Mari no contestó, pero estaba agradecida que le avisara que estaba dentro del alcance de su mente. Chasqueó los dedos.
– Al menos consígueme otra bata, Sean. No voy a caminar delante de ti medio desnuda.
Sean murmuró algo por lo bajo, pero sacudió otra bata de debajo del anaquel de la mesa y se la arrojó.
Mari la agarró y encogió los hombros, colocándosela alrededor de su espalda. Nunca miró a Whitney, pero podía sentirlo, mirando cada movimiento que hacia. Salió del cuarto con los hombros y barbilla en alto. Whitney no la había roto, gracias a Ken, ni siquiera cuando había estado más vulnerable. Resistió lanzarle a Whitney una satisfecha sonrisa triunfante, porque él respondería con algo más y no tenía el tiempo para dedicarlo a su habitual batalla. Dejándolo creer que su falta de resistencia era por que le habían disparado.
Habría dado todo por ser capaz de leer su mente. ¿Pensaba que estar prisionera había sido una experiencia terrible? ¿Pensaba que Ken la había forzado? Las pruebas en su cuerpo seguramente podrían justificar aquella teoría. Whitney sabía que Ken estaba emparejado con ella -que estaba sexualmente atraída- pero esto no significaba necesariamente que hubiera cedido ante la tentación.
Conocía a Whitney. La pregunta lo trastornaría. Si todavía tuviera alguna duda, no sería capaz de dejarla ir hasta que supiera la respuesta. Era una de sus mayores debilidades y a menudo la usaba en su contra. Él necesitaba respuestas. Si podía plantearle una simple pregunta, esto lo volvería loco hasta que supiera la respuesta. Y querría saber -no, necesitaba saber- si Ken la había forzado.
Sean caminaba detrás de ella y podía sentir su carácter arder sin llama. Él había visto cada señal en su cuerpo. Siguió caminando, hasta que alcanzó su cuarto. Era pequeño, una celda efectivamente, con una pesada puerta de acero.
– ¿Te hizo daño? -Sean echó un vistazo a la cámara en el vestíbulo y se giró, de modo que cuando hablara, fuera imposible ver el movimiento de sus labios.
– No voy a hablar contigo, Sean. No estuviste preocupado antes, no hay ninguna necesidad ahora -dijo, deliberadamente tiesa, manteniéndose en la entrada. Esperaba que Whitney escuchara o mirara. Por si Sean pudiera conseguir la información, no les daría nada.
– Sé que estas enojada conmigo…
– ¿Piensas? Has sido un asno. ¿Qué está mal contigo de todos modos?
Un timbre sonó y Sean hizo una mueca.
– Tendremos que hablar de esto más tarde. Tienes que entrar a tu cuarto. Están controlándote.
Se quedó parada, el odio los había cambiado a todos. Había sido uno de ellos, se habían entrenado juntos, había sido un buen amigo.
– ¿Qué te hizo Whitney? ¿Qué les hace a los otros hombres? ¿Es él, verdad? Todavía experimenta y los usa también a todos como conejillos de indias.
– Muévete hacia atrás, Mari. -Insistió Sean, levantando su arma ligeramente, era una pequeña advertencia, pero ahí estaba. Guardando una distancia segura, mirándola con ojos cautelosos que nunca perdían ningún movimiento de su cuerpo.
Marigold no dio marcha atrás, deliberadamente reacia, nunca quitando la mirada de Sean. Siempre fue uno de los mejores. No había errores en Sean, ninguna distracción que permitiera la posibilidad de atacar su punto débil, Sean nunca bajaba la guardia, y estaba realzado fuertemente y tan bien entrenado como ella, lo más importante, estaba psíquicamente realzado. Había probado su mente repetidamente y sus escudos eran fuertes, imposibles de penetrar. Luchar contra Sean era perder, pero no se oponía a burlarse. Se volvió a parar, en la entrada, obligándolo a tomar una decisión.
Estaba tan enojada con él, por permitir que Whitney lo usara cuando había visto lo que les hizo a los otros y estaba segura de tener razón. Whitney tuvo que levantar los niveles de testosterona en los hombres, haciendo algo para tornarlos más agresivos.
Sean sacudió la cabeza.
– ¿Siempre tienes que presionar, verdad?
