– Será un placer.
No supe si estaba mostrando la cortesía que, según insistía la abuela, era la norma en tiempos pretéritos, o si simplemente se estaba burlando de mí. Resistí la tentación de sacarle la lengua o de hacerle una pedorreta. Di media vuelta y regresé a la barra. Cuando le traje el vino, me dejó una propina del veinte por ciento. Poco después miré a su mesa y me di cuenta de que había desaparecido. Me pregunté si mantendría su palabra.
Arlene y Dawn se marcharon antes de que yo terminara, por una razón o por otra, pero sobre todo porque todos los servilleteros de mi zona resultaron estar casi vacíos. Por último recogí mi bolso de la taquilla (con cerradura) del despacho de Sam, donde lo guardo mientras trabajo, y me despedí del jefe. Pude oírlo trastear en el lavabo de hombres, probablemente tratando de arreglar el váter que perdía agua. Me detuve un instante en el de mujeres para echarle un ojo a mi peinado y al maquillaje.
Cuando salí, observé que Sam ya había apagado las luces del estacionamiento para clientes. Solo la farola del poste del tendido eléctrico, junto a su caravana, iluminaba el de empleados. Para deleite de Arlene y Dawn, Sam había puesto un jardincillo delante de la caravana y había plantado boj en él, y constantemente estaban tomándole el pelo con la pulcra línea de su seto. En mi opinión quedaba muy bonito.
Como siempre, el camión de Sam estaba aparcado delante de la caravana, así que mi coche era el único que quedaba en el estacionamiento.
Me estiré y miré a todos lados. Ni señal de Bill. Me sorprendió que aquello me disgustara tanto: había esperado de él que fuera cortés, aunque no le saliera del corazón (¿tenía corazón?).
Tal vez, pensé, saltaría desde un árbol o aparecería en medio de una nube de humo delante de mí, envuelto con una capa negra de forro rojo. Pero nada de eso ocurrió, así que caminé hasta el coche.
Me esperaba una sorpresa, pero no la que me llevé.
Mack Rattray surgió desde detrás de mi coche y en una zancada se acercó lo suficiente para golpearme la mandíbula. No se contuvo lo mínimo, y caí sobre la grava como un saco de cemento. Dejé escapar un grito mientras caía, pero el golpe con el suelo me dejó sin aliento y sin algo de piel, y quedé en silencio, indefensa y sin poder respirar. Entonces vi a Denise, vi cómo balanceaba su pesada bota, y tuve la reacción justa para encogerme antes de que los Rattray comenzaran a darme patadas.
El dolor fue inmediato, intenso y despiadado. Me cubrí de modo instintivo la cara con los brazos, por lo que lo peor me lo llevé en los antebrazos, las piernas y la espalda.
Creo que al principio, durante los primeros golpes, estaba segura de que se detendrían, me escupirían sus amenazas y advertencias y se marcharían. Recuerdo el momento exacto en el que me di cuenta de que trataban de matarme. Podía quedarme allí quieta y soportar una simple paliza, pero no me iba a quedar inmóvil para que me mataran.
En cuanto tuve cerca una pierna, me lancé a agarrarla y me aferré a ella como si me fuera la vida en el intento. Traté de morder, al menos de dejarle una marca a uno de ellos. Ni siquiera sabía bien de quién era la pierna.
Entonces, desde atrás se oyó un gruñido. Oh, no, pensé, se han traído un perro. El gruñido era claramente hostil. Si hubiese tenido algún modo de expresar mis emociones, se me habría puesto el pelo de punta.
Recibí otra patada en la columna, y la paliza terminó.
La última patada me había hecho algo malo. Pude oír mi propia respiración, los estertores y un extraño sonido borboteante que parecía provenir de mis pulmones.
– ¿Qué demonios es eso? -preguntó Mack Rattray, y sonaba bastante aterrado.
