Ella y Jackie Temple habían estado en la misma clase en la academia. Cuando fueron destinadas a Notting Hill pasaron de tener un trato agradable a disfrutar de una verdadera amistad. Habían permanecido en contacto, incluso cuando Gemma cambió el uniforme por el departamento de investigación criminal. Pero tras ser destinada a Scotland Yard se habían visto en contadas ocasiones. Ahora se daba cuenta de que no había hablado con Jackie desde que concibió a Toby.
– Tampoco tú, Gemma -dijo Jackie con una sonrisa que iluminó su cara morena-. Y ahora que sabemos que somos unas mentirosas terribles, dime, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cómo está Rob? -La expresión de la cara de Gemma la debió delatar porque Jackie dijo inmediatamente-: Oh, no. He metido la pata, ¿verdad? -Tomó la mano izquierda de Gemma y sacudió la cabeza cuando vio el dedo sin anillo-. Lo siento mucho, querida. ¿Qué ha pasado?
– No podías saberlo -la tranquilizó Gemma-. Y ya han pasado más de cuatro años. -A Rob le había parecido que las exigencias de la vida familiar eran mayores de lo que esperaba y no había demostrado ser mejor padre estando ausente. Los cheques de manutención del niño, al principio regulares, habían pasado a ser esporádicos y luego simplemente habían dejado de llegar cuando Rob dejó su trabajo y cambió de dirección.
– Oye -dijo Jackie cuando se volvió a abrir la puerta y casi las golpea-, no podemos quedarnos en la escalera todo el día. No estoy de servicio pero he tenido que traer unos papeles de Notting Hill como favor a mi sargento. Ahora me voy a casa. Ven conmigo, tomaremos una copa y tendremos una buena charla.
Gemma sintió un pellizco de culpa que enterró rápidamente mientras se decía que había seguido las instrucciones de Kincaid al pie de la letra. Y siempre podría preguntar a Jackie cosas de Alastair Gilbert. Dijo, sonriendo:
– Es la mejor oferta que me han hecho en todo el día.
Jackie seguía viviendo en el pequeño bloque de apartamentos que Gemma recordaba, cerca de la comisaría de Notting Hill. Era como el patito feo de una zona de casas adosadas de estilo georgiano, pero el apartamento de Jackie en el segundo piso era agradable. Tenía amplios ventanales que daban a un balcón orientado al sur, había abundantes plantas entre un revoltijo de grabados africanos y colchas de vivos colores cubrían los informales muebles.
– ¿Todavía compartes el piso con Susan May? -gritó Gemma desde el salón mientras Jackie desaparecía en el dormitorio sacándose por el camino el suéter del uniforme.
– Nos llevamos bastante bien. La han vuelto a ascender y últimamente se lo tiene algo creído -dijo Jackie cariñosamente cuando reapareció en tejanos y pasándose una camiseta por la cabeza llena de apretados rizos -. Tengo mucha hambre -añadió mientras se dirigía a la minúscula cocina-. En un momento prepararé algo para las dos.
Jackie rehusó la ayuda de Gemma, que se dirigió al balcón donde admiró los pensamientos y dragonarias que florecían alegremente en las macetas de terracota. Se acordó de que era Susan, una mujer esbelta que trabajaba como asistente de producción de la BBC, la jardinera experta. Cuando se habían juntado las tres para preparar cenas improvisadas, Susan había bromeado con Jackie sobre su capacidad de matar cualquier cosa con una simple mirada.
Éste había sido su territorio, pensó Gemma cuando se inclinó por encima de la barandilla y miró las anchas calles arboladas -no todo tan elegante y agradable como esto, claro- pero había sido un buen sitio donde empezar como policía, y le había tomado cariño. Hubo una época en que le tocó la ronda que iba del colorido orden de Elgin Crescent al bullicio de Kensington Park Road. Se sentía rara al estar de vuelta, como si el tiempo se hubiera plegado como un telescopio.
Cuando volvió a la sala de estar, Jackie había preparado unos bocadillos, fruta y dos botellas de cerveza. Llevaron las sillas cerca de la ventana para poder disfrutar de los últimos instantes de sol mientras comían. Jackie repitió los pensamientos de Gemma.
