Martin Greenberg - Las Nuevas Aventuras De Sherlock Holmes

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Las Nuevas Aventuras De Sherlock Holmes: краткое содержание, описание и аннотация

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LAS NUEVAS AVENTURAS DE SHERLOCK HOLMES Es un homenaje de eminentes autores de misterio -Stephen King, John Gardner, Michael Harrison y otros- realizado en el año 1987 con motivo del centenario de la primera aparición pública de Sherlock Holmes en el Beeton’s Christmas Annual de noviembre de 1887, donde se dieron a conocer los hechos y la resolución del misterio conocido como Un Estudio en Escarlata

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Y se fue.

Esa tarde, junto al fuego, regalé a Holmes más información sobre Muffin. Quedó tan impresionado como yo por el hecho de que conociese a Shakespeare.

– Me pregunto si sabrá leer y escribir -reflexionó.

La educación para la mujer seguía siendo escasa o inexistente, aunque hacía ya varios años que el Parlamento había promulgado la Ley Nacional de Educación. La campaña de John Stuart Mill para la mejora de las escuelas de mujeres, apoyada por las influencias de la señorita Florence Nightingale había sido, en buena medida, la causa de que el Parlamento se hubiera visto obligado a hacer algo. Tanto Holmes como yo éramos defensores convencidos de la educación para todo el mundo.

Aquella noche Holmes no habló de su nuevo caso, salvo para decir que lo había aceptado y que iría a primera hora de la mañana a los muelles. Los muelles habían mejorado mucho para finales del siglo XIX, pero continuaban siendo, en el mejor de los casos, un lugar desagradable y habitualmente peligroso. Holmes no temía internarse en los más tenebrosos callejones. Su enjuto aspecto no revelaba en lo más mínimo su potencia muscular, ni el hecho de que era un boxeador tan bueno como cualquier profesional, manteniéndose en forma con ejercicio y una dieta adecuada. De todos modos, nunca confiaba sólo en la fuerza bruta. El bastón que llevaba estaba lastrado, como podía atestiguar más de un malhechor.

– Esperemos que el cofre no haya caído en manos de un dragador. Resultaría algo difícil recuperarlo entonces.

En su mayoría, los dragadores eran hombres trabajadores y honrados, pertenecientes a las clases más bajas, que buscaban entre los restos a la deriva objetos de posible valor. También tenían el deber de recuperar cuerpos de ahogados en el río. Por estos últimos se les pagaba lo que llamaban «gastos de investigación». Desgraciadamente entre los dragadores decentes solían encontrarse algunos ladrones, que solían estar más activos cuantos más barcos procedentes de la India hubiese anclados en el río.

Desde luego, la rapidez es esencial habiendo diamantes en juego -comentó Holmes, fumando tranquilamente su pipa de después de la cena.

– ¡Diamantes! -no pude evitar exclamar-. ¿Y podrá recuperarlos?

– Eso quiero hacer -dijo Holmes sin un asomo de sonrisa-. Y no pretendo fallar.

II

Muffin no se entretuvo el día siguiente, cuando nos trajo el té de la mañana. Supongo que la señora Hudson le regañó por sus retrasos del día anterior. Holmes tomó el té con su acostumbrada pipa de antes del desayuno, llena como siempre con los restos del día anterior, que dejaba secándose toda la noche en su escritorio. Con ella tomó sus acostumbradas dos tazas de té con dos cucharadas de azúcar, pero sin demorarse a la hora de tomarlas. Se fue enseguida a su habitación para vestirse, impaciente por llegarse a los muelles.

Encendí mi pipa de brezo y me serví una tercera taza. Muffin entró en la habitación sin advertencia alguna, ni siquiera con su habitual llamada a la puerta. Llevaba una bota en cada mano.

– ¿No está el señor Holmes? -preguntó.

– Sí está. En su habitación, vistiéndose.

– Alguien ha dejado sus botas en el cubo de la basura. Fui a vaciar los cestos de la cocina en el cubo y las vi allí encima. El camión de la basura habría pasado esta noche y se las habría llevado al basurero. -Meneó la cabeza-. Si antes no se las quedaba el basurero para venderlas luego.

– ¿Qué es lo que dices? -dijo Holmes desde el umbral de su habitación.

Muffin giró en redondo y las botas cayeron de sus dedos.

– Por Dios, señor Holmes -dijo tragando saliva-. Menudo susto me ha dado. -Lanzó un suspiro-. Le había tomado por un lascar.

