– Me gustas mojada por mí. Nunca te avergüences por desearme. -Su mano fue a parar despreocupadamente a la gruesa erección que abultaba la parte delantera de sus vaqueros-. Yo tengo una empalmada de tres pares de cojones y no estoy avergonzado. ¿No es mejor que estés un poco cachonda por el hombre con el que vas a casarte?
– No me parece normal -admitió ella en voz baja-. Nosotros sólo… -Su voz se rezagó y ella hizo una mueca-. Todavía estoy disgustada contigo.
– No hay ninguna razón para estar disgustada, Emma. Interpretaste mal lo que yo estaba haciendo. Puedo entender, después de nuestra conversación anterior, por qué pensaste eso, pero nunca lo pienses de nuevo. Tú eres mía, y nunca te querría para mí si no te respetara.
Él sacó una pequeña caja de sus vaqueros.
– Esto es para ti. Lo hice hacer para ti y si te lo pones en tu dedo, Emma, no hay vuelta atrás.
Él abrió la caja. El anillo era inusual; brillantes diamantes dorados centelleaban en ella. Por el modo en que estaban tallados se asemejaban a los ojos de un gato.
Ella respiró hondo y se puso ambas manos detrás de la espalda para impedir alargarlas hacia él.
– Jake. -Agitó la cabeza-. Si hago esto, sabes que será peor. Tú lo controlas todo, no puedes evitarlo, y eso es una muy seria advertencia para mí.
– Sé que soy diferente, Emma -dijo Jake en voz baja. Mantenía esa misma nota hipnótica que ella encontraba tan atractiva. Se inclinó hacia ella, ahuecando su barbilla en la mano y le dirigió la cara para que lo mirara-. ¿Tan malo es que yo tenga el control?
La pregunta era tan suave, en un tono tan bajo que su voz se movió por su cuerpo como densa lava fundida. Ella sintió la reacción de su cuerpo y eso la asustó; la asustó el que ella quisiera decir no cuando sabía bien que era sí.
– ¿Tan difíciles han sido realmente estos dos últimos años? En el momento en que has venido a mí con un problema o una queja, ¿no he actuado inmediatamente?
– ¿Y lo de la puerta, Jake? No podía salir esta noche. ¿Qué hay de eso? -Detestó el que su voz tuviera una nota suplicante. Le conocía. Sabía que él no podía ser algo diferente, que el control era un enorme problema para él. Incluso si Jake se lo prometía a ella, ¿cómo podría él ser otra cosa salvo lo que era?
– Debería habértelo explicado, pero no quise asustarte, Emma. Eso estuvo mal por mi parte, pero es que tú nunca habías querido dejar el rancho antes. Cuando lo hacías, siempre me lo decías con mucha anticipación y yo podía organizar la protección tanto para ti como para los niños. Tengo enemigos y ellos te harían daño a ti y se llevarían a nuestros niños.
– ¿Qué enemigos? ¿Estás seguro de que simplemente no estás siendo paranoico? Tú no confías para nada ni en nadie, Jake.
– Con razón. No, no estoy siendo paranoico. ¡Ojalá lo fuera! He tenido que aumentar la seguridad a lo largo de estos últimos meses porque han surgido evidencias que me han llamado la atención sobre alguien que planea atacarme a través de ti y de los niños.
Ella frunció el ceño.
– ¿Por qué tratarían ellos de usarme para llegar a ti?
Él suspiró, su pulgar rozó los labios de ella como si así borrarse su ceño fruncido.
– Eres la única persona que tendría que hacerme esa pregunta. Aparte de los niños, Emma, ¿Quién más me importa? Todos lo ven, salvo tú.
– Jake. -Ella miró el anillo. Él sólo lo sostenía ahí como si fuera su corazón. Él parecía tan solo. Pero…
– Te necesito mucho más que alguien como Greg Patterson o incluso lo que Andrew te necesita. Mírame, Emma. Te necesito . Nunca le he dicho esto a otro ser humano. No será fácil. Tengo un elevado apetito sexual y no te dejaré en paz. Soy protector y dominante; vale, controlador, y no tengo habilidades sociales. No puedo prometerte que convivir conmigo no será difícil, pero puedo prometerte que haré todo lo que esté en mi mano por hacerte feliz.
Él sacó el anillo del terciopelo y volvió a deslizar la caja en su bolsillo.
