Christine Feehan - Juego Mortal

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Comenzó como una misión para encontrar a un político muy conocido cuyo avión se estrelló en el Congo. Pero la riesgosa operación tomó un giro inesperado cuando Mari, un miembro físicamente mejorado del equipo de rescate, fue tomada como rehén por las fuerzas rebeldes.
Ahora, encarcelada en un recinto aislado, Mari tiene sólo una oportunidad para sobrevivir: escapar. Pero ella no contaba con Ken Norton, un experto asesino y un guerrero Fantasmas, que lucha para dejar atrás las paredes de la prisión en una misión por sí mismo… una que involucra al propio pasado de Mari y al destino misterioso de su hermana gemela… y que unirá a Ken y a Mari en una pasión embriagadora que subirá las apuestas en el juego más mortal de supervivencia que ellos hayan jugado alguna vez.

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– Tienes que distanciarte, hermano -dijo Jack, manteniendo la voz firme-. Conseguiremos la información de Inteligencia y sacaremos a las mujeres cuanto antes. -Ken no contestó, Jack suspiró y le echó un vistazo-. Sabes que entraré contigo y la sacaré si algo fracasa. Dile que… dale alguna cosa a la que aferrarse.

– Si se lo dijera, enloquecería por mí. Está dispuesta a sacrificarse por las otras mujeres. Las considera su familia y no está dispuesta a irse sin ellas.

– Entonces haremos que funcione -dijo Jack-. Yo no te dejaría atrás. No podemos pedirle que haga algo que no estaríamos dispuestos a hacer con nosotros mismos. No sería capaz de vivir consigo misma.

Ken mordió una réplica. Lo odiaba, pero sabía que Jack tenía razón. Quería entrar y arrastrar a Mari sobre su hombro y encerrarla en algún lugar seguro, pero no le podía hacer esto a ella, al menos no ahora mismo. Ella no sería capaz de vivir consigo misma si algo le pasara a las otras mujeres, lo cual quería decir que tendría que sacarlas a todas antes de que se extralimitara y la sacara sin su consentimiento, lo cual le haría casi tanto daño como todos los demás que habían tomado su vida apartándola. Tenía que darle su tiempo y la oportunidad de poner a salvo a aquellas que consideraba su familia.

Mari era una mujer que quería el control de su vida, merecía controlar su vida. Él era un hombre cuyo ser entero exigía tener el control total y absoluto de aquellos que estaban a su alrededor. Sabía que para la gente Jack parecía el gemelo dominante, siempre a la cabeza, Ken había comprendido que Jack necesitaba sentir el control, del modo que lo hacía Mari, y él se había distanciado, velando por su hermano con cuidado, siempre protegiéndolo, proporcionándole el ambiente que Jack necesitaba.

Ken intentó recordar cuando tomó la decisión de ser el hombre que iría por delante de Jack en las situaciones sociales, tuvo que ser después de que su padre hubiera sido asesinado. Había cultivado una sonrisa plana y una rápida intervención. Jack, al igual que Ken, era absolutamente capaz de dar un tiro certero. Era un regalo con el que ambos habían nacido. Trabajaban bien como equipo, cada uno mirando por el otro, Ken dejaba que Jack hiciera -pasara lo que pasara- lo que necesitaba para ser capaz de sobrevivir. Pero hacer lo mismo por Mari era imposible. Necesitaba que estuviera a salvo. Lo necesitaba.

– Vinimos usando el río para evitar que nos detectaran, pero nuestro equipo tendrá que utilizar una gran altura, bajar abriendo los paracaídas -dijo Ken-. Sabes que no van a alzar la vista a no ser que oigan algo, y no oirán nada si nuestros muchachos vienen utilizando HALO [1]. Nuestro equipo está entrenado y preferiría utilizarlos antes que a gente con la que no tenemos familiaridad para trabajar. Podemos tirar de algunas cuerdas y cancelar un vuelo comercial en el último momento. Hay bastante tráfico aéreo regular sobre el área para que nadie pueda percibir una amenaza si tomemos la ruta del vuelo comercial y la altitud. Quienquiera que haga la supervisión nunca sospechará.

Jack asintió con la cabeza.

– Definitivamente el mejor plan. Los guardias no están alerta. Nada se les ha echado encima en los dos últimos años.

– Los hombres de Ryland pueden asistirnos, pero podemos llamar a Logan y decirle que queremos a nuestra unidad para esto.

Jack asintió con la cabeza de acuerdo.

