Edward se soltó de mí. En el momento en que se me escapaba su camisa de las manos, Savannah lanzó su hechizo de inmovilización. Edward quedó congelado. Lucas se dio la vuelta para sujetarla.
– ¡No! -grité-. ¡Aléjate!
Vaciló.
– ¡Aléjate del portal!
La mirada de Lucas pasó de mí a su padre y de él al portal, que rielaba detrás de mí. Entonces se dio la vuelta y corrió hacia el otro extremo del callejón.
– Sigue sujetándolo -le dije a Savannah-. Voy a atarlo.
Algo se movió detrás de Savannah. Era Jeremy, que se despertaba y se esforzaba por erguirse sobre sus patas, pero el movimiento repentino la alarmó, y se desactivó el conjuro. Edward se libró de mis manos. Lucas dio media vuelta, vio a Edward, y levantó sus manos para lanzar su hechizo.
– ¡No! -grité-. ¡Sigue corriendo!
Lucas vaciló sólo un segundo antes de seguir corriendo por el callejón. Edward se lanzó tras él, y yo los seguí pasando ante Jeremy, que trataba de librarse del sedante, gruñendo en voz baja.
Delante de mí, los dos hombres desaparecieron detrás de la esquina. Hubo un momento de silencio. Luego, el ruido de los contenedores de basura que sonaban como címbalos y el sonido de un quejido de dolor. Me levanté la falda y corrí por el callejón.
Al dar la vuelta a la esquina, Edward se ponía de pie, recuperándose del hechizo que seguramente le había lanzado Lucas. Con un rugido Edward se lanzó contra Lucas. Éste retrocedió y levantó las manos para volver a lanzar un hechizo. En ese momento, Jeremy pasó, rozándome, y se arrojó contra Edward. Cuando éste cayó, Jeremy le plantó las mandíbulas en la parte de atrás del cuello. Lo arrojó entonces contra el pavimento, con las patas delanteras sobre sus hombros, y la boca todavía aferrada al cuello. Corrí con la soga. Lucas agarró las manos de Edward, se las cruzó tras la espalda, y yo se las até con los mejores nudos que conocía, dejando después que Lucas agregara los suyos, para mayor seguridad.
Cuando terminamos, me volví hacia Savannah, y moví afirmativamente la cabeza. Lanzó contra Edward un hechizo de inmovilización. Y todo terminó.
* * *
Mientras Jeremy realizaba el Cambio a su condición humana, me ocupé de Lucas, lanzando un hechizo para contener los hilillos de la sangre que fluía, y envolviéndole después el cuello con tiras de tela que arranqué de mi vestido. Luego, dejando a Savannah a cargo del hechizo de inmovilización, nos apresuramos a volver al callejón donde se encontraban Jaime y Benicio, para liberarlos. Lucas se dirigió directamente hacia su padre.
Jaime descansaba con la cabeza en el suelo, pero al oírme, la levantó y me dirigió una amplia sonrisa.
– ¡Eh! -dijo-. ¿Está todo bajo control?
– Sí -le contesté, arrodillándome junto a ella-. Te lo agradezco tanto… Estuviste admirable.
Oí a mis espaldas una manifestación de asentimiento. Jaime levantó los ojos en esa dirección, y por el modo en que se le iluminó la cara supe quién era. Jeremy estaba de pie a mis espaldas. Lo miré y le señale, con un gesto, las sogas.
– ¿No te importa? -dije-. Tengo los dedos húmedos. De tanto sudor, supongo.
Movió la cabeza diciendo que sí y dio la vuelta alrededor de Jaime.
– Empezaré por tus manos. Si tiro demasiado fuerte, dímelo.
– Hmm, todavía no, ¿sí? Espérate un minuto. Todavía estoy tratando de imaginar cómo liberarme.
– No necesitas liberarte, Jaime -dijo él con amabilidad-. Ya ha terminado todo. Puedo desatarte ya.
– Oh, no sé, podrás hacerlo en cuanto yo me dé cuenta de cómo podría haberlo hecho. Ya es suficientemente humillante que a una la secuestren, la aten y tenga que ser rescatada. Por lo menos he de ser capaz de decir: «Gracias por haberme liberado, pero estaba justo a punto de hacerlo yo sola».
Se lo oyó reír en voz baja.
– Ya entiendo.
– ¿Qué te parece el lápiz de labios?
– ¿En general? ¿O como instrumento para escapar?
– Para escapar. Lo tengo en mi bolsillo y casi puedo alcanzarlo. ¿Qué habría ocurrido si hubiese desparramado lápiz de labios sobre las sogas? ¿Habría podido hacerlas resbalar?