– Cásate conmigo. Pasa tu vida conmigo. Pasaré mi vida haciéndote feliz.
Él estaba poniéndole el anillo en el dedo. Ella podía sentir el peso de éste. Jake había sido el que le quitaba el anillo de Andrew cuando ella estaba en cama y sus manos se hinchaban y ella temía que tuvieran que cortarlo. Jake había tenido cuidado, lo había envuelto y puesto en el cajón superior de la mesilla. Él fue tan gentil cuando le deslizó su anillo en el dedo.
– Jake, ¿estás seguro de que esto es lo que quieres? -Ella alargó una mano hasta su cara y presionó sus dedos contra la cálida piel masculina. Fuera hacía frío, pero, como siempre, él estaba caliente. Era como si su temperatura corporal estuviera mucho más caliente que la de cualquier otro.
Jake envolvió la mano en la seda roja de su pelo y le echó la cabeza hacia atrás para llevar su boca hasta la suya. Un triunfo salvaje lo atravesó. Lo había conseguido. Finalmente lo había conseguido. Emma era suya. Empujó la lengua dentro de su boca, deslizándola sobre la de ella, arrastrando el gusto dulce de ésta en su propia boca. Sus manos encontraron la camiseta de Emma y la desprendieron de su cuerpo, sin hacer caso a la tela que se rasgó. Le soltó el sujetador y lo lanzó lejos.
– Tus vaqueros. Quítate los vaqueros. -Él ya se estaba deshaciéndose de su ropa. Emma miró a su alrededor prudentemente.
– Estamos en campo abierto, Jake. No hay ningún árbol. Y sí uno de los hombres…
Él dio una patada a su ropa para apartarla y arrastró a Emma por sus caderas.
– Yo sabría si alguien se acercara. -Su voz era áspera y gutural mientras la levantaba en brazos y la depositaba sobre el capó del Jeep, empujando las piernas de ella sobre sus hombros y bajando su cabeza al centro caliente y húmedo. Emma sabía incluso más dulce de lo que recordaba. Ella era adictiva.
Emma gimió y empujó contra su boca, buscando más, su cuerpo derritiéndose por él. Incluso con ella tan receptiva como estaba, él sintió el pequeño temblor que traspasó el cuerpo de la mujer y notó la carne de gallina en su piel.
– Me pasaría toda la noche aquí contigo, cariño, pero tú tienes frío y yo tengo que llevarte a casa. Nunca te he tomado en una cama antes.
Él la alzó otra vez, colocándola sobre su engrosado eje.
– Agárrate, cariño -logró gruñir y la dejó caer con fuerza directamente sobre él. La amplia cabeza con forma de seta se condujo por sus pliegues apretados mientras ella se encajaba en él, y éste echó la cabeza hacia atrás cuando el placer le traspasó como fuego. Ella estaba tan apretada. Tan caliente. Sintió como si le estrangulara, agarrándole en un puño de seda cuyo centro era un infierno llameante. Sintió que había llegado a casa.
– Móntame. Arquea la espalda y muévete, Emma. Sí, exactamente así. Lenta y fácilmente hasta que encuentres el ritmo. Fuiste hecha para esto. Encajamos. Te juro, cariño, que siento como si hubiéramos hecho esto un millón de veces y aún así cada vez es como la primera.
Emma se movió sobre Jake, optando por un ritmo pausado, pero cuando él la agarró por las caderas para impulsarla más rápido y más duro, ella agitó la cabeza y enmarcó su cara con las manos.
– Mírame, Jake -dijo suavemente.
Los dedos de Jake mordieron sus caderas, decidido a tomar el control. La larga cascada del cabello de ella los encubrió, la brisa agitaba las gruesas ondas alrededor de sus cuerpos como una viviente capa de seda. Él podía sentir los suaves mechones deslizándose sobre su piel desnuda, aumentando la sensación erótica, intensificando su placer, pero el placer físico palidecía en comparación con el emocional, y él no podía comprender esto. No podía afrontarlo. No quería saber la verdad sobre lo que ella le estaba haciendo. No podía dar lo que ella estaba tomando de él. Tenía que distraerla; tenía que distraerse a sí mismo y así perderse en el fuego de sus cuerpos y entonces su conexión sería el sexo más glorioso y no tendría nada que ver con hacer el amor.
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