otra adolescente, réplica de la anterior, pasó meneando las caderas. Rondaba los dieciséis años pero no desmerecería en la NBA. Mientras pensaba en qué les darían de comer, se apagaron las luces, Nina volvió y el espectáculo comenzó. Un tipo caminaba por un callejón oscuro, lleno de contenedores de basura. De los contenedores salían luces y voces distorsionadas. Una silueta envuelta en bruma se acercaba desde el fondo.

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