– Está concedido, Ken, y preparado para hacerlo. Los hombres saben que esto es personal para ti, y están reunidos preparados y esperando a Inteligencia. No van a defraudarte.

Ken sabía que Jack tenía razón, pero esto no desenredaba los nudos en su vientre.

– Compruebo la casa del doctor. Acaba de entrar. -Indicó la pequeña casa pasando por alto las casitas de campo-. Descenderé poco a poco hasta ese punto y entraré por allí. Tú me cubrirás.

– ¿Comprobar la casa del doctor para qué? -preguntó Jack-. No puedes entrar allí y volar esto para nosotros.

– Le hizo fotografías.

– Ese es su trabajo. Tuvo que haberlas dejado en el laboratorio.

– Me aseguraré. Voy a averiguar donde está el laboratorio donde las dejó.

– Maldita sea, Ken. No puedes arriesgarte a informar a nadie del hecho de que estamos aquí. Sólo quédate quieto.

– Tiene fotografías y sabe dónde están las otras fotografías. La tocó, Jack. Cuando estaba desvalida y cuando se suponía que la examinaría impersonalmente, la tocó.

Mari había atenuado sus emociones, hasta arrancárselas, pero no antes de que él hubiera captado la aversión, el sentimiento de completa impotencia, la mezcla de dolor, la desesperación y la impotente rabia que conocía estrechamente. No podía dejar a Mari allí y alejarse hacia algún sitio seguro en aquel momento, pero cierto como el infierno que el doctor podría pagar con una pequeña visita. Nunca podría ser capaz de darle a Mari las cosas que merecía, como equilibrio, tolerancia de compañeros, pero podría darle las fotografías y devolverle la dignidad.

Jack se frotó la boca para abstenerse de protestar. Nada iba a detener a Ken y Jack no podía culparlo. Si fuera Briony, el hombre ya estaría muerto. Por primera vez en su vida, Jack temió por la cordura de su hermano. El hombre era un desconocido, pero ella era la hermana gemela de su esposa y la mujer escogida por su hermano, esto la hacía tan importante y una amenaza al bienestar de su familia.

Ken era, y siempre sería, un hombre peligroso. Era, por turnos, controlado y prudente, frío y eficiente pero siempre capaz de la violencia rápida y brutal si la situación lo requería. Donde Jack era fácil de leer por los que tenía a su alrededor, Ken parecía tolerante y afable. Los hombres de su unidad lo encontraban mucho más accesible. Jack siempre había sabido que en algún nivel Ken se había obligado a ser el hombre “delantero” en un esfuerzo por proteger a su gemelo. No lo había comprendido, hasta ahora, lo extraño que había sido el comportamiento a la naturaleza de Ken.

Ken tenía los mismos demonios ocultos, las mismas pesadillas y miedos y tenía una dosis aún más fuerte de la herencia de su padre, los oscuros celos y la necesidad de la venganza rápida y violenta. Ken había llevado una máscara todos aquellos años, ocultándole incluso a su gemelo la rabia que bullía debajo de la superficie. Entre el trauma de la reciente captura, la tortura y encontrar a Mari, el modo de vida de Ken había sido puesto patas abajo. La suave fachada, tolerante había desaparecido.

Jack suspiró y le echó un vistazo al reloj.

– No dejes que te atrapen. Lamentaría tener que matar a alguien antes de que empecemos.

Ken extendió la mano para golpear ligeramente los nudillos de su hermano con su propio silencioso ritual familiar. Regresó rápidamente hacia el follaje, con cuidado, impidiendo que las delgadas ramas se balanceasen por donde pasaba. Moviéndose a paso de caracol, Ken se movió poco a poco mientras bajaba por la ladera hasta que estuvo a unas yardas de la casita de campo que estaba bastante seguro que era la del doctor. La pequeña casa estaba un poco apartada de las otras y la seguridad era estricta. Los guardias caminaban por el perímetro cada diez minutos, dos de ellos, cambiaban su rutina continuamente. El doctor tenía algo que ocultar.

Ken resbaló silenciosamente por entre los setos que rodeaban la pequeña comunidad de casas cuando un guardia dio la vuelta por un lateral de la casa y se paró, los talones de sus botas a un pie del codo de Ken. El aliento de Ken quedó atrapado en los pulmones, se quedó absolutamente quieto, permitiendo a hormigas y escarabajos avanzaran lentamente sobre él. Un lagarto le hacía cosquillas mientras corría por encima de su brazo haciendo pequeños arranques y paradas, hasta que se posó sobre su hombro, moviéndose de arriba para abajo, oliendo el aire.

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