Llamé a Calvin. Al principio no entendía lo que le estaba diciendo, pero luego accedió a reunirse conmigo en la casa de Jason.
Al girar hacia el camino privado, vi a Jason en el jardín trasero de la bonita casa que mi padre había construido cuando se casó con mi madre. Se encontraba en pleno campo, más al oeste de la caravana de Arlene, y a pesar de ser visible desde la carretera, tenía un estanque y varios acres de terreno en la parte de atrás. A mi padre le encantaba cazar y pescar, afición que había heredado Jason. Había construido un campo de tiro provisional y pude oír los disparos del rifle.
Decidí atravesar la casa, y me aseguré de gritar al llegar a la puerta trasera.
– ¡Hola! -respondió Jason. Tenía una 30-30 en las manos. Perteneció a mi padre. Mel estaba detrás de él, sosteniendo una caja de cartuchos-. Hemos decidido que no nos vendrá mal practicar un poco.
– Buena idea. Quería asegurarme de que no pensarais que era el loco del hada.
Jason se rió.
– Sigo sin comprender lo que pretendía Dermot aporreando mi puerta de esa manera.
– Pues yo creo que lo comprendo -dije.
Jason extendió la mano sin mirar y Mel le puso unos cartuchos. Abrió el rifle y empezó a cargarlos. Miré hacia el caballete que había montado y caí en las botellas de leche vacías dispuestas en el suelo. Las había llenado de agua para que se mantuviesen estables. Ahora, el agua se derramaba fuera por los agujeros.
– Buen disparo -señalé. Respiré hondo-. Eh, Mel, ¿me puedes contar algo de los funerales de Hotshot? Nunca he presenciado uno, y tengo entendido que el de Crystal tendrá lugar en cuanto les devuelvan el cuerpo.
Mel parecía sorprendido.
– Ya sabes que hace años que no vivo allí-protestó-. No es lugar para mí. -Salvo por los cardenales en vías de desaparición, no parecía que nadie lo hubiese lanzado de un extremo a otro de una habitación, y mucho menos que lo hubiera hecho un hada enloquecida.
– Me pregunto por qué te zarandearía a ti en vez de a Jason -dije, y sentí que los pensamientos de Mel se erizaban de miedo-. ¿Te duele?
Movió un poco el hombro derecho.
– Pensé que me había roto algo, pero creo que sólo será un poco de dolor. Me pregunto qué era. Seguro que no uno de nosotros.
Me di cuenta de que no había respondido a mi pregunta.
Jason parecía orgulloso de no haberse puesto a parlotear.
– No es del todo humano -dije.
Mel parecía aliviado.
– Es bueno saberlo -continuó-. Me hirió más en el orgullo cuando me zarandeó. Quiero decir que soy un hombre pantera de purasangre, y aun así no parecía más que un saco de patatas.
Jason se rió.
– Pensé que venía a matarme, que ya era fiambre. Pero cuando tumbó a Mel, el tipo se limitó a hablar conmigo. Mel se hizo el inconsciente, y el tipo va y se pone a hablar conmigo, contándome el favor que me ha hecho…
– Fue extraño -convino Mel, pero parecía incómodo-. Ya sabes que me habría incorporado si se hubiese puesto a pegarte, pero me dio la impresión de que sería mejor quedarme en el sitio mientras no pareciese que iba a agredirte.
– Mel, espero que de verdad te encuentres bien -dije, con voz preocupada, y me acerqué un poco más-. Deja que eche un ojo a ese hombro. -Extendí la mano y Jason frunció el ceño.
– ¿Por qué necesitas…? -Una horrible sospecha creció en su expresión. Sin añadir una sola palabra más, Jason se puso detrás de su amigo y lo sujetó con fuerza, asiendo fuerte con cada mano un brazo de Mel bajo los hombros. Mel hizo un gesto de dolor, pero no dijo nada, ni una palabra; ni siquiera fingió indignarse o sorprenderse, lo cual casi bastó de por sí.
Puse una mano en cada lado de su cara y cerré los ojos, contemplando sus pensamientos. En ese momento, Mel pensaba en Crystal, no en Jason.
– Ha sido él. -Abrí los ojos para encontrarme con la cara de mi hermano sobre el hombro de Mel. Asentí.
