La siguiente vez que miré por la ventana para vigilar, vi a través de mi patio abierto que Phillip ya se había incautado de Bankston para que jugase con él al béisbol en el aparcamiento. Phillip despreciaba abiertamente mi habilidad con ese deporte, pero Bankston gozaba de su aprobación. Este se había desprendido de la chaqueta del traje y la corbata a la primera de cambio, y no parecía en absoluto tan estirado mientras lanzaba la pelota hacia el bate de Phillip. Ya habían jugado durante otras visitas de mi hermanastro, y Bankston nunca lo consideró una imposición.
Cuando Robin llegó a casa, también fue reclutado para el juego, e hizo de cácher para Phillip hasta que llamé desde la ventana de la cocina que daba al patio para anunciar que la cena estaba lista.
– ¡Yuju! -gritó Phillip, dejando su bate apoyado contra la pared del patio. Me encogí de hombros hacia sus abandonados compañeros de juego y le susurré a Phillip:
– Da las gracias a Bankston y a Robin por la partida.
– Gracias -dijo Phillip, obediente, antes de sentarse corriendo en mi pequeña mesa de cocina. Atisbé la coronilla de Melanie cuando Bankston entró en casa.
– Luego nos vemos para probar esa tarta de nueces. Me encanta tu hermano pequeño -indicó Robin mientras entraba por la puerta de su patio. Me sentí feliz y orgullosa por tener un hermano tan encantador, aunque también tuvo que ver la sonrisa de Robin, que sin duda iba por un lado más personal.
Durante los siguientes veinte minutos estuve ocupada asegurándome de que Phillip usara la servilleta, pronunciara sus oraciones y comiera al menos un poco de verdura. Contemplé con cariño un cabello marrón claro en eterna rebelión y sus observadores ojos azules, tan diferentes de los míos. Entre bocados de espaguetis y pan de ajo, Phillip me contó una larga e intrincada historia sobre una pelea en el patio del colegio entre un chico que sabía karate y otro que tenía toda la colección de vehículos de los G. I. Joe. Le escuché con una oreja, permitiendo que el resto de mi mente se centrara cada vez más en la molesta sensación de que algo se me escapaba. Me estaba olvidando de algo. ¿O es que había visto algo? Fuese lo que fuese ese «algo», necesitaba recordarlo.
– ¡Mi pelota de béisbol! -gritó Phillip de repente.
Había captado toda mi atención. El grito, emanado de su garganta sin previo aviso mientras me contaba las medidas que había tomado el director con los dos contrincantes del patio escolar, me había puesto el corazón en la garganta.
– Pero, Phillip, ya ha oscurecido -protesté cuando salió disparado de su silla hacia la puerta. Traté de recordar si alguna vez lo había visto caminar sin más, y decidí que ocurrió una vez, cuando apenas tenía doce meses-. Toma, al menos llévate la linterna.
Logré encajarla en su mano únicamente porque le encantaban las linternas e hizo la pausa indispensable para que la cogiera de uno de los armarios de la cocina.
– ¡Y trata de recordar dónde la viste la última vez! -grité tras él.
Había terminado de cenar mientras Phillip me relataba su interminable historia, así que limpié el plato y lo dejé en el lavavajillas (Robin llegaría en poco tiempo y quería adecentar el lugar). Los platos de postre ya estaban fuera, todo estaba listo, así que, mientras aguardaba el triunfal regreso de Phillip con su pelota, me quedé mirando distraídamente las estanterías, recolocando algunos libros que estaban desordenados. Contemplé los títulos de todos esos volúmenes que trataban sobre personas malas, locas o enloquecidas, hombres y mujeres cuyas vidas habían sobrepasado la delgada línea que separa a los que pueden pero no lo hacen de los que pueden y lo hacen.
Phillip llevaba mucho tiempo fuera; podía oírlo en el aparcamiento.
Sonó el teléfono.
– ¿Sí? -dije abruptamente por el auricular.
– Roe, soy Sally Allison.
– Qué…
– ¿Has visto a Perry?
– ¿Cómo? ¡No!
– ¿Te ha… estado siguiendo más?
