Charlaine Harris - Muerto hasta el anochecer

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Sookie Stackhouse es una camarera con un inusitado poder para leer la mente. Su don es el origen de sus problemas. Siempre acaba sabiendo más de lo que le gustaría de la gente que le rodea, de todos menos de Bill Compton, porque su mente, la de un vampiro que trata de reinsertarse en la sociedad, es absolutamente impenetrable. Cuando sus vidas se cruzan descubrirá que para ella ya no hay vuelta atrás. La aparición de un asesino en serie es la prueba definitiva para su confianza… porque ni siquiera ella sabe si Bill es su protector, o si se convertirá en su fatal asesino.

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Cuando me desperté, estaba todavía entre los árboles, tumbada sobre el suelo. Alguien estaba tumbado junto a mí; era el vampiro. Pude ver su resplandor, y noté que su lengua se movía sobre mi cabeza. Estaba lamiendo la herida de mi cuero cabelludo. Difícilmente podía echárselo en cara.

– ¿Tengo un sabor distinto al de otra gente? -pregunté.

– Sí -dijo con voz espesa-. ¿Qué eres?

Era la tercera vez que me lo preguntaba. A la tercera va la vencida, como siempre dice la abuela.

– Oye, no soy una muerta -le dije. De repente recordé que ya debía de estar curada. Meneé el brazo, el que estaba roto. Tenía poca fuerza pero ya no colgaba inerte. También podía sentir las piernas y moverlas. Inspiré y respiré de modo experimental, y el leve dolor que sentí me alegró. Traté de sentarme. Demostró requerir todo un esfuerzo, pero no me fue imposible. Me recordó a cuando era niña, al primer día sin fiebre después de superar la neumonía: débil pero dichosa. Era consciente de haber sobrevivido a algo terrible.

Antes de que pudiera enderezarme del todo, puso sus brazos bajo mi cuerpo y me acercó a él. Se arrimó a un árbol y me sentí muy cómoda así apoyada, con la cabeza en su pecho.

– Lo que soy es telépata -le dije-. Puedo escuchar los pensamientos de la gente.

– ¿Incluso los míos? -En su voz parecía haber solo curiosidad.

– No. Por eso me gustas tanto -respondí, flotando en un mar de bienestar rosado. No me preocupaba por disimular mis sentimientos.

Rió y sentí que su pecho retumbaba. La risa sonaba algo oxidada.

– No te puedo oír en absoluto -continué diciendo tonterías con voz somnolienta-. No tienes ni idea de lo agradable que es. Tras una vida de bla bla bla, no oír… nada.

– ¿Cómo consigues salir con hombres? Con los chicos de tu edad, seguro que su única idea es cómo llevarte a la cama.

– Bueno, no lo consigo. Y francamente, a cualquier edad creo que su objetivo es llevarse a una mujer a la cama. No tengo citas. Todo el mundo piensa que estoy loca, ya lo sabes, porque no puedo decirles la verdad: que lo que me vuelve loca son todos sus pensamientos y todas esas mentes. Tuve unas pocas citas cuando comencé a trabajar en el bar, con chicos que no habían oído hablar de mí. Pero era lo mismo de siempre. No puedes concentrarte en estar a gusto con un chico, u olvidarte de las preocupaciones del día, cuando oyes que se preguntan si eres teñida o creen que no tienes un culo bonito, o se imaginan cómo serán tus tetas.

De repente me sentí más alerta, y me di cuenta de todo lo que le estaba revelando de mí misma a aquella criatura.

– Discúlpame -le dije-, no quería agobiarte con mis problemas. Gracias por salvarme de los Ratas.

– Si te han atacado es por mi culpa -respondió. Pude notar que por debajo de la tranquila superficie de su voz latía la furia-. Si hubiese tenido la cortesía de llegar a tiempo, esto no habría ocurrido. Así que te debía parte de mi sangre, te debía la curación.

– ¿Están muertos? -Para mi vergüenza, mi voz sonó chirriante.

– Y tanto.

Tragué saliva. No podía lamentar que el mundo se hubiera liberado de los Ratas. Pero tenía que enfrentarme a ello cara a cara, no debía olvidarme de que me sentaba en el regazo de un asesino. Aunque me sentía bastante feliz allí, rodeada por sus brazos.

– Eso debería preocuparme, pero no lo hace -exclamé, antes de darme cuenta de lo que decía. Sentí de nuevo esa risa vigorosa.

– Sookie, ¿de qué querías hablarme antes?

