Cuando comenzaba a alejarme de Shaw, la expresión de su cara me hizo frenar de golpe. Tenía los ojos tan abiertos que el blanco le rodeaba por completo el iris. Sus labios estaban curvados hacia atrás sobre los dientes. Y su expresión era de absoluto terror. Quizá en el momento de su muerte una imagen había aparecido de pronto en su mente, la de algún otro nigromante que le chupaba el alma desde la eternidad y se la arrojaba de vuelta a su cuerpo destrozado. No sería algo imposible.
Salté por encima del cuerpo de Shaw y comencé a subir la escalera. Estaba cerrada a ambos lados y el pasaje era tan estrecho que resultaba un misterio cómo podía Shaw haber caído por todos esos escalones sin quedarse atascada a mitad de camino. Sin duda, se trataba de una escalera trasera procedente de la cocina.
La escalera terminaba en una puerta abierta en el primer piso. Cuando yo había subido lo suficiente para ver más allá de la puerta, me detuve para observar mejor. La puerta se encontraba al final del pasillo del piso superior. En el otro extremo estaba la escalera principal, la que yo usaba cuando me hallaba allí. De las puertas de los seis dormitorios, una estaba abierta de par en par, dos se encontraban entreabiertas y las otras tres estaban cerradas.
– ¿Savannah? -llamó alguien.
Pegué un salto y enseguida reconocí la voz: Sandford.
– Savannah… Vamos, querida. Nadie te hará daño. Ya puedes salir. Tu padre está enfadado contigo.
Oh, sí, como si ésa fuera su principal preocupación. ¿Qué edad creía él que tenía Savannah? ¿Cinco años? ¿Que estaba escondida en un rincón, muerta de miedo de recibir una paliza?
Agucé el oído por si se oía algún otro ruido, pero no hubo ninguno. Excepto por la voz de Sandford y el crujido de sus zapatos, la casa estaba en silencio.
Al llegar al pasillo, oí un chasquido por encima de mi cabeza. Los zapatos de Sandford crujieron cuando se detuvo para escuchar. Una serie de pasos sonaron desde más arriba. Cerré los ojos mientras los seguía y después sacudí la cabeza. Eran demasiado pesados para ser de Savannah. Supuse que pertenecían a Antón o a alguna de las brujas que buscaban a Savannah en el ático.
La sombra de Sandford salió de una de las puertas abiertas cerca del otro extremo del pasillo. Me metí en otra habitación que estaba abierta y me oculté detrás de la puerta mientras él pasaba. Otra puerta más se abrió y luego se cerró. Los pasos se desvanecieron.
Miré lo que me rodeaba y descubrí que estaba en el cuarto de Greta y Olivia. La parte superior de la cómoda estaba desnuda, el ropero se encontraba abierto y vacío, salvo por un suéter que se había caído al suelo y había sido olvidado. Daba la impresión de que las dos brujas se habían ido apresuradamente. ¿Huyeron al darse cuenta de que Nast sospechaba de sus motivos para matar al jovencito? ¿O las había asustado otra cosa?
Volví a atisbar el lugar y después regresé al pasillo y entorné la puerta del dormitorio detrás de mí, tal como estaba cuando la encontré. Cuando giré oí un clic y la luz del pasillo se encendió.
Eché a correr, pero unas manos me agarraron y una de ellas me cubrió la boca. Después se oyó una exclamación de disgusto y la mano me arrojó a un lado.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -Preguntó Sandford-. ¿Dónde está…?
– ¿Qué ha sucedido? ¿Qué es lo que ha hecho Savannah?
Sandford se limitó a soltar una carcajada. Se alejó de la habitación que acababa de revisar y caminó hacia la siguiente puerta cerrada.
– Eh -dije, corriendo detrás de él-, dime lo que está sucediendo. Yo puedo ayudarte.
– No necesito la ayuda de una bruja. No te cruces en mi camino.
Para darle más énfasis a sus palabras chasqueó los dedos y me envió volando a la pared más alejada. Cuando su mano se cerró sobre el pomo de la puerta, yo le lancé un hechizo de cerrojo.
– Puedo ayudarte o dificultarte las cosas -dije y me puse de pie-. Ahora, ¿cuál…?