– No…, al menos no me he dado cuenta si así ha sido.
– Él… -Sally no pudo seguir.
– ¡Venga, Sally! ¿Qué ha pasado? -pregunté sin paños calientes. Observé por la ventana de la cocina, deseando ver el destello de la linterna parpadeante a través de las rejillas de la valla del patio. Recordé la noche que había visto a Perry al otro lado de la calle, aguardando en la oscuridad a que Robin me trajera a casa. Estaba aterrada.
– Hoy no se ha tomado la medicación. No ha ido al trabajo. No sé dónde está. Creo que ha tomado más de esas pastillas.
– Entonces llama a la policía. ¡Consigue que se pongan a buscarlo, Sally! ¿Qué pasa si está aquí? ¡Mi hermano pequeño acaba de salir solo en la oscuridad! -Colgué el teléfono con un golpe histérico. Aferré mi enorme llavero con la idea de coger el coche y registrar los alrededores de la manzana y saqué otra linterna que también guardaba.
Era culpa mía. Alguien en la oscuridad se había llevado a mi hermano pequeño, un niño de seis años, y era culpa mía. Oh, Dios bendito, Señor de los cielos, protégelo.
Dejé la puerta de atrás abierta de par en par, la luz del interior atravesando la honda penumbra de fuera. La puerta del patio estaba abierta; Phillip nunca se acordaba de cerrarla. Su bate estaba apoyado a un lado, tal como lo había dejado para venir a cenar.
– ¡Phillip! -aullé. Entonces pensé que quizá sería mejor guardar silencio y optar por el sigilo. Presa del frenesí, apunté con la linterna de un lado a otro. A pocos metros, un coche encendió el motor y abandonó su lugar de aparcamiento. A medida que avanzaba, vi que se trataba de Melanie en el coche de Bankston. Ella sonrió y me saludó con la mano. Abrí la boca para decir algo, pero no me salieron las palabras. ¿Cómo era posible que no me oyera gritar?
Pero no podía razonar en ese momento. Seguí avanzando y barriendo el suelo con el haz de luz sin ver nada, nada en absoluto.
– ¿Qué te pasa, Roe? ¡Iba de camino a tu casa! -me abordó Robin desde la oscuridad.
– ¡Phillip ha desaparecido, alguien se lo ha llevado! ¡Salió a buscar su pelota de béisbol en la oscuridad y no ha vuelto!
– Voy a por una linterna -dijo Robin inmediatamente. Se volvió para dirigirse hacia su teléfono. Sin dejar de moverse, me habló por encima del hombro-: Oye, no será de los que se divierten escondiéndose, ¿no?
– No lo creo -contesté. Me hubiera encantado pensar que Phillip estaba riéndose de nosotros detrás de un arbusto, pero estaba segura de que no era así. No sería capaz de estar escondido durante tanto tiempo en la oscuridad. Habría saltado de su escondite mucho antes para darnos el susto, iluminando su cara con una sonrisa de triunfo-. Escucha, Robin, pregunta a los Crandall si han visto al niño y llama a la policía. La madre de Perry Allison acaba de llamar para decirme que su hijo anda suelto por alguna parte. No creo que ella llame a la policía. Voy a buscar en el jardín delantero.
– Vale -asintió Robin brevemente antes de desaparecer en su casa.
Avancé rápidamente por la oscuridad (que ya era absoluta), únicamente precedida por el haz de luz de la linterna. De vez en cuando me detenía, hacía un barrido con la linterna y seguía avanzando. Pasé por la verja de los Crandall y no encontré nada. Abrí la puerta exterior de Bankston. La luz delató algo en el patio.
La pelota de Phillip.
Oh, Dios, había estado allí todo el tiempo, no era de extrañar que Phillip no la encontrase. Probablemente Bankston la había cogido en el aparcamiento para devolvérsela a Phillip a la mañana siguiente.
Levanté la mano para llamar a la puerta trasera de Bankston y la detuve a medio camino. Pensé en Melanie saliendo del aparcamiento de forma tan extraña. No cabía duda: tenía que haber escuchado el grito.
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