Tuve que esforzarme para poder recordarlo. Aunque físicamente me había recuperado de manera milagrosa de la paliza, mentalmente aún me sentía un poco confusa.

– Mi abuela tiene muchas ganas de saber cuántos años tienes -dije dubitativa. No sabía hasta qué punto era personal esa pregunta para un vampiro. Aquel en cuestión me acariciaba la espalda como si tratara de calmar a un garito.

– Me convirtieron en vampiro en 1870, cuando tenía treinta años de edad. -Alcé la mirada; su rostro reluciente carecía de expresión, sus ojos eran pozos de negrura en la oscuridad del bosque.

– ¿Luchaste en la Guerra?

– Sí.

– Tengo la sensación de que te vas a enfadar, pero los harías tan felices a ella y a los de su club si les cuentas un poco de la Guerra, de cómo fue en realidad…

– ¿Su club?

– Pertenece a los Descendientes de los Muertos Gloriosos.

– Muertos Gloriosos… -La voz del vampiro resultaba indescifrable, pero yo estaba bastante segura de que no se sentía contento.

– Escucha, no tienes que contarles nada de los gusanos y las enfermedades y el hambre -le dije-. Tienen su propia idea de la Guerra, y aunque no son estúpidos (han vivido otras guerras) les gustaría más enterarse de cómo vivía entonces la gente, los uniformes y los movimientos de tropas.

– Cosas agradables.

Respiré profundamente.

– Sí.

– ¿Te haría feliz si lo hago?

– ¿Y qué importa eso? Haría feliz a la abuela, y como estás en Bon Temps y pareces querer vivir por aquí, sería un buen movimiento de relaciones públicas por tu parte.

– ¿Te haría feliz?

No era un tipo al que pudieras despistar.

– Vale, sí.

– Entonces lo haré.

– La abuela dice que será mejor que comas antes de ir -añadí.

Escuché de nuevo esa risa retumbante, esta vez más profunda.

– Me encantará conocerla. ¿Puedo pasar a verte alguna noche?

– Ah, claro. Mañana por la noche me toca el último turno, y después tengo dos días libres, así que la del jueves sería una buena noche. -Alcé la muñeca para mirar el reloj. Todavía funcionaba, pero la esfera estaba cubierta de sangre seca-. Arg, qué asco -dije, mojándome el dedo en la boca y limpiando el reloj con la saliva. Apreté el botón que iluminaba las manecillas y me sobresalté al ver la hora que era-. Oh, cielos, tengo que irme a casa. Espero que la abuela se haya ido a dormir.

– Debe de preocuparla que estés fuera y sola tan tarde por las noches. -Sonaba a reproche. ¿Estaría pensando en Maudette? Experimenté un momento de intranquilidad, preguntándome si realmente Bill la había conocido, si ella lo había invitado a su casa. Pero rechacé la idea: estaba decidida a no sumergirme en la extraña y desagradable naturaleza de la vida y muerte de Maudette, no quería que esos horrores arrojaran sombras sobre mi pequeña isla de felicidad.

– Es parte de mi trabajo -respondí con aspereza-, no se puede evitar. Además, no siempre trabajo por las noches. Pero cuando puedo, lo hago.

– ¿Por qué? -El vampiro me ayudó a incorporarme y después se levantó con agilidad.

– Mejores propinas, se trabaja más duro. No hay tiempo para pensar.

– Pero la noche es más peligrosa -dijo con desaprobación.

Él debía de saberlo bien.

– No hables como mi abuela -le reprendí con suavidad. Casi habíamos llegado ya al estacionamiento.

– Soy mayor que tu abuela -me dijo. Y eso puso punto final a la conversación.

Después de salir de los árboles me quedé observando el paisaje. El estacionamiento estaba tranquilo y desierto, como si no hubiera ocurrido nada, como si no hubieran estado a punto de matarme a patadas en ese trozo de grava, apenas una hora antes. Como si los Ratas no hubieran encontrado allí su sangriento final.

Las luces de la caravana de Sam estaban apagadas.

La gravilla parecía mojada, pero no se veía sangre. Encontré mi bolso sobre el capó del coche.

– ¿Y el perro? -pregunté.

Me giré para contemplar a mi salvador.

No estaba allí.

Capítulo 2

Para mi alivio, la abuela ya estaba dormida cuando llegué a casa, y logré meterme en la cama sin despertarla. No fue de extrañar que a la mañana siguiente me levantara muy tarde.

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