– Sookie, he tenido que sustituir el calentador de agua de casa -dijo Jason de modo repentino. Él vive en el viejo edificio de mis padres, en el que residíamos los cuatro cuando ellos murieron en la riada. Después de aquello nos trasladamos con la abuela, pero cuando Jason terminó sus dos años de colegio universitario y empezó a trabajar para el estado, volvió a aquella casa, que sobre el papel es mitad mía.
– ¿Necesitas algo de dinero? -pregunté.
– Qué va, tengo suficiente.
Los dos contamos con nuestros salarios, pero además nos llegan pequeños beneficios de un fondo que se creó cuando abrieron un pozo de petróleo en las tierras de mis padres. El pozo se secó en unos pocos años, pero mis padres y después la abuela se aseguraron de invertir bien el dinero. Ese colchón nos había ahorrado a mí y a Jason un montón de problemas. No sé cómo hubiera podido mantenernos la abuela de no haber sido por aquel dinero. Ella estaba decidida a no vender ni una parcela de las tierras, pero sus ingresos se reducen a los de la seguridad social. Esa es una de las razones por las que no me he ido a un apartamento: si vivo con ella y traigo comida, le parece razonable; pero si compro la comida, la llevo a su casa y la dejo en la mesa, y después me vuelvo a mi casa, eso es caridad y la pone furiosa.
– ¿Y de qué tipo lo has colocado? -le pregunté, solo para mostrar interés.
Estaba ansioso por contárnoslo. Jason es un fanático de los aparatos eléctricos y quería describirnos con detalle todas las comparaciones que había hecho antes de comprar el nuevo calentador. Lo escuché con toda la atención que pude reunir. Justo en ese momento se interrumpió y dijo:
– Hey, Sook, ¿te acuerdas de Maudette Pickens?
– Claro -respondí sorprendida-. Fuimos a la misma clase.
– Pues alguien la asesinó en su apartamento anoche.
La abuela y yo nos quedamos atónitas.
– ¿Cuándo? -preguntó la abuela, asombrada por no haberse enterado antes.
– La han encontrado esta misma mañana en su dormitorio. Su jefe la llamó por teléfono para saber por qué no había ido a trabajar ni ayer ni hoy, y al no recibir respuesta fue hasta allí, convenció al portero y abrieron el cerrojo de la puerta. ¿Sabías que tenía el apartamento enfrente del de DeeAnne? -Bon Temps solo tiene un complejo legal de apartamentos de alquiler, un conjunto de tres edificios, cada uno de dos plantas en forma de U, así que sabíamos exactamente de qué lugar nos hablaba.
– ¿La mataron allí? -Me sentí enferma. Recordaba con claridad a Maudette: tenía una mandíbula muy prominente y el culo cuadrado, un pelo negro muy bonito y hombros firmes. Era buena empleada, pero ni brillante ni ambiciosa. Me parecía recordar que trabajaba en el Grabbit Kwik, una gasolinera y cafetería, y así lo comenté.
– Sí, llevaba trabajando allí más o menos un año, calculo yo -confirmó Jason.
– ¿Cómo lo hicieron? -Mi abuela puso esa mueca de «dímelo sin rodeos» que usa la gente amable cuando pregunta por las malas noticias.
– Tenía algunos mordiscos de vampiro en sus…, eh…, la cara interna de los muslos -dijo mi hermano, sin levantar los ojos del plato-. Pero no fue eso lo que la mató. Fue estrangulada. DeeAnne me contó que a Maudette le gustaba ir a ese bar de vampiros de Shreveport en cuanto tenía un par de días libres, así que puede que fuera allí donde la mordieron. Es posible que no fuera el vampiro de Sookie.
– ¿Maudette era una colmillera? -sentí náuseas al imaginarme a la achaparrada y mentalmente cortita Maudette envuelta en los exóticos ropajes negros tan queridos por los colmilleros.
– ¿Qué es eso? -preguntó la abuela. Debió de perderse Sally-Jessy [3] el día que analizaron ese fenómeno.