Holmes se había ocultado bajo la guisa de uno de esos feroces marinos de las indias occidentales. Una roja cicatriz dividía toda su mejilla izquierda. Su rostro tenía un color tan pardo como el del café. Hasta a mí, un hombre de medicina, y estando tan cerca, me pareció que era una cicatriz auténtica.

– ¿Estás familiarizada con los lascar? -le preguntó Holmes.

– Oh, sí, mi mamá y yo vivimos cerca de los muelles. Mi papá fue marinero hasta que su nave se perdió en el océano Indico, con todos los hombres que había a bordo. Yo nunca le conocí; sólo era un bebé. -Meneó la cabeza alejando los recuerdos y volvió al presente-. Los lascar son malos. Te clavan el cuchillo como quien te dice la hora.

Holmes se volvió entonces a mí.

– Y usted, Watson, ¿me da el visto bueno?

– Ya ha pasado una inspección más severa que la mía. Es más difícil engañar a los niños que a sus mayores. Muffin ha rescatado sus botas del cubo de la basura le expliqué a continuación.

Esta había recogido las botas del suelo y las alzaba hacia él.

Es muy amable preocupándose así por mí, señorita Muffin, pero, he desechado esas botas.

Pero, señor Holmes-protestó ella-. El cuero no está roto. Mire. ¡Y las suelas! Todavía están…

Ya no las necesito -le dijo-. Mi zapatero de Jeremy Street me ha entregado esta semana unas nuevas. Puede devolver esas al cubo de la basura.

– Si usted lo dice. -Se volvió reticente, dispuesta a irse, frotando todavía el cuero con el pulgar. Y entonces se volvió para mirar a Holmes y hacerle una pregunta con voz tímida- ¿Le importa si, en vez de tirarlas a la basura, me las quedo?

Mi amigo se quedó desconcertado por un momento.

– En absoluto, pero me temo que le vendrán demasiado grandes, señorita Muffin.

– Oh, no son para mí, señor. Son para mi mamá. Cuando vuelve de fregar por las noches tiene los pies tan fríos que son como carámbanos de hielo. Y cuando llueve, los zapatos le calan hasta la piel. Tienen las suelas de cartón.

– ¿No serán demasiado grandes para ella? -intervine dubitativo-. El pie de la mujer es diferente al del hombre.

– No con medias viejas nuevas. Bastará con dos pares para llenar el hueco.

– ¿Medias viejas nuevas? -Era una expresión que no conocía.

– Las hacen todas las madres. Quitan la parte usada de las medias y cosen lo que queda. Luego se corta la parte superior de otra media vieja y se cose a la otra para que sea lo bastante larga. Y ya tienes una media vieja nueva.

Una perentoria llamada a la puerta la hizo callar. Era la llamada de la señora Hudson. Sólo entonces me di cuenta de que Sherlock había salido subrepticiamente mientras Muffin y yo hablábamos.

Abrí la puerta a nuestra patrona. Ella me deseó los buenos días y luego miró a Muffin.

– Haces falta abajo.

– Sí, señora -dijo tímidamente la niña, escabullándose fuera de la habitación.

– Siento haberla retenido tanto tiempo ayudándome -dije asumiendo la culpa, y esperando ser así de alguna ayuda para Muffin. Me di cuenta de que, antes de salir, se las había arreglado para ocultar las botas bajo el mandil.

– Cuando necesite ayuda dígamelo, doctor Watson -dijo cortésmente la señora Hudson-. Le enviaré a una de las doncellas.

Tras decir esto, se marchó moviéndose con rapidez. A juzgar por lo abultado de su falda, debía llevar varias enaguas debajo, y al menos una de ellas de tafetán. No tenía ninguna duda de que, a esas alturas, Muffin ya tendría las botas bien ocultas debajo hasta que se marchara por la noche.

Holmes volvió después del anochecer. No había tenido un buen día, a juzgar por su cara adusta, y no le hice preguntas. No comentó sus aventuras del día hasta que no se hubo despojado de todos los vestigios del lascar y no estuvo cómodamente sentado junto al fuego, envuelto en su bata púrpura.

– Los muelles están llenos de lascars, Watson, pero ninguno quiso hablar conmigo aunque hablo varios de sus dialectos. De no ser por ellos el lugar estaría desierto. No he sabido discernir si por miedo a ellos o por órdenes de un tal Jick Tar.

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