Cathy retrocedió, apestaba temor. Él podía oír el corazón latiendo deprisa, atrayendo al depredador. Ella jadeó cuando vio los ojos de Jake volviéndose completamente dorados, sus orbes se oscurecieron en la mirada enfocada de leopardo. Ella giró y corrió, un pequeño gemido de absoluto terror se le escapó. Empujó por delante de la enfermera parada a los pies de la escalera y salió corriendo por la puerta principal.
Jake logró acercarse a la puerta de la guardería infantil, cerrándola con un golpe, se inclinó contra ella mientras el cambio barría por él, la ropa se rasgó por las costuras, la espalda se le dobló al estirarse la espina dorsal, los huesos estallando. Se dejó caer a cuatro patas, respirando profundamente, tratando de echar atrás la marea de furia que lo consumía. Excepto en el primer cambio, el leopardo sólo había salido cuando él lo convocaba. Pero el animal estaba furioso ahora, arañando por la libertad, determinado a cazar al enemigo.
Agachó la cabeza, respirando con dificultad, jadeando, los costados subiendo y bajando mientras la piel picaba y una onda de pelaje se deslizaba sobre la espalda, por las piernas y la espina dorsal. La boca se llenó de dientes, y los nudillos giraron, curvándose hacia abajo, las garras muy afiladas rasgaron tiras largas en el suelo cuando las clavó profundamente y arañó, desesperado por hacer retroceder a la bestia.
– ¿Jake? -La voz de Emma le llamó. Un aliento de aire, fresco y limpio, apartó el hedor de su enemigo de sus fosas nasales.
La atrajo a sus pulmones, a su mente, temblando con el esfuerzo de mantener al leopardo bajo control. Lentamente, demasiado lentamente, su forma humana se reafirmó.
– Estaré bien -dijo cuando pudo hablar. Su voz sonó diferente, retumbando con un gruñido de terciopelo, aún a sus propias orejas.
Se hundió contra la puerta y dejó caer la cara entre las manos. Olfateó sangre y el leopardo trató de salir otra vez. Se empujó con fuerza contra la puerta, por si acaso, forzando al leopardo, y a él mismo, de vuelta bajo control. Muy lentamente, se arrastró poniéndose de pie. Su camisa estaba destrozada, pero los vaqueros intactos. Había poco que pudiera hacer por el suelo. Se enjuagó la cara con lo quedaba de su camisa y se sorprendido cuando encontró manchas de sangre. Curioso, giró las manos. Las garras habían estallado de los dedos y habían desgarrado las palmas cuando las cerró en puños.
– Dime que estás bien -insistió Emma.
Él tomó otro aliento y lo dejó salir, dándose cuenta de que quería estar con Emma y Kyle más de lo que quería desaparecer en el cambio, correr libre de su pasado en su otra forma e infligir venganza en sus enemigos. Jake no se permitió pensar demasiado duramente en el por qué. Se puso de pie y fue a ellos como estaba, con la camisa destrozada, las manos sangrando y los pies desnudos.
Emma jadeó cuando lo vio, parándose inmediatamente, poniendo a Kyle en la cama mientras lo alcanzaba.
– ¿Qué ha sucedido? ¿Qué te ha hecho?
Él la atrapó y la empujó apretada contra él, sosteniéndola cerca, aspirándola dentro, permitiendo que los recuerdos retrocedieran hasta que pudo cerrarles la puerta. Le atrapó la cara en las manos y presionó besos sobre los ojos, suaves como plumas bajando hacia el mentón, resistiendo apenas la boca levantada, esa boca de fantasía. El latido del corazón era demasiado fuerte y él temía que ella le empujara lejos, pero no lo hizo. En vez de eso, ella deslizó los brazos alrededor de su cintura y descansó la cara contra su pecho, dejándole sostenerla.
– Lo siento -dijo ella suavemente-. Ella estaba enojada conmigo, no contigo.
– Ella es malvada -dijo Jake-. Gracias por no dejar que tocara a mi hijo.
