Christine Feehan - Juego Mortal

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Comenzó como una misión para encontrar a un político muy conocido cuyo avión se estrelló en el Congo. Pero la riesgosa operación tomó un giro inesperado cuando Mari, un miembro físicamente mejorado del equipo de rescate, fue tomada como rehén por las fuerzas rebeldes.
Ahora, encarcelada en un recinto aislado, Mari tiene sólo una oportunidad para sobrevivir: escapar. Pero ella no contaba con Ken Norton, un experto asesino y un guerrero Fantasmas, que lucha para dejar atrás las paredes de la prisión en una misión por sí mismo… una que involucra al propio pasado de Mari y al destino misterioso de su hermana gemela… y que unirá a Ken y a Mari en una pasión embriagadora que subirá las apuestas en el juego más mortal de supervivencia que ellos hayan jugado alguna vez.

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Sean palmeó su cuchillo.

– Va a ser un placer matarte.

– ¿Realmente crees que va a ser así de fácil? Estas acabado, capullo, y ni siquiera lo haces graciosamente. Debiste amarla una vez, amarla lo suficiente para decidir que podías tomarla… poseerla.

– ¿Cómo tú? Vi lo que le hiciste.

Ken retrocedió lejos del arroyo, atrayendo a Sean hacia terreno abierto, donde Jack podría tener una visión clara de él.

– La amabas tanto que dejaste que aquellos bastardos la desnudaran y la fotografiaran. Dejaste que los médicos metieran los dedos dentro de ella, que la tocaran cuando sabías cuánto lo odiaba. No te la mereces.

Sean lanzó el cuchillo de una mano a la otra, todo mientras rodeaba, forzando a Ken a continuar dando terreno. La sonrisa nunca flaqueó, una pequeña y demoníaca sonrisa, la mirada dura mientras forzaba a Ken a retroceder unos pocos pasos más. Ken estaba seguro que estaba cerca del precario borde del precipicio. Cambió de posición con las puntas de los pies… esperando.

Sean fingió un ataque. Ken no respondió. La sonrisa de suficiencia se apagó un poco.

– Siempre fue importante para mí. Whitney me la prometió.

– ¿En compensación por la traición? ¿Informaste de las conversaciones de las mujeres? ¿Sus planes para escapar? Fuiste el único que le contó que Mari iba a intentar hablar con el senador sobre la repugnante fábrica de niños de Whitney. Estaba muy cabreado sobre eso, ¿verdad? Te dio la dosis más fuerte de Zenith, y tú la inyectaste en ella como el pequeño buen sapo que eres.

Sean siseó mientras soltaba el aliento, fingiendo otro ataque con una rapidez increíble y atacando con una buena pose y movimiento de la cintura y del tronco con unos fluidos puñetazos en giro, Ken se las arregló para sacar de un tirón la cabeza de la trayectoria y meter la barriga lo suficiente para evitar el corte del cuchillo.

– No tenía ni idea de que podía matarla. Dijo que si se hería eso la sanaría. Jamás dejaría que la dañara.

– No, sólo dejaste que un pervertido médico la tocara y tomara fotos para cubrir todas las paredes, así podría masturbarse toda la noche. -Ken se deslizó, una borrosa figura, la muñeca moviéndose rápidamente varias veces, mientras se movió más allá de Sean. Estaba ahora a unos pocos pies del borde del precipicio-. Sólo la moliste a golpes y la violaste. Enfermo, retorcido cabrón.

Sean miró la sangre corriéndole por el brazo, vientre, y pecho. Delgadas líneas se extendían a través de la piel. Juró y embistió de nuevo, esta vez, cuchillo arriba, yendo a por las partes más blandas del cuerpo. En el último segundo Ken giró, permitiendo que el movimiento hacia delante de Sean lo colocara a su lado, la muñeca moviéndose de nuevo. Esta vez la mejilla derecha, el cuello, la cadera, y el muslo ostentaban a lo largo cortes de mal aspecto.

Sean chilló, con la furia ardiendo en los ojos. Se balanceó, un gran hombre, ligero sobre los pies, dando un rápido empujón y continuando con una rápida patada directamente al muslo de Ken. La segunda patada tocó a Ken exactamente en el mismo punto, amortiguando su pierna. Antes de que Sean pudiera retirar la pierna. Ken condujo la punta del cuchillo profundamente en la pantorrilla del hombre, se retorció, y saltó hacia atrás, precariamente cerca del borde del acantilado.

Era una herida particularmente brutal. La sangre salió en anchos arcos, y Sean gritó obscenidades, la desesperación moviéndose en sus ojos.

