Me abracé con los brazos y temblé a pesar del calor. Al bajar la vista y mirar a Sandford, vi que su camisa no estaba rota ni ensangrentada, como si yo sólo hubiera imaginado lo que presencié. Estremecida, pasé por encima de su cuerpo sin vida.
El cuerpo de Antón estaba tendido un poco más allá y también bloqueaba el pasillo. Yacía boca abajo, con la cabeza hacia la pared y los ojos cerrados. Cuando levanté un pie para pasarlo por encima, su cuerpo se convulsionó. Pegué un salto hacia atrás y tropecé con Sandford. El cadáver de Antón se sacudió y se levantó un poco del suelo. Por último, permaneció inmóvil.
Luché por controlar mi corazón, que se había disparado. Levanté lentamente un pie. Es magia de pacotilla, me dije. Pero ese mantra ya no tenía efecto, ya no era cierto. Había cosas allí que podían lastimarme, cosas que mi cerebro casi no podía imaginar.
Cuando mi pie pasó por encima de la cabeza de Antón, sus ojos se abrieron y yo caí hacia atrás con un chillido. La cabeza de Antón se levantó y se sacudió de un lado al otro. Después describió un círculo casi completo, mientras se oía el crujido de huesos rotos. Sus ojos se perdieron en los míos. Los iris color verde luminoso habían desaparecido y fueron reemplazados por discos color amarillento opaco con enormes pupilas. Esos ojos de reptil se fijaron en los míos, amplios y sin parpadear. La boca se abrió y de ella brotó un río de estridentes galimatías. Después, eso que había sido Antón se elevó sobre las puntas de los dedos algunos centímetros sobre el suelo y reptó hacia el siguiente cuarto abierto. Desde su interior se oyeron más galimatías y luego el raspado de uñas que se movían con rapidez contra el piso de madera.
Pasé a toda velocidad junto a la puerta abierta y corrí hacia la escalera delantera, que bajé de dos en dos. A medio camino, uno de los escalones se partió en dos. Me tambaleé y me agarré del pasamanos. El siguiente escalón crujió y luego el siguiente, y el siguiente…, todos hechos pedazos, los escalones fueron cayendo en el agujero vacío de más abajo. Volví a subir por la escalera mientras oía cómo los escalones iban crujiendo y desintegrándose a mí paso.
Corrí hacia la escalera de atrás, con la vista fija en la puerta que tenía delante. Algo silbó en mi camino y me frené en seco. Antón -o lo que había sido Antón- se encontraba agazapado sobre el cadáver de Sandford. Ese ser siseó y resopló cuando me acerqué, pero mantuvo la cara apoyada en el torso de Sandford, como si lo estuviera olisqueando.
Miré hacia la escalera del frente, convertida ahora en un precipicio de casi cuatro metros. Después miré al ser. Todavía no había levantado la cabeza, ni siquiera parecía saber que yo estaba allí. Si tan sólo pudiera pasar por encima de ellos… ¡Oh Dios! Me tragué el horror que sentía y traté de hacerme fuerte. Una carrera corta, un salto y estaría de vuelta en la escalera. Pero lo que no podía pensar siquiera era en sobre qué tendría que dar ese salto.
Mientras me preparaba para la carrera, cambié de idea. Siempre había fracasado en carreras de pista y de campo en la escuela primaria, y nunca pude saltar ni siquiera la valla más baja. Si corría y saltaba, me arriesgaba a dar una patada a ese ser y a enfurecerlo. Así que, en lugar de saltar, avancé de puntillas por el pasillo, pegada a la pared, y lentamente comencé a caminar de lado hacia el cuerpo de Sandford. Su brazo estaba estirado sobre su cabeza. Con mucho cuidado pasé por encima y luego seguí caminando hasta pasar junto a su cabeza y la parte superior de su pecho. Antón seguía agachado sobre el estómago de Sandford, con sus pies apoyados contra la pared.
Levanté una pierna para pasarle por encima. Su cabeza se elevó y giró, y sus ojos de reptil me miraron. Jirones de la carne de Sandford le colgaban de la boca y los dientes. Siseó y me salpicó con sangre. Grité, grité lo más fuerte que pude y me di media vuelta, dirigiéndome de nuevo instintivamente hacia la escalera principal. Sólo llegué al lugar donde estaba tendido el brazo de Sandford y caí al suelo. Algo se movió sobre mis piernas y me incorporé de golpe, me puse a patear y a gritar. No podía dejar de gritar. Incluso sabiendo que estaba gastando energía -y posiblemente atrayendo más horrores-, no podía parar.