Mientras Jeremy respondía, sentí una mano en mi hombro. Miré hacia arriba y vi que era Benicio. Cuando me puse de pie, me abrazó.
– Bien hecho -me susurró en el oído.
– Acabo de llamar a la Camarilla, papá -dijo Lucas-. Van a mandar un equipo de extracción.
– Oh, no creo que sea necesario.
Benicio se apartó de mí. Mientras Lucas y yo intercambiábamos una mirada, Benicio se dirigió hacia el extremo del callejón.
– Está bien asegurado, papá -dijo Lucas mientras Benicio se alejaba-. Tal vez…
Benicio levantó un dedo, y siguió caminando. Su voz flotaba y nos llegaba como apenas un murmullo. Lucas frunció las cejas y avanzó tras él. Yo lo seguí, tratando de oír lo que Benicio iba diciendo. Capté algunas palabras en latín y supe que estaba lanzando un hechizo. Lucas se dio cuenta en el mismo momento y entró a correr tras él. Cuando llegamos a la esquina, Benicio había interrumpido el encantamiento. Estaba inclinándose sobre Edward, que estaba acostado boca arriba, con una mirada fría y desafiante. Los labios de Benicio se contrajeron en una pequeña sonrisa.
– Los vampiros son sin duda la raza de la arrogancia, ¿no es verdad? -dijo con tono agradable, casi simpático-. Y tal vez no sin razón. Te las arreglaste para matar a mi hijo una vez. Casi te las arreglaste para hacerlo dos veces. ¿Pensaste realmente que lograrías hacerlo y salirte con la tuya? Si así hubiera ocurrido, te habría perseguido por todos los niveles del infierno para descargar mi venganza. Pero, tal como están ahora las cosas, me resulta un poco -su sonrisa se amplió, dejando ver sus dientes- más fácil.
Benicio levantó las manos y dijo las tres últimas palabras del encantamiento. Cuando las bajó, un rayo separó de su cuello la cabeza de Edward.
Nadie se movió. Todos permanecimos en estado de shock, viendo cómo la cabeza de Edward rodaba por el callejón.
Benicio levantó las manos nuevamente. Esta vez, su voz resonó por el callejón, mientras maldecía el alma de Edward para toda la eternidad.
Para mí, el caso sólo terminó cabalmente cuando volvió a donde había comenzado: a una bruja adolescente llamada Dana MacArthur.
Mientras perseguíamos a Edward, Randy MacArthur había llegado finalmente a Miami para ver a su hija. Cuando la conmoción provocada por la ejecución de Edward cedió, admitimos ante Benicio que Dana había partido. Por supuesto, la Camarilla Cortez no iba a dar por definitivo el testimonio de Jaime, pero sus nigromantes trataron de tomar contacto con Dana y confirmaron que sin duda había muerto. De modo que dos días después, Lucas, Savannah y yo nos encontrábamos en un cementerio de la Camarilla, para despedirnos de una niña que nunca habíamos conocido con vida.
Dado que había visto ahora lo que había del otro lado, la muerte de Dana me dolió menos de lo que podría haberme dolido. Sin embargo, sentía todavía todo el peso de la tragedia que su muerte había ocasionado a su padre y a su hermana menor, y tal vez también a su madre. Incluso para Dana, aquello era trágico. Había pasado a un buen lugar, y yo estaba segura de que era feliz, pero eso no significaba que su vida no hubiese sido segada tan cerca del comienzo, no significaba que no se hubiese perdido tantas cosas. ¿Y para qué? ¿Para vengar la muerte de una mujer vampiro que había matado a tantos, ido tanto más allá de las necesidades de su naturaleza? Mientras me hallaba en ese cementerio, oyendo cómo el ministro trataba de hacer el elogio de una niña a la que nunca había conocido, miré las tumbas de los alrededores y pensé en todas las otras tumbas, nuevas, que llenaban los cementerios de otras camarillas. Miré a Savannah, y pensé en Joey Nast, el primo que ella no había conocido nunca. Del otro lado del grupo de concurrentes, podía ver a Holden Wyngaard, un chico pelirrojo y regordete, que era el único sobreviviente. Pensé en todos los otros: Jacob Sorenson, Stephen St. Cloud, Colby Washington, Sarah Dermack, Michael Shane, Mathew Tucker. Todos muertos. ¿Y cuántas lápidas harían falta para conmemorar las vidas de todos los otros que Edward y Natasha habían matado, las decenas de seres humanos a quienes habían asesinado tratando de convertirse en inmortales? Pensé en eso, en todas esas vidas, y no pude ni siquiera por un segundo ponerme en desacuerdo con lo que había hecho Benicio. Cualquiera que fuese el infierno en el que ahora se encontrara Edward, era nada menos que lo que merecía.
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