– Un poco como en los viejos tiempos, ¿no? Ahora háblame de ti -añadió al darle un mordisco a una manzana con un gran crujido.
Cuando Gemma la hubo puesto al día y Jackie hubo prometido ir a visitar a Toby a la mayor brevedad, ya habían dejado los platos limpios.
– Jackie -dijo Gemma tanteando el terreno-, siento mucho no haber seguido en contacto. Cuando estaba embarazada de Toby lo único que era capaz de hacer al llegar a casa por la noche era irme a dormir, y después… lo de Rob… Sencillamente no quería hablar de ello.
– Lo entiendo. -En los ojos oscuros de Jackie había comprensión-. Pero envidio tu bebé.
– ¿Tú? -Nunca se le hubiera ocurrido a Gemma que su brava y autosuficiente amiga pudiera querer tener un hijo.
Jackie rió.
– ¿Qué? ¿Crees que soy demasiado bruta para cambiar pañales? Pero así son las cosas. Yo nunca hubiera creído que tú fueras a dejar que un bebé interfiriera en tu carrera. Y ya que hablamos de ello -golpeó levemente el brazo de Gemma-, quién hubiera pensado que acabarías siendo tan importante, investigando el asesinato de un comandante. Explícamelo.
Cuando Gemma terminó su relato, Jackie guardó silencio mientras hacía girar los posos de cerveza de la botella color ámbar.
– ¡Qué suerte! -dijo por fin-. Tu jefe parece de los buenos.
Gemma abrió la boca para replicar, pero luego la cerró. Ése era un tema que no se atrevía a tocar.
– Te podría explicar historias sobre el mío que te pondrían los pelos de punta -dijo Jackie, y añadió filosóficamente-: En fin, decidí quedarme en la calle y me lo tengo que tragar. -Terminó su cerveza de un trago y cambió de tema de manera abrupta-. No hace mucho vi al comandante Gilbert en Notting Hill. Creo que fue la semana pasada. ¿Puedes creerte que tenía una mancha en la corbata? Debió de quedarse atrapado entre dos fuegos en una pelea de comida de la cantina. Ésa es la única explicación razonable.
Las dos se rieron. Luego, inspiradas por la mención de un comportamiento tan infantil, comenzaron una ronda de «¿recuerdas?» que las dejó riéndose tontamente y secándose las lágrimas.
– ¿Te imaginas lo ignorantes que llegábamos a ser? -preguntó Jackie finalmente mientras se sonaba-. A veces pienso que es un milagro que sobreviviéramos. -Estudió a Gemma por un instante y luego añadió con seriedad-: Me alegra verte de nuevo, Gemma. Eres una parte importante de mi vida y te he echado de menos.
A Rob no le había gustado ninguno de los amigos de Gemma, especialmente aquellos del cuerpo de policía, y al cabo de un tiempo perdió la energía para hacer frente a las inevitables discusiones que tenía con su marido después de salir con ellos. A Rob tampoco le había gustado que hablara de la vida anterior a él, e incluso sus recuerdos parecían haber desaparecido gradualmente con el desuso.
– Es como si en los últimos años hubiera perdido retazos de mi vida -dijo despacio-. Quizás sea hora de esforzarme por hallarlos de nuevo.
– Entonces ven a cenar con nosotras pronto -dijo Jackie-. A Susan también le encantará verte. Beberemos una botella de vino a la salud de nuestra malgastada juventud y recordaremos los tiempos en que lo único que nos podíamos permitir era el peor tintorro posible. -Se levantó y se dirigió a la ventana-. Qué extraño -dijo un poco distraídamente-, acabo de recordar que creí ver al comandante Gilbert en otro sitio recientemente. Este vino barato me lo debe de haber hecho recordar porque acababa de salir de la tienda de vinos de Portobello Road. Ahí estaba Gilbert hablando con un tipo antillano que es un informador conocido. Al menos pensé que era Gilbert, pero se paró delante un camión y cuando cambió el semáforo ambos habían desaparecido.
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