– Son hombres y mujeres que salen con vampiros, les gusta que los muerdan. Son como fans de los vampiros. Pero me parece a mí que no duran mucho, porque quieren que los muerdan todo el rato, y antes o después reciben un mordisco de más.
– Pero no fue un mordisco lo que mató a Maudette. -La abuela quería asegurarse de haber entendido eso.
– No, estrangulamiento. -Jason ya estaba terminando su comida.
– ¿No pones siempre gasolina en el Grabbit? -le pregunté.
– Claro, como mucha gente.
– ¿Y no salías de vez en cuando con Maudette? -preguntó la abuela.
– Bueno, hasta cierto punto -respondió Jason con cautela.
Me pareció que eso quería decir que se acostaba con Maudette cuando no podía conseguir a ninguna otra.
– Espero que el sheriff no quiera hablar contigo -añadió la abuela, sacudiendo la cabeza como si ese gesto lo hiciera menos factible.
– ¿Qué? -Jason estaba rojo, y se puso a la defensiva.
– Bueno, ves a Maudette en la tienda cada vez que pones gasolina, más o menos sales con ella, y acaba muerta en unos apartamentos con los que tienes familiaridad -resumí. No era mucho, pero sí algo, y hay tan pocos homicidios misteriosos en Bon Temps que estaba segura de que removerían cielo y tierra en la investigación de este.
– No soy el único que encaja en ese perfil. Muchísimos otros tíos ponen gasolina allí, y todos conocen a Maudette.
– Sí, ¿pero en qué sentido? -espetó la abuela-. No era una prostituta, ¿verdad? Así que le habrá comentado a alguien con quién salía.
– Simplemente le gustaba pasárselo bien, no era una profesional. -Fue bonito por su parte defender a Maudette, considerando lo que yo sabía del carácter egoísta de Jason. Empecé a tener mejor opinión de mi hermano mayor-. Y se sentía algo sola, supongo -añadió.
Jason nos miró a las dos entonces, y vio que estábamos sorprendidas y conmovidas.
– Hablando de prostitutas -prosiguió con rapidez-, hay una en Monroe especializada en vampiros. Siempre tiene cerca un tipo con una estaca por si alguno va demasiado lejos. Bebe sangre sintética para mantenerse con las reservas sanguíneas altas.
Era desde luego un cambio de tema bastante definitivo, así que la abuela y yo tratamos de pensar alguna pregunta que pudiéramos hacer sin resultar indecentes.
– Me pregunto cuánto cobra -aventuré a comentar, y cuando Jason nos dijo la cifra nos quedamos asombradas.
Una vez quedó atrás el asunto del asesinato de Maudette, la comida prosiguió como siempre, con Jason mirando su reloj y diciendo que tenía que irse justo cuando tocaba lavar los platos.
Pero descubrí que la abuela todavía le daba vueltas a lo de los vampiros. Un rato después vino a mi habitación, mientras me maquillaba para ir a trabajar.
– ¿Qué edad crees que tiene el vampiro, el que conociste?
– No tengo ni idea, abuela. -Estaba aplicándome la máscara de pestañas, con los párpados muy abiertos y tratando de mantenerme inmóvil para no meterme el maquillaje en un ojo, así que mi voz tuvo un tono agudo, como si estuviera practicando para una película de terror.
– ¿Crees que… podría recordar la Guerra?
No hizo falta preguntar qué guerra. Al fin y al cabo, la abuela era miembro fundador de los Descendientes de los Muertos Gloriosos.
– Podría ser -dije, moviendo la cara de lado a lado para asegurarme de que el colorete estaba bien repartido.
– ¿Crees que podría venir para hablarnos sobre ello? Podríamos tener una reunión especial.
– De noche -le recordé.
– Oh, sí, claro, tendría que ser de noche. -Los Descendientes suelen reunirse a mediodía en la biblioteca y llevarse la comida en una bolsa.
Pensé en ello. Sería muy grosero por mi parte acercarme al vampiro y sugerirle que debía dar una charla en el club de la abuela porque yo le había salvado de que los desangradores lo dejaran seco, pero quizá él se ofreciera si le daba una pista… No me apetecía, pero lo haría por la abuela.
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