Gemma caminó por Victoria Street hacia Buckingham Gate tomándose su tiempo, disfrutando del débil sol que había sucedido al aguacero de la noche anterior. Al girar hacia Broadway encontró sorprendentemente acogedora la vista de Scotland Yard. Por una vez, el severo aspecto del edificio le resultó reconfortante y se sintió bien pisando de nuevo tierra firme.
Tras informar brevemente al comisario jefe Childs, tomó posesión del despacho de Kincaid si bien no sintió la habitual satisfacción. A pesar de ello, la oficina le ofreció la paz que necesitaba para organizar su jornada y al poco rato ya se había citado con el jefe de personal, del comandante Gilbert, el inspector jefe David Ogilvie, e iba de camino a la división de Notting Dale.
* * *
Recordaba a Ogilvie de su época en Notting Hill, antes de que fuera transferido, como Gilbert, a esta jefatura. Entonces era detective y ella le había tenido un poco de miedo. Su mirada dura hacía plausible su reputación de mujeriego, pero apenas sonreía, y se sabía que su lengua era tan aguda como la prominente nariz.
Armándose de valor para una desagradable entrevista, Gemma se presentó al agente de turno y se sentó en la recepción a esperar a que Ogilvie la hiciera llamar. Para su sorpresa, Ogilvie apareció en persona al cabo de un momento, alargando la mano para recibirla. En su gruesa mata de cabello negro habían aparecido motas grises, los ángulos de su cara eran algo más prominentes y su cuerpo un poco más enjuto.
La llevó a su despacho, la hizo sentar con cordialidad y la volvió a sorprender tomando él la iniciativa antes de que ella tuviera tiempo de sacar su bloc de notas y su pluma.
– Este asunto de Alastair Gilbert es espantoso. No creo que nadie de nosotros lo haya asimilado todavía. Seguimos esperando que alguien nos diga que se trata de un error. -Hizo una pausa mientras ordenaba unos papeles sueltos de su escritorio. Luego la miró fijamente.
Sus ojos eran de un gris puro muy oscuro y destacaban perfectamente gracias a la chaqueta de espiga color carbón. Gemma apartó la mirada.
– Estoy segura de que debe de ser difícil para usted, habiendo trabajado con…
– Usted forma parte del equipo que fue llamado a la escena del crimen -la interrumpió, ignorando el mensaje de condolencia-. Quiero que me explique lo que pasó.
– Pero habrá leído el informe…
Movió negativamente la cabeza y se inclinó hacia ella con los ojos dilatados.
– Eso no es suficiente. Quiero saber el aspecto de la escena, lo que se dijo, hasta el último detalle.
Gemma sintió el picor del sudor en sus axilas. ¿A qué diablos estaba jugando? ¿Era esto acaso un test de aptitud? ¿Estaba obligada a responderle? El silencio se alargó y ella se movió incómoda en la silla. ¿Qué tenía de malo, después de todo? En cualquier caso él tenía acceso a los archivos de la investigación y ella necesitaba establecer algún tipo de comunicación con él. Respiró hondo y empezó su descripción.
Ogilvie guardó silencio mientras ella hablaba y cuando terminó el inspector se acomodó en su silla y sonrió.
– Veo que la entrenamos bien en Notting Hill, sargento. -Gemma empezó a hablar, pero él levantó la mano-. Oh, sí, la recuerdo -le dijo y su sonrisa rapaz se ensanchó-. Estaba usted resuelta a ascender y parece que lo ha logrado. ¿Qué puedo hacer por usted, ya que ha sido tan servicial? ¿Desea revisar las cosas del despacho del comandante?
– Primero quiero hacerle una preguntas. -Finalmente había logrado sacar la pluma y el bloc de notas, que abrió por una página en blanco y en el que empezó a escribir con resolución-. ¿Había notado recientemente algo diferente en el comportamiento del comandante?
Ogilvie giró su silla un poco hacia la ventana y pareció pensar seriamente sobre el tema. Al cabo de un momento sacudió la cabeza.