Esa cosa que había sido Antón se retorció sobre mí y me tiró al suelo. Por mucho que lo golpeara no podía hacerlo retroceder ni siquiera un poquito. Se movió hacia mi pecho hasta que su cara quedó sobre la mía y de él caían en mi boca y en mis mejillas restos de carne ensangrentada.
Cerré entonces la boca, la cerré rápido. Sin embargo, en mi cabeza yo seguía gritando, incapaz de concentrarme ni de pensar, viendo únicamente esos ojos amarillos que penetraban en los míos. Aquella cosa abrió la boca y farfulló algo, un río estridente de ruidos que se me clavaron en el cráneo.
Bajó su cara sobre la mía. Yo le empujé con toda la fuerza que tenía. La cosa me mostró los dientes, siseó con más intensidad y me regó con saliva y sangre, pero seguí empujando hasta conseguir escabullirme por debajo.
Me puse de pie y le di una patada en la cabeza. Lanzó un alarido y farfulló algo. Giré para echar a correr, pero una mujer me bloqueó el paso. La reconocí como la cocinera chamán.
– ¡Cuidado! -le grité-. ¡Corre!
Ella sólo se inclinó y movió las manos hacia la cosa, como si estuviera espantando a un gato. La cosa siseó y gruñó. Cuando volví la cabeza y la miré, se levantó sobre los dedos de los pies y desapareció por otra puerta abierta.
– Oh, Dios, gracias -dije-. Ahora…
La mujer me cogió del brazo.
– Él estuvo aquí.
– Sí, muchas cosas están aquí. Ahora…
La mujer me cerró nuevamente el paso. La miré a la cara con detenimiento por primera vez. Sus ojos eran blancos, blanco puro, sin iris ni pupilas. Antes de que yo pudiera echar a correr en la dirección opuesta, me atrajo hacia sí.
– Él estuvo aquí -repitió, su voz apenas un susurro-. Puedo olerlo. ¿Tú puedes olerlo?
Luché por soltarme. Ella ni siquiera pareció advertir mis esfuerzos. Se relamió los labios.
– Sí, sí, puedo olerlo. Uno de los maestros. Aquí. ¡Aquí! -Acercó su cara a la mía y las ventanas de su nariz estaban bien dilatadas-. Lo huelo en ti. -Su voz y su cuerpo se estremecieron de la excitación-. Él habló contigo. Te tocó. ¡Oh, tú has sido bendecida! ¡Bendecida!
Sacó la lengua y me lamió la mejilla. Yo pegué un salto y me alejé. Ella trató de agarrarme, pero yo seguí corriendo.
Me precipité por el pasillo hacia la escalera de atrás y salté sobre Sandford y luego sobre Shaw sin siquiera tambalearme. Al pie de la escalera no me detuve para mirar en todas direcciones. Me zambullí en la primera puerta abierta, la cerré con un golpe detrás de mí y me recosté contra ella jadeando. Temblaba tanto que la puerta vibró debajo de mí.
Al cabo de un momento comprendí que no era yo la que hacía vibrar la puerta. Toda la casa temblaba.
Debajo de mis pies, el suelo comenzó a crujir. Desesperada, miré hacia todas partes. Las tablas del suelo se arquearon y después cedieron, y las astillas volaron hacia arriba mientras una oleada de espíritus revoloteaba a través de ellas, rayos informes de luz como en el cementerio. Su fuerza me arrojó por el aire. Mientras corría por toda la habitación, unas fauces enormes aparecieron frente a mí. Antes de que tuviera tiempo de gritar, caí al suelo.
Alrededor de mí, una serie de espíritus surcaron el aire a tanta velocidad que sólo pude sentir su paso. La estructura misma de la casa gimió y se desplazó, amenazando con hacerse pedazos. Luché por moverme, pero la presión de los espíritus que pasaban tenía la fuerza de un vendaval, que me mantenía inmóvil y me sorbía el aire de los pulmones.
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