Volví a oír el gruñido, más cercano, justo detrás de mí. Y de otra dirección me llegó una especie de graznido. Denise comenzó a lamentarse, Mack soltaba tacos. Ella liberó su pierna de mi abrazo, que ya era muy débil. Mis brazos cayeron inertes al suelo; parecía que no obedecían mis órdenes. Aunque tenía la visión borrosa, pude ver que mi brazo derecho estaba roto. Notaba el rostro húmedo, y me dio miedo seguir evaluando mis heridas.
Mack comenzó a gritar y después también Denise, y de repente surgió a mi alrededor un revuelo de actividad, pero yo no podía moverme. Lo único que podía ver era mi brazo roto, mis rodillas magulladas y la zona oscura de debajo del coche.
Poco después se impuso el silencio. Detrás, el perro gimió. Una nariz fría me tocó la oreja y una lengua cálida la lamió. Traté de alzar la mano para acariciar al animal que, sin lugar a dudas, me había salvado la vida, pero no fui capaz. Me oí llorar, un sonido que parecía venir desde muy lejos .
Enfrentándome a los hechos, dije:
– Me muero. -Empezaba a parecerme cada vez más factible. Las ranas y los grillos que solían llenar de ruidos la noche habían callado al comenzar la pelea y el ruido en el estacionamiento, así que mi débil voz surgió clara y se derramó por la oscuridad. Aunque parezca extraño, poco después oí dos voces.
Un par de rodillas, cubiertas por unos vaqueros manchados de sangre, entraron en mi campo de visión. El vampiro Bill se inclinó para que pudiera verle la cara. Tenía sangre alrededor de la boca y los colmillos desplegados, de un blanco reluciente que contrastaba sobre su labio inferior. Traté de sonreírle, pero mi rostro no acababa de funcionar bien.
– Voy a levantarte -dijo Bill. Parecía tranquilo.
– Moriré si lo haces -susurré.
Me estudió con mucha atención.
– Aún no -dijo después de evaluarme. Curiosamente, eso hizo que me sintiera mejor. La cantidad de heridas que habrá visto en su vida, pensé.
– Esto te va a doler -me previno. Era difícil imaginarse algo que no me fuera a doler.
Pasó los brazos por debajo de mi cuerpo antes de que me diera tiempo a asustarme. Grité, pero débilmente.
– Rápido -dijo otra voz con tono de urgencia.
– Vayamos a los árboles, donde no nos vean -dijo Bill, aupando mi cuerpo como si no pesara nada.
¿Iban a enterrarme allí atrás, donde no les viera nadie? ¿Justo después de rescatarme de los Ratas? Casi ni me importaba.
Sentí un pequeño alivio cuando me dejó sobre un manto de agujas de pino en la oscuridad del bosque. En la distancia pude ver el resplandor de la luz del estacionamiento. Me di cuenta de que me goteaba sangre por el pelo, y noté el dolor del brazo roto y el padecimiento de las profundas magulladuras, pero lo peor era lo que no sentía.
No sentía las piernas.
Notaba el abdomen lleno y pesado. La expresión «hemorragia interna» se coló entre mis pensamientos, así de lúgubres eran.
– Morirás a no ser que hagas lo que te diga -me explicó Bill.
– Lo siento, no quiero ser una vampira -respondí, con voz frágil y temblorosa.
– No, no lo serás -me dijo con más amabilidad-. Sanarás rápidamente, tengo una cura. Pero debes estar dispuesta.
– Entonces úsala -susurré-. Me voy. -Pude notar que el peso de la desesperación tiraba de mí.
La pequeña parte de mi cerebro que aún recibía señales del mundo exterior oyó a Bill gruñir como si lo hubieran herido. Entonces me pusieron algo en la boca.
– Bebe -dijo.
Traté de sacar la lengua; lo logré. Bill estaba sangrando, apretándose la herida para que el flujo de sangre de su muñeca llegara hasta mi boca. Sentí arcadas, pero quería vivir. Me obligué a tragar, y a tragar una vez más.
De repente la sangre me supo bien, salada, el líquido de la vida. Alcé el brazo que no tenía roto y apreté la muñeca del vampiro contra mis labios. Me sentía mejor con cada trago. Y después de un minuto me venció el sueño.
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