– Jodido monstruo. ¿Realmente crees que Mari podría querer a un hombre como tú? Quizás si llevaras una máscara que cubriera el espanto de tu cara. -Escupió a Ken, agachándose como para sacar el cuchillo de la pantorrilla, pero repentinamente se irguió, lanzando su propio cuchillo al pecho de Ken.

Ken se movió con una velocidad borrosa, encogiendo el hombro y girando a un lado para evitar el arma. Quemó a través de su bíceps derecho, pelando la piel. Sean siguió al cuchillo, asaltando a Ken, seguro de que su cuerpo más pesado enviaría a Ken por el borde. Ken agarró a Sean con dos manos, una en la garganta, la otra en el antebrazo, fuerza sobrehumana, un tornillo fijamente cerrado, aplastante. Puro terror barrió a Sean. Había estado contando en su propio aumento de fuerza y el odio a este hombre, pero nunca esperó la enorme fuerza del cuerpo de Ken.

Sean luchaba como un animal salvaje, desesperadamente intentando cerrar las piernas debajo de Ken, encontrando dos veces más el punto en el muslo que había pateado. Ken parecía inhumano, ¡un monstruo!

Nada le afectaba, ese agarre estrechándose implacablemente. Ahogado, tosiendo, Sean se impulsó hacia atrás con todo el peso, los pies palpando por un agarre mientras la tierra se desmoronaba y se desprendía bajo él.

El peso del cuerpo de Sean era de pronto un peso muerto al final del brazo de Ken. El agarre en la garganta de Sean era la única cosa que mantenía al hombre de caer. Se miraron uno a otro, Ken de rodillas, intentando encontrar un modo de clavar los pies en la suave suciedad por un agarre, para evitar irse por el precipicio con el enemigo. Sean apretó el brazo de Ken, determinado a que si iba a estrellarse contra las rocas de abajo, llevaría a Ken con él. La sangre hacía que su agarre resbalara, pero la desesperación le dio más fuerza. Hincó los dedos en la piel de Ken. El borde se desmoronó más, envió pedazos rebotando abajo por la cara del acantilado. Ken abrió la mano para permitir que Sean cayera, pero el hombre se agarró de la muñeca con ambas manos.

– Si yo voy, tú también -gruñó-. Súbeme, maldito seas.

– No en esta vida, hijo de puta. Estás fuera de su vida para siempre.

– Así lo estás tú también. -Los dientes de Sean se apretaron, se agarró estrechamente como un tornillo.

El borde estaba cediendo, más suciedad y roca se caían, Ken se resbalaba con el peso del cuerpo de Sean tirándole. No tenía modo de hacer palanca para luchar, nada en lo que agarrarse, y la tierra a su alrededor estaba moviéndose y deslizándose.

No te muevas . La voz de Jack estaba completamente calmada.

Infiernos . Ken juró a su hermano, intentando quedarse absolutamente quieto. Estaba deslizándose por el acantilado mientras Sean se mantenía como un terrier.

De pronto un agujero floreció de repente en el medio de la frente de Sean, y entonces Ken escuchó el estallido del disparo. La bala había pasado cerca de la parte superior de su propia cabeza, afeitando unos pocos pelos mientras pasaba silbando. El apretón de Sean se aflojó abruptamente, los dedos deslizándose lejos mientras el cuerpo caía a las piedras de abajo.

Ken tiró el cuerpo hacia atrás, giró sobre sí, y miró al cielo azul, sentía el brazo como si hubiera sido arrancado de su articulación. Estaba empapado en transpiración, y la pierna, donde Sean había descargado varias patadas, se sentía como si un mazo se hubiera ocupado de ello. Arrastró aire a los pulmones y esperó allí, sabiendo que Jack vendría.

Nubes giraban a través del cielo, creando sombras en el suelo. Ken cerró los ojos y sintió que el cansancio tomaba el control. Se sentía enfermo por dentro, cuerpo y mente fatigados. Las heridas latían dolorosamente, demasiado tirantes para la piel, recordándole que Sean estaba en lo correcto. No podía ocultar por más tiempo que era de este mundo. Mari lo sabía. Mari lo vio como lo que era. No podía esconderse detrás de una cara bonita nunca más.

Y siempre tendría la comparación mirándola cada mañana si se quedaba. ¿Cómo podría mirar a Jack y no sentirse avergonzada de estar con Ken? Incluso así no importaba. Era tan patético como Sean. Quería que ella se quedara. Que lo amara. La necesitaba, cuando nunca se había permitido necesitar cualquier cosa o a nadie. Ken se inclino para rozar la mente con la suya, necesitando el toque casi más de lo que necesitaba el aire por el que luchaba.

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