Martin Greenberg - Las Nuevas Aventuras De Sherlock Holmes

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Las Nuevas Aventuras De Sherlock Holmes: краткое содержание, описание и аннотация

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LAS NUEVAS AVENTURAS DE SHERLOCK HOLMES Es un homenaje de eminentes autores de misterio -Stephen King, John Gardner, Michael Harrison y otros- realizado en el año 1987 con motivo del centenario de la primera aparición pública de Sherlock Holmes en el Beeton’s Christmas Annual de noviembre de 1887, donde se dieron a conocer los hechos y la resolución del misterio conocido como Un Estudio en Escarlata

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y la sucia Joan remueve la marmita…

La pinche entró en la habitación, balanceando la pesada bandeja de plata, con sus dos potes de cerámica marrón con la mejor mezcla Jackson para el desayuno inglés, un gran recipiente con agua hirviendo, dos tazas y platillos de cerámica Wedgewood, un cuenco con azúcar y una jarrita con leche, también de Wedgewood, y dos cucharas de plata. La chica se las arregló para depositar con cuidado la bandeja sin derramar nada. A continuación, se enfrentó a Holmes.

– No me llamo Joan -afirmó- y no estoy sucia. Me lavo todas las mañanas y todas las noches, y los sábados me doy un baño completo en la bañera de mi madre. Cada sábado -enfatizó.

Era pequeñita, con no más de diez u once años a juzgar por su aspecto. Llevaba un mandil encima del vestido, evidentemente de la señora Hudson, a juzgar por la forma en que le colgaba hasta los tobillos. Tenía el ratonil pelo castaño cortado como el de un chico, con un corte recto justo encima de las cejas y cuadrado bajo las orejas. Sus ojos eran tan grises como aquella mañana de invierno.

Los pinches duraban poco en la casa de la señora Hudson. Nuestra ejemplar patrona no tenía tan buen corazón con sus sirvientes como con sus inquilinos. Más de una vez había oído cómo reprendía a alguno que otro niño sumido en lágrimas. Los pinches eran el escalafón más bajo de los empleados del hogar y, por tanto, los peor pagados, y ninguno duraba mucho tiempo como empleado de la señora Hudson.

Pero ésta tenía aguante. Y Sherlock Holmes estaba de buen talante, por lo que supuse que tenía un nuevo caso. «Denme problemas, denme trabajo. Aborrezco la inactividad», decía siempre. Sin un problema a mano, se daba a su violín Stradivarius y su solución al siete y medio por ciento.

Aunque sus ojos eran risueños, su rostro permaneció tan grave como su voz.

– ¿Por qué nombre respondes, ya que no es el de sucia Joan?

– Me llamo Muffin [9] .

– ¿Muffin?

– Muffin -repitió ella con firmeza, desafiándole a que lo desmintiera.

– Muy bien, señorita Muffin -repuso con una ligera reverencia-. Puede servirme una taza de su excelente té. Primero un poco de leche, luego el té, y, por último, dos cucharadas de azúcar.

Ella dudó, como si su trabajo no fuese servir el té, que no lo era. Yo me había servido ya una taza, con una generosa ración de leche y una cucharada de azúcar, y le daba vueltas y vueltas como me habían enseñado en el internado. Ella siguió sus instrucciones, como si estuviese acostumbrada a hacer ese trabajo extra. Debo decir que sabía cómo hacerlo. Seguramente se lo habría servido a su madre más de una vez.

– ¿Y dónde consiguió usted ese bonito nombre, señorita Muffin? -preguntó Holmes educadamente, mientras se aventuraba a tomar un sorbo de su té hirviendo.

– Mi madre me lo puso -replicó ella-. Una vez antes de nacer yo, consiguió ahorrar un penique de sus gastos y se compró un muffin. Dice que fue lo mejor que había probado en su vida. Y cuando yo nací, me llamó Muffin. -Se dirigió hacia la puerta, mientras decía esto-. Discúlpenme señores, pero me acusarán de tardona si no bajo ya. Luego volveré a por la bandeja.

Y, diciendo esto, desapareció como un rayo.

Holmes se echó a reír cuando se hubo ido.

– Muffin. Porque fue lo mejor que probó nunca. -Entonces su rostro se volvió serio-. Pobre mujer. ¿Cuánto tiempo llevaría esperando para poder gastarse un penique en su deseo? Seguro que la niña nunca ha probado uno.

– No con lo que gana un pinche -concedí sirviéndome más té-. Se ha levantado pronto. ¿Un nuevo caso?

