Christine Feehan - Fuego Salvaje

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Nacido en un mundo de monstruos retorcidos, Jake Bannaconni se ha formado y moldeado en la fría venganza. Afilado en los fuegos del infierno, él controla su mundo y las reglas con una mano de hierro. Tiene todo y cualquier cosa que el dinero puede comprar. Es despiadado, sin compasión y se considera un hombre al que dejar solo. Su legado oculto, el ser un cambiaformas, le hace doblemente peligroso en el mundo corporativo.
Emma Reynolds es una mujer que sabe cómo amar y amar bien. Cuándo sus dos mundos chocan, los planes de Jake para una completa absorción pueden venirse abajo.

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Jake no pudo lograr sonreír al chiste. Durante los últimos meses había llegado a conocer a Brenda Hacker, el viejo murciélago, como se refería a ella a menudo. Ella había conseguido superar su aversión hacia él, en su mayor parte pensaba él porque le gustaba Emma. ¿A quién no le gustaba Emma? Incluso los vaqueros habían venido hasta la casa principal cuando el helicóptero aterrizó para llevarla al hospital. Todos parecían tan sombríos y disgustados como se sentía él. Había reforzado la seguridad en el rancho y dejado al cocinero y a un guardaespaldas a cargo de Kyle y con órdenes de que nadie entrara o saliera mientras él no estaba.

Una vez que terminó de dar a todos todas las órdenes posibles que pudo pensar, salió con la sensación de que ya no tenía el control. Era una sensación aterradora. Emma le agarró la mano, sosteniéndola apretadamente mientras la ponían en una camilla y se apresuraban hacia la sala de preparación.

– Prométemelo, Jake. No importa lo que pase. Dilo.

– Maldita sea, Emma. Nada va a pasarte. -Se agachó al lado de su cabeza, los labios contra la oreja. Podía ver la brillante sangre rojo fuerte goteando de la mesa mientras ellos deslizaban vías en sus brazos, corriendo contra el reloj, preparándose para llevarla a cirugía.

– Tienen que llevársela ahora, Jake -dijo Brenda-. Déjales ir.

– ¡No! Tiene que prometerlo -dijo Emma.

Jake le agarró la cara entre las manos y la besó. Justo en la boca. Indiferente a que ella quizás no lo deseara o a que estuviera enojada más tarde. Los ojos le ardían y la garganta se sentía atascada con un millón de remordimientos.

– Te doy mi palabra. Pero vive, maldita sea. ¿Me oyes, Emma? Vive.

Brenda le tomó del brazo y tiró suavemente. Jake se la sacudió, dando un paso después de que la camilla saliera, advirtiendo que ellos prácticamente corrían mientras la alejaban de él. Juró suavemente para sí y dio un paso hacia la ventana, mirando hacia fuera, queriendo estar sólo. La enfermera se marchó y él dio un suspiro de alivio.

Ya no tenía la menor idea de cómo manejar su vida sin Emma en ella. Sus planes cuidadosamente trazados no importaron tanto como asegurarse de que ella estaba viva, en algún lugar en el mundo, preferiblemente en su casa. Ella era sol y risa y simplemente le hacía sentirse bien. Era la mujer más exasperante en el mundo, pero con ella, él se encontraba cada día lleno.

Cuando trabajaba en su oficina, ella se introducía en sus pensamientos continuamente. Cuando corría libre como leopardo, ella corría con él en su mente. Cuándo estaba montando a caballo y verificado al ganado en el escarpado barranco, ella estaba allí. Incluso en los campos petrolíferos se introducía, para que él anhelara la vista, el sonido y el olor de ella. De noche, cansado y agotado, esperaba regresar a casa… a ella.

¿Cuántas noches se había sentado él en su cama, dándole un codazo para poder estirarse mientras hablaban juntos en la oscuridad? Ella era pequeña y suave al lado de él, el cabello como seda en la almohada. A veces él había frotado los mechones entre los dedos mientras ella le contaba sobre su día. Cuándo el bebé pateaba, ella le agarraba la mano y la ponía en su estómago, y él sentía el diminuto ruido sordo y el asombro se extendía por él como una marea cálida.

No quería perder esa pequeña vida que crecía dentro de ella más de lo quería perder a Emma. Jake frunció el entrecejo y sacudió la cabeza, tratando de negar su ansiedad. Seguramente el bebé no le importaba tanto, pero la pérdida devastaría a Emma. Ella no podría tomar otra muerte. Él mismo no se podía permitir pensar en eso demasiado. Tenía que confiar en sus preparativos. El equipo de médicos, para Emma y su hija no nacida aún. La sangre que estaba seguro estaba en su mano.