La puerta se abrió de golpe. Por un segundo pensé que él había anulado el hechizo de cerrojo. Pero entonces vi que un hombre la transponía después de bajar por la escalera que daba al ático.
– Antón -exclamó Sandford-. Estás bien. Espléndido.
Antón miró a Sandford con unos brillantes ojos verdes, de un verde más intenso de lo que yo recordaba.
– ¿Me has llamado? -preguntó. Su voz era hermosa; como la de un tenor.
Sandford frunció el entrecejo como si esa voz lo hubiera confundido, y sacudió enérgicamente la cabeza.
– Imagino que no has encontrado a la muchacha, ¿verdad? Ven, entonces. Vayamos a la planta baja.
– Te he hecho una pregunta, hechicero -dijo Antón, mirando a Sandford a los ojos-. ¿Me has llamado?
– No, pero me vendrá bien tu ayuda ahora. Iremos…
Antón giró la cabeza y me miró. En esa suerte de tiniebla, su piel parecía brillar con luz propia.
– No le prestes atención -dijo Sandford-. Necesitamos…
– ¿Me has llamado tú, bruja?
Cuando Antón se me acercó, retrocedí instintivamente y me di contra la pared. Extendió la mano, aparentemente hacia mi cuello, pero en cambio me cogió el mentón y levantó mi cara hacia la suya. AI sentir el roce de su mano me estremecí. Tenía la piel caliente.
– ¿Tú me has convocado?
Aunque yo hubiera sabido cómo contestarle, su mano me sostenía la mandíbula con demasiada fuerza para que pudiera hablar. Parecía una prensa de acero, intensa pero no dolorosa. Sus ojos buscaron los míos, como si en ellos pudiera encontrar una respuesta.
– ¿La muchacha? -murmuró-. Un error. Sí, un error. Supongo que perdonable. Al menos, esta vez.
Supe entonces qué era lo que se había apoderado del cuerpo de Antón. Un demonio, y en particular uno del más alto nivel, nunca debía ser convocado, y por lo general resultaba imposible hacerlo.
Bajé la vista. El demonio aflojó la mano sobre mi mentón y me acarició la mejilla con el dedo índice.
– Bruja astuta -murmuró-. No te preocupes, fue un error.
Detrás de él, los labios de Sandford se movieron en un conjuro. Aunque no llegó ningún sonido a mis oídos, el demonio se volvió soltándome del todo, y se enfrentó a Sandford.
– ¿Qué haces?-preguntó el demonio.
Los labios de Sandford siguieron moviéndose, pero fue retrocediendo frente a la mirada del demonio.
– ¿Qué crees que soy yo? -Atronó el demonio y acercó su cara a la de Sandford-. ¿Te atreves a intentar hacerme desaparecer? ¿Con un hechizo para disipar algún espíritu plañidero?
La voz de Sandford aumentó de volumen y una serie de palabras brotaron de su boca.
– ¡Muéstrame un poco de respeto, hechicero!
El demonio cogió a Sandford por los hombros. Sandford cerró con fuerza los ojos y siguió lanzando conjuros.
– ¡Imbécil! ¡Imbécil irrespetuoso!
Con un rugido, el demonio incrustó literalmente su mano en el pecho de Sandford, pues sus dedos desaparecieron en el interior del torso. Los músculos del brazo del demonio se tensaron, como si estuviera oprimiendo algo. La boca de Sandford se abrió en un grito silencioso. El demonio retiró su mano, sin sangre, y dejó que el cuerpo de Sandford cayera al suelo. Después se volvió hacia mí.
Un hechizo de protección voló a mis labios, pero me lo tragué y me obligué a mantenerme erguida y a mirarlo a los ojos, aunque sin expresión desafiante.
Se me acercó y su mano cogió mi mentón de nuevo y levantó mi cara hacia la suya. Sus ojos buscaron los míos. Luché contra el impulso de apartar la vista. Durante un minuto interminable se quedó mirándome fijamente… Miró mi interior. Hasta que sus labios se curvaron en una sonrisa y me soltó.
Permaneció allí mirándome por un momento, luego se dirigió al pasillo. Después de unos pasos, levantó las manos y el cuerpo de Antón cayó al suelo. Un viento fuerte, tan caliente como el estallido de una caldera, me rodeó y desapareció.
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