– No. No puedo decir que notara nada. Pero conocía a Alastair desde hacía muchos años y nunca hubiera adivinado lo que sentía en un momento dado. Era una persona muy privada.
– ¿Alguna dificultad en el trabajo? ¿Puede haberlo amenazado alguien?
– ¿Se refiere a algún maleante profiriendo amenazas al ser arrestado? Creo que ha visto demasiada televisión, sargento. -Ogilvie soltó una carcajada y Gemma se sonrojó. Antes de que pudiera replicar, él dijo-: Como ya sabe, Gilbert tenía poco que ver con las operaciones policiales cotidianas. Y como era mejor en administración que en táctica, me atrevo a decir que eso le convenía. -Se levantó con rápida elegancia, lo cual aumentó la impresión que tenía Gemma de su buena forma física.
– Inspector jefe. -Gemma no se movió de la silla-. Hábleme del último día del comandante, por favor. ¿Hizo algo fuera de lo común?
En lugar de volver a sentarse, Ogilvie se fue a la ventana y jugueteó distraídamente con la palanca de la persiana.
– Que yo sepa estuvo entrando y saliendo de reuniones de departamento todo el día. Lo habitual.
– Hace tan solo dos días, inspector jefe -dijo en voz baja Gemma.
Se volvió hacia ella con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, sonriendo.
– Quizás me esté haciendo mayor, sargento. Yo no tenía razón alguna para prestar atención especial a los movimientos del comandante ese día. Hable con la secretaria de departamento. También sé que Alastair tenía una agenda de escritorio. Le gustaba saber a qué atenerse. -Tras rodear la mesa y abrir la puerta dijo-: La ayudaré.
Gemma sonrió y le dio las gracias, siendo claramente consciente de que Ogilvie había intentado confundirla.
* * *
El mobiliario de oficina de Alastair Gilbert era el que correspondía a un comandante. El suelo estaba cubierto por una moqueta de buena calidad y los muebles eran de la clase imponente que únicamente solicitaban los oficiales de alto rango. En una pared había una sólida estantería que contenía ejemplares de filosofía, historia militar y manuales de policía. Aparte de eso, Gemma encontró el despacho carente de personalidad. Obviamente no había esperado que Gilbert acumulara los restos que abarrotaban la mayoría de los despachos de las personas. Pero el orden en esta habitación no estaba siquiera estropeado por fotos familiares. Con un suspiro se dispuso a trabajar.
No se dio cuenta de que había dejado pasar la hora de comer hasta que su estómago empezó a rugir. Volvió a colocar los papeles en la última carpeta y se levantó del suelo notando dolor y rigidez en las articulaciones. Tenía las puntas de los dedos secas y mugrientas de manipular tanto papel, pero la búsqueda no había producido ningún resultado de interés. La meticulosa agenda de Gilbert tan solo describía una jomada tan aburrida como se sentía ella en aquel momento.
Había empezado su última mañana en una reunión informativa con los oficiales de mayor rango, luego se había ocupado de su correspondencia. Antes de comer se reunió con un representante del consejo local y después de comer con agentes de grupos de presión locales y funcionarios del Servicio de la Fiscalía de la Corona. No había referencia alguna a una reunión después del trabajo ni había ninguna anotación para la noche anterior.
Gemma se estiró y reprimió un bostezo. Por primera vez reconoció que Kincaid podría tener razón al no querer más ascensos. Recuperó su bolso de debajo del escritorio y fue a buscar los aseos.
Se sintió mejor tras lavarse las manos y echarse agua en la cara. Salió del edificio para encontrarse el sol brillando milagrosamente. Se paró e inclinó la cabeza hacia atrás, absorbiendo el débil calor ajena a lo que la rodeaba hasta que se abrió la puerta y alguien la empujó por detrás.
– Lo siento -dijo automáticamente mientras asimilaba la presencia de un fornido cuerpo femenino en uniforme. De repente vio la cara con claridad y dio un grito ahogado-: ¿Jackie? ¡No me lo puedo creer! ¡Eres tú! -Tras unos momentos de risas y abrazos apartó a su amiga un poco para poder estudiarla-. Eres tú. No has cambiado nada, de verdad.
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