– No sólo es una bruja -dijo Sandford-. Es la líder del Aquelarre de Norteamérica.
– Oh, en ese caso sería una alianza dinástica que convertiría a la Camarilla Cortez en el hazmerreír del mundo sobrenatural. Le estoy haciendo a mi padre un favor tan grande que es una pena que no pueda contárselo.
El hombre se dio la vuelta para irse. Al caminar hacia la puerta, una bola de fuego voló desde el cielo raso y le golpeó en la cabeza. Él se giró y miró a Sandford.
– No me mires a mí -dijo Sandford y dio un paso atrás-. Ése no era uno de nuestros hechizos.
El hombre me miró entonces a mí. Yo lo fulminé con la mirada y vertí en esa mirada todo el odio y la furia que sentía. Él abrió la boca para decir algo, después la cerró y se contentó con devolverme la mirada antes de dirigirse a la puerta.
– La quiero muerta antes del amanecer. Envíale la cinta grabada a Lucas por mensajero a la habitación del motel. Quiero que la reciba cuanto antes.
A pesar que el hermano de Cortez le advirió que no involucrase a nadie más, Sandford contaba, al menos, con un aliado: el semidemonio Friesen. No habían pasado aún treinta minutos desde que Sandford me había dejado sola, cuando Friesen entró en la habitación. Sin decir una palabra, me cargó sobre sus hombros. Me sacó de la habitación y cruzamos el sótano hasta una trampilla muy parecida a la que yo tenía en casa, la abrió y me empujó por ella.
Caí en un jardín cubierto de maleza. Después de haber pasado tanto tiempo en penumbra, el resplandor del sol me hizo daño en los ojos. Traté de librarme de mis ataduras, pero los nudos estaban muy ajustados. Friesen pasó también por la puerta, me levantó sin prestar atención a mis forcejeos y se dirigió al granero. Una vez dentro, nos esperaba una furgoneta de reparto. También Sandford. Cuando Friesen me llevó hacia la furgoneta, Sandford cerró su teléfono móvil.
– Hecho -dijo Sandford-. Estará en la cabaña en dos horas.
Friesen asintió. Conmigo todavía sobre su hombro, abrió la puerta de atrás de la furgoneta, me depositó adentro boca arriba y después dio un paso atrás. Su mirada me recorrió lentamente y se detuvo en mi pecho y en mis piernas desnudas.
– Cierra la puerta y pongámonos en marcha -dijo Sandford-, antes de que alguien se dé cuenta de que ella ya no está.
Friesen volvió a recorrerme de nuevo con la mirada y después miró a Sandford.
– Estaba pensando… Vas a mandarle a Lucas Cortez un vídeo, ¿no es así? ¿De su muerte? ¿Por qué no… ya sabes… le doy yo un poco antes? -Su mirada volvió a mí y en sus ojos advertí un brillo de lujuria-. Yo lo haría por ti.
– ¿Harías qué? -Sandford pescó la mirada que Friesen me estaba dirigiendo y sus labios se curvaron-. Una violación no forma parte del trato, y tampoco lo será. Limítate a llevarla a la cabaña y deje que el profesional haga su trabajo.
– Qué desperdicio, ¿no te parece?
– Ni lo sueñes. -Sandford comenzó a volverse, pero antes frunció el entrecejo hacia Friesen, que seguía mirándome como si yo fuera una cena gratis. Sacudió la cabeza y levantó las manos. -Qué demonios, haz lo que quieras… pero hazlo lejos de la casa y antes de llevarla a la cabana, ¿de acuerdo? Tienes dos horas. Ahora muévete.
Friesen sonrió y cerró la puerta de atrás de la furgoneta.
* * *
En cuanto nos alejamos de la casa comencé a contar. Tenía que salir de allí antes de que Friesen llegara a una distancia que le permitiera aparcar y, a juzgar por las miradas que me había estado lanzando, no iba a esperar más de lo necesario.
