Christine Feehan
Juego De Conspiracion
Caminantes Fantasmas 04
La noche cayó deprisa en la jungla. Sentado en medio del campo enemigo, rodeado por los rebeldes, Jack Norton mantuvo la cabeza baja, los ojos cerrados, escuchando los sonidos provenientes de la selva tropical mientras examinaba su situación. Con sus sentidos realzados podía oler al enemigo cerca de él, y aun más lejos, escondido en la vegetación densa y lozana. Estaba bastante seguro de que este era un campo satélite, uno de los muchos en lo profundo de la jungla de la República Democrática del Congo, en algún sitio al oeste de Kinshasa.
Abrió dos ranuras estrechas para mirar a su alrededor, planificando detalladamente cada paso de su fuga, pero incluso ese diminuto movimiento mandó un dolor punzante a través de su cráneo. La agonía de la última paliza estuvo cerca de destruirlo, pero no se atrevió a perder la conciencia. La próxima vez lo matarían, y la próxima vez se acercaba más rápido de lo que había anticipado. Si no encontraba una salida pronto, ni todos los realces físicos y psíquicos del mundo lo salvarían.
Los rebeldes tenían toda la razón para estar furiosos con él. El hermano gemelo de Jack, Ken, y su equipo paramilitar de Cazadores Fantasmas había tenido éxito en extraer de los rebeldes a los primeros prisioneros políticos americanos verdaderamente valiosos. Un senador de los Estados Unidos había sido capturado mientras viajaba con un científico y sus ayudantes. Los Caminantes Fantasmas habían entrado con precisión mortal, rescatado al senador, al científico y sus dos ayudantes junto con el piloto, y dejando un caos en el campamento. Ken fue capturado y los rebeldes lo habían tenido un día en el campamento, torturándole. Jack no tenía más elección que ir detrás de su hermano.
Los rebeldes no estaban muy felices con Jack por privarles de su prisionero, hasta entonces habían tenido a Ken. Jack había estado ordenando el fuego de cobertura, mientras los Cazadores Fantasmas sacaron a Ken y habían dado el golpe. La herida no era crítica, había estado probando su pierna y no estaba rota, pero la bala había barrido su pierna y cayó. Despidió a su equipo y se resignó a la misma tortura que su hermano había aguantado, una cosa más que compartían como hacían en sus días de juventud.
La primera paliza no había sido tan mala, antes de que el Mayor Biyoya apareciera. Le patearon y dieron puñetazos, pisando fuerte sobre su pierna herida un par de veces, pero principalmente, se habían abstenido de torturarlo, esperando averiguar lo que el General Ekabela tenía en mente. El general había mandado a Biyoya.
La mayoría de los rebeldes eran militares entrenados, y muchos en cierta época habían tenido altos cargos en el gobierno o el ejército, hasta uno de los muchos golpes, y ahora estaban cultivando marihuana y causando estragos, asaltando las ciudades pequeñas y matando a quien se atreviese a oponerse o tenía granjas o tierra que los rebeldes querían. Nadie se atrevía a cruzar su territorio sin permiso. Eran expertos con las armas y en la guerra de guerrillas, y les gustaba torturar y matar. Ahora tenían gusto por ello, y el poder los llevaba a seguir. Incluso las Naciones Unidas evitaban el área, si trataban de traer medicinas y provisiones a los pueblos, los rebeldes les robaban.
Jack abrió los ojos lo suficiente para mirar su pecho desnudo donde el Mayor Keon Biyoya había tallado su nombre. La sangre goteaba, y las moscas y otros insectos mordedores se congregaron para el festín. No era la peor de las torturas pero significaba mucho o era de lo más ignominiosas. Lo había aguantado estoicamente, extrayéndose del dolor como hizo toda su vida, pero el fuego de la venganza quemaba en su vientre.