– ¿Querrías vivir como un preso tu vida entera? -Agitó la mano señalando el complejo entero, mirando el modo que su mirada brincó al movimiento elegante-. Apostaría que nadie te dice cuando tienes que acostarte por la noche, o lo que puedes leer. No hay una cámara en tu cuarto, ¿verdad Sean?
– Entra a tu cuarto. Lo cerrarán en tres minutos. -Él se acercó y cuando se movió, inhaló profundamente.
Su corazón brincó. Vio la llamarada de calor en sus ojos. La adrenalina se levantó y durante un momento no pudo respirar.
– Dejas que nos emparejen. -Esto fue una acusación, su voz sonó estrangulada, una porción de miedo bajó por su columna. ¿Por qué no lo había pensado? No se le ocurrió que Sean se ofreciera alguna vez para el programa de cría, no cuando sabía que todas las mujeres objetaban enérgicamente y eran obligadas a cooperar.
– Eres la mejor opción. Mari -dijo, en un tono práctico aún cuando sus ojos se movieron sobre ella posesivamente-, eres una psíquica fuerte y yo también. Nuestros niños serían extraordinarios. -Bajó la voz y le dio la espalda a la cámara para que no hubiera ninguna posibilidad de que leyeran sus labios-. Siempre me sentí atraído, desde la primera vez que te vi, no eres un ancla y yo si. Dudo que cualquiera de los otros hombres pueda manejar tus capacidades. No creo que Whitney tenga conocimiento de lo que puedes o no puedes hacer.
Su boca se secó. Obligó a su húmeda palma a permanecer en su lugar cuando quería frotársela por su muslo por la agitación. Sean veía demasiado. Siempre fue el guardia al que más temía. Habían entrenado cuerpo a cuerpo, y él podía siempre, siempre, ser mejor que ella. Pocos de los guardias podían, aunque era un tanto más pequeña.
– ¿Y no te importa que Whitney experimentara con tu hijo? -lo desafió.
Él estudió su cara durante mucho tiempo antes de contestar, su mirada otra vez fija giró hacia la cámara.
– Nuestro hijo nacerá en la grandeza. -Usó su barbilla para indicar el cuarto-. Entra ahora.
– No te aceptaré, Sean -le advirtió-, no voy a darle otro niño para que lo torture.
– Lo sé. Lo sabía cuando tomé la decisión. Pero no estoy preparado para mirar a otro hombre engendrarte un niño. Me aceptarás de una u otra forma.
Retrocedió hacia la pequeña celda que había sido su casa durante los pasados meses.
– Te tenía tanto respeto, Sean. Eres uno de los pocos a los que respetaba realmente, pero quieres hacerte un monstruo a fin de complacer al maestro de marionetas. -Sacudió su cabeza, la pena recorrió su cuerpo-. ¿Y Brett?
Un destello de repugnancia cruzó su cara. Caminó avanzando, con una mano deslizándose por su cara, tocando las contusiones.
– No hizo el trabajo, ¿verdad?
Su estómago se contrajo, en una protesta violenta, pero la contuvo.
– ¿Entonces tomarás su lugar? ¿Piensas que puedes obligarme a concebir, así Whitney puede tener otro juguete para jugar con él? -Se inclinó hacia delante, bajando su voz-. ¿Qué pasó, Sean? Pensé que eras uno de nosotros.
Al momento supo por su aliento en su piel que había cometido un terrible error. Whitney y sus experimentos con feromonas, junto con subir los niveles de testosterona en los machos, había creado una situación peligrosa, muy explosiva. Él quería soldados agresivos y si tenia éxito, quería niños de aquellos soldados.
Sean reaccionó al instante a su olor, a la proximidad cercana de su cuerpo. Cerró sus dedos alrededor de la parte posterior de su cuello y la arrastró las escasas pulgadas que los separaban, su boca bajó con fuerza a la suya. El metal frío del rifle se clavó en su carne como las yemas de sus dedos se clavaban en su piel.
Giró su cabeza apartándola del camino, sus manos agarraron el rifle y subió su rodilla entre las piernas con fuerza. Sean tiró hacia atrás, equilibrándose, giró para evitar su rodilla, haciéndola girar cuando lo hizo, su brazo se deslizó bajo su barbilla estrangulándola.
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