Jason lanzó un aullido poco humano. El rostro de Mel pareció derretirse, como si todos los músculos y los huesos le estuviesen cambiando. Ya apenas parecía humano.
– Deja que yo te mire -solicitó Mel.
Jason estaba confundido, ya que Mel me miraba a mí; no podía mirar a ninguna otra parte, tal como lo sujetaba Jason. Mel no se resistía, pero cada músculo bajo su piel empezaba a hacerse notar. No se quedaría quieto para siempre. Me agaché para coger el rifle, aliviada por que Jason lo hubiera recargado.
– Quiere mirarte a ti, no a mí -le dije a mi hermano.
– Maldita sea -se quejó Jason. Su respiración era pesada y entrecortada, como si hubiese estado corriendo. Sus ojos estaban muy abiertos-. Tienes que decirme por qué.
Di un paso atrás y alcé el rifle. A esa distancia, ni yo podía fallar.
– Dale la vuelta para que pueda hablar contigo cara a cara.
Ambos me presentaban su perfil cuando Jason lo hizo girar.
Jason reforzó su presa del hombre pantera, pero sus caras estaban ya a escasos centímetros.
Calvin apareció por la casa. Iba acompañado de Dawn, la hermana de Crystal. Los seguía un joven de unos quince años. Recordé que lo había conocido en la boda. Era Jacky, el primo mayor de Crystal. Los adolescentes apestan a emociones y confusión, y Jacky no era ninguna excepción. Pugnaba por ocultar el hecho de que estaba nervioso y excitado. Mantener ese aire de frialdad estaba acabando con él.
Los tres recién llegados asimilaron la escena. Calvin agitó la cabeza con expresión solemne.
– Hoy es un mal día -dijo tranquilamente, y Mel se sacudió al oír la voz de su superior.
Parte de la tensión de Jason se desvaneció cuando vio a los demás hombres pantera.
– Sookie dice que es el culpable -le contó a Calvin.
– A mí me basta -dijo éste-. Pero, Mel, deberías confesárnoslo tú mismo, hermano.
– No soy tu hermano -dijo Mel con amargura-. Hace años que no vivo entre vosotros.
– Fue tu elección -respondió Calvin. Caminó hasta tener la cara de Mel enfrente. Los otros dos lo siguieron. Jacky emitía gruñidos, y su intención de parecer frío había desaparecido. Su animal interior empezaba a manifestarse.
– No hay nadie en Hotshot como yo. Mejor estar solo.
Jason se quedó atónito.
– Hotshot está lleno de tíos como tú -replicó.
– No, Jason -dije-. Mel es gay.
– ¿Es que tenemos algún problema con eso? -le preguntó mi hermano a Calvin. Se ve que no había captado algunas de las connotaciones.
– Lo que haga nuestra gente en la cama nos parece bien siempre que hayan cumplido con sus deberes hacia el clan -declaró Calvin-. Los jóvenes purasangres están en la obligación de engendrar descendencia, al margen de cualquier consideración.
– Yo no podía -dijo Mel-. Simplemente no podía.
– Pero estuviste casado una vez -dije, y deseé no haber abierto la boca. Ahora era un asunto del clan. No había llamado a Bud Dearborn, sino a Calvin. Mi palabra era suficiente ante él, pero no ante un tribunal.
– Nuestro matrimonio no funcionó en ese terreno -dijo Mel. Su voz parecía casi normal-. A ella no le importaba. Tenía sus planes alternativos. Nunca tuvimos… sexo convencional.
Si eso me parecía desconsolador, sólo podía imaginar lo difícil que debió de ser para Mel. Pero al recordar el aspecto de Crystal cuando la bajaron de la cruz, toda mi simpatía se evaporó rápidamente.
– ¿Por qué le hiciste eso a Crystal? -pregunté. A tenor de la rabia que bullía en los cerebros que me rodeaban, sabía que el tiempo de las palabras se estaba acabando.
Mel miró a través de mí, a través de mi hermano, más allá de su líder y de la hermana y el primo de su víctima. Parecía centrado en las ramas de los árboles, desnudadas por el invierno, que rodeaban el quieto estanque marrón.
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