La rabia corrió fría y profunda, como un río turbulento bajo la superficie en calma de su cara inexpresiva. Una emoción peligrosa corrió a través de su cuerpo e inundo sus venas, desarrollando la adrenalina y la fuerza. Deliberadamente la alimentó, recordando cada detalle de su último interrogatorio con Biyoya. Las quemaduras de cigarrillo, pequeños círculos que estropeaban el pecho y los hombros. Las marcas del látigo que habían pelado su espalda, Biyoya se había tomado su tiempo tallando su nombre profundamente, y cuando Jack no había hecho ningún sonido, había conectado cables de batería para darle descargas, y eso solo había sido el principio de varias horas en las manos de un loco retorcido. Los precisos cortes de dos pulgadas, casi quirúrgicos que cubrían casi cada pulgada de su cuerpo eran idénticos a los que este hombre había hecho a su hermano, y con cada corte, Jack sentía el dolor de su hermano, cuando podía alejar el suyo.
Jack saboreó la rabia en la boca. Con lentitud infinita, movió con cuidado sus manos a la costura de su pantalón de camuflaje, las yemas buscando el final diminuto del delgado cable cosido allí. Empezó a sacarlo con un movimiento suave y experto, su cerebro trabajando todo el rato con helada precisión, calculando las distancias a las armas, planeando cada paso para llegar al follaje de la jungla. Una vez allí, estaba seguro de sus habilidades para eludir a sus captores, pero primero tenia que cubrir el suelo desnudo y pasar una docena de soldados entrenados. La primera y única cosa, que sabía sin ninguna sombra de duda, era que el Mayor Keon Biyoya era un muerto andante.
Dos soldados marcharon pesadamente a través del campo hacia él. Jack sintió una espiral en su interior enrollándose más y más apretadamente. Era ahora o nunca. Sus manos estaban atadas delante de él pero sus captores habían sido descuidados, dejando sus pies libres después de la última sesión de tortura, creyéndole incapacitado. Biyoya había golpeado violentamente la culata del rifle en la herida de su pierna, varias veces, enfadado de que Jack no hubiera dado ninguna respuesta. Jack había aprendido a una edad temprana a nunca hacer un sonido, ir a algún sitio lejano en su cabeza y separar la cabeza y el cuerpo, pero hombres como Biyoya no podían concebir esa posibilidad. Algunos hombres no lo hacían, no podían romperse, incluso con drogas en su sistema y el dolor sacudiendo sus cuerpos.
Una mano agarró el pelo de Jack y dio un tirón fuerte para levantar su cabeza. Agua helada salpicó su cara, corrió por su pecho sobre las heridas. El segundo soldado frotó una pastilla de sal y hojas abrasadoras en las heridas mientras ambos reían.
– El mayor quiere que su nombre aparezca agradable y bonito -dijo uno burlonamente en su lengua materna. Se inclinó para mirar detenidamente a los ojos de Jack.
Debió haber visto la muerte allí, la fría rabia y la fría determinación. Jadeó, pero fue un pelín demasiado lento tratando de alejarse. Jack se movió deprisa, un borrón veloz de manos mientras pasaba el delgado cable alrededor del cuello del rebelde, usándolo de escudo cuando el otro soldado dio un tirón a su arma y disparó. La bala golpeó al primer rebelde y lanzó a Jack hacia atrás.
El caos estalló en el campamento, los hombres se dispersaron para cubrir y disparar hacia la selva, confusos en cuanto a desde donde venían los disparos. Jack sólo tuvo segundos para abrirse camino y cubrirse. Tirando el cuchillo desde el cinturón del rebelde, apuñaló al soldado agonizante en el pulmón y giró el cuchillo a las cuerdas que le ataban, todavía sujetando al soldado como un escudo. Jack lanzó el cuchillo con precisión mortal, perforando la garganta del soldado con el arma. Dejando caer el cuerpo muerto, Jack corrió.
Zigzagueó su camino a través de tierra abierta, pateando los troncos fuera del hogar, enviándolos dispersos en todas direcciones, corriendo deliberadamente entre los soldados, de modo que si alguno le disparaba tuviera la oportunidad de herir a uno de los suyos. Corrió hacia un soldado, cerrando su puño sobre la garganta del hombre con una mano y le liberó de su arma con la otra. Saltó sobre el cuerpo y siguió corriendo, esquivando a un grupo de cinco hombres peleando con sus pies. Jack pateó a uno en la rodilla, dejándolo caer con fuerza, arrancando el machete de su mano y asestándole un golpe mortal antes de girar por los otros cuatro, cortando con una maestría nacida de una larga experiencia y una total desesperación.
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