Muy suavemente, abandonó a Emma, no fiándose de sí mismo en su desacostumbrado estado actual. Se sentía vulnerable e inestable. No se fiaba de su genio, del leopardo, ni de su necesidad de ella. Ya su cuerpo respondía a la suavidad del de ella, a su olor y a la seda del cabello. No podía permitirse el lujo de hacer volar todo lo que había hecho permitiéndola ver cómo le afectaba.
Levantó a Kyle en sus brazos y sostuvo al chico cerca.
– Ella te mantuvo a salvo, como dijo que haría -murmuró, asombrado de que fuera verdad. Emma . Ella esgrimía alguna clase de magia que él no comprendía. Sintió el corazón suave y extraño mientras miraba a su hijo-. Ella te mantuvo a salvo -repitió y besó la pequeña frente. El cuerpo entero de Jake tembló. Se sentía realmente débil.
– Jake. -La voz de Emma fue suave-. Siéntate. Quiero mirarte las manos.
Él la miró por encima de la cabeza del bebé. Ella parecía pequeña y frágil, tan pálida y delgada, sin maquillaje, su rico cabello rizado en todas direcciones, pero ella estaba hecha de acero.
– Eres una mujer asombrosa, Emma.
– Necesitas sentarte, Jake. -Emma le engatusó suavemente.
Le tiró del brazo, su mirada buscando su cara. Por primera vez ella se dio cuenta de que Jake Bannaconni, el hombre con todo, el hombre que podía comprar y vender el mundo, necesitaba a alguien. Le necesitaba a ella. A pesar de todas sus maneras bruscas y órdenes arrogantes, no tenía la menor idea de cómo sentir emociones, y cuando sus sentimientos le abrumaban, como ahora, estaba perdido, o se enojaba y huía. Ella no creía que nadie necesitara ayuda tanto como Jake. Ahora mismo, él estaba mirando a su hijo con una expresión aturdida y confusa, como si nunca hubiera esperado amar al chico. Ella se lo podía haber dicho desde el primer día, cuando él manoseó torpemente para cambiarle el pañal, que el amor crecía a pesar de la persona, y que algún día Kyle tomaría el control de su vida.
La mirada de Jake chocó con la de ella y por un momento algo caliente crepitó y ardió entre ellos, pero él parpadeó y esa máscara lisa y arrogante se deslizó en su lugar.
– Sé que el médico dijo reposo absoluto en cama, Emma. La próxima vez que te encuentre levantada, estarás en problemas.
Emma quiso reír. Él sonaba tan serio. Tan al cargo. Probablemente pensaba que lo estaba.
– Entonces dame a Kyle y ve a conseguir las cosas que necesito para limpiar esos rasguños de tus manos. Estaré bien.
Él le frunció el ceño.
– No, no lo estarás. -Esperó hasta que ella se recostó en la cama y le entregó al bebé-. Me exasperas.
– Sé que lo hago. -Emma simplemente le sonrió. En ese momento ella se dio cuenta de que a pesar de sus maneras mandonas, y a pesar del sentido de peligro que a veces enviaba un temblor por su espina dorsal, él le gustaba-. Ve por el antiséptico. Kyle y yo te esperaremos aquí mismo. -Casi rió ante la confusa mirada masculina que se arrastró por la cara de Jake antes de girar y salir a zancadas.
Dos meses más tarde
– Es demasiado pronto, Jake -sollozó Emma, apretándole la mano mientras la llevaban al helicóptero-. No permitas que le suceda nada al bebé. No importa cómo. Me lo prometiste. Si algo falla, sabes que quiero que te quedes con ella.
– No hables así -dijo con brusquedad Jake-. Estarás bien, Emma. Y también la bebé. Relájate y deja que los médicos hagan su trabajo.
Había reunido al mejor equipo de expertos que había podido encontrar y volaba con ella al mejor hospital, y no iba salir de allí sin Emma y el bebé. Saboreó el temor en la boca. El corazón martilleaba demasiado rápido, demasiado duramente, pero se negaba a considerar aún que algo podría sucederle.
– Gracias a Dios que usted contrató a este viejo murciélago -dijo la enfermera con un rápido guiño y una sonrisa dirigida a Emma-. De otro modo quizás no lo habríamos sabido hasta que fuera demasiado tarde. -Palmeó el hombro de Emma.
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