– ¿Jake?

Jake se balanceó dando la vuelta y cabeceó al hombre que había entrado, su abogado, John Stillman. Había comprobado los antecedentes de Stillman mucho tiempo antes de acercarse al hombre para que representara sus intereses personales. Stillman era un hombre que su bisabuelo había mencionado casualmente, un abogado prometedor que era impresionante. Si el hombre había impresionado a su bisabuelo, Jake estaba dispuesto a conocerlo. Durante la entrevista Jake había hecho preguntas, muchas preguntas, diseñadas para hacer que el hombre se sintiera incómodo, pero ni una vez olió una mentira.

– La enfermera me llamó en el minuto que hubo problemas, como usted instruyó. Emma firmó los papeles en el helicóptero, dando consentimiento formal para que usted adoptara al bebé. La señora Hacker presenció su firma. El resto es una formalidad. Se lo llevaré al juez.

– Esta noche, John -dijo Jake-. Lo quiero hecho en el momento que el niño nazca.

Si el bebé vivía, llevaría su nombre. Le había prometido a Emma que le daría su nombre al niño y lo criaría, y tenía toda la intención de cumplir su palabra. Otro lazo más con ella. Si Emma moría… Cerró la puerta a ese pensamiento, el corazón se le contrajo dolorosamente.

– ¿Ella está en cirugía?

Jake asintió, incapaz de encontrar su voz. La actividad en los vestíbulos le envió a pasar dando zancadas por delante del abogado. Se giró cuando se acercó un médico.

– ¿Emma? -ladró su nombre, el temor saltaba por su cuerpo como una serpiente mortal.

– Lo siento, señor Bannaconni, todavía está en cirugía.

Él no podía respirar. Se paró allí, la cabeza gacha, sin mirar a ninguno de ellos, y pensó que iba a estrangularse en su propio temor. Era tonto, realmente. Él había sido golpeado casi hasta la muerte siendo niño y no había experimentado tal onda de terror. ¿Cómo había hecho ella eso? ¿Cómo se había colado sigilosamente en su cabeza y envuelto tan apretadamente alrededor de él, que no sabía cómo vivir sin ella en su vida?

El médico carraspeó.

– Su niñita no tiene el peso suficiente, por supuesto, y tendrá que permanecer en una incubadora. Es incapaz de mantener su temperatura corporal, pero lo esperábamos, siendo tan prematura. Tiene un pequeño problema respirando por sí misma y la tenemos con un ventilador. Hay unos pocos problemas…

Jake se balanceó, encontrándose con la mirada del doctor.

– Hará lo que sea para que mi hija viva y esté sana. Por eso está usted aquí. Ambos sabíamos que no sería fácil, pero me dijeron que era el mejor en lo que hace. Así que hágalo.

– Lo haré lo mejor que pueda. -El médico sabía que lo mejor era no prometer algo de lo que no estaba seguro cumplir a un padre apesadumbrado.

– Su nombre es Andraya Emma Bannaconni.

– Sí, señor. Las enfermeras traerán el papeleo.

– Lo quiero inmediatamente. Quiero que ella tenga un nombre oficial inmediatamente.

– ¿Le gustaría verla?

Jake forzó aire por los pulmones.

– No hasta que Emma esté a salvo.

Le dio la espalda otra vez, despidiendo al hombre. Los dedos se le curvaron y las uñas se le clavaron en la palmas. Hacía años desde que había sentido el corte de un cuchillo en el muslo, pero quería sentirlo ahora, para anotar otra victoria. Su hija estaba viva. Ahora necesitaba que Emma viviera.

Esperó hasta que oyó los pasos del médico retirándose antes de echar un vistazo por encima del hombro a su abogado y entonces se volvió a la ventana, sin atreverse a mostrar la cara mientras estaba vulnerable.

– Tan pronto como nos encarguemos del papeleo aquí, sal y ocúpate de la adopción. Lo quiero legalizado inmediatamente.

– Jake, con tu nombre en el certificado de nacimiento, ella está a salvo por ahora.

La voz de Jake fue baja, amenazadora.

– La quiero legalizada hoy -repitió-, cueste lo que cueste. Y asegúrate de que la resolución sea sellada y que no se convierta en un acontecimiento periodístico. Quiero eso, John. Asegúrate de que cualquiera que vea esos papeles comprenda que habrá repercusiones severas si sale que no soy su padre biológico. -Miró por encima del hombro, sujetando a Stillman con una dura mirada-. Convertiré en mi negocio particular destruirles si joden esto. Deja que sepan con quien están tratando.

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