– Eso parece. Ha desaparecido un cofre con joyas que venía de la India en el Príncipe de Poona. Esta mañana me encontraré con el capitán de la nave y los representantes del virrey. Cuando sepa más detalles decidiré si me ocupo o no del caso.

– ¿No serán las gemas del Gaekwar de Baroda? -Había leído sobre su valor en los periódicos de la semana pasada.

– Así es. Seguramente sabrá, por su estancia en la India, que los súbditos del Gaekwar le regalan todos los años su peso en oro y joyas. Sin duda, a eso se debe que su aspecto emule al de un ganso de Estrasburgo a punto de convertirse en el plato fuerte de una comida. -Intercambiamos una sonrisa por haber visto fotografías del actual Gaekwar-. Parece ser que ha decidido convertir parte de su tesoro en pelos, guirnaldas, anillos y cosas así, seguramente como regalo para sus damas y cortesanos favoritos.

– Pero, ¿por qué en Londres? -Los hindúes del este eran conocidos por su talento como lapidarios.

– ¿Por qué? Porque parece ser que, hoy en día, los mejores cortadores de piedras se encuentran en Londres. Al menos eso piensa el Gaekwar. Y se niega a que sus gemas se corten en otro sitio.

Holmes iba vestido bajo su bata, a excepción de la chaqueta. Volvió unos momentos a su cuarto, para salir vestido con sus botas de campo, su sobretodo de Inverness, varias bufandas de lana alrededor del cuello y sus guantes de invierno ribeteados en piel. En la cabeza llevaba un gorro de piel comprado en Rusia con las orejeras bajadas.

Sugerí que, debido al tiempo, cogiera un cabriolé para acudir a la cita. Se burló de mi comentario.

– Lo que necesitan mis pulmones es aire fresco -dijo, marchándose a continuación.

Le envidiaba. Yo seguía estando más o menos confinado a la casa, cuidándome las heridas recibidas durante mis años de servicio en Afganistán. Me senté junto al fuego, acomodándome en una butaca con mi pipa de brezo blanco y el London Times de la mañana. Sherlock afirmaba que el Times sólo lo leían los intelectuales, especie de la que no me considero miembro, pero siempre pensé que era el único periódico que me daba bien las noticias.

Para cuando Muffin reapareció llamando a la puerta, ya me había olvidado de ella.

– La señora Hudson dice que dentro de una hora estará preparado el desayuno, si no le parece muy tarde, y que si bajará usted -dijo sin respirar.

Holmes y yo solíamos tomar el desayuno en el comedor de la planta baja, ya que resulta difícil, aunque no imposible, mantener las tostadas, los huevos y el bacon adecuadamente calientes cuando se transportan en una bandeja a lo largo de los dos tramos de escaleras que van de la cocina al primer piso, donde teníamos nuestras habitaciones.

– Sí, bajaré, y las ocho en punto me parece buena hora. Y, por favor, dígale a la señora Hudson que el señor Holmes no bajará a desayunar ya que ha salido.

No era algo inusual cuando estaba metido en un caso. ¡Había veces en que salía incluso antes del té de la mañana!

– Sí, señor-dijo Muffin.

Estaba llenando la bandeja con los restos de la mañana. Se disponía a llevárselos cuando la retuve.

– Quiero que sepas que el señor Holmes no se refería a ti cuando hablaba de la sucia Joan. Sólo recitaba una de las canciones del señor Will Shakespeare.

Su cara se iluminó.

– Oh. Ya he oído antes alguna. Cuando yo era pequeña, mi mamá me llevó a ver algunas de sus obras en el Liceo. I labia una donde el fantasma de un padre se aparecía a un príncipe llamado Hamlet. Siempre me daba mucho miedo. Y había otra llamada

Noche de Epifanía, donde una chica se hacía pasar por un chico y había dos ancianos caballeros que cantaban y bailaban. Eran muy graciosos.

– ¿Tu madre trabaja en el teatro? -aventuré.

– Oh, no, señor. Fue cuando limpiaba en el Liceo. No está lejos de los muelles, junto al Strand. El ujier le dejaba llevarme si me quedaba sentada en silencio en los escalones. -Agitó la cabeza-. Le aseguro que, por muy joven que fuera yo, estaba mucho más callada que la gente que había en las butacas o en la galería. -Levantó la bandeja, que no resultaba tan pesada con los recipientes vacíos-. Será mejor que me dé prisa antes de que la señora Hudson vuelva a ponerse quisquillosa.

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