Cuando llegué a cien decidí que ya estábamos fuera de la vista de la casa, así que cerré los ojos y me concentré en lanzarle mentalmente a Friesen el hechizo de asfixia. No sucedió nada, lo cual no era sorprendente puesto que yo no podía hablar. Sin embargo, cuando estábamos en la casa, alguien había lanzado una bola de fuego. El hechizo procedía de mis Manuales secretos, de modo que tenía que haber sido yo, aunque no estaba nada segura con respecto a cómo lo había logrado. ¿Acaso mi furia de alguna manera se había manifestado en un hechizo no intencional? Esperaba que así fuera, como esperaba poder hacerlo de nuevo, sólo que esta vez eligiendo qué hechizo lanzar.
La furgoneta redujo la marcha y después se detuvo a un lado del camino. ¿Ya? No podíamos haber recorrido más de ochocientos metros desde la casa. Friesen puso la palanca de cambios en punto muerto. Después giró, se soltó el cinturón de seguridad y logró pasar entre los asientos delanteros. Luché contra el impulso de forcejear y, en cambio, me concentré en un hechizo mental. No sucedió nada.
Friesen se irguió sobre mí. Yo retrocedí todo lo que pude por el suelo.
– No todavía, preciosa -dijo él y se agachó sobre mí-. Aún no tienes nada que temer. Sólo voy a mirar un poco mejor la mercancía.
Cuando comenzó a desabotonarme la blusa, yo me giré, pero no pude moverme lo suficiente para dificultarle las cosas. El me abrió la blusa y sonrió.
– Rojo -dijo, con la mirada fija en mi sujetador-. Negro está bien, y blanco es bonito, pero no hay nada como una chica que usa un sujetador rojo. -Deslizó un dedo por mi pecho-. Apuesto a que es seda. Una chica que realmente sabe cómo vestirse.
Mientras toqueteaba el broche de mi sujetador, yo cerré los ojos y me concentré en lanzar un hechizo, cualquiera, el que fuera. Mi sostén se abrió. Friesen inspiró profundamente.
Abrí los ojos y traté de apartarme retorciendo todo el cuerpo. Él bajó la mano en dirección a mis pechos, pero se detuvo antes de que sus dedos me tocaran. Sostuvo la mano allí por un momento, y después la cerró en un puño y retrocedió.
– No todavía -murmuró-. Prolonguemos un poco más la diversión.
Me cogió de las caderas. Yo intenté darle una patada, pero él me tumbó de lado para que quedara de cara a la parte de adelante de la furgoneta. Después bajó la mano y me levantó la falda hasta la cintura. Me retorcí y luché, tratando de alejarme, pero eso sólo lo hizo sonreír más.
– Seda roja. -Se rio por lo bajo mientras me tocaba las bragas-. Hacen juego, claro. Pobre Lucas. El muchacho nunca supo qué lo golpeó. Tú sí que sabías lo que estabas haciendo, querida. Un pasaje de primera clase hacia la buena vida… aunque para ello tuvieras que acostarte con ese desalmado. -Sonrió y deslizó un dedo por la parte interior de mi muslo-. Si es inevitable que te vayas, lo menos que puedo hacer yo es darte una buena despedida.
Volvió a mirarme y después se incorporó y regresó al asiento del conductor. Cuando la furgoneta volvió a entrar en el camino, él corrigió la posición del espejo retrovisor para poder verme.
– Así está mejor. No podía pedir una vista mejor.
Mi miedo se cristalizó en una furia ciega, asesina.
La furgoneta giró hacia el arcén. Friesen lanzó un insulto. Mi cabeza se sacudió y golpeó sobre el suelo metálico. Algo se me incrustó en el cuero cabelludo cuando Friesen consiguió volver a poner la furgoneta en el camino.
– Maldición -dijo al mirar por el espejo y se rio entre dientes-. Eres una distracción mayor de lo que había pensado.
El corte que me había hecho me latía. Al girar la cabeza vi el borde de un saliente metálico en un lado de la furgoneta. Me contorsioné hasta que la mordaza quedó alineada con esa saliente de metal. Entonces levanté la cabeza y traté de enganchar el borde en la tela. La furgoneta se sacudió con un bache y el metal me abrió un tajo en la mejilla.
La mirada de Friesen volvió a centrarse en el espejo. Yo me detuve y esperé hasta que dejó de mirarme y enfocó su atención nuevamente en el volante. Deslicé otra vez la mejilla contra la tira metálica. Esta vez la mordaza se enganchó.
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